¡Toma ya! Menudo título me ha quedado. Con una etiqueta así y cuatro citas de algún sociólogo polaco, se montan los de Sociología una monografía de cuidado. Al fin y al cabo, no hay cosa evidente que no haya descubierto, a base de tiempo, algún sociólogo.
Pero que nadie se alarme, no me voy a poner estupendo con la pretensión de inventar teorías. Está todo el pescado vendido y en las ciencias sociales ya sólo queda sitio para epígonos, editores de obra póstuma y comentaristas traicioneros. A lo que quiero referirme es a un asunto de nuestro diario acontecer, como dirían en el telediario. Veamos.
Lo que hace posibles las relaciones sociales y que no nos matemos al primer golpe de vista es el disimulo. Podría decirse que es por cortesía por lo que no nos masacramos unos a otros y todo el tiempo. Pues por cortesía nos callamos a menudo lo que pensamos de nuestros conocidos, compañeros e interlocutores varios. Mantenemos las formas, cultivamos los tópicos, fingimos interés por cuestiones personales que en el fondo nos importan un bledo, nos consternamos por las ajenas desdichas sin un ápice de sinceridad. Y así todo. Pero vamos tirando, nos acostumbramos y hasta nos gusta la vida social de tal guisa. Como es imposible saber lo que bulle en la cabeza de cada cual, uno se acomoda a la representación propia y ajena y, en estas, hasta le tomas cariño al papel del otro, surgen amistades, prosperan amores, se hacen risas o te casas.
Y todo eso cabe gracias a que filtramos nuestras opiniones, censuramos nuestras ocurrencias, no soltamos a tontas y a locas lo primero que se nos viene a la cabeza cuando aquel amigo nos enseña su nuevo coche, este colega hace ostentación de su reciente ligue o la compañera de fatigas te pregunta qué te parece lo que le han hecho hoy en la pelu. Vivimos, así, dichosos entre parabienes y mirándonos en el espejo de lo que los otros nos dicen por conmiseración y para no buscarse enemigos a lo tonto. Sabemos que ese espejo es engañoso, pero, narcisos al fin, lo preferimos antes que el reflejo inclemente de los charcos.
Bueno, pues en esto de la cortesía y el principio social de caridad hay excepciones, existen aprovechados, parásitos del sistema. Toléreseme una comparación bien pedante. Cuenta Habermas que el mentiroso es un parásito que se aprovecha de la presunción de verdad que habitualmente aplicamos a las comunicaciones que nos dirigen. Es decir, cuando alguien me dice algo, yo –si no tengo una paranoia de tomo y lomo- no estoy pensando que seguro que me miente, sino que parto de que, si me habla, no será para engañarme –salvo que sea político profesional- y supongo veracidad mientras no se demuestre lo contrario. Sin esa presunción no habría comunicación posible. El mentiroso se aprovecha de tal presunción para salirse con la suya y colocar impunemente unas bolas de campeonato. Cosa que no ocurriría si todos mintiéramos siempre y eso lo supiéramos todos.
Pues a lo que quería contar aquí. Empiezo a estar un poco cansado de tanto sincerísimo como me voy topando últimamente, y lealmente advierto de que paso al contraataque y que se prepare el próximo que se haya afeitado los pelos de la lengua. Llegas a algún lugar, te encuentras un grupo de amigos o conocidos y comienza el diálogo habitual. De pronto, uno, que suele ser el más pringao y el que más tiene que callar, te saluda con una fórmula del tipo “Hombre, qué calvo te has quedado en este último año y cómo has engordado. Estás mucho más feo, como inflado y enfermizo”. Rediez, te quedas descolocado, y no porque no sepas que tu body ya no es lo que era ni porque en verdad te hagas ilusiones, sino porque tú también lo has encontrado a él hecho unos zorros y te has limitado a un “Te veo muy bien, qué tal por casa”. O aquel que, estando delante tu mujer y la suya, te casca lo de “Qué, ¿ya no te tiras a la secretaria?” o lo de “Chico, la semana pasada vi a tu exmujer y aún no ha superado las putadas que le hiciste”. ¿Mande?
Hay que ver cuánto nos perjudican la educación y la socialización maldita. Nos enseñaron a poner la otra mejilla y tenemos ya tumefactas las dos. Unos fallamos por timoratos y considerados en exceso y otros por falta de reflejos, pero el caso es que el sincerísimo de las pelotas suele librar con bien y hasta se pavonea luego de que él es muy natural y espontáneo. Pues bien, ante los amigos de esta blog, que ya son como de la familia, hago una sentida promesa: yo voy a cambiar. Reflejos no me faltan, permítaseme esta vanidad, y ya me duele la lengua de tanto mordérmela. Terminator total me pondré en adelante con los estupendos que se montan terapias a costa de uno.
