12 abril, 2014

Mas sobre profesores de Derecho y nazismo



A propósito de la entrada anterior, algunos amigos me han indicado no sólo el peligro de las generalizaciones, sino también que con mi prosa agitada dejo en el olvido a los profesores que no simpatizaron con el nazismo o que incluso se arriesgaron contra él. Puesto que no quiero ser injusto, matizo ahora algunos puntos.

No pretendía hacer una causa general, una condena de todos y cada uno los que profesaron en las facultades de Derecho alemanas de aquel tiempo. Indicaba que habían sido muchos y bastante importantes los que se pasaron a los nazis. Claro que hubo de los otros, cómo no. Pero pocos, me parece. En las listas de la resistencia no suelen aparecer tales profesores.  Pero eso, ciertamente, no justifica una condena general.

Hubo profesores de Derecho que siguieron en sus cátedras, pero sin decir palabra a favor del régimen hitleriano. Fue por ejemplo el caso de Smend. También, entre los iuspublicistas relevantes, se puede mencionar a Thoma, catedrático desde 1909, aunque sí escribió en 1937 un libro titulado "Die Staatsfinanzen in der Volksgemeinschaft. Ein Beitrag zur Gestaltung des deutschen Sozialismus" que contenía alguna frase cuando menos equívoca. Bien relevante es el caso de Gustav Radbruch, que, en los inicios de la República de Weimar, había sido ministro de Justicia en el gobierno de Ebert. Radbruch fue separado de su cátedra en 1933. Aunque pasa luego algunos meses en Oxford, regresa a Alemania y sigue escribiendo y publicando, fundamentalmente sobre temas históricos. Publica, por ejemplo, una biografía de P.J.A. von Feuerbach. Perdió un hijo en la batalla de Stalingrado. 

Resulta chocante que mientras en el caso español alabamos a los profesores que se fueron al exilio, como Jiménez de Asúa, Ayala, Recaséns, Medina Echavarría y otros, en el caso alemán extendemos las loas a los que se quedaron y guardaron silencio. No pretendo hacerles reproche, pero me digo que si Hitler no hubiera perdido la guerra el mismo Radbruch habría muerto sin formular sus tesis sobre la invalidez del Derecho injustísimo. Tienen esos profesores alemanes el mérito de no haber colaborado con el régimen, y no es poco, pero ésos no son héroes, ni siquiera son un poco ejemplares. No les pidamos retroactivamente eso que los pedantes llamarían actos supererogatorios, pero tampoco hagamos de ellos un modelo ante la escasez de modelos.

Emigraron algunos docentes políticamente de izquierda. Otros fueron separados de sus cátedras por judíos y debieron cambiar de país, como el mismo Kelsen, o como Walter Jellinek, Leibholz y Loewenstein. 

Pero lo que quiero subrayar es la actitud de los que en 1933 eran muy jóvenes profesores habilitados o a punto de habilitarse y que se ponen como locos a escribir a favor del nazismo y a darle fundamento jurídico, haciéndose así de inmediato con una cátedra. Todos nacieron entre 1901 y 1908. A estos me refería sobre todo en mi entrada de ayer. Veámoslos, incluyendo alguno más que los ayer mencionados.

- Karl Larenz. Nacido en 1903. Accede a la cátedra en mayo de 1933, en Kiel. En 1935 se consolida allí, al ocupar la plaza del expulsado G. Husserl. Es uno de los más extremos, sus escritos de aquellos tiempos espantan.

- Franz Wieacker. Nació en 1908. Profesor desde 1933 en Kiel. También le he leído alguna cosilla tremenda. Se hizo de la Akademie für Deutsches Recht, la de H. Frank. Participó en la Aktion Ritterbuch.

- Karl Michaelis, nacido en 1900. Catedrático en Kiel en 1934. Militante del NSDAP. Decano en Leipzig de 1942 a 1944.

