Pues me da exactamente igual quién tiró la primera piedra, quién le pone a sus actos y recursos más mala fe o quién es más impresentable. Pasado un cierto grado de indecencia, ya no importa el resto o si hay otro que es peor aún. La puñalada número mil ya no duele; la anterior, lo mismo. Y no vale tampoco que se lamente a toro pasado del sádico que se cargó a la víctima. A burro muerto, la cebada al rabo. Y entre todos lo mataron.
Cada vez parece más obvio que esta Constitución tampoco va a colar en este país por mucho tiempo, ni este modelo de Estado ni este hábito de convivir bajo el Derecho y con unas pocas garantías. No nos va esta marcha, y punto. Nos gusta más un payaso tipo Chaves. Lo tendremos. Casi lo tenemos ya. Tampoco hay gran tradición a la que acogerse y hasta nos viene de vez en cuando la nostalgia de los goyescos cachiporrazos. Cada vez son más por aquí los que añoran el aroma de las tapias de cementerio al alba. De momento tal vez nos entretengamos aún una temporada desenterrando muertos o beatificándolos. A ver qué pasa cuando se nos acaben. Habrá que hacer más.
En estos treinta años de Constitución del 78 habrá habido políticos buenos y malos, honestos y corruptos, ilustrados y lerdos; pero semejante conjunción de sinvergüenzas sin principios, tal aglomeración de mentecatos sin seso, tamaña apoteosis de gañanes sin escrúpulos no se había visto nunca. Si me apuran –y miren que es muco decir- ni en los tiempos de la dictadura. Con esto ni quiero hacer buena a aquella dictadura odiosa ni pretendo dar salvaguarda moral a los que en ella gobernaron, sino nada más que señalar que por el hecho de dedicarse a la política en democracia no se es sin más demócrata, pues puedes aprovecharte de ella o entenderla a tu dictatorial y putrefacta manera. El político demócrata y poseído por la convicción de la superioridad moral y práctica del Estado de Derecho ama las reglas de juego de ese Estado por encima de cualquier otra consideración, y prefiere su sana vigencia incluso frente a su personal éxito o la victoria de su partido. El otro, el que en la Constitución sólo ve ventaja, pero nunca límite, el que gusta del juego sólo mientras gana la partida, el que no tiene empacho en jugar con cartas marcadas y, además, se escuda siempre en que todos en el fondo son tramposos, es un hijo de la gran puta que no llegó a tiempo para chupar de la dictadura y quiere convertir la democracia en un sucedáneo de aquélla.
Hay palabras fuertes en el párrafo anterior. Pues es porque hacen falta y porque las cosas hay que decirlas en el lenguaje de la gente y de todos los días; no podemos seguir con tanta mordaza y tanto miramiento. Alguna vez se demostrará para qué sirve tanto cuento con lo políticamente correcto y tanta censura mental y lingüística. Es pura añagaza, vale para que se vaya perdiendo en sociedad el uso de la crítica, la habilidad para la ironía, la capacidad para expresar el hartazgo y el enfado. Quieren dejarnos sin palabras, ponerle sordina a nuestras protestas, aplacar esa capacidad que tiene el lenguaje para soliviantarnos ante el abuso y el fraude. Ah, no debemos decir hijos de puta, ¿verdad? Es mejor proclamar cosas tales como que hay un desfase estructural entre las acciones que el sistema requiere y la capacidad de los sujetos para un rendimiento acorde con la función institucional. Eso, y de paso parece que sabes algo. Inmenso reino de impostores y cobardes. Basura, escoria, palabrería vacía. Lo que está ocurriendo en este país nuestro no se explica ni con jerga posmoderna ni con las categorías más serias de la Ciencia política. Dada la naturaleza de lo que pasa, el único lenguaje que se le ajusta es el de la calle, el de la gente. Y en esos términos la explicación es sencillita: estamos en manos, aquí y ahora, de unos partidos políticos a los que la Constitución, la democracia, los supremos órganos del Estado y las garantías del ciudadano les traen absolutamente al fresco. Unos partidos que han conseguido destilar para sus puestos de mando a los dirigentes más falsarios, intelectualmente más insolventes y éticamente más abominables. Unos partidos desideologizados, salvo que por ideología entendamos en el PP cuatro monsergas obispales y un arriba España a la antigua usanza, y salvo que pensemos que es ideología lo que conserva este PSOE abducido por el Forrest Gump cazurro que perdió el último escrúpulo moral el día que decidió ganar unas elecciones aprovechando un atentado terrorista salvaje que acababa de ocurrir, y que de sus poquitos años de profesor de Derecho político no conserva ni un vago recuerdo de lo que significa vivir en Estado de Derecho bajo una Constitución democrática. Él nació para mandar en república bananera y ahí va, orgulloso y camino de conseguirlo plenamente y con la inestimable ayuda de sus iguales de la oposición.