Ojo, tampoco hay que dejarse desconcertar por las estrategias defensivas de esos personajes. Hace poco me entró uno, al que hacía años que no veía, tal que así: primero una desconcertante carcajada por su parte y luego, ante mi cara de perplejidad, esta frase: ¡Joder, qué cantidad de arrugas te han saludo y qué mogollón de canas! Yo, le respondí más o menos esto: “Pues tú has engordado una barbaridad, pero sigues igual de cantamañanas”. Y su reacción fue la típica de estos sujetos: “Coño, hombre, qué poco sentido del humor, qué te pasa que reaccionas así ante una broma cariñosa”. Y me corté y hasta me entraron remordimientos, bobo perdido que soy. Pero en adelante ni remordimientos ni compasión, el puñal en la boca y a por ellos. Verás como huyen como lo que son. "Ah, ¿es esta tu mujer? Encantado. Caramba, no es tan gorda como tú decías". Ese no vuelve a piar.
Pero que nadie se alarme, no me voy a poner estupendo con la pretensión de inventar teorías. Está todo el pescado vendido y en las ciencias sociales ya sólo queda sitio para epígonos, editores de obra póstuma y comentaristas traicioneros. A lo que quiero referirme es a un asunto de nuestro diario acontecer, como dirían en el telediario. Veamos.
Lo que hace posibles las relaciones sociales y que no nos matemos al primer golpe de vista es el disimulo. Podría decirse que es por cortesía por lo que no nos masacramos unos a otros y todo el tiempo. Pues por cortesía nos callamos a menudo lo que pensamos de nuestros conocidos, compañeros e interlocutores varios. Mantenemos las formas, cultivamos los tópicos, fingimos interés por cuestiones personales que en el fondo nos importan un bledo, nos consternamos por las ajenas desdichas sin un ápice de sinceridad. Y así todo. Pero vamos tirando, nos acostumbramos y hasta nos gusta la vida social de tal guisa. Como es imposible saber lo que bulle en la cabeza de cada cual, uno se acomoda a la representación propia y ajena y, en estas, hasta le tomas cariño al papel del otro, surgen amistades, prosperan amores, se hacen risas o te casas.
Y todo eso cabe gracias a que filtramos nuestras opiniones, censuramos nuestras ocurrencias, no soltamos a tontas y a locas lo primero que se nos viene a la cabeza cuando aquel amigo nos enseña su nuevo coche, este colega hace ostentación de su reciente ligue o la compañera de fatigas te pregunta qué te parece lo que le han hecho hoy en la pelu. Vivimos, así, dichosos entre parabienes y mirándonos en el espejo de lo que los otros nos dicen por conmiseración y para no buscarse enemigos a lo tonto. Sabemos que ese espejo es engañoso, pero, narcisos al fin, lo preferimos antes que el reflejo inclemente de los charcos.
Bueno, pues en esto de la cortesía y el principio social de caridad hay excepciones, existen aprovechados, parásitos del sistema. Toléreseme una comparación bien pedante. Cuenta Habermas que el mentiroso es un parásito que se aprovecha de la presunción de verdad que habitualmente aplicamos a las comunicaciones que nos dirigen. Es decir, cuando alguien me dice algo, yo –si no tengo una paranoia de tomo y lomo- no estoy pensando que seguro que me miente, sino que parto de que, si me habla, no será para engañarme –salvo que sea político profesional- y supongo veracidad mientras no se demuestre lo contrario. Sin esa presunción no habría comunicación posible. El mentiroso se aprovecha de tal presunción para salirse con la suya y colocar impunemente unas bolas de campeonato. Cosa que no ocurriría si todos mintiéramos siempre y eso lo supiéramos todos.