- Wolfgang Siebert. Nacido en 1905. Militante del NSDAP desde 1933 (¡qué casualidad!), cátedra en Kiel en 1935. Fue dirigente de las juventudes hitlerianas. Uno de los más radicales de los juristas nazis, de los más excesivos. Con todo, tiene cátedra en Göttingen desde 1950, y desde 1957 en Heidelberg. Considerado uno de los mejores expertos en los asuntos de Derecho laboral de la Ley Fundamental de Bonn. Maestro de laboralistas.

- Ulrich Scheuner. Nacido en 1903. Discípulo de Smend y Triepel. Catedrático en Jena desde 1933 (qué casualidad, 1933). Militante del NSDAP desde 1937. Pero en 1934 ya escribía cosas terribles. En 1950 catedrático en Bonn. Como todos los anteriores, se jubiló con libro homenaje.

- Georg Dahm. 1904. Curiosamente, en 1925 se afilió al SPD. Se habilitó en 1930 con Radbruch. Pero en 1933 ya está con Schaffstein en el nazismo. No perdía ni una ocasión, un hombre de principios intercambiables. En 1933 catedrático en Kiel, otro más en la gran Facultad del régimen. Su cátedra la había ocupado el expulsado H. Kantorowicz.

- Friedrich Schaffstein. Nacido en 1905. Ya antes de 1933 había expresado por escrito sus simpatías por los nazis. Militante desde el 37. Habilitado desde 1928, consigue cátedra en Kiel en 1933. En 1941 va a la U. de Estrasburgo. En 1954 recobra cátedra en Göttingen.

- E.R. Huber. Nacido en 1903. Logra su primera cátedra en Kiel en 1933. Uno de los máximos dirigentes del iuspublicismo hitleriano. En los años sesenta acabó siendo catedrático otra vez, en Göttingen.

- Theodor Maunz. Nació en 1901. Habilitado en 1932. Militante del partido nazi en 1933 y adscrito también a las SA. En 1935 recibe cátedra en Freiburg i.Br. Un radical que escribía auténticas barrabasadas hitlerianas. En 1952 otra vez catedrático, en Múnich. Nazi toda su vida, como se demostró tras su muerte en 1993. Lo cual no le impidió convertirse en adorado exegeta de la Ley Fundamental de Bonn.

- Karl August Eckhardtf. Nacido en 1901. Militante del NSDAP desde 1931 y miembro de las SS desde 1933. Enseña en Kiel de 1933 a 1934 y luego trabaja para el Servicio de Seguridad del Führer y las SS. Fue ascendiendo en las SS durante todo el régimen hitleriano. Tuvo cátedra en Berlín y Bonn. No consiguió cátedra después de 1945.

- Ernst Forsthoff. Nació en 1902. Cátedra en 1933 en Frankfurt, en la dejada vacante por H. Heller. En 1935 pasa a Hamburg. Desde 1937 militante del partido nazi. ¡Y qué cosas escribia! Desde 1952 tiene otra vez cátedra en Frankfurt.

- Herbert Krüger. Nacido en 1905. Se doctora en 1934 con Kohlrausch, otro nazi de cuidado, y se habilita con Smend en 1936. Catedrático en 1937 en Heidelberg. Militante nacionalsocialista, así como miembro de las SS desde 1933 (¡cuantos se afiliaron en 1933, desinteresadamente! Otro de los máximos dirigentes del Derecho Público nazi. Otra vez catedrático en 1955, en Hamburg. En 1944 todavía escribía que el partido nazi debería tener primacía absoluta sobre el Estado o que el Estado debía disolverse en el partido. 

- Günther Küchenhoff. Nació en 1907. Se doctoró en 1929. Desde 1934 es Assistent en Breslau. Militante del partido. Juez en el Oberlandesgericht de Breslau. Habilitación en 1939. Catedrático en Breslau. Desde 1956 otra vez Professor, ahora en Würzburg. Sus escritos nazis eran sumamente estúpidos.

