Amado, necesito que me ayudes. Llevo días levantándome temprano muy a mi pesar. No es para escribir sobre la piel dulcísima del día, como diría Umbral. Me despierto sobresaltado, siempre por el mismo motivo. Te iba a llamar al móvil, pero será mejor escribir, por ver si consigo conjurar esta especie de obsesión que me trastorna. No hay nada de ejercicio literario en esto, lo juro. No trato de apresar los sueños de la noche con el apresuramiento del que teme perder –como desaconsejaba Alfonso Reyes-, con la evaporación, las virtudes del yodo reciente.
El caso es que tengo sueños, más bien pesadillas, totalitarios. Pero ya te digo, no se quedan ahí, en su zona reservada, en el subconsciente o en algún cuarto oscuro del cerebro, que es donde me gustaría mandarlos y tirar la llave al Bernesga. Aunque alguna vez pensé que tiene que haber por alguna parte una especie de biblioteca gigante e inmaterial, algún limbo, algún disco duro (bueno, quizá blando; recuerda aquella intuición de los relojes dalinianos) donde vayan a parar todas estas energías nuestras. Porque uno se levanta agotado. Y todo este trajín no puede desaprovecharse, tendrá que ir, tendrá que estar en algún sitio. Y compadezco a los que estén para reciclarlo. Allá les llegará todo sin separar, embarullado. Sin la bolsa con lo orgánico, los recuerdos de amoríos o los recurrentes de la infancia; sin los envases, por ahí andará lo erótico, con tanta presentación diferente; el vidrio, como esto mío que les llega últimamente. Mis visiones son claras, como a través de mampara de cristal, que luego se hace añicos, saltan para herirte las esquirlas cortantes.
Sueño que soy una especie de capo de una especie de campo de concentración. Bueno, quita lo de especie, lo de “algo así como”. Lo siento nítido, lo palpo. Un par de veces tenía un parecido al Amon Goeth del campo de Plaszow, que sale en “La lista de Schindler” y sobre el que tú has escrito. Aunque, al menos, no disparo ni follo indiscriminadamente. Y voy condenando o absolviendo como él, con aquel gesto pontificial, misericordioso. Pero la mayoría de las veces no tengo cuerpo o tengo la visión esteoroscópica de una cámara o del gran hermano.
El campo es, la mayoría de las veces, aseado, bien trazado. Ya sabes de mi manía del orden. Asepsia y tiralíneas. Tipo bahuasiano o del movimiento moderno. Nada que ver con la sucia ciénaga donde los cadáveres y las inmundicias hacían irrespirable el aire nebuloso y blando, del que escribe Primo Levi en “La tregua”. Con alambradas en las que te puedes enganchar sin miedo a coger el tétanos. Hasta hay geranios. A ellos les dará igual, no lo pueden ver. Pero yo veo que estoy pendiente del detalle.
Allí están ellos, con bolsas negras de basura tapándoles la cabeza. Les gusta estar separados y tienen una indumentaria diferente. Los arquitectos, de negro y gris marengo. Son, se adivina, los más elegantes. Los políticos tienen peor gusto. Trajes que quieren ser demasiado modernos y corbatas gritonas. Ellas son más clásicas. Sólo un par llevan cazadoras del tipo de aquella que quiso ser alcaldesa de Madrid. Los periodistas son un desastre; mira que tampoco cuesta tanto ir un poco bien. Pero puede que sea una pose buscada, que obedezca a algún arquetipo, como un Walter Matthau con pinta de andar hurgándose todo el tiempo la nariz o un Ring Lardner, la vista nublada por el humo del cigarro, el pelo graso y las uñas negras como un vulgar cajista.
Cada día se repiten esas visiones, con tal nitidez que no parecen irreales. Alguna vez cambia algo el escenario. Hace un par de semanas fui a dar una conferencia a maestros sobre el acoso escolar. Esa noche, el horror estaba en un patio de colegio como el de mi escuela de niño, con muros de ladrillo visto coronados por pellas de cemento con cristales incrustados. Estaban a cara descubierta y, en un extremo, varios arquitectos arrodillados con grandes orejas de papel. Dos políticos gordinflones, se desgañitaban para hacerse acompañar por el resto en una canción infantil que me recordó a la de los jovencitos de camisa parda en “Cabaret”. Ese día, amanecí más tranquilo.
