Ay, que me parto de risa. Va siendo urgente preparar una antología de chorradas de papis bobos. Ayer me contaron una buenísima y no se me va de la cabeza. Es de un antiguo compañero, con el que tuve siempre buen trato y al que hace bastantes meses que no me tropiezo por ahí. Y que espero que no ande fisgando en este blog, jeje. Buena gente, sí, pero siempre fue una cruz aguantarle sus retahílas frailunas sobre los hijos y la familia. Primero, muy cortés, te preguntaba por tu mujer, con un interés tan bien fingido que daría qué pensar si no le asomara el cíngulo con el que se sujeta los pantalones. Esa costumbre conmigo se le pasó hace mucho, el día que le contesté lo de bien, estamos separados. Cuánto prestigio debí de perder a sus ojos aquella mañana infausta. Luego me preguntaba cada vez por mi hijo, con idéntica sonrisa, con fruición, como si fuésemos dos físicos atómicos que hablan de la última partícula juguetona. Yo siempre he estado contento con mi hijo, pero toda la vida me ha costado pasar en esos casos del bien, ahí sigue, estudiando sin problema, buen chaval. Aún hoy, que lo tengo con contrato nada menos que en el CERN, sólo casco mi orgullo con los íntimos después de dos copas o con algún pelma que me quiera vender las virtudes de alguna sabandija revoltosa que se supone que lleva sus genes. O en el blog, jeje. Odio las carreras de hijos. No que estudien carrera, sino que sus padres compitan sobre las virtudes de sus retoños, cual si fueran éstos caballos de hipódromo: mira, ya pasó el obstáculo de Mercantil, ahora va a por el de Laboral, espero que no lo derribe o no rehúse. Y la mayoría, unos jamelgos de cuenta, tienen a quien salir.
Tampoco aquel cordial compañero permitía muchas más explicaciones que las muy parcas mías, pues de inmediato contraatacaba él con lo suyo, sin importarle que tú no le hubieras replicado con aquello de y los tuyos qué tal. Ahí era el acabose. Que si qué notazas, que si el violín, que si el uno colecciona sellos de Madagascar y Puerto Rico y la otra vestidos de muñeca de la época de Luis XIV, que si todas las noches nos ponemos mi mujer y yo con ellos a hacer los deberes y les encanta, que si cantan y tocan en el coro de la iglesia y colaboran con una ONG de las parroquias, que si a los bares no salen pero vienen a casa muchas veces sus amiguitos y hacemos meriendas todos juntos. Rápido, por dónde queda el baño. La madre que los parió, a mí se me iba cayendo el alma a los pies, sin parar de pensar en la terrible alternativa con que la vida enfrenta a estas familias de corte chachi-piruli: o a los veinte años el niño fuma yerba a manta y la niña se ha puesto ya dos piercings en el clítoris, o van a ser los dos vástagos unos puñeteros desgraciados toda la vida, carne de psiquiatra y argumento de peli tipo Psicosis, aunque sea en versión cazurra o manchega, con almodóvares y mucha caspa.
Pues parece que se impone la opción B, aunque digo yo que un resquicio de esperanza aún resta y cabe todavía un salutífero corte de mangas filial en los minutos de descuento. Mas no son buenos los presagios, como vamos a ver al hilo de esta historia que ayer me narraron unos amigos comunes, entre cervezas, rechiflas y flato de tanta risa. Resulta que estos amigos que me contaban se dieron hace una temporadilla una vuelta por una playa nudista en Asturias, a la que, al parecer, cayeron por inadvertencia, pero sin que tampoco les molestara la cosa ni les diera mayormente qué pensar. Hasta, que, oh sorpresa, cielos, cáspita, atiza, por Tutatis, ¿a quiénes creen que vieron saliendo de entre las olas como su dios los trajo al mundo? A los cuatro miembros (¡!) de la happy family: papi, mami, hermanito y hermanita. A todo esto, los niños ya eran mayores de edad y estudiaban carrera universitaria, con logros inmarcesibles, of course. Y dirán muchos, pues genial, qué confianza, qué desenvoltura, cuánto liberalismo del bueno, abajo la moralina, acabemos con la represión. Quieto parao, frena el carro, compañero, y atiende a la explicación que el paterfamilias dio de tan sorprendente acaecimiento a sus amigos, que también lo son míos: es la primera vez que estamos en una playa nudista. Después de pensarlo bien, decidimos venir, de común acuerdo los cuatro, pues mi mujer y yo queríamos contarles a los chicos algunas cosas sobre el cuerpo y sobre los secretos de la vida.
