A falta de asuntos de interés general, la última campaña electoral nos ha deparado algunos enjundiosos temas de meditación formulados por los grandes pensadores que pueblan los organigramas de las (de)formaciones políticas.
El más logrado es el de los orgasmos democráticos pues colocar adjetivos inesperados es una de las mejores reparaciones que depara el uso del lenguaje, auténtica ambrosía para escritores. Porque todos entenderíamos que orgasmo pudiera maridarse con adjetivos como refinado, insulso, teatral, encarnizado, arrebatado, apremiante, etc., pero lo de democrático es un hallazgo por lo que tiene de sorpresa. Aunque lo cierto es que resulta algo enigmático. ¿Por qué puede ser un orgasmo democrático? ¿acaso porque cuenta con el respaldo de la mayoría? ¿qué mayoría, la proporcional o la derivada de la regla de Hondt? No se sabe, aún no se ha contestado a esta cuestión y será difícil hacerlo pues en rigor ¿qué mayoría se necesita? A mí no se me ocurre más que la exigua de dos o, en su caso, tres, para aquellos que gusten de las emociones circenses.
A su vez, la idea de la democracia ha sido emparentada con formas muy variadas. En España hemos tenido la orgánica con los padres de familia, el municipio y el sindicato, y ahora tenemos la inorgánica con los secretarios de organización y los diputados mudos. En algunos lugares de Europa padecieron la democracia popular que era aquella en la que el pueblo votaba el tanque de su preferencia. Ahora los modernos hablan de democracia participativa, republicana, consensuada, valorativa y especulativa, pero lo cierto es que nadie se ha atrevido hasta ahora a teorizar sobre la democracia orgásmica.
¿Existe esta modalidad de democracia? Podría hacerse cábalas y llegar a la conclusión de que tal forma de democracia está relacionada con la democracia en polvo que era -lo recordarán los más viejos- como venía la leche de América en la época en que nos alimentábamos con el plan Marshall.
O, forzando mucho la imaginación, se puede hacer de la insigna de la democracia, la urna, un objeto erótico, con su ranura y todo el simbolismo que representa la penetración de la papeleta, aunque el hecho de que las instrucciones de uso exijan una mesa -la electoral- y no una cama desvirtúa en gran medida las concomitancias y posibles paralelismos.
Las mismas cifras abultadas que se manejan en las modernas democracias de masas, con millones de votos y de votantes, hacen descartar la relación entre democracia y orgasmo, obligados a movernos cuando de él hablamos entre magnitudes más comedidas y cifras mesuradas.
De donde se sigue que tan incomprensible es el orgasmo democrático como la democracia orgásmica, si es que a alguien con autoridad se le ocurriera poner en circulación esta expresión.
Ya puestos a emparentar palabras con poco sentido, yo preferiría el orgasmo demagógico, el orgasmo plebeyo, al que se llegaba con las cigarreras que salen en las novelas de Mérimée o con las mozas de cántaro de las zarzuelas que, encima, cantaban en el trance un aria entonada y plenamente sinfónica.
O el orgasmo aristocrático al que se aficionó Goya cuando, con la excusa de pintar un cuadro para el museo del Prado, vio a la duquesa de Alba in puribus.
Conclusión: que esto del orgasmo democrático está bien como ejercicio literario pero, contemplado con frialdad, se trata de un oxímoron, una contradicción in adjecto. Y para contradicciones ya tenemos bastante con ese jeroglífico que es la vida misma con sus planes de pensiones y el índice Dow Jones.
un a vez mas, sosa wagner se convierte en la mejor doctrina...
ResponderEliminargracias, maestro