Imagínate qué agobio. Me pasa casi a diario. Además, está empezando a influir en mi vida “normal”. El viernes pasado coincidí tomando una cañas con dos amigos de un periódico local, una pareja que no escribe mal. No le reí los chistes a él y estuve ríspido con ella. Con los otros grupos me preocupa menos. Ya me pasaba antes.
Le doy vueltas y pienso si no me habréis contagiado otros estas obsesiones. No, tranquilo, no te voy a meter una querella por daños psíquicos del ciento setenta y tres del código penal. Qué te voy a contar a ti, que eres otra víctima. Pero leo tu blog y eso se va enquistando, seguro, en algún lugar del hipotálamo que empezará a segregar miasmas allá de madrugada. Y a mí, me está jodiendo la existencia.
También tengo yo mi culpa, no voy a negarlo. Vamos a ver, tengo claro que estos tres colectivos tienen en común varias cosas deplorables que, para los mortales y humillados, se pueden resumir en dos: no sabemos cuál es su visión del mundo, cómo razonan, ni en qué llegan a pensar. Qué estímulos les llevan a comportarse como lo hacen. Y luego, que les importamos un bledo. Entendería mejor a los marcianos.
Pero yo, con mi manía del orden, también he hecho algo para caer en este desorden nervioso: apunto frasecitas. A cientos. Estoy obsesionado. Tengo un cuaderno gruesito casi lleno. Te copio alguna. Esta te gustará, porque tiene que ver con Finkielkraut. Se habla de él entre un filósofo y un político. Al final, el escritor (Azúa, el 20.12.05) dice del segundo: “A quienes viven del dinero público les encanta castigar. El motivo es lo de menos. ¡Da tanto gusto mostrarse poderoso! ¡E incluso perdonar! ¡Qué grandeza, la compasión! / Hay algo peor que la fraternidad de los represores: la fraternidad de los cretinos.” Ya ves, les gusta hacer el Amon…
No quiero cansarte. Una más. No tengo la referencia; creo que es del ABC. “David Rose ha declarado sarcásticamente que él no encargaría a un arquitecto famoso que le construyera siquiera una caseta para el perro. ‘Cuando hago una caseta para el perro, yo estoy interesado en el perro. Él no.”
Y ya sabes que en los concursos empiezan a meterse cuestionarios para el jurado sobre el carácter más o menos emblemático de una propuesta.
De los periodistas, como la cosa está reciente por un asunto de mi trabajo, ni mentarlos. Yo pensaba que una tragedia familiar es eso justamente y algo íntimo. Para ellos, va a ser que no. Bueno, te remito a lo que escribió un tal Manfredi en esa revista de libros que los dos recibimos.
En fin, que voy a echar al fuego mi commonplace book.
No sigo. Bastante tengo con mis noches como para también alterarme en la vigilia. Eres el primero en saberlo. Aunque no sé si habrá más afectados, al menos hasta el punto que yo lo estoy. Pero como esos de los que hablo sigan así, será una pandemia más, como el VHI o la tendinitis por ratón de ordenador. Igual no es malo que se extienda: no votaríamos, volveríamos al filandón y volvería a estar de moda Vitruvio, obligándoles a vivaquear y a preguntar a los viejos del lugar. ¡Pero no te acuerdas de nuestras clases de primero, desgañitándonos porque había un motor achicando en el aula! No repararon en el apellido del topónimo: Villarrodrigo de las Regueras. ¡Dios!
En fin, voy acabando. El escribirte ha servido de algo. Me encuentro mejor, tras nombrar ese mi reverso tenebroso. Imagino que escribiendo, describiendo mis sueños, sin ninguna pretensión literaria (además, está desaconsejado en todos los manuales; lo han hecho medianamente bien Poe, Borges y cuatro más) me ayudará a llevar una vida corriente. Y tendré que ir al psiquiatra o al psicólogo. De momento, he dado el primer paso contándotelo a ti. Guárdame el secreto, pero aconséjame. Unas palabras tuyas, quizá basten para sanarme. Un abrazo. A.F.
