18 marzo, 2006

Para qué vale un doctor en Latinoamérica.

Tranquilo todo el mundo, no voy a hablar de médicos.
Sin ánimo de exagerar o de presumir demasiado -lo justo nada más-, creo que habré impartido cursos, seminarios y conferencias más de cien veces en universidades latinoamericanas. Y que habré pateado mas de una treintena de tales universidades. Ya voy conociendo el percal. Y hay algo que no deja de sorprenderme. Esas instituciones son para sus profesores propios mejor formados como Saturno devorando a sus hijos. Los agotan, los exprimen, los secan en trabajos de gestión. Será tal vez porque a ellos les gusta -sarna con gusto...-, pues alguno -muy pocos- conozco que no se deja y no le pasa nada. Y reconozco también que algo de eso ocurre en España, donde en lo mejor de su madurez intelectual cualquier cátedro se hace vicerrector o cosa así y hasta luego Lucas, a hablar todo el día con concejales y/o marujos y a tomar por la retambufa la investigación y todo el cuento. Pero sigamos con los colegas de Latinoamérica.
Me llaman la atención especialmente los que son doctores. Casi todos han hecho un gran esfuerzo por viajar a Europa y aguantar unos años de estudio intenso y sacrificado en condiciones no siempre fáciles. Unas veces los financian sus universidades, otras se agencian una beca de algún otro lado, otras se lo pagan como pueden, unos mejor y otros de pena. Pero el caso es que acaban haciendo una tesis doctoral entre digna o muy buena. Y luego regresan a sus países y sus centros. Y si te ví no me acuerdo. Ni un puñetero libro nunca más. De inmediato a dirigir algo, a mandar mucho, a rodearse de secretarias, a atiborrar agendas, a estudiar la futura reforma de los jardines del campus o la renovación del mobiliario de las aulas o la organización de una maestría sobre la cría de lombrices en cautividad. Y el caso es que yo los miro y los veo bastante felices, tal vez porque esa birria de poder en sus países es mucho, o es buena palanca para trincar un día despacho a la diestra de algún preboste, o plaza de magistrado auxiliar de alguna corte constitucional de intachable andadura técnica y democrática. Pero en el fondo sigo sin entenderlo.
¿Por qué no se encomienda la gestión universitaria a administradores profesionales o a profesores que no valen para otra cosa -los hay a patadas de los que harían eso muy bien y, en cambio, con un libro en las manos son carne de urticaria- y se pone a éstos, que algo han demostrado ya de su capacidad investigadora, a enseñar a investigar a otros y a seguir investigando ellos? Sí, sé la respuesta. Porque a la inmensa mayoría de las universidades privadas el rollo investigador les importa un bledo, van sólo a la caza y captura del vil metal y únicamente quieren a sus doctores de escaparate y señuelo; y porque casi todas las universidades públicas del subcontinente no son más que un comedero de politicastros frustrados con afanes de pisar moqueta en el próximo cambio de gobierno. Todo, por supuesto, con sus correspondientes excepciones, que son pocas.
Qué lástima.

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