Hace unos días se despachaba aquí mi admirado colega y querido amigo Francisco Sosa con los magistrados del Tribunal Constitucional que hicieron, parece que desde la inopia, la sentencia sobre la competencia en materia de parques nacionales. Lamentaba que no se hubieran dado un paseo por los Picos y hablado con la gente de allá para enterarse bien de lo que se traían entre manos. Eso me hizo recordar que en las primeras décadas del siglo XX una acusación muy común en la doctrina alemana contra los jueces de aquel tiempo era que padecían de Weltfremdheit, es decir, que vivían de espaldas, ajenos, alienados del mundo en el que transcurrían los casos de que juzgaban, ellos a su bola, sin enterarse de la fiesta y creyéndose sacerdotes de una religión esotérica, el Derecho, cuya sustancia reside en esferas extramundanas, celestes tal vez.
Entre los jueces, naturalmente, hay de todo, como entre los enconfradores o los profesores. Pero habría que detenerse a pensar con calma y realismo sobre algunas cosas. No es que no se haga de vez en cuando, pero suelen caer en saco roto hasta los más sesudos y fundamentados estudios sobre el asunto. El mismo amigo me ponía ayer el ejemplo del poquísimo caso que se le ha hecho al gran libro de Alejadro Nieto sobre El desgobierno judicial(2004). Y es que las instituciones y la sociedad toda se han hecho impermeables a la crítica, cada cosa sigue a su aire y con sus lacras aunque caigan chuzos de punta. En realidad, tal parece que a nadie -o al menos a nadie que mande algo- le importa nada de nada.
Soy lector muy habitual de sentencias del Supremo (me refiero al Tribunal) y el Constitucional. Y no paro de hacerme cruces y hasta alguna vestidura me he rasgado. Son escandalosamente frecuentes las que contienen razonamientos inverosímiles, falacias como castillos, atentados sangrantes a las más elementales reglas de la lógica y abundancia de los más bajos trucos retóricos. ¿Y eso por qué será? Estoy convencido de que no se trata de desinterés, incompetencia técnica o mala fe. No, creo que la respuesta es más simple: el personal no sabe razonar. No se tiene conciencia suficiente de que la motivación de una sentencia debe contener, en lo formal, un razonamiento claro y riguroso y, en lo material o de contenido, fundamentos suficientes y suficientemente sólidos, razones que reúnan las condiciones de ser bastantes, pertinentes y bien traídas, de modo que el fallo aparezca como desembocadura de una reflexión seria y ponderada y que no tenga trazas de simple intuición más o menos gratuita o, lo que es peor, de hallazgo misterioso en los arcanos de una ciencia exclusiva, extraña y accesible sólo para los iniciados y los bendecidos por los dones de la diosa Justicia. No puede, no debe ser la administración de justicia una rama de las artes adivinatorias o un ejercicio más parecido a la astrología que a una argumentación entre ciudadanos sobre las reglas que rigen nuestra convivencia. No se puede pretender que leamos las sentencias con la fe acrítica del que consulta diariamente su horóscopo o del que se gasta los cuartos pidiéndole a Rappel veredicto sobre su futuro.
¿Acaso enseñamos en las Facultades de Derecho –¿y en la Escuela Judicial?- a razonar competentemente a los jueces del mañana? Me parece obvio que no. Memorización y tente tieso. Y leña al que se le ocurra pensar un poco. La explicación es histórica y está en lo que queda en nuestros métodos de enseñanza de los mitos jurídicos decimonónicos, aquellos que cultivaban la Escuela de la Exégesis y la Jurisprudencia de Conceptos. El mito de ver en el sistema jurídico un artefacto en sí mismo perfecto, por cuanto que es completo y contiene solución predeterminada para cualquier caso, es coherente, es decir, sin antinomias, y con normas que son perfectamente claras, transparentes. Con eso el juez era visto como alguien que se limita a subsumir, a buscar en los códigos el molde bajo el que encaja sin vuelta de hoja el caso que haya que dirimir. Todo caso tiene en el código su molde y no hace falta más que meterlo en él y mirar el molde por debajo para ver la solución que contiene para el asunto. Trabajo de puro autómata que hace ociosa, y hasta dañina, la reflexión. Con lo que motivar el fallo es poco más que decir mire, el molde es éste que estaba aquí y el caso son estos hechos que introduzco en él. Y es todo, no hay más. Yo, juez, ni reconfiguro o preciso el molde mediante interpretación ni determino los hechos relevantes con mis valoraciones, simplemente hago una inferencia, saco, con automatismo pleno, la conclusión de las premisas que me vienen dadas y que yo no manipulo en modo alguno.