- Erich Schwinge. Nacido en 1903. Doctor en 1926, habilitación en 1930. Professor desde 1932 (este tuvo cátedra antes del 33). Desde 1930 defendía por escrito las ideas nazis. En 1934 escribe contra el principio de legalidad penal y contra la prohibición de analogía en perjuicio del reo. En 1936, cátedra en Marburg, donde fue decano del 37 al 39. Actuó como fiscal en tribunales militares, en procesos contra objetores de conciencia. Al menos en ocho casos documentados consiguió pena de muerte. Pero en 1948 ya había recuperado cátedra en Marburg, donde fue primero decano y luego rector.

- Heinrich Henkel. Nació en 1903, otro más.Doctorado en 1927 y habilitación en 1930. En 1933 se afilia al NSDAP, casualmente, y ocula cátedra en Marburg. En 1935 pasas a la cátedra de Derecho Penal en Breslau, la segunda facultad más nazificada, después de Kiel, donde llega a rector en 1942. Tras la guerra, retorna a la cátedra en 1951, esta vez en Hamburg. Durante el nazismo escribió con insistencia contra la independencia judicial y por la total sumisión de los jueces al Führer. Otro pájaro de cuenta al que nunca le fue mal.

A casi todos se les rindieron honores y homenajes cuando se jubilaron, casi todos tuvieron su Festschrift. Todos cambiaron de chaqueta cuando los vientos soplaron en otra dirección. Seguramente ninguno habría dejado de ser hitleriano si los nazis no hubieran sido derrotados. 

Es como si ahora, que en España tenemos tantos profesores acreditados en espera de titularidad o cátedra, llegase una feroz dictadura, se expulsara a profesores viejos e incómodos y quedaran bastantes plazas vacantes. Los aspirantes saben que si se hacen del partido que gobierna y escriben unas alabanzas al dictador y a los nuevos principios, consiguen enseguida el puesto ansiado. Aquellos alemanes nacidos a principios del siglo XX se lanzaron con entusiasmo a colmar su ambición y no repararon en trabas morales ni se echaron atrás por los crímenes del régimen. Hoy no sé qué pasaría aquí, pero vamos a pensar bien, cómo no. 

11 abril, 2014

¿Cuál es el precio de un jurista?



Sigo poco a poco traduciendo aquel libro de B. Rüthers sobre “Derecho degenerado” (Entartetes Recht), con la esperanza de cumplir el plazo acordado con la editorial y aunque es un trabajo de mil demonios. Me pregunto qué es lo que me atrae tanto de la historia de las doctrinas y los juristas alemanes del tiempo de Hitler, por qué vuelvo cada tanto a ese tema. Una razón está en cuán aleccionadoras son aquellas teorías para estos tiempos y para cualquier tiempo, con qué facilidad un lenguaje jurídico lleno de valores objetivísimos y de metafísicas relucientes sirve para poner lo jurídico a los pies de cualquier tirano y para convertir la ley, cualquier ley, en herramienta de una arbitrariedad llena de artificio retórico.  

Pero hay algo que me fascina más y que me inquieta mucho. Se me ponen los pelos de punta al encontrarme una y otra vez con esa larguísima lista de profesores alemanes de aquel tiempo, grandes cabezas de la ciencia jurídica del siglo XX que se entregaron de hoz y coz a la vesania y el más feroz autoritarismo, que pusieron su formación, su técnica y su erudición al servicio de un régimen tan absolutamente oprobioso. Todo el mundo piensa en este punto en Carl Schmitt, aquel genio con alma de ratón, aquella gran cabeza de espíritu miserable que acabó primero cayendo en desgracia ante el propio régimen y que valió luego como cabeza de turco y pagó por tantos que en nada eran moralmente mejores ni tenían una trayectoria más presentable. Los nombres de aquellos profesores que, felices y ambiciosos, vendían su alma a Hitler y compañía, siguen impresionando: Larenz, por supuesto, pero también Siebert, Forsthoff, Scheuner, Henkel, Dahm, Schaffstein, Schwinge, Höhn, Stoll, Lange, Küchenhoff, Huber, Eckhardt, Schönfeld, Maunz…, tantísimos. Algunos ya dudaron antes de que el régimen se hundiera, como Emge o E. Wolf. Otros no se comprometieron en exceso, pero sí escribieron algunos párrafos con loas al Führer o al espíritu jurídico del nazismo, como el mismísimo Engisch, como Welzel. Unos pocos callaron dignamente sobre los temas políticos, apartados incluso de sus cátedras, como Radbruch (aunque siguió escribiendo y publicando en Alemania). Los hubo que buscaron temas ajenos a lo político para poder escribir e investigar sin mancharse, como Klug. En conjunto, y dando a cada uno lo suyo, el panorama es desazonador. Por supuesto, los profesores judíos fueron expulsados o tuvieron que huir en medio de la constante denigración por sus colegas, como fue el caso de Kelsen. También tomaron el camino del exilio los más comprometidos con la democracia o las ideas sociales. Pero en conjunto el panorama es desolador.

