(Ya hace tiempo mi colega y buen amigo Paco Sosa había mostrado idéntica perplejidad a la que recientemente a mí me sobrevino en tema de encuestas de opinión pública. Invito al público con opiniones que no cuentan a sumarse a nuestro enojo. Esto nos decía con su habitual prosa efervescente. J.A.G.A.).
¿Qué cara tendrá? ¿Cuál será su aspecto? ¿Será espigado y de buen talle, altiva su mirada, desafiante su porte, decididos sus andares y atrevidos sus gestos? O, por el contrario, ¿serán tristes sus ojos, desgarbada su vitola, apocados sus movimientos e imprecisos sus ademanes? ¿Será bilioso u oliváceo? ¿Tendrá aspecto crepuscular o hiperbóreo?
Y su inteligencia ¿será viva y luminosa o confusa y opaca? ¿Será sensible a la ardiente inspiración del compositor o confundirá los compases de una zarabanda con los de una habanera? ¿Percibirá el estro del poeta o le sonará a jerigonza la cadencia de un soneto? ¿Gustará de la buena prosa o preferirá leer el sólido balance de una sociedad siderometalúrgica? ¿Apreciará las reglas de la oratoria o considerará a la ministra portavoz una musa de la retórica?
¿Será creyente o descreído? ¿Aseado o sucio? ¿Pelmazo o ameno? ¿Le crecerán en las orejas esos pelos que a tantos nos afean o dispondrá de esos envidiables pabellones auditivos lampiños y sonrosaditos? ¿Tendrá alto o bajo el colesterol? Y el ácido úrico ¿le torturará con una dieta monótona y con olor a huésped? ¿Será estreñido o desocupará con formalidad y brío?
En fin ¿cómo será el encuestado? ¿Cómo será ese sujeto afortunado a quien preguntan en las encuestas? Todos sabemos que los periódicos publican cada día una encuesta. Las cuestiones más ligeras o las más arduas son formuladas a diario a miles y miles de españoles. Hay un centro oficial, grávido de funcionarios, ordenadores y nóminas, especializado en sacudir el humano y egoísta aislamiento y averiguar nuestros más reservados pensamientos, aquellos que se agitan en los abisales adentros de cada quisque; hay varias decenas de empresas privadas, con sus impecables ejecutivos de sedosas corbatas y rígidos portafolios, sus camelos y sus abultadas facturas, dedicadas asímismo a indagar nuestros fondos y sacarlos sin pudor del oscuro hipogeo de nuestra intimidad.
Se descubre, gracias a esos enigmáticos e inencontrables personajes que son los encuestados, asuntos en verdad trascendentes: si los españoles disfrutamos mucho, poco o regular con los bocadillos de cecina o si simplemente no los tomamos; si la práctica del coito se somete a espaciadas y dolorosas intermitencias o a una jubilosa regularidad; si se realiza siempre en el seno del matrimonio o en seno ajeno; si los españoles nos derramamos en cavidades improcedentes más o menos que los turcochipriotas; cuántas veces y bajo qué vestidura se nos aparece la Virgen o si no se nos aparece nunca o casi nunca; si rezamos el rosario completo o saltándonos los misterios más dolorosos; si las mujeres toman la píldora anticonceptiva más o menos que cuando se inventó el globo aerostático; si el aseo corporal incluye trabajar con minuciosidad las zonas más expuestas a la delatora transpiración o si se practica con comedimiento monjil y, por tanto, sin demoras concupiscentes; si se atiende en el sermón del domingo o si la imaginación aprovecha ese apreciable momento para aventurarse por desconocidos espacios y así otras tantas y tantas cuestiones que ayudan a comprender y a revelar el humano proceder.
Pues bien, yo no soy, ay, joven; he vivido en varias ciudades españolas e incluso en algunas del remoto extranjero, soy de un tamaño que permite mi fácil localización y, aun reuniendo tan apreciables cualidades, nunca, jamás, he sido encuestado. Nadie me ha preguntado nada y yo quiero que alguien, alguno de esos encuestadores de los de grabadora en astillero, pluma antigua, cuerpo flaco y automóvil corredor, alguna vez, una sola vez en mi vida, me pregunte algo: si uso brocha o espuma en el afeitado, si gasto calzoncillos de los que aprisionan los genitales o de esos otros, más compasivos, que les imprimen un suave y equilibrador balanceo, si finjo el orgasmo o es auténtico y seguro. En fin, algo; quiero alguna ocasión para salir en los periódicos, incluido en un expresivo tanto por ciento.
¿Qué habrá que hacer, me pregunto por las mañanas, para ser encuestado? Puede ser que se celebren oposiciones, a lo mejor existe ya un escalafón de encuestados y yo lo ignoro. Pido que alguien, algún alma benigna, me lo aclare y, si no, por caridad, que, al menos, me encueste.
Y su inteligencia ¿será viva y luminosa o confusa y opaca? ¿Será sensible a la ardiente inspiración del compositor o confundirá los compases de una zarabanda con los de una habanera? ¿Percibirá el estro del poeta o le sonará a jerigonza la cadencia de un soneto? ¿Gustará de la buena prosa o preferirá leer el sólido balance de una sociedad siderometalúrgica? ¿Apreciará las reglas de la oratoria o considerará a la ministra portavoz una musa de la retórica?
