21 noviembre, 2006

¿Qué ha sido del dandi? Por Francisco Sosa Wagner

En medio de las opas en la economía y las copas en el fútbol, materiales estos que todo lo encenagan, se esfuman los grandes asuntos a los que deberíamos prestar interés. El más importante es el que plantea la situación actual del dandismo. ¿Existe hoy el dandi? ¿O hemos de recluirle en un pasado ya muerto como el duelo o el jesuita? Los diccionarios al uso definen al dandi como el hombre que se distingue por su extremada elegancia y buen tono. Esta forma de acotar su espacio es, permítaseme la irreverencia ante la Docta Casa, un error conceptual de primera magnitud porque el dandismo es antes una actitud estética y moral que una forma de vestir o de acicalarse. Lo más significativo del dandismo es su rechazo del gregarismo, la rebelión perpetua de quien lo practica, su indestructible espíritu insurreccional.
Parece mentira pero en la Academia no han debido de leer a Barbey d´Aurevilly, gran autor francés que ahora nadie conoce pero que sí cultivamos quienes hemos sido y somos lectores voraces de Ramón Gómez de la Serna, y Ramón dedica uno de sus portentosos retratos contemporáneos a Barbey. Además, a principios del siglo XX, Barbey era muy leído entre los escritores españoles, muy leído y muy copiado como lo demuestra el hecho de que Julio Casares, el autor del diccionario ideológico de la lengua española (obra no superada), un perverso erudito que gastaba mala leche sin desnatar y sin isoflavonas, aireara textos de Barbey y de Valle Inclán y, al ponerlos a doble columna, se notaban “icto oculo” sus similitudes. Una proximidad tipográfica de la que no sale muy bien parado el autor de las “Sonatas”.
En los tiempos nuestros, Barbey no está de moda porque fue un tipo conservador en lo político aunque tan demoledor con la pluma que se atrevió a escribir un “contra Goethe”. Ahora, sin embargo, se lleva el “progre”, es decir, el individuo sin sustancia, desnatado, homínido de sacarina. También enormemente conservador pero, precisamente por ello, cuida de no visitar a los autores que confesaban abiertamente y sin complejos sus convicciones.
Pero vayamos al dandi y no perdamos el hilo. Ejemplos académicos de dandis han sido lord Byron, Baudelaire y Oscar Wilde. Toda la literatura del modernismo y la revolución de Verlaine y los malditos está tocada de dandismo, ese Verlaine, que abandona a su mujer y se marcha con Rimbaud, al que acaba disparando y pasando por ello un par de años en la cárcel. La muerte violenta está muy presente en estos díscolos como lo estuvo en Larra, nuestro dandi de cabecera que acabó pegándose un tiro. Larra fue el suicida más estético de la historia española del suicidio, maestro de las generaciones posteriores que han afrontado ese trance supremo, sobre todo ante el acueducto de Madrid, lugar por donde pasaba a grandes zancadas -porque vivía cerca- Rafael Cansinos Asséns, que no fue suicida porque era judío y no le gustaba tomar decisiones irreversibles hasta terminar de estudiarse la Torá.
Ante los nombres citados se comprenderá que sería un error quedarnos en el dato superficial de cómo se anudaban la corbata o el plastrón pues lo determinante en ellos es la revolución que apadrinan: revolución, como digo, estética que es -según sabemos a estas alturas de las revoluciones fracasadas- la única que permanece y logra proyectar su luz vivificadora sobre las arrugas de las mentiras secas. Como dandis fueron asimismo, entre nosotros, los humoristas de la “otra generación del 27" (Mihura, Jardiel, et alii), en los que es muy claro el cultivo de un dandismo estético, no político, que prefirió tomar por taladradoras lo que en rigor eran ametralladoras.
¿Quiénes son hoy dandis? Si nos atenemos a la definición canónica de la Academia, los metrosexuales serían los más cercanos a esta especie, pero estos no pasan de ser unos pelmazos sin pelos en los sobacos. Falta el dandi en la estética, el artista sin compromisos con las cuentas corrientes, para que nos libere del pantanal de la corrección y del arte que ha entronizado al cheque.

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