Y ahí viene la pregunta que no debemos soslayar: por qué, qué hizo que tantos se prostituyeran o cuánto había en cada uno de convicción y comunión real con aquellos aborrecibles ideales. Andar leyendo estas cosas me provoca un punto de paranoia, lo reconozco, pues me topo con tantos colegas de ahora y no puedo evitar preguntarme qué habrían hecho ellos o que harían hoy, si se diera un caso similar. La respuesta más verosímil aterra. Porque, además, ha habido más casos y lugares a lo largo del siglo XX, y hasta ahora mismo se pregunta uno si habrán puesto precio a su conciencia esos magistrados constitucionales venezolanos, por ejemplo, o si en verdad pensarán que están defendiendo un Derecho auténtico y haciendo acrisolada justicia.

Había ambición, mucha ambición. De repente, en 1933, empezaron a quedar vacantes cátedras, las de los profesores expulsados por ser judíos. Karl Larenz, por ejemplo, bien jovencito ocupó la de Gehart Husserl en Kiel. Y así, muchos. Ascenso rápido, nombramientos, cargos, encargos, promesas, influencia social, poder, supongo que dinero. Y el optimismo de pensar que apostaban a caballo ganador, que llegaba la nueva gran Alemania y que ellos estarían sentados a la diestra del padre, arrimaditos al Führer, poderosos y pletóricos.

La ambición explica, claro que sí, pero no sé si vale como explicación bastante. ¿Cuánto puede un profesor universitario estar dispuesto a decir por pura ambición personal y para mantenerse en el privilegio? Esas grandes figuras del pensamiento jurídico ponían negro sobre blanco, en artículos y libros, que el Führer era la suprema fuente del Derecho, que la esencia del Derecho alemán era racial, que los judíos eran bestias infrahumanas y no podían tener derechos civiles ni de ningún tipo, que la pauta para la aplicación del Derecho por los jueces tenían que ser la voluntad del Führer y el espíritu del nacionalsocialismo, que la ley que venía de los tiempos de Weimar no tenía más valor que el de un formalismo degenerado y caduco, que el pueblo alemán se constituía en comunidad político-jurídica a través de la conciencia sublime del Führer. Veían el abuso, el crimen, la arbitrariedad supina, y no se desmoralizaban, sino que se exaltaban y escribían con entusiasmo para apoyar cada nuevo paso de aquella locura sanguinaria y absurda. Y tal vez lo que más me choca: veían a Hitler, lo oían, lo conocían, y no por eso dejaban de aclamarlo y de proclamar a los cuatro vientos su entrega a él, su incondicional sumisión. ¿No se daban cuenta, ni siquiera un poco de cuenta, de que era un idiota, un loco compulsivo, un demente absurdo, un zoquete sin remisión?

Por mucho que la juventud los cegara y los obnubilara el deseo de gloria, me cuesta creer que fuera auténtica su ingenuidad o genuina su fe, que no fuera interesada y vil tanta lealtad, que no vendieran su alma al diablo por un plato de lentejas, una cátedra y algo de relevancia social. Para ser mala gente no es imprescindible ser tonto, aunque a veces ayude. Echaron sus cuentas y pensaron que se subían al carro de la Historia. Su conciencia la entregaron porque era venal y miserable. Eran malas personas, eran mezquinos y canallas. También cobardes.

