Ha vuelto a ocurrir. Y da que pensar. Esta misma semana de nuevo he coincidido en comidas y encuentros con personajes relevantes de la vida jurídica y política de este país. Dicen auténticas pestes de todo. Y no sólo de nuestra particular situación como Estado-nación que vive sin vivir en sí; o de nuestro especialísimo Presidente y esa mala uva que se gasta bajo su máscara de pocholín. Hasta del destino de la civilización occidental oí esta vez a los admirados interlocutores perorar con el mayor de los pesimismos, convencidos como están, al parecer, de que todo este montaje nuestro se va a tomar vientos en cosa de pocos años, incapaz de resistir la presión de otras culturas más fogosas, menos desgastadas por los excesos del bienestar y confiadas en dioses sanguinarios, que ayudan mucho en los menesteres de conquista.
Ya me voy acostumbrado a semejantes desdoblamientos de gentes que tienen mucho que decir en privado y opiniones tan radicales como bien fundadas, a veces, pero que se cuidan muy mucho de manifestarlas públicamente, no se vaya a perjudicar algún negocio o a indignar algún cliente o a molestarse el Director General de algo que dé de comer. Otros hay que no son así, pero muy pocos.
Una de mis mayores perplejidades a este propósito fue hace ya unos años, cuando en una cena escuché a un anterior altísimo cargo del PSOE decir, iracundo, que lo que había que hacer con el problema vasco era meter los tanques y matar a unos miles de cabrones. Así, tal cual, palabra de honor. Y podría contar bastantes más casos de ese calibre, aunque éste es de los extremos. ¿Y entonces? Cuánto sufrirá esta gente, supongo, obligada a desdoblarse tan malamente entre unas convicciones privadas tan críticas y aventadas, burras a veces, y una imagen pública o profesional que es todo un dechado de pensiero debole y de talante a la moda, es decir, light, soft, plano, flácido.
Lo que sigue pasando ahora en el PSOE constituye un ejemplo radical de esto que indico. No es que me queden demasiados amigos en ese partido desde que me ha dado por cascar inconveniencias, pero sigo conociendo bastante de sus internos desgarros. Y es la monda. Están casi todos los personajes de relieve de ese partido muy, pero que muy enfadados con el rumbo que a su barco le ha puesto ZP. Sueltan por la boca espumarajos cuando se refieren a su líder. Los chistes más crueles sobre su jefe los cuentan ellos. Las advertencias más terribles sobre cómo todo se está yendo al carajo las hacen ellos. Eso sí, siempre y en todo caso en privado y en confianza. Y si te chivas lo niegan como niños traviesos y consentidos. Pues quieren seguir poniendo el cazo, o pidiendo el favor, u ordeñando el carguete, o figurando entre los “majos con los que se puede contar”. Son una piltrafilla, no sé por qué no achantan. Que se metan los billetes en el escote y que se dejen de dar lecciones a los que sólo estamos tomándonos un güisqui en la barra, caray. Leguina y Guerra se la envainan por la perra. No es mal lema como descripción de la envergadura moral de nuestro tiempo, ¿verdad?
Ya me voy acostumbrado a semejantes desdoblamientos de gentes que tienen mucho que decir en privado y opiniones tan radicales como bien fundadas, a veces, pero que se cuidan muy mucho de manifestarlas públicamente, no se vaya a perjudicar algún negocio o a indignar algún cliente o a molestarse el Director General de algo que dé de comer. Otros hay que no son así, pero muy pocos.
Una de mis mayores perplejidades a este propósito fue hace ya unos años, cuando en una cena escuché a un anterior altísimo cargo del PSOE decir, iracundo, que lo que había que hacer con el problema vasco era meter los tanques y matar a unos miles de cabrones. Así, tal cual, palabra de honor. Y podría contar bastantes más casos de ese calibre, aunque éste es de los extremos. ¿Y entonces? Cuánto sufrirá esta gente, supongo, obligada a desdoblarse tan malamente entre unas convicciones privadas tan críticas y aventadas, burras a veces, y una imagen pública o profesional que es todo un dechado de pensiero debole y de talante a la moda, es decir, light, soft, plano, flácido.
Lo que sigue pasando ahora en el PSOE constituye un ejemplo radical de esto que indico. No es que me queden demasiados amigos en ese partido desde que me ha dado por cascar inconveniencias, pero sigo conociendo bastante de sus internos desgarros. Y es la monda. Están casi todos los personajes de relieve de ese partido muy, pero que muy enfadados con el rumbo que a su barco le ha puesto ZP. Sueltan por la boca espumarajos cuando se refieren a su líder. Los chistes más crueles sobre su jefe los cuentan ellos. Las advertencias más terribles sobre cómo todo se está yendo al carajo las hacen ellos. Eso sí, siempre y en todo caso en privado y en confianza. Y si te chivas lo niegan como niños traviesos y consentidos. Pues quieren seguir poniendo el cazo, o pidiendo el favor, u ordeñando el carguete, o figurando entre los “majos con los que se puede contar”. Son una piltrafilla, no sé por qué no achantan. Que se metan los billetes en el escote y que se dejen de dar lecciones a los que sólo estamos tomándonos un güisqui en la barra, caray. Leguina y Guerra se la envainan por la perra. No es mal lema como descripción de la envergadura moral de nuestro tiempo, ¿verdad?
Da que pensar el modo como se extiende esta esquizofrenia aviar, pues es propia de pajarracos y pajaritos. La gente, casi toda y no sólo la que está pendiente de canonjías y chollos, se tienta la ropa antes de decir lo que piensa, mira alrededor, calcula lo que los otros van a pensar y de qué lista lo van a sacar a uno si se sincera, si la de los majos, la de los progres, la de los tolerantes, la de los pacifistas, la de los feministas, la de los multiculturales, la de los que entienden de vinos o de sushi. La única lista que ya no importa un pelo es la de los decentes. Ahí sí puedes contar que has trincado a discreción o que menudo pelotazo te ha salido. En lo demás, cuidadín, no vaya alguien a creer que no estás en la pomada y andas flojo de talante y ambiciones.
Por cierto, y aunque malamente venga a cuento con lo anterior, en amistoso almuerzo nos preguntábamos algunos el otro día por qué la había tomado El País con las nacionalizaciones de Evo. Je, tonto de mí, ya me he enterado: porque Polanco es dueño en Bolivia de varios periódicos y una cadena de televisión. Me troncho. Me encantan el periodismo independiente y los editoriales no manipuladores. Y el capitalismo no monopolista. Tócamela otra vez, Sam.
No hay comentarios:
Publicar un comentario