El caso es que tengo sueños, más bien pesadillas, totalitarios. Pero ya te digo, no se quedan ahí, en su zona reservada, en el subconsciente o en algún cuarto oscuro del cerebro, que es donde me gustaría mandarlos y tirar la llave al Bernesga. Aunque alguna vez pensé que tiene que haber por alguna parte una especie de biblioteca gigante e inmaterial, algún limbo, algún disco duro (bueno, quizá blando; recuerda aquella intuición de los relojes dalinianos) donde vayan a parar todas estas energías nuestras. Porque uno se levanta agotado. Y todo este trajín no puede desaprovecharse, tendrá que ir, tendrá que estar en algún sitio. Y compadezco a los que estén para reciclarlo. Allá les llegará todo sin separar, embarullado. Sin la bolsa con lo orgánico, los recuerdos de amoríos o los recurrentes de la infancia; sin los envases, por ahí andará lo erótico, con tanta presentación diferente; el vidrio, como esto mío que les llega últimamente. Mis visiones son claras, como a través de mampara de cristal, que luego se hace añicos, saltan para herirte las esquirlas cortantes.
Sueño que soy una especie de capo de una especie de campo de concentración. Bueno, quita lo de especie, lo de “algo así como”. Lo siento nítido, lo palpo. Un par de veces tenía un parecido al Amon Goeth del campo de Plaszow, que sale en “La lista de Schindler” y sobre el que tú has escrito. Aunque, al menos, no disparo ni follo indiscriminadamente. Y voy condenando o absolviendo como él, con aquel gesto pontificial, misericordioso. Pero la mayoría de las veces no tengo cuerpo o tengo la visión esteoroscópica de una cámara o del gran hermano.
El campo es, la mayoría de las veces, aseado, bien trazado. Ya sabes de mi manía del orden. Asepsia y tiralíneas. Tipo bahuasiano o del movimiento moderno. Nada que ver con la sucia ciénaga donde los cadáveres y las inmundicias hacían irrespirable el aire nebuloso y blando, del que escribe Primo Levi en “La tregua”. Con alambradas en las que te puedes enganchar sin miedo a coger el tétanos. Hasta hay geranios. A ellos les dará igual, no lo pueden ver. Pero yo veo que estoy pendiente del detalle.
Allí están ellos, con bolsas negras de basura tapándoles la cabeza. Les gusta estar separados y tienen una indumentaria diferente. Los arquitectos, de negro y gris marengo. Son, se adivina, los más elegantes. Los políticos tienen peor gusto. Trajes que quieren ser demasiado modernos y corbatas gritonas. Ellas son más clásicas. Sólo un par llevan cazadoras del tipo de aquella que quiso ser alcaldesa de Madrid. Los periodistas son un desastre; mira que tampoco cuesta tanto ir un poco bien. Pero puede que sea una pose buscada, que obedezca a algún arquetipo, como un Walter Matthau con pinta de andar hurgándose todo el tiempo la nariz o un Ring Lardner, la vista nublada por el humo del cigarro, el pelo graso y las uñas negras como un vulgar cajista.
Cada día se repiten esas visiones, con tal nitidez que no parecen irreales. Alguna vez cambia algo el escenario. Hace un par de semanas fui a dar una conferencia a maestros sobre el acoso escolar. Esa noche, el horror estaba en un patio de colegio como el de mi escuela de niño, con muros de ladrillo visto coronados por pellas de cemento con cristales incrustados. Estaban a cara descubierta y, en un extremo, varios arquitectos arrodillados con grandes orejas de papel. Dos políticos gordinflones, se desgañitaban para hacerse acompañar por el resto en una canción infantil que me recordó a la de los jovencitos de camisa parda en “Cabaret”. Ese día, amanecí más tranquilo.
Imagínate qué agobio. Me pasa casi a diario. Además, está empezando a influir en mi vida “normal”. El viernes pasado coincidí tomando una cañas con dos amigos de un periódico local, una pareja que no escribe mal. No le reí los chistes a él y estuve ríspido con ella. Con los otros grupos me preocupa menos. Ya me pasaba antes.
Le doy vueltas y pienso si no me habréis contagiado otros estas obsesiones. No, tranquilo, no te voy a meter una querella por daños psíquicos del ciento setenta y tres del código penal. Qué te voy a contar a ti, que eres otra víctima. Pero leo tu blog y eso se va enquistando, seguro, en algún lugar del hipotálamo que empezará a segregar miasmas allá de madrugada. Y a mí, me está jodiendo la existencia.