Pues a lo que quería contar aquí. Empiezo a estar un poco cansado de tanto sincerísimo como me voy topando últimamente, y lealmente advierto de que paso al contraataque y que se prepare el próximo que se haya afeitado los pelos de la lengua. Llegas a algún lugar, te encuentras un grupo de amigos o conocidos y comienza el diálogo habitual. De pronto, uno, que suele ser el más pringao y el que más tiene que callar, te saluda con una fórmula del tipo “Hombre, qué calvo te has quedado en este último año y cómo has engordado. Estás mucho más feo, como inflado y enfermizo”. Rediez, te quedas descolocado, y no porque no sepas que tu body ya no es lo que era ni porque en verdad te hagas ilusiones, sino porque tú también lo has encontrado a él hecho unos zorros y te has limitado a un “Te veo muy bien, qué tal por casa”. O aquel que, estando delante tu mujer y la suya, te casca lo de “Qué, ¿ya no te tiras a la secretaria?” o lo de “Chico, la semana pasada vi a tu exmujer y aún no ha superado las putadas que le hiciste”. ¿Mande?
Hay que ver cuánto nos perjudican la educación y la socialización maldita. Nos enseñaron a poner la otra mejilla y tenemos ya tumefactas las dos. Unos fallamos por timoratos y considerados en exceso y otros por falta de reflejos, pero el caso es que el sincerísimo de las pelotas suele librar con bien y hasta se pavonea luego de que él es muy natural y espontáneo. Pues bien, ante los amigos de esta blog, que ya son como de la familia, hago una sentida promesa: yo voy a cambiar. Reflejos no me faltan, permítaseme esta vanidad, y ya me duele la lengua de tanto mordérmela. Terminator total me pondré en adelante con los estupendos que se montan terapias a costa de uno.
Ojo, tampoco hay que dejarse desconcertar por las estrategias defensivas de esos personajes. Hace poco me entró uno, al que hacía años que no veía, tal que así: primero una desconcertante carcajada por su parte y luego, ante mi cara de perplejidad, esta frase: ¡Joder, qué cantidad de arrugas te han saludo y qué mogollón de canas! Yo, le respondí más o menos esto: “Pues tú has engordado una barbaridad, pero sigues igual de cantamañanas”. Y su reacción fue la típica de estos sujetos: “Coño, hombre, qué poco sentido del humor, qué te pasa que reaccionas así ante una broma cariñosa”. Y me corté y hasta me entraron remordimientos, bobo perdido que soy. Pero en adelante ni remordimientos ni compasión, el puñal en la boca y a por ellos. Verás como huyen como lo que son. "Ah, ¿es esta tu mujer? Encantado. Caramba, no es tan gorda como tú decías". Ese no vuelve a piar.
Así nos divertimos todos.
Hace unos días impartí una sesión sobre derechos humanos, principio de legalidad, garantismo, etc. a policías locales en formación. Son sesiones de seis horas, así que opté por ponerles una película -1984, que nadie conocía, nadie había visto y nadie había leído-, al hilo de la cual les iba explicando algunas cuestiones que me parecían interesantes -valiéndome, entre otros materiales, del estupendo análisis que el anfitrión de esta casa ha publicado al respecto-, con la idea de que sirviesen de detonante para un coloquio posterior. En la última parte de la sesión, para despertar su interés y canalizar el debate, les entregaba los hechos del caso de Jakob von Metzler, el hijo del banquero asesinado por un secuestrador, a quien la policía alemana logró extraer, mediante la amenaza de causarle daños corporales dolorosos que no dejasen huella, información acerca del paradero del niño, mejor dicho, de su cadáver, porque lo había matado después de secuestrarlo. Elijo ese caso porque es un caso fronterizo, un caso polémico, que en su día suscitó muchísima discusión en Alemania y que aún sigue suscitándola (entre otras cosas porque el jefe de policía que ordenó esas actuaciones dejó constancia de ellas en el preceptivo informe). Elijo ese caso para discutir, para hacerles reflexionar acerca del valor y del sentido que tienen las garantías procesales y determinadas prohibiciones que tienen que regir con carácter absoluto. Les cuento que precisamente para esos casos que son difíciles, para esos casos en los que es fácil caer en la tentación de recurrir a cualquier medio para conseguir un noble fin -salvar la vida del niño-, el legislador ha tomado la decisión por nosotros: no se puede someter al detenido a malos tratos ni a torturas ni a tratos degradantes, inhumanos o vejatorios, nunca, pase lo que pase y caiga quien caiga. No está en las manos de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado replantear conflictos que ya ha resuelto el legislador de forma vinculante; no puede, el jefe de policía, plantearse si entre la vida del niño y los malos tratos al detenido, opta por hacer todo lo posible para salvar la vida del niño, sacrificando los derechos del detenido. El Estado no le ha dado poder para dejar de aplicar esa norma, creo yo.