Y yo elevo mi grito exaltado: abajo la paternidad responsable, leña a los hijos lelos, mejor el incesto que esto. Y nuestro lema: si tus papis son gilipollas, tu calla y folla.
Tampoco aquel cordial compañero permitía muchas más explicaciones que las muy parcas mías, pues de inmediato contraatacaba él con lo suyo, sin importarle que tú no le hubieras replicado con aquello de y los tuyos qué tal. Ahí era el acabose. Que si qué notazas, que si el violín, que si el uno colecciona sellos de Madagascar y Puerto Rico y la otra vestidos de muñeca de la época de Luis XIV, que si todas las noches nos ponemos mi mujer y yo con ellos a hacer los deberes y les encanta, que si cantan y tocan en el coro de la iglesia y colaboran con una ONG de las parroquias, que si a los bares no salen pero vienen a casa muchas veces sus amiguitos y hacemos meriendas todos juntos. Rápido, por dónde queda el baño. La madre que los parió, a mí se me iba cayendo el alma a los pies, sin parar de pensar en la terrible alternativa con que la vida enfrenta a estas familias de corte chachi-piruli: o a los veinte años el niño fuma yerba a manta y la niña se ha puesto ya dos piercings en el clítoris, o van a ser los dos vástagos unos puñeteros desgraciados toda la vida, carne de psiquiatra y argumento de peli tipo Psicosis, aunque sea en versión cazurra o manchega, con almodóvares y mucha caspa.
Pues parece que se impone la opción B, aunque digo yo que un resquicio de esperanza aún resta y cabe todavía un salutífero corte de mangas filial en los minutos de descuento. Mas no son buenos los presagios, como vamos a ver al hilo de esta historia que ayer me narraron unos amigos comunes, entre cervezas, rechiflas y flato de tanta risa. Resulta que estos amigos que me contaban se dieron hace una temporadilla una vuelta por una playa nudista en Asturias, a la que, al parecer, cayeron por inadvertencia, pero sin que tampoco les molestara la cosa ni les diera mayormente qué pensar. Hasta, que, oh sorpresa, cielos, cáspita, atiza, por Tutatis, ¿a quiénes creen que vieron saliendo de entre las olas como su dios los trajo al mundo? A los cuatro miembros (¡!) de la happy family: papi, mami, hermanito y hermanita. A todo esto, los niños ya eran mayores de edad y estudiaban carrera universitaria, con logros inmarcesibles, of course. Y dirán muchos, pues genial, qué confianza, qué desenvoltura, cuánto liberalismo del bueno, abajo la moralina, acabemos con la represión. Quieto parao, frena el carro, compañero, y atiende a la explicación que el paterfamilias dio de tan sorprendente acaecimiento a sus amigos, que también lo son míos: es la primera vez que estamos en una playa nudista. Después de pensarlo bien, decidimos venir, de común acuerdo los cuatro, pues mi mujer y yo queríamos contarles a los chicos algunas cosas sobre el cuerpo y sobre los secretos de la vida.
Y yo elevo mi grito exaltado: abajo la paternidad responsable, leña a los hijos lelos, mejor el incesto que esto. Y nuestro lema: si tus papis son gilipollas, tu calla y folla.
No se de que se queja, los padres que vienen pisando fuerte me da que son peores aun.
ResponderEliminartiene toda la razón profe, hay mucho Calimero por ahí suelto, sobre todo por culpa de los padres, pero también ell@s que les gusta andar siempre con el caparazón, no vaya a ser que les pase algo malo y se traumaticen...
ResponderEliminarDespués también, están los padres que se creen que su hijo es Calimero, pero no se (quieren) dan cuenta que es shin-chan.