También tengo yo mi culpa, no voy a negarlo. Vamos a ver, tengo claro que estos tres colectivos tienen en común varias cosas deplorables que, para los mortales y humillados, se pueden resumir en dos: no sabemos cuál es su visión del mundo, cómo razonan, ni en qué llegan a pensar. Qué estímulos les llevan a comportarse como lo hacen. Y luego, que les importamos un bledo. Entendería mejor a los marcianos.
Pero yo, con mi manía del orden, también he hecho algo para caer en este desorden nervioso: apunto frasecitas. A cientos. Estoy obsesionado. Tengo un cuaderno gruesito casi lleno. Te copio alguna. Esta te gustará, porque tiene que ver con Finkielkraut. Se habla de él entre un filósofo y un político. Al final, el escritor (Azúa, el 20.12.05) dice del segundo: “A quienes viven del dinero público les encanta castigar. El motivo es lo de menos. ¡Da tanto gusto mostrarse poderoso! ¡E incluso perdonar! ¡Qué grandeza, la compasión! / Hay algo peor que la fraternidad de los represores: la fraternidad de los cretinos.” Ya ves, les gusta hacer el Amon…
No quiero cansarte. Una más. No tengo la referencia; creo que es del ABC. “David Rose ha declarado sarcásticamente que él no encargaría a un arquitecto famoso que le construyera siquiera una caseta para el perro. ‘Cuando hago una caseta para el perro, yo estoy interesado en el perro. Él no.”
Y ya sabes que en los concursos empiezan a meterse cuestionarios para el jurado sobre el carácter más o menos emblemático de una propuesta.
De los periodistas, como la cosa está reciente por un asunto de mi trabajo, ni mentarlos. Yo pensaba que una tragedia familiar es eso justamente y algo íntimo. Para ellos, va a ser que no. Bueno, te remito a lo que escribió un tal Manfredi en esa revista de libros que los dos recibimos.
En fin, que voy a echar al fuego mi commonplace book.
No sigo. Bastante tengo con mis noches como para también alterarme en la vigilia. Eres el primero en saberlo. Aunque no sé si habrá más afectados, al menos hasta el punto que yo lo estoy. Pero como esos de los que hablo sigan así, será una pandemia más, como el VHI o la tendinitis por ratón de ordenador. Igual no es malo que se extienda: no votaríamos, volveríamos al filandón y volvería a estar de moda Vitruvio, obligándoles a vivaquear y a preguntar a los viejos del lugar. ¡Pero no te acuerdas de nuestras clases de primero, desgañitándonos porque había un motor achicando en el aula! No repararon en el apellido del topónimo: Villarrodrigo de las Regueras. ¡Dios!
En fin, voy acabando. El escribirte ha servido de algo. Me encuentro mejor, tras nombrar ese mi reverso tenebroso. Imagino que escribiendo, describiendo mis sueños, sin ninguna pretensión literaria (además, está desaconsejado en todos los manuales; lo han hecho medianamente bien Poe, Borges y cuatro más) me ayudará a llevar una vida corriente. Y tendré que ir al psiquiatra o al psicólogo. De momento, he dado el primer paso contándotelo a ti. Guárdame el secreto, pero aconséjame. Unas palabras tuyas, quizá basten para sanarme. Un abrazo. A.F.
No se alarme, eso es simplemente una neurosis transitoria, posiblemente derivada de un leve transtorno obsesivo-compulsivo.
ResponderEliminarSi me admite la sugerencia, lea durante una semana; 5 veces al día; la noticia que el enlace adjunto contiene, y si se le pasan las ganas de asesinarlos acuda inmediatamente a su médico, pues su problema podría ser más grave de lo que en principio hace sospechar.
http://www.eleconomista.es/empresas-finanzas/noticias/315790/01/70/Grupo-internacional-proyecta-gran-parque-de-ocio-de-2000-has-junto-Zaragoza.html
Suelo soñar que soy el jefe de un campo de concentración de Stalin tampoco disparo ni follo indiscriminadamente, pero me siento muy mal en esa pesadilla ya que no absuelvo ni condeno a nadie sino simplemente no hago nada, me tomo unas cañas mientras veo como fuerzas y cuerpos de seguridad torturan física y psiquicamente en la planta baja del campo mientras en la de arriba hay jueces condecorados aplicadores de Derecho penal de autor y mientras los garantes de los derechos de los ciudadanos dando palmadas a los jefes de los carniceros. Y no pienso ir al psiquiatra ni al psicólogo porque la solución a ese sueño es dejar de no hacer nada
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