Y seguimos pretendiendo en nuestras aulas que el futuro jurista se meta todo el cajón de moldes en su cabeza, vía memoria. Es nuestra enseñanza un ejercicio de cirugía, pues le abrimos el cráneo al estudiante, le incrustamos dentro toda la sarta de leyes y reglamentos, comprobamos, a través del examen repetitivo, que ha quedado bien sujeto el implante... y a volar, ya puede usted juzgar de vidas y haciendas. ¿Cómo dice? ¿Que ha sacado la máxima nota uno que no sabe hacer la o con un canuto y que es incapaz de dar razón de nada de lo que se graba en su coco? Bueno, ¿y qué?, ¿acaso para ser juez, fiscal o abogado hace falta saber pensar, razonar con propiedad, argumentar correctamente, responsabilizarse de las propias decisiones y dominar mínimamente las gracias del buen orador? Las mágicas propiedades del Derecho suplen con creces la carencia subjetiva de semejantes atributos. Eso lo necesitará usted si quiere ser representante de comercio, pero para las profesiones jurídicas es claramente prescindible. Las normas jurídicas trabajan por sí solas, el jurista es mero soporte, es el que las lleva en la cabeza. El resto lo hacen ellas. Usted cuando juzgue no va a necesitar más que acercar el caso a esa cabeza suya llena de artículos y se pondrá en marcha un mecanismo seguro, mediante el que la solución de cualquier caso se le manifestará con toda la contundencia de las supremas verdades. Las cosas son lo que son, y sobre lo evidente, aunque sea una evidencia de corte mágico o cuasireligioso –o precisamente por eso-, no hace falta andar argumentando gran cosa ni pretendiendo convencer a nadie.
Y así nos va. Otro día, más.
Entre los jueces, naturalmente, hay de todo, como entre los enconfradores o los profesores. Pero habría que detenerse a pensar con calma y realismo sobre algunas cosas. No es que no se haga de vez en cuando, pero suelen caer en saco roto hasta los más sesudos y fundamentados estudios sobre el asunto. El mismo amigo me ponía ayer el ejemplo del poquísimo caso que se le ha hecho al gran libro de Alejadro Nieto sobre El desgobierno judicial(2004). Y es que las instituciones y la sociedad toda se han hecho impermeables a la crítica, cada cosa sigue a su aire y con sus lacras aunque caigan chuzos de punta. En realidad, tal parece que a nadie -o al menos a nadie que mande algo- le importa nada de nada.
Soy lector muy habitual de sentencias del Supremo (me refiero al Tribunal) y el Constitucional. Y no paro de hacerme cruces y hasta alguna vestidura me he rasgado. Son escandalosamente frecuentes las que contienen razonamientos inverosímiles, falacias como castillos, atentados sangrantes a las más elementales reglas de la lógica y abundancia de los más bajos trucos retóricos. ¿Y eso por qué será? Estoy convencido de que no se trata de desinterés, incompetencia técnica o mala fe. No, creo que la respuesta es más simple: el personal no sabe razonar. No se tiene conciencia suficiente de que la motivación de una sentencia debe contener, en lo formal, un razonamiento claro y riguroso y, en lo material o de contenido, fundamentos suficientes y suficientemente sólidos, razones que reúnan las condiciones de ser bastantes, pertinentes y bien traídas, de modo que el fallo aparezca como desembocadura de una reflexión seria y ponderada y que no tenga trazas de simple intuición más o menos gratuita o, lo que es peor, de hallazgo misterioso en los arcanos de una ciencia exclusiva, extraña y accesible sólo para los iniciados y los bendecidos por los dones de la diosa Justicia. No puede, no debe ser la administración de justicia una rama de las artes adivinatorias o un ejercicio más parecido a la astrología que a una argumentación entre ciudadanos sobre las reglas que rigen nuestra convivencia. No se puede pretender que leamos las sentencias con la fe acrítica del que consulta diariamente su horóscopo o del que se gasta los cuartos pidiéndole a Rappel veredicto sobre su futuro.
