Lo trae el Boletín oficial de las Cortes: en más de veinte ocasiones se cita en el texto de un proyecto de ley a las Administraciones “púbicas”. Gran revuelo se ha armado porque los listillos del Parlamento se han creído en la obligación de aclarar que se trata de una errata: en lugar de “púbicas” debe decir Administraciones “públicas”.
Pues no señor, no se trata de un desliz de amanuense, la palabra empleada es correcta, solo que no se refiere a aquello en lo que más de un rijoso piensa, a saber, la parte inferior del vientre, allá donde se amontona el vello y se anuncia el pecado. Porque ¿qué tiene que ver la Administración con esa zona que ya es claramente erótica en el cuerpo humano? Nada hay en ella que recuerde a la lujuria, la Administración es por el contrario señora recatada que no levanta las faldas ni enseña los interiores más que si se halla en el trance de un recurso contencioso-administrativo. Entonces sí, entonces la Administración se relaja, se abre de órganos y se muestra como parte, saliendo de aquel sonoro ensimismamiento en que consistió el silencio administrativo. No se oye en tales momentos más que el trajín de un jadeo, la respiración anhelante del recurrente que está cabalgando sobre el pleito.
Pero todo eso ocurre, como digo, en trances procesales especialmente densos y apretados. Fuera de ellos la Administración es todo miramientos y dengues, una ruborosa damiselilla tocada por el arrebol.
No. La Administración es “púbica” pero este adjetivo viene de “pub” que es un establecimiento donde se venden bebidas alcohólicas y se puede escuchar música. Y su uso es correcto. Ya estoy oyendo a quien crea que me he vuelto loco porque en la Administración ni se venden bebidas ni se escucha música. Y tienen razón pero es que el proyecto de ley no está mirando al pasado sino al futuro, como es obligación de todo proyecto de ley. Hasta ahora, por supuesto, la Administración ha respondido a esos caracteres de austeridad pegajosa y tediosa. Pero, ah, en el futuro, cuando esa ley entre en vigor, la Administración estará emparentada con uno de esos establecimientos, es más, me atrevería a asegurar que serán su encarnación misma.
Pues no señor, no se trata de un desliz de amanuense, la palabra empleada es correcta, solo que no se refiere a aquello en lo que más de un rijoso piensa, a saber, la parte inferior del vientre, allá donde se amontona el vello y se anuncia el pecado. Porque ¿qué tiene que ver la Administración con esa zona que ya es claramente erótica en el cuerpo humano? Nada hay en ella que recuerde a la lujuria, la Administración es por el contrario señora recatada que no levanta las faldas ni enseña los interiores más que si se halla en el trance de un recurso contencioso-administrativo. Entonces sí, entonces la Administración se relaja, se abre de órganos y se muestra como parte, saliendo de aquel sonoro ensimismamiento en que consistió el silencio administrativo. No se oye en tales momentos más que el trajín de un jadeo, la respiración anhelante del recurrente que está cabalgando sobre el pleito.
Pero todo eso ocurre, como digo, en trances procesales especialmente densos y apretados. Fuera de ellos la Administración es todo miramientos y dengues, una ruborosa damiselilla tocada por el arrebol.
No. La Administración es “púbica” pero este adjetivo viene de “pub” que es un establecimiento donde se venden bebidas alcohólicas y se puede escuchar música. Y su uso es correcto. Ya estoy oyendo a quien crea que me he vuelto loco porque en la Administración ni se venden bebidas ni se escucha música. Y tienen razón pero es que el proyecto de ley no está mirando al pasado sino al futuro, como es obligación de todo proyecto de ley. Hasta ahora, por supuesto, la Administración ha respondido a esos caracteres de austeridad pegajosa y tediosa. Pero, ah, en el futuro, cuando esa ley entre en vigor, la Administración estará emparentada con uno de esos establecimientos, es más, me atrevería a asegurar que serán su encarnación misma.
Se entrará en la Delegación del Gobierno o en el Ministerio de Fomento y, en lugar de señores con expedientes y pólizas, nos encontraremos una barra donde un amable funcionario-camarero nos ofrecerá la lista de las ofertas: ¿quiere usted zumo de una subvención destinada a agarrotar voluntades? ¿o prefiere una licencia de obras con una tapita de soborno? ¿acaso unos montaditos de cohecho?
Cada cual se abastecerá de lo que más le guste y mejor se acomode a las necesidades del tráfico mercantil en el que se mueva.
Y se oirá música: boleros, zarzuela y lo más moderno en pop, rap y demás excentricidades sonoras.
Una Administración “púbica” será la que mejor responda a su actual condición de botín de la clase política. Porque durante el siglo XIX la Administración fue por supuesto botín pero los políticos de la época (Bravo Murillo, Posada Herrera o Maura a comienzos del XX) querían que dejara de serlo pues les parecía poco estético. Luego vino el franquismo que, en una primera etapa, reprimió con dureza: fusilamientos, depuraciones y exilio, pero después montó una función pública neutral (fuera del Movimiento y la Organización Sindical) que culminó con la creación del cuerpo (magnífico) de técnicos de Administración civil.
La situación de la actual Administración es bien otra. No solo ha vuelto a ser botín de los partidos -a salvo las obligadas excepciones- sino que ya nadie piensa en corregir esta situación sino en ponerse las botas.
Así que, en tales condiciones, lo mejor que puede ocurrir es que la Administración se convierta en un pub para alternar. Pasaremos el rato entretenidos en él hasta que nos hayamos bebido sorbo a sorbo al Estado, ese señor austero al que muchos le habíamos tomado cariño porque estaba pensado para proteger a los débiles.
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