20 septiembre, 2006

Impresiones agradables

El ritmo de este país, Colombia, desquicia a muchos de los extranjeros que por aquí llegamos con compromisos académicos, nosotros, tan acostumbrados la mayoría a un ritmo pausado que se nos hace agotador, a cómodas rutinas que pensamos expresión de la máxima laboriosidad. Esta gente no para de ir de un lado para otro, hace tres cosas a la vez y, sobre todo, le pone a cada iniciativa un entusiasmo que se compagina mal con nuestro hastío vital. Y qué decir, aunque sea a costa de repetirme, de esos salones atestados de gente -estudiantes, profesores, profesionales-, gente que paga para asistir a congresos, jornadas, seminarios... Pero nada de eso me resulta ya novedad aquí.
Sí me he topado ayer mismo con alguien peculiar, un prestigiosísimo profesor europeo, un gran procesalista italiano, que se sale de los muy manidos hábitos del extranjero que viene a estas cosas. Lo común es quedarse en el hotel encerrado todo el tiempo posible, muerto de miedo y atiborrado de prejuicios; y no moverse a ningún lado si no es bajo custodia de varios colegas de aquí que a uno lo protejan, lo agasajen y, para colmo, le den conversación y se desvivan en cortesías variadas. Y lo hacen maravillosamente todo eso los colombianos, el problema no está en ellos, sino en nosotros. Yo mismo, que presumo de no amilanarme por estos pagos y que tengo mi buen repertorio de experiencias algo atípicas -entre otras, alguna vez me sacaron de un coche a punta de fusil-, me he quitado el sombrero desde ayer ante este profesor al que me refiero.
¿Cuál fue su hazaña? Muchos no darían un ochavo por emularlo, pero a mí me crecen a una la admiración y la sana envidia. El hombre, que peina ya canas abundantes, se fue solo y por su cuenta y riesgo al Amazonas. Luego, hablando con él durante todo el día de hoy, he sabido que es un consumado experto en viajes de riesgo en solitario y me contó algunos ciertamente peculiares y de muchos bemoles. Yo, modestia aparte, también estuve hace unos cuantos años en el Amazonas colombiano, con base en la ciudad de Leticia. Pero, ah, amigo, no de la misma manera, lo mío fue de turista convencional. Este señor se marchó por su cuenta, buscó un guía local, indígena, y se aventuró cuatro días selva adentro, a pelo. Y, para colmo de las emociones, se fue con tres indígenas una noche a cazar caimanes desde una barca y a puro arpón. Luego se lo comieron. Había que ver la cara de todos, colombianos incluidos, por supuesto, cuando narraba los pormenores de la expedición.
En fin, que no tengo ni una idea particular que contar aquí y por eso toca compartir algunas buenas sensaciones. Y que está bien, de vez en cuando, hablar bien de la gente, vaya.

2 comentarios:

  1. Gasp... no hay huevos de discutirle nada a este monstruo. Ni proceso, ni prueba, ni leches.
    Cocodrilo no, pero el yacaré lo probé en Bolivia... Eso sí: en unas cabañas junto al río, sentaíto en un banco como un señor... y el bicho lo había matado otro. A lo mejor lo había matado el ordinario este (ordinario en sentido académico italiano).

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  2. Ha llegado a nuestras manos la obra "La carga dinámica de la prueba", de la editorial jurídica colombiana Leyer.

    En ella, JUAN TRUJILLO CABRERA recoje la primitiva concepción de las tesis que plantean la favorabilidad probatoria, para construir en una magistral y contemporánea visión del Derecho Procesal, la teoría de la carga dinámica de la prueba.

    El autor sustenta su planteamiento en el marco de la filosofía jurídica moderna, oponiéndose a la postura desconstitucionalizada con que la regla del onus probandi es hoy aplicada por el grueso de los jueces iberoamericanos.Esta obra se erige en la última pieza del tríptico de "mitos de la carga de la prueba", junto a las obras ya clásicas de ROSENBERG y MICHELLI.

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