15 octubre, 2006

Mimosas

Cuánto sobresalto. Ayer abrí La Nueva España, periódico de mi tierra astur, y me topé con una noticia sorprendente: el Gobierno asturiano quiere prohibir las mimosas. Toma castaña, pensé, ya estamos otra vez con las cuestiones de género. Claro, me dije, esa actitud de mimo, esos pucheritos, esa manera de dejarse querer y buscar el arrullo del varón, degradan a la fémina a una condición subordinada, le dan aire de debilidad, hacen que se la vea vulnerable y que el macho se envanezca y acabe creyéndose cosas que no son. Que las prohíban a todas y seguro que desciende la violencia doméstica. El que quiera mimo, que lo busque clandestino. Ya me imaginaba los eslóganes de la campaña: “si tú mimosa, él tu oso”, “no mimo al memo”, “la que mima mama”, “mímate a ti sola: la masturbación es mejor que el mimo al malo”, “que lo mime su madre”, “si mimas eres mema”, “ponte borde por San Valentín”. Y así.
Parece que llega el tiempo de la mujer recia por prescripción legal, me dije ante la noticia. Damas hirsutas, señoras destempladas, bigotes disuasorios, artes marciales en lugar de amatorias, broncas de órdago, jaquecas permanentes y sin tregua. Ardía en deseos de leerme completa la norma legal asturiana. Igual que partió Pelayo de Covadonga para empezar la Reconquista, arrancan ahora de Oviedo las nuevas amazonas para evitar toda conquista nueva, para que no las aguante ni su padre, de tan antipáticas y distantes. Abajo el mimo, la ternura que se la busquen pagando, el que quiera arrumacos que se quede en casa de su mamá. Se llenaba mi cabeza de preguntas: ¿qué sanciones preverá la norma para la mujer que tenga algún momento de flojera y se pierda con su hombre en requiebros? ¿Habrá incentivos para la que aguante años sin sonreírle a un tío? ¿Créditos blandos para las tipas duras? ¿Estará permitido el amor romántico entre chicas o se castigará también? ¿Hay alguna medida contra los hombres mimosos? ¿Juega aquí la discriminación positiva? ¿Qué opinará el TC?
He de reconocer que el modo en que la noticia aparecía en el diario era un tanto extraño, cuando menos. Así rezaba el titular: “El Principado declara en extinción 4 aves y quiere prohibir las mimosas”. Sorprendente. Dándole vueltas, se me ocurría que a lo mejor lo de las cuatro aves era una ocurrente metáfora, referida a los pajarracos machistas, cuervos, buitres, que se aprovechan siempre de la bondad de las mimosas. Pasaba uno al desarrollo de la noticia en páginas interiores y resultaba que de las mimosas no se decía ni pío, mientras que se extendía el reportaje en consideraciones de este tenor: “El plan de recursos naturales elimina la protección a la nutria y a la rana común por considerar que su población ya está recuperada”. Ya entiendo, pensé, este asunto de las mimosas lo va a meter nuestro astuto Gobierno autonómico en una norma de tema ecológico. Al fin y al cabo, tiene que ver con las relaciones entre los géneros, por lo que toca el asunto de la reproducción de la especie y tal y cual. Más aún, está muy bien pensado, pues alguno se preguntará si la arisca disposición femenina que la ley propicia no rebajará a tal punto la continuidad de la especie como para que un día corramos tanto riesgo de extinción como las ranas esas. Otro eslogan al canto: “reprodúcete sin mimos, fría como rana”.
Así que lo parco de la explicación periodística me dejó con las ganas de saber mucho más. Hoy, sin embargo, fue a más mi desconcierto. Doy en el mismo periódico con un artículo de Javier Neira titulado “Mimosas libres” y que comienza de esta guisa: “El Gobierno astur quiere prohibir las mimosas. Buen motivo para declararse en rebeldía y a fecha fija: equidistantes entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera, cuando la luz ya lleva mes y medio creciendo y el frío, sin embargo, alcanza aun su límite de crudeza, aparecen las mimosas como anuncio de mejores tiempos o lo que es lo mismo, por San Blas, la cigüeña verás”. Pura poesía, me digo, propia de un macho que, para colmo, asocia a las mimosas con la venida de la cigüeña. La vieja obsesión reproductiva del varón, que donde ve dama amable ya se imagina llevándosela al huerto para poner la semillita y toda esa parafernalia falócrata.
Cuando ya casi decido que me rindo es cuando, poco más abajo, descubro la siguiente explicación: que el Gobierno asturiano quiere prohibir las mimosas porque son originarias de Australia. Esto va a ser cosas de genetistas, como ésos que dijeron el otro día, después de detenidísimos análisis de ADN y de cosas peores, que los ingleses descienden de gallegos. Je, y los gallegos que andaban organizando festivales celtas porque se pensaban hijos de navegantes de allá arriba. Deberían ser los británicos los que cada verano organizaran romerías con muñeira y rapa das bestas. Y ahora nosotros con las mujeres lo mismo. Cada vez que una te da unos besitos -a escondidas, claro, no vaya a verla un guardia- deberías regalarle un cangurito de peluche y llamarla mi dulce aborigen australiana.
Pero, con estos gobiernos, puede que nos convenga más emigrar a Australia. Directamente.

1 comentario:

  1. Malditos invasores australianos.
    Primero comenzaron infiltrándose con los kanguros, a las que hasta entonces llamábamos castizamente, en la lengua de nuestros ancestros, beibisíters.
    Luego llegó el Opá de El Koala, otro marsupial infiltrado, que quería sustituir nuestra noble habla campesina por esa jerga de las antípodas.
    Finalmente, esas pelanduscas mimosas. A mí, para más INRI, me han mandado como mimosa a Nicole Kidman, también procedente de esa gigantesca ex-colonia penitenciaria. Y no para de ponérseme mimosa. Ustedes me comprenderán: no puidorl.

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