¿Acaso enseñamos en las Facultades de Derecho –¿y en la Escuela Judicial?- a razonar competentemente a los jueces del mañana? Me parece obvio que no. Memorización y tente tieso. Y leña al que se le ocurra pensar un poco. La explicación es histórica y está en lo que queda en nuestros métodos de enseñanza de los mitos jurídicos decimonónicos, aquellos que cultivaban la Escuela de la Exégesis y la Jurisprudencia de Conceptos. El mito de ver en el sistema jurídico un artefacto en sí mismo perfecto, por cuanto que es completo y contiene solución predeterminada para cualquier caso, es coherente, es decir, sin antinomias, y con normas que son perfectamente claras, transparentes. Con eso el juez era visto como alguien que se limita a subsumir, a buscar en los códigos el molde bajo el que encaja sin vuelta de hoja el caso que haya que dirimir. Todo caso tiene en el código su molde y no hace falta más que meterlo en él y mirar el molde por debajo para ver la solución que contiene para el asunto. Trabajo de puro autómata que hace ociosa, y hasta dañina, la reflexión. Con lo que motivar el fallo es poco más que decir mire, el molde es éste que estaba aquí y el caso son estos hechos que introduzco en él. Y es todo, no hay más. Yo, juez, ni reconfiguro o preciso el molde mediante interpretación ni determino los hechos relevantes con mis valoraciones, simplemente hago una inferencia, saco, con automatismo pleno, la conclusión de las premisas que me vienen dadas y que yo no manipulo en modo alguno.
Y seguimos pretendiendo en nuestras aulas que el futuro jurista se meta todo el cajón de moldes en su cabeza, vía memoria. Es nuestra enseñanza un ejercicio de cirugía, pues le abrimos el cráneo al estudiante, le incrustamos dentro toda la sarta de leyes y reglamentos, comprobamos, a través del examen repetitivo, que ha quedado bien sujeto el implante... y a volar, ya puede usted juzgar de vidas y haciendas. ¿Cómo dice? ¿Que ha sacado la máxima nota uno que no sabe hacer la o con un canuto y que es incapaz de dar razón de nada de lo que se graba en su coco? Bueno, ¿y qué?, ¿acaso para ser juez, fiscal o abogado hace falta saber pensar, razonar con propiedad, argumentar correctamente, responsabilizarse de las propias decisiones y dominar mínimamente las gracias del buen orador? Las mágicas propiedades del Derecho suplen con creces la carencia subjetiva de semejantes atributos. Eso lo necesitará usted si quiere ser representante de comercio, pero para las profesiones jurídicas es claramente prescindible. Las normas jurídicas trabajan por sí solas, el jurista es mero soporte, es el que las lleva en la cabeza. El resto lo hacen ellas. Usted cuando juzgue no va a necesitar más que acercar el caso a esa cabeza suya llena de artículos y se pondrá en marcha un mecanismo seguro, mediante el que la solución de cualquier caso se le manifestará con toda la contundencia de las supremas verdades. Las cosas son lo que son, y sobre lo evidente, aunque sea una evidencia de corte mágico o cuasireligioso –o precisamente por eso-, no hace falta andar argumentando gran cosa ni pretendiendo convencer a nadie.
Y así nos va. Otro día, más.
Si se trata de eso esta muy bien el Xserve RAID Rack 512 Kb 4 1 Tb, podría irle bien en alguna ocasion al tribunal constitucional, o la supremo, o al tribunal superior de justica en algunos casos de menor cuantía. asi de paso modernizamos la justicia, matizo, en algunos casos.
ResponderEliminarY es lo que hay profesor, por eso a mí me jode tanto que luego los cuatro cultos, con toda la razón del mundo desde luego, se fijen en que si ponemos tal con h o sin ella, yo particularmente trato de mejorar la sintaxis y la expresión, pero no son sólo los jueces sino muy general entre toda la sociedad y sobre todo los medios de comunicación lo que dice en el post "...razonamientos inverosímiles, falacias como castillos".
ResponderEliminarEn la escuela de práctica jurídica, se ve algo más de retórica y de dialéctica, hemos tenido buenas clases con Avelino Fierro, con el juez Rafols, con los letrados Pérez del Valle y Boado, en las que nos han planteado preguntas y nos han proporcionado respuestas muy serias y congruentes, razonamientos en los casos difíciles con buena argumentación.
