El lunes por la tarde asistí en la Facultad de Derecho de León a un debate sobre León y la autonomía. Discutían el PP, el PSOE y la UPL, Unión del Pueblo Leonés. Aleccionador del todo dicho encuentro. Téngase en cuenta que los leonesistas de la UPL mantienen que León es un Pueblo (así, con mayúscula) como la copa de un pino centenario y autóctono; que si un día fue reino cómo no va a ser ahora comunidad autónoma de las que más, y que con tanto sentimiento leonés de los leoneses y Volksgeist a tutiplén cómo vamos a andar mezclándonos con los segovianos que se sienten segovianos o con los burgaleses que se creen castellanos en barrica de roble (centenario). Gentes que no sólo eran de Castilla, sino que, además, lo eran de La Vieja. Dicen también los leonesistas que el sentir sentimental que hicieron sentir los leoneses cuando se hizo la caquita esta del mapa autonómico no fue adecuadamente sentido por aquellos políticos de entonces, tan poco sensibles y tan enmartivillados. Y el argumento supremo: joer, si hasta Logroño tiene su comunidad autónoma, así de pequeña y flácida, como no vamos a ser comunidad autónoma nosotros, con este pedazo de historia que calzamos. Razones todas de rompe y rasga y unidad de destino en el presente, oé, oé, oé. Ah, y que en esta comunidad autónoma de Castilla y León hay muchos más directores generales de Valladolid que de León, cosa que no ocurriría si León fuera autónoma ella en sí y para sí, lógicamente.
Los partidos que se dicen grandes entran al trapo con los ojos cerrados. PSOE y PP insistieron en meterse el dedo en su propio ojo, el suyo de cada uno, resaltando que el nuevo Estatuto de Autonomía de Castilla y León contiene cosas de tanto fuste como la mención del leonés como lengua a proteger. Y ni se les escapó la risa ni nada. Mencionaron a dúo (dinámico) otras ventajas de semejante reforma estatutaria, convenciéndonos a todos más radicalmente de lo que ya sabíamos: no nos hace ninguna falta ni Estatuto de Autonomía ni ninguna de las instituciones que esa norma normarum recoge y nosotros pagamos. Tampoco se les ocurre cascar que una buena manera de acabar con el agravio comparativo de la autonomía riojana de cosecha reciente sería eliminarla y dejarse de pequeñeces con bandera.
Permítase recordar que el PP y el PSOE de León se abstienen casi siempre que la UPL exige autonomía como vicio solitario. Eso sí, los mismos partidos votan luego en Valladolid que nones y en Madrid otro tanto. Coherencia de políticos de principios. Pero aquí hasta hablan leonés en la intimidad y con la boca llena de langostinos. Se creen que le van a quitar a la UPL la novia por andar soltándole requiebros en los pasillos oscuros de cualquier ayuntamiento, y lo único que hacen es ponerla más tontona y más crecida; a la novia, digo.
Hubo intervenciones brillantes de varios lugareños entrañables, ansiosos de autodeterminación y direcciones generales, como la de aquella señora que se indignaba porque un libro de texto de esta Comunidad habla de cuando el emperador Augusto pasó por Castilla, ignorando los perversos autores que de aquella Castilla no existía ni en pintura. Es que Castilla se encastilla en su historia, sin reconocer que los únicos que ya estaban antes de que los romanos nos soltaran sus latines eran los leoneses.
Total, que levanté la mano y protesté de que en la mesa no hubiera un representante de los sin patria, de los que me declaré por la brava modesto y atribulado portavoz. A estos debates que nos traemos en este país -o lo que sea- les faltan voces y argumentos. O sea: muchas cosas que pensamos muchos no las dice nadie, no sea que te cuelguen el sambenito de facha y copero. Como si no se pudiera pensar por libre y sin la tutela de obispos.