Llueve sobre mojado, pero la noticia de hoy es que definitivamente se van a cargar entre todos el Tribunal Constitucional. Seguramente estaba muerto ya, pero se ensañan. Unos y otros, ya lo he dicho. En estos momentos nada más ocioso, repito, que embarcarse en bizantinos debates sobre si está más justificada aquella recusación o ésta, la anterior o la siguiente. Da igual. Tanto el Gobierno como la oposición practican la deslealtad constitucional con un celo digno de peor causa. Se dirá que exagero, pero esta campaña coordinada y sistemática para ir dejando en nada la función constitucional y el sentido de instituciones como el Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial y otras viene a equivaler a un golpe de Estado silencioso y metódicamente ejecutado. Díganme sino. Después de un golpe de Estado antidemocrático lo primero que los gobernantes nuevos van a hacer es someter y controlar férreamente a la judicatura, acabando con el último vestigio posible de separación de poderes. Los nazis en el 33, después de desmontar el andamiaje constitucional de Weimar, no derogaron la Constitución del 19, sino que mantuvieron, con el apoyo de sus perezrroyos particulares, que todas aquellas medidas eran perfectamente constitucionales, fruto de un estado de necesidad del Estado y expresión de una revolución constitucional ejecutada en nombre de la justicia y de los supremos intereses del pueblo. Bien, ¿y puede haber alguien hoy aquí, ya sea del PSOE o del PP, que en su fuero interno no sepa que entre los unos y los otros no están dejando de la Constitución ni los huesos y han llegado ya a quitarse de en medio hasta al mismísimo guardián de la Constitución, el TC? Pobre Constitución, con semejante pandilla de camándulas velando por ella. Que se dé por jodida.
Es gracioso, porque por un quítame allá esas pajas aquí procesan a unos cuantos por conspiración para delinquir; o por quemar unas fotos o dar cuatro gritos a favor de ETA te empitonan como enemigo del Estado y la Constitución. ¿Acaso no son, para la Constitución y para el Estado de Derecho, mucho más peligrosos Zapatero y Rajoy, Zaplana y Pepiño? ¿Acaso no es mucho más radical la disolución que ellos están logrando de las estructuras estatales que todo lo que en su maldita vida hayan podido o puedan nunca soñar los tarados y psicópatas de ETA ? Son unos traidores y unos golpistas. Y unos malnacidos.
También llaman mucho la atención los titiriteros, los saltimbanquis del circo este. Ya ven, llegar a magistrado del Constitucional para eso, para convertirse en esbirro servil de cuatro carcamales sin luces. ¿A ti quién te propuso para el cargo, vida? A mí el PSOE. Ay, entonces ya sé lo que votas, so pendona. Pues claro que sí, por lo mismo que yo sé lo que votas tú, que para eso te puso el PP, lagartona. Maravilloso. Tan importantes y tan poquita cosa. Sin pizca de autonomía. Dicen que es por no volver luego a la cátedra o a los estrados o a ver las obras con los jubilatas. Que si uno quiere ser embajador, que si la otra magistrada en Estrasburgo, que si el de más allá monagillo con Rouco. Indecentes. Mezquinos. Sumisos. Mierdecillas. Este larvado golpismo comenzó el día que a ellos los auparon a donde jamás llegarían por sus méritos públicos.
Deberíamos los ciudadanos que ni tenemos miedo ni nos entregamos por dinero ni aspiramos a más cosa que vivir en paz y libertad bajo un Derecho democrático ir pensando en salir a la calle un día. A pedir democracia y Constitución. A pedirlas a gritos. A pedirlas a hostias, si hace falta. A luchar contra la nueva y maldita dictadura. La dictadura de estos nietos de mierda.