La prueba la dieron ellos mismos después de 1945. Ni uno asumió gallardamente culpas o errores, ninguno se disculpó, todos fingieron que no sabían lo que hacían o acusaron a los ausentes, empezando por el positivismo jurídico en general y por Kelsen en particular. Explicaron que habían acatado los mandatos paralegales de Hitler porque, por causa de Kelsen, ellos habían sido positivistas convencidos y que por eso no osaron desobedecer la ley inicua. Pero lo suyo no fue obedecer, lo suyo fue apoyar y fundamentar con entusiasmo y ganas. Se decían positivistas, ellos que en sus escritos degradaban y despreciaban con saña la ley democrática y el Estado de Derecho, ellos que escribían aquello de que “Toda interpretación de la ley ha de ser una interpretación en sentido nacionalsocialista”, ellos que explicaron mil veces que, dijera la ley lo que dijera, era inconcebible que los judíos pudieran ser titulares de derechos, ellos que proclamaban que el constitucionalismo liberal-democrático era un invento judaico destinado a destruir al pueblo alemán, ellos que cambiaron el viejo principio de nulla poena sine lege por el de nullum crimen sine poena y que afirmaban que el crimen no necesitaba tipificación legal para merecer castigo del Estado, pues la esencia de lo criminal consistía en ser enemigo del Estado y en comportarse de modo contrario al interés de la comunidad racial alemana.

La prueba mejor de su villanía la aportaron cuando llegó la Ley Fundamental de Bonn y la alabaron con idéntico celo, cuando expresaron su inquebrantable fe en los derechos humanos y la dignidad de todo ser humano, cuando se convirtieron en los exégetas privilegiados de la nueva Constitución y cantaron loas a sus principios, cuando se acogieron apresurados a la nueva Jurisprudencia de Valores y se dijeron felices bajo los nuevos principios morales del Estado de Derecho. Mantuvieron o recuperaron sus cátedras los que eran profesores, retornaron a sus juzgados los jueces, volvieron a copar la Administración Pública los altos funcionarios y juraron que estaban donde siempre habían estado, en la defensa sin tacha de la libertad, la igualdad y los derechos iguales de los ciudadanos. Hicieron discípulos, recibieron homenajes cuando se jubilaron, llegaron muchos a las más altas magistraturas del Estado, se parapetaron tras la complicidad gremial y bajo el manto de la lealtad de sus discípulos, impidieron que circularan sus obras anteriores a 1945, mandaron callar a los que sabían quiénes habían sido y qué habían hecho. Hasta fines de los años sesenta no se publicó apenas un solo artículo en el que se recordaran sus escritos de antaño. Precisamente fue Bernd Rüthers el primero que sistemáticamente dio cuenta de cuál había sido la talla moral y académica de tantos profesores de Derecho.

No eran inocentes ni ingenuos, no eran simplemente ambiciosos, no estaban deslumbrados por ningún poder carismático. Eran malos y sabían que hacían el mal, eran inmorales y perversos. Escribieron, después del 45, algunas de las grandes obras del pensamiento jurídico del siglo XX, pero con su vida escribieron también uno de los capítulos más evidentes de la historia universal de la infamia. Por eso, hasta sus libros de más calidad hay que leerlos con reservas, hay que leer su obra en su conjunto, no debemos olvidar que cualquiera de esos que por escrito se extasiaban luego ante el valor de la dignidad humana, ante el art. 1.1 de la Ley Fundamental de Bonn, ante el Estado de Derecho, ante los derechos fundamentales todos, antes habían dicho que nada de eso tenía valor y que no hay más Derecho verdadero que el que mana de la voluntad del Führer y del sano sentimiento racial del pueblo ario.

