19 noviembre, 2007

¿Para qué sirve un gobierno? Por Francisco Sosa Wagner

¿Quién nos iba a decir que el embrollo de las identidades, de las lenguas y de los cortijos locales acabaría reportando beneficios tangibles? Pues así es, lástima que no sea en España sino en Bélgica, que nos pilla lejos. Porque en aquella bendita tierra llevan meses sin gobierno y ello se debe a que flamencos y valones disputan, más allá de toda medida, las preeminencias o las cuotas de poder. Hay que tener en cuenta que la capital, Bruselas, es la única ciudad bilingüe en un país con idiomas, prensa, escuelas, universidades completamente segregados a los dos lados de la frontera lingüística pintada en los años sesenta. Consta que el rey -porque se le ve con el cetro abatido- está deseando nombrar a un primer ministro pero, aun con lo que gusta este cargo, todo él supremo enredo, resulta que nadie tiene la suficiente valentía para asumirlo.

Es decir, que Bélgica, un país con aguaceros como hilos, miles de funcionarios armados con móvil y PDA de última generación, se encuentra sin un Gobierno que llevarse a la boca, un Gobierno por compasión con el que aparecer aseado en las fiestas de sociedad y participar en la “saison” de la ópera que ya ha comenzado entre coros y arias inmortales. El frío arrecia, los vientos en las esquinas silban y acuchillan, las noches se hacen largas y mandonas y, en esta situación, el Gobierno que no está, que no media, que no legisla, que no se reúne, que no comparece ante el Parlamento ... La coyuntura parece pavorosa pero da lugar a meditaciones que empiezan a poner en peligro las bases mismas de la sociedad. Porque, se preguntan los belgas, ¿qué ha pasado en realidad? Pues no ha pasado nada, nada anormal acontece en la vida diaria de los belgas que siguen tomando cerveza, planeando el fin de semana en París y comprando calcetines en los grandes almacenes.

Por ello, cada día son más los que han concluido que el gobierno no sirve sino para embrollar, que el mejor gobierno es el que ni está ni se le espera y que los decretos y las leyes en que tanto empeño ponen tienen apariencia de cosa fina y sutil pero magra sustancia. Así razonan y de ahí a perder el respeto a ministros y subsecretarios no hay más que un paso, delgado como frontera de Schengen (ciudad que por cierto no anda lejos).

Esto suena a anarquismo y, en efecto, lo es. Pero es un anarquismo suave y educado, como el que pudo ser pero no fue de Bakunin, siempre enfrentado a Marx y disputando con él quién tenía la barba más sedosa.

Muy pronto, el anarquismo tuvo de malo su afición a ir asesinando a mandatarios distinguidos que encontraba a mano. A Cánovas le pillaron en un apacible balneario, a Alfonso XIII le quisieron amargar la boda que es un día con muchas melancolías, a la emperatriz austro-húngara Sissi la balearon al borde del mar Mediterráneo cuyos aires tan bien sentaban a aquella criatura adorablemente histérica ... Es verdad que era el del anarquista un trabajo artesano, cumplido de uno en uno, no como las actuales matanzas de los terroristas, pero no dejaba de ser un acto de mala crianza que segaba vidas y que además servía de poco, si se le mide en relación con el empeño de cambiar la sociedad de sus furúnculos y sus pesadas digestiones, que era al cabo el objetivo anarquista.

Desde que abandonaron estas prácticas, a los anarquistas se les ha oído poco. Ahora reaparecen en Bélgica en la forma comedida que los belgas suelen poner a sus aspiraciones políticas, con buenas maneras y con dulzura: hoy quitan el Gobierno, mañana suprimirán el Parlamento y pasado les tocará a los jueces.

Es el anarquismo bueno, el moderado al que aspiraron aquellos anarquistas instruidos que fueron entre nosotros Azorín y Pío Baroja. Anarquistas en zapatillas y sin más arma que el ABC. Anarquistas de andar por casa que, la verdad, se echan de menos.

2 comentarios:

  1. Ni patria, ni Dios, ni bandera.

    PD: ¿Qué ha sido de las Kely Finder? Alguién me presta unas?

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  2. Admirado Profesor:

    Ayer estuve por primera vez en mi vida en un juicio, espero que sea la última. Y leyendo hoy su artículo me ha dado por la melancolía, muy dado a ella en los últimos tiempos. Que lejos estamos de "flamencos" y "valones"!.
    Una buena crónica de los sucedido puede encontrarse en lo que ha escrito Paco Robles

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