¿Será creyente o descreído? ¿Aseado o sucio? ¿Pelmazo o ameno? ¿Le crecerán en las orejas esos pelos que a tantos nos afean o dispondrá de esos envidiables pabellones auditivos lampiños y sonrosaditos? ¿Tendrá alto o bajo el colesterol? Y el ácido úrico ¿le torturará con una dieta monótona y con olor a huésped? ¿Será estreñido o desocupará con formalidad y brío?
En fin ¿cómo será el encuestado? ¿Cómo será ese sujeto afortunado a quien preguntan en las encuestas? Todos sabemos que los periódicos publican cada día una encuesta. Las cuestiones más ligeras o las más arduas son formuladas a diario a miles y miles de españoles. Hay un centro oficial, grávido de funcionarios, ordenadores y nóminas, especializado en sacudir el humano y egoísta aislamiento y averiguar nuestros más reservados pensamientos, aquellos que se agitan en los abisales adentros de cada quisque; hay varias decenas de empresas privadas, con sus impecables ejecutivos de sedosas corbatas y rígidos portafolios, sus camelos y sus abultadas facturas, dedicadas asímismo a indagar nuestros fondos y sacarlos sin pudor del oscuro hipogeo de nuestra intimidad.
Se descubre, gracias a esos enigmáticos e inencontrables personajes que son los encuestados, asuntos en verdad trascendentes: si los españoles disfrutamos mucho, poco o regular con los bocadillos de cecina o si simplemente no los tomamos; si la práctica del coito se somete a espaciadas y dolorosas intermitencias o a una jubilosa regularidad; si se realiza siempre en el seno del matrimonio o en seno ajeno; si los españoles nos derramamos en cavidades improcedentes más o menos que los turcochipriotas; cuántas veces y bajo qué vestidura se nos aparece la Virgen o si no se nos aparece nunca o casi nunca; si rezamos el rosario completo o saltándonos los misterios más dolorosos; si las mujeres toman la píldora anticonceptiva más o menos que cuando se inventó el globo aerostático; si el aseo corporal incluye trabajar con minuciosidad las zonas más expuestas a la delatora transpiración o si se practica con comedimiento monjil y, por tanto, sin demoras concupiscentes; si se atiende en el sermón del domingo o si la imaginación aprovecha ese apreciable momento para aventurarse por desconocidos espacios y así otras tantas y tantas cuestiones que ayudan a comprender y a revelar el humano proceder.
Pues bien, yo no soy, ay, joven; he vivido en varias ciudades españolas e incluso en algunas del remoto extranjero, soy de un tamaño que permite mi fácil localización y, aun reuniendo tan apreciables cualidades, nunca, jamás, he sido encuestado. Nadie me ha preguntado nada y yo quiero que alguien, alguno de esos encuestadores de los de grabadora en astillero, pluma antigua, cuerpo flaco y automóvil corredor, alguna vez, una sola vez en mi vida, me pregunte algo: si uso brocha o espuma en el afeitado, si gasto calzoncillos de los que aprisionan los genitales o de esos otros, más compasivos, que les imprimen un suave y equilibrador balanceo, si finjo el orgasmo o es auténtico y seguro. En fin, algo; quiero alguna ocasión para salir en los periódicos, incluido en un expresivo tanto por ciento.
¿Qué habrá que hacer, me pregunto por las mañanas, para ser encuestado? Puede ser que se celebren oposiciones, a lo mejor existe ya un escalafón de encuestados y yo lo ignoro. Pido que alguien, algún alma benigna, me lo aclare y, si no, por caridad, que, al menos, me encueste.
Alegraos, llenos de gracia: a mí SÍ me han encuestado. Y a tutiplén, además. Y me han preguntado por la radio que escucho. Y el periódico, si lo leo en internés, en el curro o en casita. Y cuánto gano (y han llorado, compungidos, conmigo).
ResponderEliminarCon lo de la Radio fue interesante. Parece que querían que dijese "la COPE", y no lo decía. Llegué a decir ocho emisoras, y la tía venga a insistir: "¿y ninguna más?".
Por lo demás: ocupo un poco más del espacio que me corresponde. He vivido en unas cuantas poblaciones. Mis orejas son, diré con recatado orgullo, proporcionadas, redondillas como letra de colegiala y sin pelos ni señales. Y no me atrevo a explayarme sobre el brío y la formalidad de mi desocupación.
¡DIOSES! Jamás le perdonaré al Sr. Sosa que me haya obligado a leer eso del brío y la formalidad. Me acompañará de por vida. Maldita mi suerte. Si uno lo piensa bien, maldita la de todos nosotros.
Una vez mas nos sorprende el Profesor Sosa Wagner con su prosa distendida y agradable que a nadie, creo, puede o deja indiferente. Es mi primera intervención en este blog, pese a ser lector asiduo del mismo, y no se por que motivo hoy he decidido incorporar mi comentario. He de decir, en honor a la verdad, que soy alumno de la Facultad de Derecho de León y que admiro profundamente al Profesor Sosa Wagner.
ResponderEliminarPor otro lado, quiero felicitar igualmente al Profesor García Amado, con quien igualmente tanto disfruto en sus clases, como con la lectura de sus post. Son dos profesores de los que me llevare conmigo siempre gratos recuerdos, y de los cuales los jóvenes tenemos tanto que aprender, y me rfeirero no sólo al campo docente.
He decidido pillar durante un mes de este año un trabajito de encuestador, no se a como pagarán la el taco de encuestas. Pero si se que no habra problema si vas como autónomo.
ResponderEliminarAnotaré: Sosa Wagner necesita ser encuestado, y García Amado queda de camino a mano derecha.
PD: Por favor ya va siendo hora de que entren en las estadísticas.