Bueno, pues ya va siendo hora de que nos juntemos los que creemos lo siguiente y lo proclamamos bien alto: queremos volver a un Estado central y centralista. Si acaso, un Estado centralista que se desconcentre un poco los fines de semana, pero centralista. Una cosa así como Francia, Estado opresor que da gusto. Estamos hasta el gorro de discusiones bizantinas sobre si es más pueblo-nación La Rioja o León, sobre si en León se habla más el leonés o el rumano o sobre si la culpa de que no se nos reconozca políticamente la identidad cazurra, que ya bullía en esta tierra antes de que la hollase pie humano, la tienen los Reyes Católicos o Martín Villa.
Estamos hasta las narices de esta multiplicación de los entes, entes autonómicos, provinciales, regionales, comarcales, municipales, parroquiales, mancomunados, mixtos, de cuota, de canto, de risa y de pena, de organizaciones de la sociedad civil y de la incivil y del lucero del alba. Estamos hasta la boina de esos entes que cuestan y gastan y de sus ocupantes que cobran, de esos entes que son comedero de zánganos, pesebre de arribistas, abrevadero de impostores y cortijo de politicastros que en vez de ponerle piso al o la amante lo hacen o la hacen miembro de observatorios, comisiones, juntas y demás zarandajas con dietas.
Esto de las diecisiete comunidades autónomas es caro, es disfuncional, es bobalicón, aliena al personal de a pie y encumbra a cretinos y mentecatos. Hay que suprimirlo ya. Estado central como mandan los cánones, pero no un Estado-Nación y España grande y libre, no. Estado eficaz en la gestión, pero sin pretensión de trascendencia ni unidad de destino en lo universal ni en lo particular ni en nada. Llevar las cuentas comunes, poner un poco de orden y acabar con los timadores del tocomocho nacional(ista). Y punto. Y que la UE avance y los de León se animen a casarse con finlandesas, los catalanes con checas y los vascos con lo que puedan que no sea una piedra gorda. A ver si se les cura a todos la obsesión por el pedigrí y el complejo de pueblo elegido para la gloria municipal.
También va siendo hora de acabar con ese cuento de que la autonomía acerca el poder a los ciudadanos. Lo acerca a los ciudadanos listillos que tienen el poder autonómico y que sin las diecisiete mangantas tendrían que currar en cosas decentes, hacérselo en casa con la parienta y conducir su propio coche. A mí no me acerca nada, ni poder ni control ni leches, y a la inmensa mayoría de la gente tampoco. Me importa un rábano que ese conciudadano avinagrado y con cara de primo carnal que recibe mi instancia en oficinas administrativas esté pagado por la Administración central, la autonómica, la municipal o la patafísica: su cara de cabronazo, si la tiene, no cambia al modificarle la denominación de origen.
Y en cuanto a los gobernantes, los que parten el bacalao autonómico, esos tiburones del arroyo local, mucho mejor que no estén o y que los que tengan que estar como delegados del señor Estado sean de bien lejos. Así se hace uno la ilusión de que son honestos, saben lo que se traen entre manos y están puestos ahí por sus méritos. Porque no me digan que no pone de mal café cruzarse en la escalera de casa con el consejero de urbanismo, al que conoces desde pequeño y que ya entonces mangaba los juguetes de los amiguitos. O con el de cultura, que repitió curso cinco veces, cuando pasar curso no era obligatorio por razones estadísticas y a mayor gloria de pedagogos iletrados. O ver salir de misa en la parroquia de al lado al acreditado putero y maltratador de doñas que ahora lleva lo del orden público autonómico. O rozarse accidentalmente con la de asuntos femeninos autonómicos, que ya envenenó a dos maridos y ahora sale con la telefonista del Parlamento local.