Cada vez parece más obvio que esta Constitución tampoco va a colar en este país por mucho tiempo, ni este modelo de Estado ni este hábito de convivir bajo el Derecho y con unas pocas garantías. No nos va esta marcha, y punto. Nos gusta más un payaso tipo Chaves. Lo tendremos. Casi lo tenemos ya. Tampoco hay gran tradición a la que acogerse y hasta nos viene de vez en cuando la nostalgia de los goyescos cachiporrazos. Cada vez son más por aquí los que añoran el aroma de las tapias de cementerio al alba. De momento tal vez nos entretengamos aún una temporada desenterrando muertos o beatificándolos. A ver qué pasa cuando se nos acaben. Habrá que hacer más.
En estos treinta años de Constitución del 78 habrá habido políticos buenos y malos, honestos y corruptos, ilustrados y lerdos; pero semejante conjunción de sinvergüenzas sin principios, tal aglomeración de mentecatos sin seso, tamaña apoteosis de gañanes sin escrúpulos no se había visto nunca. Si me apuran –y miren que es muco decir- ni en los tiempos de la dictadura. Con esto ni quiero hacer buena a aquella dictadura odiosa ni pretendo dar salvaguarda moral a los que en ella gobernaron, sino nada más que señalar que por el hecho de dedicarse a la política en democracia no se es sin más demócrata, pues puedes aprovecharte de ella o entenderla a tu dictatorial y putrefacta manera. El político demócrata y poseído por la convicción de la superioridad moral y práctica del Estado de Derecho ama las reglas de juego de ese Estado por encima de cualquier otra consideración, y prefiere su sana vigencia incluso frente a su personal éxito o la victoria de su partido. El otro, el que en la Constitución sólo ve ventaja, pero nunca límite, el que gusta del juego sólo mientras gana la partida, el que no tiene empacho en jugar con cartas marcadas y, además, se escuda siempre en que todos en el fondo son tramposos, es un hijo de la gran puta que no llegó a tiempo para chupar de la dictadura y quiere convertir la democracia en un sucedáneo de aquélla.
Hay palabras fuertes en el párrafo anterior. Pues es porque hacen falta y porque las cosas hay que decirlas en el lenguaje de la gente y de todos los días; no podemos seguir con tanta mordaza y tanto miramiento. Alguna vez se demostrará para qué sirve tanto cuento con lo políticamente correcto y tanta censura mental y lingüística. Es pura añagaza, vale para que se vaya perdiendo en sociedad el uso de la crítica, la habilidad para la ironía, la capacidad para expresar el hartazgo y el enfado. Quieren dejarnos sin palabras, ponerle sordina a nuestras protestas, aplacar esa capacidad que tiene el lenguaje para soliviantarnos ante el abuso y el fraude. Ah, no debemos decir hijos de puta, ¿verdad? Es mejor proclamar cosas tales como que hay un desfase estructural entre las acciones que el sistema requiere y la capacidad de los sujetos para un rendimiento acorde con la función institucional. Eso, y de paso parece que sabes algo. Inmenso reino de impostores y cobardes. Basura, escoria, palabrería vacía. Lo que está ocurriendo en este país nuestro no se explica ni con jerga posmoderna ni con las categorías más serias de la Ciencia política. Dada la naturaleza de lo que pasa, el único lenguaje que se le ajusta es el de la calle, el de la gente. Y en esos términos la explicación es sencillita: estamos en manos, aquí y ahora, de unos partidos políticos a los que la Constitución, la democracia, los supremos órganos del Estado y las garantías del ciudadano les traen absolutamente al fresco. Unos partidos que han conseguido destilar para sus puestos de mando a los dirigentes más falsarios, intelectualmente más insolventes y éticamente más abominables. Unos partidos desideologizados, salvo que por ideología entendamos en el PP cuatro monsergas obispales y un arriba España a la antigua usanza, y salvo que pensemos que es ideología lo que conserva este PSOE abducido por el Forrest Gump cazurro que perdió el último escrúpulo moral el día que decidió ganar unas elecciones aprovechando un atentado terrorista salvaje que acababa de ocurrir, y que de sus poquitos años de profesor de Derecho político no conserva ni un vago recuerdo de lo que significa vivir en Estado de Derecho bajo una Constitución democrática. Él nació para mandar en república bananera y ahí va, orgulloso y camino de conseguirlo plenamente y con la inestimable ayuda de sus iguales de la oposición.
