Unos piden papeles archivados y otros la anexión de trozos de la geografía. Así empezamos a transitar por el año nuevo. Confieso que todo esto me produce mucha inquietud y voy a tratar de explicar las razones. Es preciso meditar sobre el papel, un objeto inerte que vive sosegado, sin compromiso alguno, como un recién nacido libre de cuidados, hasta que viene un ciudadano/a y lo llena de signos. Estos, los signos escritos sobre el papel, son para el pobre papel el acta de nacimiento, su incorporación al trasiego de la vida, sin posiblidad de escapatoria. Si se escribe sobre él la cuenta de resultados de una fábrica de loza irá dando tumbos entre contables; si se anota el resultado de un análisis de sangre, se verá en las manos de médicos ávidos de descifrar sus secretos; si lo que allí se inserta es una sentencia de un juez, el destino que le espera es terrible: ir de abogado en abogado, de procurador en procurador, de apelación en casación y de casación en apelación. Hasta llegar tullido y molido, inútil y olvidado, al arcón del desván de los enseres familiares. No digamos si un notario lo utiliza para acoger un testamento, sobre él se verterán lágrimas de decepción o de alegría pero en todo caso lágrimas.
Quiero decir que el papel tiene una vida azarosa, llena de peligros y de sobresaltos, y un destino trágico porque acaba casi siempre tirado y despreciado en un utensilio que se llama precisamente papelera, un lugar de desperdicios, destinado a la basura. Triste epílogo de una existencia asendereada. Para colmo de males, ahora se le permite resucitar en forma de “papel reciclado”, es decir, se le proporciona una segunda vida, tan llena de zozobras como la anterior, pero con más cansancio en el cuerpo y más resabiada pues que ya conoce el final destemplado. Es como si a nosotros, al resucitar, tal como está previsto en el Libro, nos obligaran a examinarnos de ingreso en el Bachillerato y a operarnos de apendicitis. Pues esa es la faena que se hace al papel reciclado: se le obliga a rezar de nuevo el rosario de la vida, casi siempre además recreándose en la (mala) suerte de los misterios dolorosos.
Pero, ah, lector, hay algunos papeles privilegiados que, como consecuencia de la suerte o de enigmas muy difíciles de aclarar, pueden dormir un sueño tranquilo, apacible, justo, exento de alarmas. Son los papeles que van a parar a un Archivo que guarda los arcanos de la Historia. Allí no hay reciclaje ni máquina trituradora ni papelera, allí hay quietud, respeto, mimo, cuidados gerontológicos exquisitos, tratamientos de lifting confiados a manos primorosas y amorosas. ¿Hace falta decir que el papel que acaba en el Archivo histórico es el papel envidiado por todos los papeles del mundo? “Si yo acabara en el Archivo de la guerra ...” (o de la paz, o de la marina o del ministerio) suspira todo papel, deseoso de vida eterna apacible.
Pocos lo consiguen. Pero de pronto a algunos de estos privilegiados, se les saca de su sueño fecundo, se les zarandea, y se les anuncia un viaje, pero no un viaje en un lujoso tren con ventanillas abiertas a los campos de lirios besucones o a los mares bullidores de sirenas, nada de eso, se trata de un viaje en cajas herméticas en un camión, a su vez, cerrado y sellado. El golpe ha sido definitivo y a nadie puede extrañar que, en tales circunstancias, se convierta, con toda justificación, en un ser desconfiado respecto del entorno. Se ha transformado en un alma en pena que vaga por el mundo de los recuerdos históricos, sin asideros estables, desconcertado. ¿Dónde está su archivero de cabecera? Me resisto a admitir que su zozobra sea irreversible.
Otro día hablaré del otro asunto, de las anexiones geográficas, porque ahora se me han humedecido los ojos.
