Ya ven, lleva el pueblo soberano casi una semana con una nueva preocupación a cuestas. Esto es un sinvivir, para que luego se diga que no hay sufrimiento en el Welfare State. Cuánta tribulación. Vean si no. La peluquera de Arcade, aquella señorita que había sido detenida en el aeropuerto de México con unos detonadores en la maleta que algún malandrín le había puesto allí con mala idea, sale en la portada y páginas principales del Interview de esta semana luciendo al natural unos atributos bien puestos. Y de cara tampoco es fea precisamente, con una mirada de aquí te espero comiendo un huevo.
Para qué queremos más, como si no tuviéramos bastantes preocupaciones ya. Al parecer, en su pueblo se acabaron los ejemplares de la revista en pocos minutos. Ostras, la peluquera en bolas, comentaban los parroquianos a voz en grito, poseídos por la indignación. Y es que les ha parecido pero que muy mal, a ellos y a media España, que esta señora, con lo canutas que las pasó hace unos meses, tenga ahora ánimo para posar así, tan desinhibida y como si nada, no ya como vino al mundo, sino mucho mejor.
Reclaman sus paisanos que devuelva los cuartos que pusieron para rescatarla y darle apoyo. Si lo llegan a saber, no le echan la mano, se dicen todos, mientras la contemplan una y otra vez, con las páginas bien sobadas de tanto menearlas. La mirada no peca, el morbo es libre, pero la tal muchacha es, al parecer, un pendón, por exponerse con tanto descaro a la contemplación pública. ¿Pero ésta qué se ha creído? Ni que fuera una modelo ansiosa de jeque o una marquesa de cinco divorcios, que ésas sí es normal que se desnuden y se enseñen sin recato. Las peluqueras deben ser pudorosas.
Según cuentan, lo que más altera a la gente es el cálculo de lo que habrá cobrado por posar con ese saludable aspecto de exquisitez de las Rías Baixas. Que si será medio kilo de euros, que no, que te digo yo a ti que ésta es más barata. Los buenos padres de familia que se pasan las noches contemplando en Telecinco o Antena Tres la vida amorosa y los milagros de cama de cuatrocientos putones que no tienen más oficio ni beneficio que poner la mano a cambio de contarlo, los mismos que se apasionan con los debates sobre cómo se tiraron a unas o cómo se lo hacían los otros, se rasgan ahora las vestiduras porque, para colmo, se rumorea que la peluquera va a aparecer un día de éstos en la tele contando vaya usted a saber qué cosa, pues no consta que se la haya beneficiado a ningún conde italiano ni que haya hecho cama redonda con un torero y su cuadrilla. ¿Esta tía de qué va?
Seguro que van a montar turnos para no perderse detalle estos días, no vaya a aparecer la moza en la pantalla sin que nos enteremos bien de lo que cuenta y sin que nos fijemos a ver si enseña cacha o si lleva navegable el canalillo. Pues ya se sabe que estamos en contra y que no pasamos por ahí, por las indecencias de una currantilla sin curriculum. Muy distinto sería que fuera a la tele con su novio, para que entre los dos contaran por qué un día riñeron cuando él tenía un ataque de jaqueca que le impedía rendir como un hombre y que ella se mosqueó y se marchó con un buhonero que la maltrataba y que luego regresó, triste, fané y descangallada, y que ahora él la va a perdonar en el mismísimo plató y que dicen que van a tener ocho hijos y un gato. Eso sí son historias edificantes, y bien está que se expongan íntimamente a la vista de todos, sin recato y sin cobrar, porque el pueblo quiere saber y necesita historias ejemplares para consolidar su moral cristiana. Pero enseñar las tetas, ay, eso no, vade retro.
También sería muy diferente que la lozana gallega se tumbara en top less en la playa de Sanxenxo y que rondaran excursiones de jubilatas sedientos de carne y obras públicas. Como si le ponen un letrero y organizan las filas para mirarle las carnes, lo importante es que una del pueblo no se forre por el morro y por los pechos, por ahí sí que no pasamos.
Así que ya saben ustedes, queridas amigas. Si un días las detienen por error o las secuestran o les da un susto un terremoto y se corre la voz, absténganse ipso facto, cuando estén de vuelta en la aldea y se les haya aliviado el susto, de mostrar sus carnes a nadie que no sea su esposo o novio bien formal. Y si los de alguna revista le ofrecen una pasta por unas fotos de nada, exija que sea con braga faja y sostén de esparto, bien tapadita, para que a los de su calle no se les salga la mala leche.
Dicen que las bateas están apoyadas en viajas lápidas de sepulcros. Blanqueados.
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