ResponderEliminarCon excepciones que se cuentan con los dedos de una mano y sobran dos, mi auditorio no está de acuerdo conmigo. Para ellos, eso es lo que dicen las leyes, pero luego, lo que la gente quiere, son otras cosas. Y ellos están para hacer lo que quiere la gente, y no para hacer lo que dice el legislador, porque todo eso es muy guapo, pero las garantías esas sólo sirven para beneficiar a los chorizos, a los delincuentes, y perjudicar a las buenas personas. Y ellos hacen lo que les manda el superior, que para eso es el superior y sabe lo que hay que hacer. ¿Los de Guantánamo? Algo habrán hecho. Ah, pero lo que está muy mal es la ley de violencia de género, porque eso sí que no puede ser: no puede ser que cuando una mujer denuncia a su pareja masculina, ésta vea mermadas sus garantías procesales sólo porque le han denunciado. Eso no se puede tolerar y está muy mal.
Salgo de esas sesiones cansada, malhumorada y con una cierta depresión. Da igual los argumentos que utilice, da igual que vaya de lo general a lo particular o a la inversa, da igual que empecemos por lo concreto para llegar a los abstracto, o que se haga al revés. Para los cincuenta policías en formación con los que, en diferentes sesiones, he hablado de estos temas (no estoy, por tanto, generalizando: esos son los números), la ley es, en la mayor parte de los casos, un escollo que hay que sortear para hacer lo que realmente tiene que hacer un policía, que es proteger a las buenas personas y solucionar sus problemas. En esa actuación no se deben sobrepasar determinados límites, pero esos límites no son fijos y, sobre todo, no los fija el legislador. Dependen del caso, de las circunstancias y de lo que les diga ese ojo mágico que tienen en la frente que les permite saber en cada momento qué es lo justo, lo correcto y lo que demanda la sociedad.
¿Tienen razón? ¿Estamos equivocados quienes seguimos creyendo que las garantías son sagradas y que no se deben vulnerar? ¿Estamos equivocados quienes pensamos que la policía tiene que ajustar su actuación a derecho, exactamente igual que todos y cada uno de nosotros, pero ellos con más razón porque les hemos dado una pistola y el poder para ejercer la fuerza física en nombre del Estado? ¿No valen esas ilustradas normas en la nueva sociedad? ¿Tenemos que abandonar esos principios y plantear el derecho penal como un instrumento para luchar contra el enemigo? ¿Son, esos principios y garantías, papel mojado, discurso de vieja, letanía de pusilánimes que no saben lo que es la vida y, por tanto, no valen para la vida de verdad? ¿Cuántos coches tienen que venir de frente para que el kamikaze sea uno, y no los demás?
Perdón por utilizar este blog como diván de psicoanalista. Y gracias por la sesión.
Ardn
ResponderEliminar¿No cree Vd que es un héroe y merece una condecoración un policía que tortura a alguien (dejándole vivo)y gracias a ello se evita una masacre en un supermercado?
Supongamos que A torturando a B evita que en un supermercado haya 80 víctimas entre muertos y heridos entre los que están familiares suyos (porque hay que empatizar)
¿Vd cree que las asociaciones de vecinos del barrio donde estuviese el supermercado no iban a apoyar al policía?
¿Qué es preferible que se torture ,sin matarlo, a ese individuo o que no se evite la masacre?
¿Qué le apetece más que un sádico sufra algo o ver un funeral de Estado con las familias rotas de dolor y la Reina cocodrileando y la princesa de Asturias conteniendo el sollozo?
Además se puede condenar pero graduando la pena en base a lo que se evitó y por supuesto, indultar , ya que, es indudable que torturar ni pa Dios , así está establecido en la Declaración Universal , pasando por el Convenio Onu , por el Convenio europeo ,por el art 15 de la CE, pero también es legítimo el indulto y más a un héroe.
No admito como argumento que siempre hay una posibilidad acerca de que la bomba no puede explotar , ni que el torturado mienta . El supuesto es , que A tortura a B y a consecuencia de ello se evita una masacre puesto que los técnicos en explosivos mejores del mundo declaran que la bomba iba a explotar con absoluta seguridad.
No veo yo, por torpe seguro, la similitud de lo que el profesor Garcia dice y lo que le contestan en los comentarios, pero ya digo debo de ser yo. Sólo quiero decirle al Profesor que si todos didjeramos lo que pensaramos de los demás, estaríamos a leches 25 horas al día y algunos madrugarían incluso para darse. No creo que en está Universidad usted, señor García Amado, usted saliera bien parado.
