Un probo consumidor, que en tiempos contrató con Amena, quería liberar su móvil y cambiar de compañía. Se comunica con el teléfono de atención al cliente (470) y le indican que para ese trámite debe llamar al 651822222. Parece un número normal del móvil. Confiado, marca tales dígitos y sale una simpática máquina que le recita lo de siempre: su llamada será atendida en breves momentos, manténgase a la espera. Pasa un minuto, y otro, y otro. A los cinco minutos el buen hombre comienza a inquietarse y se pregunta si esa llamada será gratuita, pues no le han informado de ese sutil matiz. Los minutos siguen corriendo. La voz maquinal repite periódicamente su mensaje de invitación a la paciencia. Cuando llegan los minutos a dieciséis, aburrido, cuelga. Vuelve a comunicarse con atención al cliente para preguntarles si era gratuito o de pago el anterior diálogo infructuoso con la máquina repetidora. Le explican que no, que tiene coste de llamada normal a móvil. Mira qué bien, les sale rentable el robot, seguro que ya lo amortizaron. El paciente consumidor pide a la operadora de información que le pase con un responsable ante el que hacer la gestión directamente, sin intermediarios en off. Le responden que no, que no hay más vía ni más bemoles que llamar al móvil de los demonios y apoquinar según tarifa. Así que vuelve a marcar el 651822222 y más de lo mismo, no ha cambiado ni el mensaje de la máquina ni su tono monocorde. Es lo que tienen las máquinas, que no se cansan. Esta vez aguarda sólo cinco minutos. En total, ya se ha pulido amena veintiún minutos por el morro. Es una estafa práctica y moderna, de las que nos dejan cara de tonto y la sensación de que se han quedado con nosotros a base de bien. Llama por tercera vez a atención al cliente y les ruega que lo pasen con un responsable de carne, hueso y voz humana. La operadora le hace saber que primero debe contarle a ella toda la historia para ver con qué responsable lo pasa. Así lo hace, y cuando termina nuestro hombre su narración, la llamada se corta. Magias tecnológicas, imponderables de las comunicaciones, ya se sabe, estaría cargado electromagnéticamente el éter y, casualidad, se fue la onda cuando tocaba darle al cliente respuestas y razones. Los caminos del satélite son inescrutables. Vuelta a llamar y recomienza la historia: que lo pasen con un responsable, please. La mujer de hielo insiste en que le narre a ella lo que pasa, para ver con quién lo pasa. Que mire, que se puede volver a cortar, póngame ya con quien proceda. Pues va a ser que no, qué pena, ¿sabe?, porque no nos es posible ponerle con nadie en particular. Ah, ¿no?, ¿y entonces cómo transmito yo mi queja y a quién reclamo para que me devuelvan el importe de las llamadas sin éxito? Ah, es eso, pues mire, para tal menester debe usted enviarnos un fax al número tal.
El fenómeno conocido como hinchazón de pelotas es un trastorno psicológico provocado por un fuerte estrés que, a su vez, es inducido por un cabreo de proporciones mayúsculas, pero el que lo sufre lo siente mismamente ahí, como si fuera físico, una apretura y una presión dolorosas. Nuestro consumidor opta por el plan B y se va a una tienda de Amena a contarles el caso y a implorar solución. Lo escuchan, y como si nada. Eso sí, le sugieren que presente una reclamación en las oficinas de consumo. Él les ruega que le muestren un contrato modelo, por ver si en los contratos se contiene alguna cláusula, en letra pequeña, por supuesto, sobre el modo de tramitar las reclamaciones. Le prestan uno, que nada explica sobre ese particular, pero él les pide que le dejen llevárselo, para basarse en él a la hora de hacer su reclamación. Le responden que no se lo pueden entregar, que sólo es posible que lo lea sin llevárselo. Pues háganme una copia o permítanme hacerla a mí, les solicita él. Imposible, las reglas son estrictas, no nos está permitido cometer tamaño exceso. Así que pide hablar con la encargada de la tienda, que, con suma amabilidad, se hace cargo del problema, muestra toda su comprensión y simpatía, le da copia del contrato estándar y le recuerda, de paso, que la única manera de reclamar es mandando un fax al número ya indicado. Inquiere el cliente si puede desde la tienda misma enviar tal fax y le dicen que sí, por supuesto, pero que tenga muy en cuenta un pequeño detalle: que el fax de ellos padece una leve avería, que hace que no genera el papelito ese que pone OK cuando la comunicación ha llegado con éxito a su destinatario. O sea, usted envíelo desde aquí si le da la gana, pero nunca podrá demostrar que llegó a su destino. Sistema fácil, práctico, cómodo y honesto para darle una vuelta más de tuerca a los ya muy doloridos atributos del sufrido consumidor.
