Facultad de Derecho andaluza. Doy mi charla en régimen seminario con un grupo de excelentes compañeros, un equipo agradable que se conoce muy bien y tiene una vieja y sólida relación. Todo va a las mil maravillas y acabamos en un debate tan amistoso como interesante.
Llega la hora de comer y somos diez. Al segundo plato sale el tema inevitable, el de las naciones, las realidades nacionales, las autodeterminaciones, los estatutos de autonomía, la puta mierda. Y es como si de pronto una tormenta descargara su fuerza más brutal sobre la mesa, rayos y centellas. A los diez minutos de salido el tema ya vuelan de lado a lado las acusaciones, las descalificaciones, los desafíos y hasta los insultos. Armas dialécticas similares en los de una tesis y los de la otra, pasadas por el temiz de cada temperamento. Malditas naciones y coñas, malditas. Llego a temer que el almuerzo acabe a golpes, pero alguno de los más calmados insiste en que urge irse y queda ahí la disputa. Luego, de camino al hotel, mis acompañantes me cuentan que el viejo grupo ya rehuye las ocasiones de encuentro, pues tales guerras están, de poco para acá, a la orden del día.
Se me hace más firme el temor que en los últimos tiempos me acompaña, la convicción de que en este país, o Estado, o lo que sea, vivíamos tranquilos y en bastante buena armonía hasta que un puñado de irresponsables, seguidos a ciegas por unos cientos de borregos a sueldo y con escaño, decidió destapar la caja de los truenos, mentar a la madre de cada uno, revolver la mierda seca, hacer acopio de carroña para alimentarse durante los inviernos parlamentarios, acumular sangre para su vampiresca sed de mayoría de gobierno a cualquier precio. Y me da igual quién empezó, no seamos pueriles. Y no me vengan con el viejo pretexto del tu quoque. Todo el que se solaza en el estiercol es un gusano. Y punto. Nada importan las iniciales de su partido, cuentan los hechos y los resultados. Me refiero a los políticos profesionales, obviamente.
Ojalá se les vuelva en contra, ojalá los ciudadanos acertemos a ver a tiempo que la culpa es de quienes nos azuzan. Y que les demos una sonora patada en el culo. Y luego vayámonos a tomar unos vinos y a hablar felizmente de las cosas de la vida. Como antes.
Se me hace más firme el temor que en los últimos tiempos me acompaña, la convicción de que en este país, o Estado, o lo que sea, vivíamos tranquilos y en bastante buena armonía hasta que un puñado de irresponsables, seguidos a ciegas por unos cientos de borregos a sueldo y con escaño, decidió destapar la caja de los truenos, mentar a la madre de cada uno, revolver la mierda seca, hacer acopio de carroña para alimentarse durante los inviernos parlamentarios, acumular sangre para su vampiresca sed de mayoría de gobierno a cualquier precio. Y me da igual quién empezó, no seamos pueriles. Y no me vengan con el viejo pretexto del tu quoque. Todo el que se solaza en el estiercol es un gusano. Y punto. Nada importan las iniciales de su partido, cuentan los hechos y los resultados. Me refiero a los políticos profesionales, obviamente.
Ojalá se les vuelva en contra, ojalá los ciudadanos acertemos a ver a tiempo que la culpa es de quienes nos azuzan. Y que les demos una sonora patada en el culo. Y luego vayámonos a tomar unos vinos y a hablar felizmente de las cosas de la vida. Como antes.
Me cago en el espíritu de los pueblos y en el alma de las naciones. Es mi modesta contribución idiota a un debate idiota.
Pues aquí en León hace hoy un día precioso, un sol radiante y fresco, da gusto pasear por la calle.
ResponderEliminarAquí en Gililandia también, la brisa es una delicia.
ResponderEliminarDos observaciones idiotas, ya que estamos en ese tono:
1) cuando hay ganas de pelear, se encuentran las excusas,
2) cuando alguien se pelea, la responsabilidad es, sobre todo, suya. A lo mejor también la tienen los azuzantes, pero será en todo caso compartida, nunca exclusiva.
Paz, hermanos,
Hay más mundos que ombligos, porque para mí que hay ombligos que tienen dos o tres mundos. Y digo esto porque quizá caigamos más a menudo de lo que creemos en la trampa de universalizar nuestro ombligo y de pensar, por tanto, que lo que a nosotros nos parece razonable y sensato también le parece así al resto de la humanidad. Y los ombligos son como el cepillo de dientes: cada uno el suyo y no se (inter)cambian.
ResponderEliminarHace unas semanas nos aburrieron pasando por televisión las imágenes de las hinchadas de dos equipos que habían ganado uefas y champions. A mi los hinchas me parecían marcianos: les miraba, les oía, les veía, y no encontraba entre ellos y yo ningún rasgo común. Su euforia me parecía exagerada, desproporcionada y casi impúdica. Sus lágrimas me alucinaban y sus declaraciones me hacían sonrojar. Marcianos sí: pero ¡hay qué ver cuántos!
Pues lo de la cosa nacional debe ser algo parecido: los hay que lo llevan en la víscera, y los demás no lo entendemos ni queriendo. A mi ya pueden azuzarme del modo que quieran, que con ese tema no me calientan (ya me he quitado), y por lo que veo a usted tampoco. Se ve que no es víscera nuestra. Pero quién sabe, a lo mejor dentro de quince o veinte años llega un iluminado que decide eliminar de la ortografía castellana la hache, o los acentos, o quemar todos los libros que tengan más de doscientas páginas, y se me enciende a mi la víscera y no atiendo a razones de ningún tipo, por buenas y poderosas que sean.
Lo de las vísceras es tan complicado...
Feliz periplo andaluz
Tiene razón usted, amigo amigo, una parte, al menos, de las responsabilidad es también del azuzado que entra el trapo. Desde luego que sí. Ya ve que hay maneras de evitarlo, como las que exhiben Iurisprudent y Ariadna, respectivamente: ironía y ombligo.
ResponderEliminarPor cierto, a usted mismo le debo contestación desde hace tiempo, a propósito de su pregunta sobre los africanos, derivada de aquel post sobre cayucos. Pues la contestación es que claro que me impresiona la pobreza. También, y especialmente, la que he visto tantísimas veces en Latinoamérica. Debería ser obligatorio para todo el mundo darse una vuelta por ciertos lugares. Y por eso he escrito aquí que ojalá vinieran muchos de aquellos aquí y largáramos para allá a tanto exquisito y quejoso de los nuestros, comenzando por mucho niñato. Yo no estoy en contra de la inmigración, aunque me parece que casi nadie me cree. Sólo critico a un Estado que no tiene en verdad política inmigratoria, ni en un sentido ni en otro, que sólo improvisa. Y así está este Estado, antes con un gobierno y ahora con otro.
República mundial y todos a buscarse la vida en igualdad de condiciones y oportunidades. Por eso soy cosmopolita y universalista, aunque me guste la fabada, o la cecina, y sea del Sporting de Gijón.
Saludos cordiales.
Apoyo la idea de República mundial, aunque sólo sea en el sentido que señala Ruiz Miguel : "... la utopía del estado mundial permite al menos cumplir una cierta función crítica del presente". Alfonso Ruiz Miguel.Una filosofía del Derecho en modelos históricos. pag 268. Ed Trotta.
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