ResponderEliminarConcuerdo con que el comentario de Ardn no tiene mucho que ver con la entrada original. Pero qué caramba, el principio de desahogo también debería valer ... y es un tema bien interesante.
ResponderEliminarYo, sin ninguna experiencia en esa clase de didáctica, probaría con dos argumentos pragmáticos contra la tortura:
1) psicológico-técnico: la tortura produce información de muy mala calidad, fantasías de sádicos aparte. Es una chapuza de malos profesionales de la seguridad. La persona bajo los hierros, con tal de apartarse de ellos, cuenta en el momento una mezcla de lo que juzga que quiere oír el interrogador y de lo que cree ella mismo que le hará perder más tiempo.
2) profesional-clasista: si torturan, simplemente se juegan la carrera propia y los garbanzos de sus hijos; el pez gordo que los habrá empujado a torturar y a matar saldrá de rositas -en una de esas lo hacen hasta Presidente del Grupo de Sabios- y ellos se tirarán en procesos, cárceles y demás lindezas el tiempo que haga falta, y más solos que la una, porque todos se olvidarán de ellos. Los sistemas de garantías no es que protejan a los delincuentes (memez populista que no hay ni que rebajarse a rebatir): es que los protegen a ellos.
Salud,
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ResponderEliminarUn amigo
ResponderEliminarSus argumentos fáciles de rebatir
Ardn
Para la próxima sesión de charlas, lea el trabajo de Garciamado publicado en Tirant Lo Blanch 2005 referido a la Tortura en el cine. En dicho trabajo se rebaten los argumentos comunistoides que he usado, lo de la bomba y tal. En el mencionado trabajo, nuestro querido profesor pone a parir a mis camaradas nazis a los que nunca se les ocurrió ¡vaya por Dios! torturar tan salvajemente a seres humanos como nuestros queridos socialistas : Vera, Barrionuevo, Galindo, Bayo, Dorado, Goñi Tirapu y demás que se me quedan en el tintero y nuestros valerosos Mossos de Escuadra y la trama de policía local de Jaraco.
¿En ESPAÑA se tortura en el 2008 ? respuesta SI ¿quién tortura? por definición legal putos policías.
La tortura da asco.
Al anónimo: no tiene nada que ver con la entrada, obviamente; quizá debí advertirlo, y ahorrarle así la lectura. Mis disculpas.
ResponderEliminarA un amigo: sus argumentos, inteligentes, no sirven a mi propósito, precisamente porque son pragmáticos. Yo buscaba argumentos para estar en contra, ya no sólo de la tortura, sino de cualquier tipo de abuso o maltrato policial, siempre, con carácter absoluto, incluso aunque las consecuencias prácticas de dichas prácticas sean deseables. Buscaba argumentos para defender, en esas situaciones, a capa y espada y sin excepciones, el vulgar y absoluto principio de legalidad. Por eso los argumentos pragmáticos no me servían. (Nada de lo que cuento es nuevo, ni original, ni mío: lo cuenta muy bien García Amado en su análisis de 1984)
Buen día a todos, me alegra que el principio del desahogo valga y yo pueda contar aquí este rollo de diván,
Estimada Ardn
ResponderEliminarme permito indicar que
"... incluso aunque las consecuencias prácticas de dichas prácticas sean deseables ..."
incurre en contradicción en término, si reconoce que los argumentos pragmáticos son válidos. Es un "incluso" metafísico, inexistente en el mundo de la vida.
Si me permite exteriorizar un pensamiento general, creo que nos han enseñado mala lógica, por no decir otras cosas, cuando nos han dado a entender, a la judeocristiana manera, que ética y práctica divergen. Sólo en análisis superficiales e incompletos, sólo a cortísimo plazo.
Razón ética y razón práctica coinciden - basta pensarlo bien.
Dicho esto, me da la impresión de que está usted emprendiendo un difícil camino intelectual, y no creo que fértil, si busca consideraciones teóricas desligadas de la práctica. En mi opinión, la teoría es buena sólo cuando es sucinta, débil, y se liga fácil e inmediatamente con la práctica.
No creo que encuentre Vd. una demostración general del principio de legalidad, por la simple razón -digo una perogrullada tremenda, pero la digo a sabiendas- de que hay gente que no lo reconoce.
Salud, y buen desahogo,
Estimado un amigo,
ResponderEliminarcomo decía antes el telediario, gracias por su atención.
Le contesto en lo que sé y puedo, que es insufiente, y siempre menos que lo suyo.