Quiero decir que el papel tiene una vida azarosa, llena de peligros y de sobresaltos, y un destino trágico porque acaba casi siempre tirado y despreciado en un utensilio que se llama precisamente papelera, un lugar de desperdicios, destinado a la basura. Triste epílogo de una existencia asendereada. Para colmo de males, ahora se le permite resucitar en forma de “papel reciclado”, es decir, se le proporciona una segunda vida, tan llena de zozobras como la anterior, pero con más cansancio en el cuerpo y más resabiada pues que ya conoce el final destemplado. Es como si a nosotros, al resucitar, tal como está previsto en el Libro, nos obligaran a examinarnos de ingreso en el Bachillerato y a operarnos de apendicitis. Pues esa es la faena que se hace al papel reciclado: se le obliga a rezar de nuevo el rosario de la vida, casi siempre además recreándose en la (mala) suerte de los misterios dolorosos.
Pero, ah, lector, hay algunos papeles privilegiados que, como consecuencia de la suerte o de enigmas muy difíciles de aclarar, pueden dormir un sueño tranquilo, apacible, justo, exento de alarmas. Son los papeles que van a parar a un Archivo que guarda los arcanos de la Historia. Allí no hay reciclaje ni máquina trituradora ni papelera, allí hay quietud, respeto, mimo, cuidados gerontológicos exquisitos, tratamientos de lifting confiados a manos primorosas y amorosas. ¿Hace falta decir que el papel que acaba en el Archivo histórico es el papel envidiado por todos los papeles del mundo? “Si yo acabara en el Archivo de la guerra ...” (o de la paz, o de la marina o del ministerio) suspira todo papel, deseoso de vida eterna apacible.
Pocos lo consiguen. Pero de pronto a algunos de estos privilegiados, se les saca de su sueño fecundo, se les zarandea, y se les anuncia un viaje, pero no un viaje en un lujoso tren con ventanillas abiertas a los campos de lirios besucones o a los mares bullidores de sirenas, nada de eso, se trata de un viaje en cajas herméticas en un camión, a su vez, cerrado y sellado. El golpe ha sido definitivo y a nadie puede extrañar que, en tales circunstancias, se convierta, con toda justificación, en un ser desconfiado respecto del entorno. Se ha transformado en un alma en pena que vaga por el mundo de los recuerdos históricos, sin asideros estables, desconcertado. ¿Dónde está su archivero de cabecera? Me resisto a admitir que su zozobra sea irreversible.
Otro día hablaré del otro asunto, de las anexiones geográficas, porque ahora se me han humedecido los ojos.
... y que decir del papel de culo.
ResponderEliminarLo siento, no he podido evitarlo.
Lo prometido es deuda, espero con ansiedad yonkera el asunto de las anexiones geográficas.
ResponderEliminarla cuestión de los archivos, en efecto, tiene importancia.
ResponderEliminarLa cuestión no es que vaguen "como almas en pena" de una a otra parte, sino que estén accesibles a todo el mundo (es inexcusable, hoy en día, que no sean accesibles en facsímil electrónico por internet). Sobre todo cuando están en relación con una cuestión ética tan importante como la de la memoria histórica.
Como se puede leer en
http://www.es.amnesty.org/esp/docs/
victimas_franquismo.pdf
(especialmente 4.2. El derecho a saber, pp. 41-43)
el estado español no ha estado muy brillante, en los últimos treinta años -casi ná-, en asegurar el mantenimiento de los archivos públicos y privados, y en garantizar la posibilidad de acceso a los mismos. No ha estado a la altura de lo que se espera de una democracia (véase el caso alemán, por poner un ejemplillo de nada) ni tampoco ha respetado las recomendaciones de la ONU al respecto.
Eso es lo que hay que exigir, por la dignidad de todos, no simples movidas de archivos que aunque respondan a criterios generales de buen sentido, sean facilonas, de cara a la galería, y no toquen la necesidad central: esos archivos hay que usarlos para conocer, todos, la verdad sobre nuestro pasado.
Atentamente,
pero y el archivero de cabecera?
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