Que no, hombre, que no. Yo no quiero conocer a los que me gobiernan, no deseo que me acaricien el lomo mientras me dicen que su poder es el mío y mientras me sacan la billetera en nombre del espíritu del Pueblo. No quiero andar escuchando debates sobre si somos galgos o podencos o nos sentimos más griegos o más etruscos o si descendemos de celtas, iberos o caucásicos. Porque ésa es otra, no sé por qué demonios a la hora de buscar ancestros presentables ningún nacionalista de ningún lado se acuerda del honesto gremio de los repartidores de butano, que son todos del extrarradio y que tienen un árbol genealógico de campeonato.
Los partidos que se dicen grandes entran al trapo con los ojos cerrados. PSOE y PP insistieron en meterse el dedo en su propio ojo, el suyo de cada uno, resaltando que el nuevo Estatuto de Autonomía de Castilla y León contiene cosas de tanto fuste como la mención del leonés como lengua a proteger. Y ni se les escapó la risa ni nada. Mencionaron a dúo (dinámico) otras ventajas de semejante reforma estatutaria, convenciéndonos a todos más radicalmente de lo que ya sabíamos: no nos hace ninguna falta ni Estatuto de Autonomía ni ninguna de las instituciones que esa norma normarum recoge y nosotros pagamos. Tampoco se les ocurre cascar que una buena manera de acabar con el agravio comparativo de la autonomía riojana de cosecha reciente sería eliminarla y dejarse de pequeñeces con bandera.
Permítase recordar que el PP y el PSOE de León se abstienen casi siempre que la UPL exige autonomía como vicio solitario. Eso sí, los mismos partidos votan luego en Valladolid que nones y en Madrid otro tanto. Coherencia de políticos de principios. Pero aquí hasta hablan leonés en la intimidad y con la boca llena de langostinos. Se creen que le van a quitar a la UPL la novia por andar soltándole requiebros en los pasillos oscuros de cualquier ayuntamiento, y lo único que hacen es ponerla más tontona y más crecida; a la novia, digo.
Hubo intervenciones brillantes de varios lugareños entrañables, ansiosos de autodeterminación y direcciones generales, como la de aquella señora que se indignaba porque un libro de texto de esta Comunidad habla de cuando el emperador Augusto pasó por Castilla, ignorando los perversos autores que de aquella Castilla no existía ni en pintura. Es que Castilla se encastilla en su historia, sin reconocer que los únicos que ya estaban antes de que los romanos nos soltaran sus latines eran los leoneses.
Total, que levanté la mano y protesté de que en la mesa no hubiera un representante de los sin patria, de los que me declaré por la brava modesto y atribulado portavoz. A estos debates que nos traemos en este país -o lo que sea- les faltan voces y argumentos. O sea: muchas cosas que pensamos muchos no las dice nadie, no sea que te cuelguen el sambenito de facha y copero. Como si no se pudiera pensar por libre y sin la tutela de obispos.
Bueno, pues ya va siendo hora de que nos juntemos los que creemos lo siguiente y lo proclamamos bien alto: queremos volver a un Estado central y centralista. Si acaso, un Estado centralista que se desconcentre un poco los fines de semana, pero centralista. Una cosa así como Francia, Estado opresor que da gusto. Estamos hasta el gorro de discusiones bizantinas sobre si es más pueblo-nación La Rioja o León, sobre si en León se habla más el leonés o el rumano o sobre si la culpa de que no se nos reconozca políticamente la identidad cazurra, que ya bullía en esta tierra antes de que la hollase pie humano, la tienen los Reyes Católicos o Martín Villa.
Estamos hasta las narices de esta multiplicación de los entes, entes autonómicos, provinciales, regionales, comarcales, municipales, parroquiales, mancomunados, mixtos, de cuota, de canto, de risa y de pena, de organizaciones de la sociedad civil y de la incivil y del lucero del alba. Estamos hasta la boina de esos entes que cuestan y gastan y de sus ocupantes que cobran, de esos entes que son comedero de zánganos, pesebre de arribistas, abrevadero de impostores y cortijo de politicastros que en vez de ponerle piso al o la amante lo hacen o la hacen miembro de observatorios, comisiones, juntas y demás zarandajas con dietas.
