¿Y por qué no? Llevo un tiempo con ganillas de darle forma de ficción a las cosas de la realidad. Como tampoco es para tomárselo demasiado a pecho ni soñar con convertirse a estas alturas en un plasta saramaguiano, he decidido divertirme publicando aquí una sencilla novela por entregas. Como pronto captará el lector -si lo hay-, no es más que un folletín que recoge hechos inventados y más propios de algún exótico país o extraño planeta que de este ruedo ibérico de nuestros dolores. Por otro lado, ni la más febril fantasía puede hoy dar cuenta de la sorprendente riqueza de lo cotidiano, por lo que desde ya anuncio que cualquier parecido que guarden con la realidad personajes o sucesos de esta obra no sólo será casual, sino que, además, obedecerá el tenaz empeño de la realidad por imitar la ficción.
No temo en verdad que alguno se reconozca en estos capítulos que vienen, sino que se reconozcan muchos, por lo que ya desde ahora a todos les advierto lo siguiente: no va por ninguno de vosotros en particular, no; creídos, que sois unos creídos.
Pretendo "colgar" cada semana un capítulo o dos. A ver si lo consigo. Se admiten sugerencias sobre la marcha de los hechos, los caracteres -siempre irreales- de los protagonistas o los contenidos de próximos episodios.
- No lo cojas –le dijo ella con mirada picarona, y se relamió.
- Es tu jefe –replicó Ernesto-, debo contestar.
- ¿Alejandro? También es jefe tuyo.
- Sí, pero en otro sentido. Bueno, estate calladita, que voy a contestar.
- Yo sigo a lo mío, procura tú no gemir, que igual se pone cachondo don Alejandro.
Y Claudia, siempre perversa a su modo, volvió a meterse en la boca el pene de él y a tratarlo como si quisiera que a Ernesto se le notara el trance al hablar con el Decano.
Mientras, la conversación telefónica seguía.
- No, en la consulta del oculista. Sí, ya estuve anteayer, pero he tenido que volver hoy para que me pongan una gotas y me miren no se qué de la córnea. No, tranquilo, Alejandro, no es nada. Me dice el oculista que son puros controles rutinarios. Sí, lo que pasa que hasta dentro de unas horas no podré moverme de aquí, lo veo todo borroso y es mejor esperar. Sí, en cuanto pueda te llamo, no te preocupes.
Claudia alzó la mirada, sin cejar en sus maniobras, pero él cerró los ojos con gesto de que no quería ahora pararse en conversaciones. Le molestaba eso de ella, que decía las cosas en el instante mismo en que se le venían a la cabeza, sin importarle lo que estuvieran haciendo. Hasta en pleno acto amoroso era capaz de ponerse a comentar una anécdota laboral de un rato antes.
Un rato después descansaban los dos, desnudos y tumbados sobre la enorme cama del motel. Ella fumaba con su pierna encima de las de él y le echaba el humo en la cara. Él tenía las manos cruzadas bajo su propia cabeza y miraba al techo. Sabía que era inevitable que ella se pusiera a hablar de un momento a otro.
- ¿Te llamaba don Alejandro desde el Ministerio? – Era previsible que Claudia comenzara así el interrogatorio-.
- Sí, tiene cita con el ministro dentro de un rato y anda molesto porque le parece que Ildefonso quiere escurrir el bulto. Ya no se acuerda de que fue Alejandro el que le consiguió el chollo de ser ministro de Justicia.
- ¿Y por qué no se propuso a sí mismo?
- Era lo que quería el Presidente, pero tú conoces a Alejandro mejor que yo y sabes que prefiere mover los hilos desde la sombra. ¿Cuántos años llevas de secretaria suya?
- Desde que llegó al Decanato hace siete años, lo sabes perfectamente. Entonces tú aún no eras catedrático. ¿O se te ha olvidado?
- Lo recuerdo muy bien. Te lo preguntaba sólo para resaltar lo mucho que sabes de él y su modo de ser.
- Sí, lo conozco bien. Pero ya no me entero de muchas cosas. Ten en cuenta que ahora se pasa bastante tiempo en el Ministerio y que allí tiene otra secretaria. Yo antes ignoraba que los asesores ministeriales tienen derecho a secretaria y despacho propio.
- Alejandro es un asesor muy especial. No creo que otros tengan sus privilegios.
- ¿Cuántas veces te llama al día?
Ese giro de la conversación no le agradó a Ernesto, que se movió para que ella retirara su pierna.
- Dos o tres –respondió esquivo-.
- ¿Los fines de semana también?
- Sí.
- ¿Y en vacaciones?
- Lo mismo.
- ¿Nunca te cansas de tanto control?
- No es control, mujer, a él le gusta comentar las cosas con nosotros.
- ¿Vosotros?
- Su gente, sus discípulos.
- Don Alejandro debería casarse, para tener con quien hablar.
- Qué perra eres.
Se volvió hacia ella y comenzó a besarla en la cara y en la boca. Ella se zafó, sonriente. Ahora tocaba charla.
- Reconoce que a veces resultan inoportunas sus llamadas.
- No es para tanto. Mira, esta vez, por ejemplo, no me ha molestado en absoluto. Hasta tuvo su morbillo la cosa. Has estado muy bien, tan deliciosa como siempre.
- Si don Alejandro supiera...
- A veces creo que lo sospecha. No se le escapa nada.
- Calla, calla, no me inquietes.
Ahora fue Claudia la que se le puso encima y comenzó a lamerle los pezones.
A Ernesto le agrada la permanencia de la hembra después del climax, o quisiera teletransportarse lo más lejos posible de ella? El sexo con ella le aumenta el ego o se lo destruye porque al fin y al cabo ella es lo único que tiene? Es un dandi exitoso, o un cabaretero reprimido por la moralina social. o Es un intelectual cuya vita periculosa queda en la imaginación?
ResponderEliminarCioran costeÑo
Aunque no viene a cuento con este post, en la Universidad de Zaragoza también tenemos cursos interesantes. Véase si no este "TALLER DE MASCULINIDAD"; al principio parece una parodia, pero lo malo es que es de verdad:
ResponderEliminarhttp://moncayo.unizar.es/unizara/actividadesculturales.nsf/c0372fe14d9d5ad2c12571fb00609f88/adb327dc72e9823bc125728e002cb1e5?OpenDocument
PD: mejor asi Taller de mascunilidad
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