UA
me permito indicar que
"... incluso aunque las consecuencias prácticas de dichas prácticas sean deseables ..."
incurre en contradicción en término, si reconoce que los argumentos pragmáticos son válidos. Es un "incluso" metafísico, inexistente en el mundo de la vida.
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La acción de torturar a alguien tiene diferentes consecuencias prácticas, al menos tres –y si extendemos el radio de influencia, aún más-:
A) Consecuencia práctica posible y deseable: ‘eventualmente’ se salva una vida.
B) Consecuencia práctica cierta y no-deseable num. 1: se causa un daño a una persona (el detenido).
C) Consecuencia práctica cierta y no-deseable num. 2: una autoridad sometida a derecho infringe una norma –y eso, a su vez, trae consigo otras consecuencias prácticas-.
Lo que yo quería decir, aunque lo haya dicho mal, es que incluso aunque una de esas consecuencias prácticas de torturar sea eventualmente positiva, las otras no lo son.
Quería decir algo más, también sin duda mal explicado: no creo que se deba plantear el conflicto entre ‘cumplir con la norma o torturar al detenido’ en términos de conflicto entre consecuencias prácticas. Porque quien ha introducido esa norma en las constituciones, declaraciones internacionales, etc., no ha previsto excepciones –creo-. Como explica muy bien el dueño de este chiringuito, es una norma que no entra en el juego de la ponderación. Es un límite, un tabú, una barrera infranqueable, como lo es que en España no me pueden condenar a pena de muerte aunque haya cometido una acción deleznable.
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Si me permite exteriorizar un pensamiento general, creo que nos han enseñado mala lógica, por no decir otras cosas, cuando nos han dado a entender, a la judeocristiana manera, que ética y práctica divergen. Sólo en análisis superficiales e incompletos, sólo a cortísimo plazo.
Razón ética y razón práctica coinciden - basta pensarlo bien.
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Creo que no saldré airosa del próximo párrafo, así que me disculpo de antemano.
Que la ética siempre sea práctica –y no teórica-, no quiere decir que ética y práctica coincidan siempre. Creo. Salvo que se las haga coincidir ‘a la fuerza’. Imaginemos, con un ejemplo muy tonto, que por razones éticas yo estoy en contra del aborto (es decir: creo que existe un deber ético de no abortar, porque la ética es normativa), pero por cobardía o por pura necesidad, aborto. Si la ética siempre es ética ‘practicada’, resultará que yo no estoy en contra del aborto (no creo que exista ese deber), aunque siempre haya dicho que sí, y en mi fuero interno así lo crea. La práctica del aborto habrá invalidado la afirmación de estar en su contra, desde el punto de vista ético. Según esto, mi ética es lo que practico, nada más y nada distinto. Si esto es así, resultará que las normas éticas nunca se pueden infringir. Y eso a mí me suena rarito. Yo más bien creo que hay normas que sabemos que debemos cumplir, y no cumplimos. Sean éticas, jurídicas o sociales.
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Dicho esto, me da la impresión de que está usted emprendiendo un difícil camino intelectual, y no creo que fértil, si busca consideraciones teóricas desligadas de la práctica. En mi opinión, la teoría es buena sólo cuando es sucinta, débil, y se liga fácil e inmediatamente con la práctica.
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No buscaba consideraciones teóricas desligadas de la práctica, creo. Simplemente me preguntaba si existían razones que justificasen que una norma jurídica como la que nos ocupa –la que prohíbe la tortura- dejase de ser la única razón para la acción de la policía. Y no las encontraba. Y buscaba esas razones por motivos triviales absolutamente prácticos: para convencer a ese auditorio de la razonabilidad –justicia, corrección, etc.- de que la policía no se salte las normas, y menos cuando son tan importantes como ésta.
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No creo que encuentre Vd. una demostración general del principio de legalidad, por la simple razón -digo una perogrullada tremenda, pero la digo a sabiendas- de que hay gente que no lo reconoce.
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En la razón práctica, como bien sabe, nada se puede demostrar -al menos en el sentido fuerte del término-. O eso dicen quienes entienden de esto. El principio de legalidad es normativo, y no deja de serlo porque haya gente que no lo reconoce.
Salud, y buen desahogo,
Que pase un buen día.
(On topic)
ResponderEliminar(Dando carcajadas y palmoteos en los lomos a los presentes)
¡JOJOJO! ¡CÓMO SE OS HA AGRIADO EL CARÁCTER A TODOS!