Hace unos días propuse a los profesores comprometidos con la enseñanza en que nos dediquen algo de su valioso tiempo en la escuela de práctica jurídica, por ejemplo Vd sería bienvenido pero con los brazos abiertos y como Vd varios profesores/as de la facultad
Ilmo Sr catedrático, le diré que la justicia española está tan politizada por los partidos políticos y aparte ya se ha demostrado en algunos casos que ha habido jueces implicados en temas delictivos, los han mandado para su casa y aquí no pasa nada, para tener una justicia tan irracional como ciudadano y español me dan ganas de pegarme un tiro de mierda y morirme de asco y de rabia.
ResponderEliminarY el atentado a FEJONS en Santoña está sin condenar por ningún partido de ámbito nacional o regional en León, ni tan siquiera se han pronunciado Dn Juan Vicente Herrera ha tenido la desfachatez de no condenar el atentado de Santoña como presidente , ni el Ayuntamiento de León, ni la Diputación provincial, ni los consejos comarcales, así que ya me dirá VI el concepto que tengo del sistema judicial español.
Animo iocandi (no se enfade nadie).
ResponderEliminarMuy mal esto de meterse con los señores magistrados. A ver qué harían Vdes. en su lugar. Veamos un ejemplo:
- STS (Sala 2ª) nº 540/2005, de 7 de abril, F.D. 3º: “Cierto es que, en el caso, la actividad del acusado no se ajusta en su estricta literalidad a la descripción típica (...) Pero consideramos que la actuación del acusado (...) es jurídicamente equiparable (…) al ilícito aplicado”. Y LE CONDENAN POR ESE TIPO PENAL.
¿Es que no lo entienden, oh bloggeros de corazón de piedra? ¡Es una prevaricación cometida en error de prohibición invencible! El autor sabe que el hecho no encaja en el tipo penal, pero cree que sí puede condenar: para eso es un juez. Es evidente que está convencido de que actúa legalmente (si no, no diría tan expresamente: "el tipo no es aplicable, pero mira, lo voy a aplicar": sería una confesión en toda la regla).
Vaya: que es un error de prohibición (art. 14.3 CP). Y es invencible (el autor no podía salir de su error aplicando la diligencia debida), porque en su entorno laboral todo sioD cree que los jueces pueden aplicar las normas a su libre arbitrio, aunque no se dé su supuesto de hecho.
Ahí le querría yo ver, Garciamado.
Y ahora en serio: ¡AHÍ LE QUERRÍA YO VER! Anímese, hombre.
Je, ATMC, habrá que echarle un vistazo en serio a esa sentencia que cita. A la vuelta, sin falta. Yo tengo una colección guapa con abundantes razonamientos abracadabrantes. En muchas sale Pumpido de ponente, jeje. Y juro que no las busqué a posta, es puramente casual. Pobre hombre.
ResponderEliminarAnónimo, no crea que no estamos en la Escuela que usted ahora visita por falta de ganas o interés. Hay codazos por trincar allí y pilla los que más los abogados & cia, jeje.
Voxpopuli, yo estoy más lejos de Falanje que de mi pueblo en este momento, en que me encuentro en Nicaragua, pero en una cosa le doy la razón: si la bomba hubiera caido a los simétricos del otro lado, habría más ruido de condenas. Andamos descompensados.
A Iurisprudent lo noto enigmático y esotérico estos días. Intuyo que hondas preocupaciones lo embargan.
Cuentan que una famosa cadena británica de grandes almacenes tiene en plantilla a un tipo esmirriado y con aire de despiste que, ante cualquier reclamación, es llamado de inmediato, para recibir ante el cliente una monumental bronca de sus superiores, seguida de un ficticio despido: todos quedan satisfechos.
ResponderEliminarLos juristas, en especial los profesores de Derecho, han encontrado una figura equivalente en los jueces, sometidos estatutariamente a restricciones de la libertad de expresión que los convierten en blanco cómodo e inofensivo para la crítica de quienes se dedican a lo que ellos mismos (con notable exageración) llaman "ciencia" del Derecho.
Olvidan -o nunca han querido saber- que los jueces resuelven asuntos reales y que los dislates -a veces, bien argumentados- que los profesionales del refrito pueden producir y publicar impunemente, no se los puede permitir un juez.
Cuando los "científicos" del Derecho "juegan" a jueces (como ocurre, con resultados tragicómicos, en el Tribunal Constitucional) cualquier disparate es posible.
Iba a continuar con los abogados, pero lo dejaré para otro día.