Así que nuestro hombre se va con la música a otra parte, ciscándose en los gestores supremos de tan Amena empresa. En sus cavilaciones, halla de pronto una explicación. Claro, cómo no se me ocurrió, descienden todos de Morgan, Drake y otros fanáticos de la pata de palo, aunque ellos no lo sepan. Porque ellos, pobrecitos, nunca han sabido en realidad quién fue su padre, tantas fueron las bolas que concurrieron a ese bombo, y de ahí que semejantes tiburones del negocio fácil se hayan dedicado con saña a dar palos impunemente a los pobres ciudadanos que sólo quieren que no los timen y que les permitan defender sus derechos con una mínima eficacia. Bien se sabe que la figura paterna desempeña un papel importantísimo a la hora de forjar la personalidad del futuro adulto y, claro, la ausencia de progenitor conocido provoca desarreglos que luego no se superan ni forrándose. Y eso sin contar la desazón que se produce el ver a la mamá en un oficio tan sacrificado. Lo único que les quedó de ella fue el hábito de cobrar a tocateja por todos los servicios, hasta por los que se fingen.
El fenómeno conocido como hinchazón de pelotas es un trastorno psicológico provocado por un fuerte estrés que, a su vez, es inducido por un cabreo de proporciones mayúsculas, pero el que lo sufre lo siente mismamente ahí, como si fuera físico, una apretura y una presión dolorosas. Nuestro consumidor opta por el plan B y se va a una tienda de Amena a contarles el caso y a implorar solución. Lo escuchan, y como si nada. Eso sí, le sugieren que presente una reclamación en las oficinas de consumo. Él les ruega que le muestren un contrato modelo, por ver si en los contratos se contiene alguna cláusula, en letra pequeña, por supuesto, sobre el modo de tramitar las reclamaciones. Le prestan uno, que nada explica sobre ese particular, pero él les pide que le dejen llevárselo, para basarse en él a la hora de hacer su reclamación. Le responden que no se lo pueden entregar, que sólo es posible que lo lea sin llevárselo. Pues háganme una copia o permítanme hacerla a mí, les solicita él. Imposible, las reglas son estrictas, no nos está permitido cometer tamaño exceso. Así que pide hablar con la encargada de la tienda, que, con suma amabilidad, se hace cargo del problema, muestra toda su comprensión y simpatía, le da copia del contrato estándar y le recuerda, de paso, que la única manera de reclamar es mandando un fax al número ya indicado. Inquiere el cliente si puede desde la tienda misma enviar tal fax y le dicen que sí, por supuesto, pero que tenga muy en cuenta un pequeño detalle: que el fax de ellos padece una leve avería, que hace que no genera el papelito ese que pone OK cuando la comunicación ha llegado con éxito a su destinatario. O sea, usted envíelo desde aquí si le da la gana, pero nunca podrá demostrar que llegó a su destino. Sistema fácil, práctico, cómodo y honesto para darle una vuelta más de tuerca a los ya muy doloridos atributos del sufrido consumidor.
Así que nuestro hombre se va con la música a otra parte, ciscándose en los gestores supremos de tan Amena empresa. En sus cavilaciones, halla de pronto una explicación. Claro, cómo no se me ocurrió, descienden todos de Morgan, Drake y otros fanáticos de la pata de palo, aunque ellos no lo sepan. Porque ellos, pobrecitos, nunca han sabido en realidad quién fue su padre, tantas fueron las bolas que concurrieron a ese bombo, y de ahí que semejantes tiburones del negocio fácil se hayan dedicado con saña a dar palos impunemente a los pobres ciudadanos que sólo quieren que no los timen y que les permitan defender sus derechos con una mínima eficacia. Bien se sabe que la figura paterna desempeña un papel importantísimo a la hora de forjar la personalidad del futuro adulto y, claro, la ausencia de progenitor conocido provoca desarreglos que luego no se superan ni forrándose. Y eso sin contar la desazón que se produce el ver a la mamá en un oficio tan sacrificado. Lo único que les quedó de ella fue el hábito de cobrar a tocateja por todos los servicios, hasta por los que se fingen.
Bueno, lamento el episodio, pero sus comentarios me han hecho sonreir. Malditas multinacionales.
ResponderEliminarYo también lo ha sufrido, vaya timo.
ResponderEliminar