De algunos, hoy, estoy bastante seguro. Les doy los buenos días en el aparcamiento de alguna Facultad de Derecho y capto que están disponibles y a la espera, afilando los reglamentos y soñando sentencias. Por una cátedra, un sobresueldo o unos dictámenes mandarían hasta a su madre al campo de concentración y a los hornos. Están al quite, simplemente aguardan su ocasión. Ojalá se pudran en la espera.

08 abril, 2014

Emoticonos. Por Francisco Sosa Wagner



Confieso que me he enterado hace poco del significado de la palabra “emoticono” que es, según la Docta Casa, un “símbolo gráfico que se utiliza en las comunicaciones a través del correo electrónico y sirve para expresar el estado de ánimo del remitente”.

¿Para qué usar palabras si con un dibujito basta para decir a nuestro interlocutor que estamos sufriendo un cabreo denso y oscuro, o vivimos un estado de felicidad propio del cristiano que está a punto de yacer con odalisca, o de ansiedad cercano al que transmite la Esposa del Cántico de san Juan de la Cruz?  Unos simples y fáciles trazos resuelven el compromiso y eso está muy bien porque así tenemos tiempo para otro afán, por ejemplo, para seguir poniendo sms o “guasapes” o enviar una autofoto (selfie, otra novedad) de Lupita en el preciso momento en que compra una pizza de cuatro quesos. La única objeción que pongo es que el emoticono ya viene confeccionado por la industria que ha fijado su plantilla convencional y no es el producto de la gracia como dibujante del remitente. Esto es de una vagancia intolerable y signo de muy poca imaginación. A mí me suspendían de manera porfiada y perseverante en la asignatura de Dibujo cuando estudiaba el bachillerato pero me atrevería a dibujar una cara que exprese alegría o tristeza y, aunque es verdad que no me saldría la paloma de Picasso, sí algo presentable y desde luego inteligible.

¡La cantidad de emoticonos que circularán por las redes en todas las direcciones lanzados como botellas de náufragos! Al meditar sobre ello, me tortura la idea del emoticono como objeto de espionaje transatlántico y el aspecto que tendrá el espía de emoticonos. En las películas hemos visto a estos, a los espías, haciendo fotos de un documento comprometido en medio del sigilo y de la tensión de la situación que crea el espionaje rectamente entendido. Pero no logro imaginarme a ese mismo espía llevándose un emoticono a su archivo oculto de agente secreto y tejiendo conclusiones de relevancia política o comercial para venderlas luego a un Obama lejano y jupiterino. ¿Tendrá el KGB personal especializado para la interpretación de los emoticonos como Freud tenía el sofá para interpretar los sueños de sus pacientes y aventurar hipótesis sobre sus insatisfacciones? ¿Tendrán los generales de la OTAN sus emoticonos para anunciar una misión de alto riesgo? ¿Alguien imagina a Hitler mandando un emoticono a su colega polaco avisándole de que empezaba la segunda guerra mundial?

Ahora bien, fuera de estas inquietudes preciso es convenir que el emoticono está bien porque refleja las ideas sencillas con las que hoy circulamos: o se está feliz o se está disgustado. O se está inflamado de amor o se cultiva un odio fanático. Hay poco lugar para matizar los estados de ánimo y expresar entereza ante el infortunio, aplomo, espíritu de servicio, entrega a una causa noble, frugalidad, parsimonia, ascetismo etc pues para todo ello es necesario seguir recurriendo a la palabra, esa reliquia del pasado, ese vestigio remoto de una época antigua y felizmente caducada.

Veo que hay poetas que empiezan a usar los emoticonos en lugar de la métrica y ya solo se espera que nos traduzcan a emoticonos los versos de Jorge Manrique o de Gerardo Diego. Así será más fácil leer sus obras. Tenemos que saberlo: el emoticono, primo de la siglas y cuñado de las abreviaturas, es hoy la nueva palabra en germen porque la antigua, la clásica, irá siendo borrada poco a poco y quedando reducida a una ligera espuma, a la ligera espuma del mar de los emoticonos.