Esto de las diecisiete comunidades autónomas es caro, es disfuncional, es bobalicón, aliena al personal de a pie y encumbra a cretinos y mentecatos. Hay que suprimirlo ya. Estado central como mandan los cánones, pero no un Estado-Nación y España grande y libre, no. Estado eficaz en la gestión, pero sin pretensión de trascendencia ni unidad de destino en lo universal ni en lo particular ni en nada. Llevar las cuentas comunes, poner un poco de orden y acabar con los timadores del tocomocho nacional(ista). Y punto. Y que la UE avance y los de León se animen a casarse con finlandesas, los catalanes con checas y los vascos con lo que puedan que no sea una piedra gorda. A ver si se les cura a todos la obsesión por el pedigrí y el complejo de pueblo elegido para la gloria municipal.
También va siendo hora de acabar con ese cuento de que la autonomía acerca el poder a los ciudadanos. Lo acerca a los ciudadanos listillos que tienen el poder autonómico y que sin las diecisiete mangantas tendrían que currar en cosas decentes, hacérselo en casa con la parienta y conducir su propio coche. A mí no me acerca nada, ni poder ni control ni leches, y a la inmensa mayoría de la gente tampoco. Me importa un rábano que ese conciudadano avinagrado y con cara de primo carnal que recibe mi instancia en oficinas administrativas esté pagado por la Administración central, la autonómica, la municipal o la patafísica: su cara de cabronazo, si la tiene, no cambia al modificarle la denominación de origen.
Y en cuanto a los gobernantes, los que parten el bacalao autonómico, esos tiburones del arroyo local, mucho mejor que no estén o y que los que tengan que estar como delegados del señor Estado sean de bien lejos. Así se hace uno la ilusión de que son honestos, saben lo que se traen entre manos y están puestos ahí por sus méritos. Porque no me digan que no pone de mal café cruzarse en la escalera de casa con el consejero de urbanismo, al que conoces desde pequeño y que ya entonces mangaba los juguetes de los amiguitos. O con el de cultura, que repitió curso cinco veces, cuando pasar curso no era obligatorio por razones estadísticas y a mayor gloria de pedagogos iletrados. O ver salir de misa en la parroquia de al lado al acreditado putero y maltratador de doñas que ahora lleva lo del orden público autonómico. O rozarse accidentalmente con la de asuntos femeninos autonómicos, que ya envenenó a dos maridos y ahora sale con la telefonista del Parlamento local.
Que no, hombre, que no. Yo no quiero conocer a los que me gobiernan, no deseo que me acaricien el lomo mientras me dicen que su poder es el mío y mientras me sacan la billetera en nombre del espíritu del Pueblo. No quiero andar escuchando debates sobre si somos galgos o podencos o nos sentimos más griegos o más etruscos o si descendemos de celtas, iberos o caucásicos. Porque ésa es otra, no sé por qué demonios a la hora de buscar ancestros presentables ningún nacionalista de ningún lado se acuerda del honesto gremio de los repartidores de butano, que son todos del extrarradio y que tienen un árbol genealógico de campeonato.
Aunque con matices patrióticos ...¡Viva!
ResponderEliminar¿Donde hay que firmar?
ResponderEliminarya iba siendo ahora que se hablara tan claro, en el tema de las "autonosuyas"
ResponderEliminarCarvi
Sí, eso queda muy bien, pero como es imposible "destruir" el mapa autonómico, mejor que sigan de entrenadores los de casa. Así tendremos más oportunidades de jugar de titulares.
ResponderEliminarMenos mal que el estado central español, a diferencia de los pequeños estados autónomicos, no lo manejan otros ciudadanos "listillos", maestros en la ineficiencia y en la corrupción que abundan en la "provincia"...menos mal
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