Llueve sobre mojado, pero la noticia de hoy es que definitivamente se van a cargar entre todos el Tribunal Constitucional. Seguramente estaba muerto ya, pero se ensañan. Unos y otros, ya lo he dicho. En estos momentos nada más ocioso, repito, que embarcarse en bizantinos debates sobre si está más justificada aquella recusación o ésta, la anterior o la siguiente. Da igual. Tanto el Gobierno como la oposición practican la deslealtad constitucional con un celo digno de peor causa. Se dirá que exagero, pero esta campaña coordinada y sistemática para ir dejando en nada la función constitucional y el sentido de instituciones como el Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial y otras viene a equivaler a un golpe de Estado silencioso y metódicamente ejecutado. Díganme sino. Después de un golpe de Estado antidemocrático lo primero que los gobernantes nuevos van a hacer es someter y controlar férreamente a la judicatura, acabando con el último vestigio posible de separación de poderes. Los nazis en el 33, después de desmontar el andamiaje constitucional de Weimar, no derogaron la Constitución del 19, sino que mantuvieron, con el apoyo de sus perezrroyos particulares, que todas aquellas medidas eran perfectamente constitucionales, fruto de un estado de necesidad del Estado y expresión de una revolución constitucional ejecutada en nombre de la justicia y de los supremos intereses del pueblo. Bien, ¿y puede haber alguien hoy aquí, ya sea del PSOE o del PP, que en su fuero interno no sepa que entre los unos y los otros no están dejando de la Constitución ni los huesos y han llegado ya a quitarse de en medio hasta al mismísimo guardián de la Constitución, el TC? Pobre Constitución, con semejante pandilla de camándulas velando por ella. Que se dé por jodida.
Es gracioso, porque por un quítame allá esas pajas aquí procesan a unos cuantos por conspiración para delinquir; o por quemar unas fotos o dar cuatro gritos a favor de ETA te empitonan como enemigo del Estado y la Constitución. ¿Acaso no son, para la Constitución y para el Estado de Derecho, mucho más peligrosos Zapatero y Rajoy, Zaplana y Pepiño? ¿Acaso no es mucho más radical la disolución que ellos están logrando de las estructuras estatales que todo lo que en su maldita vida hayan podido o puedan nunca soñar los tarados y psicópatas de ETA ? Son unos traidores y unos golpistas. Y unos malnacidos.
También llaman mucho la atención los titiriteros, los saltimbanquis del circo este. Ya ven, llegar a magistrado del Constitucional para eso, para convertirse en esbirro servil de cuatro carcamales sin luces. ¿A ti quién te propuso para el cargo, vida? A mí el PSOE. Ay, entonces ya sé lo que votas, so pendona. Pues claro que sí, por lo mismo que yo sé lo que votas tú, que para eso te puso el PP, lagartona. Maravilloso. Tan importantes y tan poquita cosa. Sin pizca de autonomía. Dicen que es por no volver luego a la cátedra o a los estrados o a ver las obras con los jubilatas. Que si uno quiere ser embajador, que si la otra magistrada en Estrasburgo, que si el de más allá monagillo con Rouco. Indecentes. Mezquinos. Sumisos. Mierdecillas. Este larvado golpismo comenzó el día que a ellos los auparon a donde jamás llegarían por sus méritos públicos.
Deberíamos los ciudadanos que ni tenemos miedo ni nos entregamos por dinero ni aspiramos a más cosa que vivir en paz y libertad bajo un Derecho democrático ir pensando en salir a la calle un día. A pedir democracia y Constitución. A pedirlas a gritos. A pedirlas a hostias, si hace falta. A luchar contra la nueva y maldita dictadura. La dictadura de estos nietos de mierda.
Mi más sincera enhorabuena.
ResponderEliminarDe acuerdo de principio a fin, el diagnóstico es válido para casi toda la actividad pública de este pais.
Me va a permitir el exabrupto: yo también estoy hasta los mismísimos cojones de tanta podredumbre.
Son muchos años de "soma".
ResponderEliminarNo creo que queden cuatro gatos para salir a la calle; o para salir a la calle sabiendo por qué se sale.
Incluso para los lúcidos, resulta más atractivo quejarse siguiendo el protocolo establecio que hacerlo simplemente con libertad.
Yo no conozco ningún lúcido no escéptico.
Puesto a buscar, ni siquiera uno que no tenga algo que perder saliendo a la calle saltándose el manual del disidente correcto.
Estamos muy jodidos.
Querido compañero,
ResponderEliminarImpecable. Con toda la mala hostia precisa al caso. Absolutamente ferpecto.