El suplemento leonés de un periódico nacional –perdón: del Estado español- viene publicando estos días unos cuadernillos sobre “25 años de Castilla y León”. Parece que financian la Fundación Villalar y la Junta de Castilla & León. Hace unos días apareció el ejemplar dedicado a Los Comuneros. La primera revuelta por las libertades. Aprovechando que era domingo, ayer me puse a leerlo, para enterarme un poco de cómo se las gastaban los Padilla, Bravo y compañía y, sobre todo, para saber qué diantre tiene que ver todo eso con lo que nos pasa y cómo nos organizamos en pleno siglo XXI.
Después de ver los dos primeros párrafos me quedo pensando tal que esto: vaya, vaya.
Así rezan esos párrafos iniciales:
“Segovia, iglesia del Corpus Christi, 29 de mayo de 1520. La asamblea, reunida en el templo, se convierte, de súbito, en una maraña de insultos. El pueblo, el común, se abalanza contra el corregidor, Juan de Acuña, al que acusan de cruel y despiadado. De pronto, un tal Hernán López Melón, ayudante de alguacil y confidente de la justicia, sale en su defensa. Ha firmado su sentencia de muerte. La turba, enfurecida, lo agarra y lo arrastra por las calles entre insultos y golpes. Melón está muerto cuando lo suben al patíbulo.
De vuelta, la muchedumbre, aún enfurecida, se topa con otro confidente de la justicia, un tal Roque Portalejo, al que provocan: “¡Portalejo!, ¿sabías que tu amigo Melón está en la picota y dice que te espera mañana allí?” Portalejo no se calla: recibe la misma medicina. Al día siguiente, 30 de mayo de 1520, le toca el turno al procurador Rodrigo de Tordesillas, que acaba de regresar de las Cortes celebradas en Santiago de Compostela y La Coruña para dar cuenta de su actuación en la iglesia de San Miguel. Gasta demasiada saliva queriendo convencer a los reunidos de las bondades del acuerdo conseguido. Lo llaman traidor y lo acusan de vender la ciudad a la opresión imperial. Ataviado con una soga al cuello, lo arrastran por las calles bajo una lluvia de patadas y golpes. Lo mataron, cuentan los cronistas ´medio ahorcado por la soga de la que lo arrastraban, le ataron por los pies y le colgaron`. De inmediato, las autoridades fueron sustituidas y comenzó a regir el gobierno de la Comunidad”.
Esto debe de ser aberchalismo castellano, no me digan que no. Los hechos fueron los que fueron, pero este primor sádico de la narración sólo puede significar una cosa: que el fin justifica los medios y que la nobleza de las causas embellece los crímenes. Lo que pasa es que, como todo el mundo sabe, las causas las carga el diablo. Puede que cuando se cumplan los cincuenta años o cien de la Euskadi independiente, aparezca un cuadernillo del Gara o del Deia con una narración similar, detallada y admirativa, de cómo aquel gudari le colocó la pistola en la nuca al maketo opresor y apretó el gatillo, mientras las masas tronaban por la libertad y en todos los municipios surgían espontáneamente manifestaciones contra la opresión española y tal y cual.
Así rezan esos párrafos iniciales:
“Segovia, iglesia del Corpus Christi, 29 de mayo de 1520. La asamblea, reunida en el templo, se convierte, de súbito, en una maraña de insultos. El pueblo, el común, se abalanza contra el corregidor, Juan de Acuña, al que acusan de cruel y despiadado. De pronto, un tal Hernán López Melón, ayudante de alguacil y confidente de la justicia, sale en su defensa. Ha firmado su sentencia de muerte. La turba, enfurecida, lo agarra y lo arrastra por las calles entre insultos y golpes. Melón está muerto cuando lo suben al patíbulo.
De vuelta, la muchedumbre, aún enfurecida, se topa con otro confidente de la justicia, un tal Roque Portalejo, al que provocan: “¡Portalejo!, ¿sabías que tu amigo Melón está en la picota y dice que te espera mañana allí?” Portalejo no se calla: recibe la misma medicina. Al día siguiente, 30 de mayo de 1520, le toca el turno al procurador Rodrigo de Tordesillas, que acaba de regresar de las Cortes celebradas en Santiago de Compostela y La Coruña para dar cuenta de su actuación en la iglesia de San Miguel. Gasta demasiada saliva queriendo convencer a los reunidos de las bondades del acuerdo conseguido. Lo llaman traidor y lo acusan de vender la ciudad a la opresión imperial. Ataviado con una soga al cuello, lo arrastran por las calles bajo una lluvia de patadas y golpes. Lo mataron, cuentan los cronistas ´medio ahorcado por la soga de la que lo arrastraban, le ataron por los pies y le colgaron`. De inmediato, las autoridades fueron sustituidas y comenzó a regir el gobierno de la Comunidad”.
Esto debe de ser aberchalismo castellano, no me digan que no. Los hechos fueron los que fueron, pero este primor sádico de la narración sólo puede significar una cosa: que el fin justifica los medios y que la nobleza de las causas embellece los crímenes. Lo que pasa es que, como todo el mundo sabe, las causas las carga el diablo. Puede que cuando se cumplan los cincuenta años o cien de la Euskadi independiente, aparezca un cuadernillo del Gara o del Deia con una narración similar, detallada y admirativa, de cómo aquel gudari le colocó la pistola en la nuca al maketo opresor y apretó el gatillo, mientras las masas tronaban por la libertad y en todos los municipios surgían espontáneamente manifestaciones contra la opresión española y tal y cual.
Tampoco me hace gracia ya Castilla, y me ratifico en el propósito de irme a Suiza cuando me jubile o me toque la loto. O a Finlandia, para no entender lo que los libros cuenten de las gestas fundacionales de sus héroes. Los historiadores autonómicos deberían ir hoy en día con delantal de matarife, en su búsqueda desesperada de sádicos fundadores y de pueblos primigenios envueltos en sangre, vísceras y mierda. No hay nación que no apeste a carne putrefacta y a heces; y a alcanfor. Y lo malo es que hasta las comunidades autónomas más tranquilas empiezan a tener algo de ese hedor.
Tampoco piense que Suiza es un dechado de virtud. Piense en Calvino y lo bien que ardio Servet en la hoguera.
ResponderEliminarEn cualquier caso la diferencia estriba en que mientras que los hechos de los Comuneros ocurrieron en el s.XVI los de los aberchales ocurren en el S.XXI y se supone que algo ha evolucionado la sociedad.
Otra cosa es el cansino uso que de una vision parcial de la historia hace la clase politica, ya sea de los alcaldes de mostoles o de los afrancesados.
Qui sine pecatum est...
La duda me corroe: ¿Que le pasó al corregidor Juan de Acuña?. Porque mucho me temo que avanzamos muy poco, se cargaron a los "confidentes" y al "procurador".
ResponderEliminarRecuerdo oir a un amigo de mi abuelo decir "el que es rico, o robó él o robaron sus abuelos". Con las naciones pasa lo mismo, siempre encontraremos una matanza en su imaginario fundacional. Una pequeña diferencia es que en algunos casos la matanza es ajena (los ancestros de la nación masacran a alguien) y en otros propia (una parte de los ancestros es masacrada mientras los supervivientes juran reponerse y vengarlos). Lo primero me repugna y lo segundo me es incommprensible.
ResponderEliminarPara "rafael":
ResponderEliminarNo estoy muy de acuerdo con eso de que las naciones ricas sean aquellas que han robado a otras naciones. A mi esa cuestión me la resolvió un libro de David Landes: The Wealth And Poverty Of Nations. (Why Some Are So Rich And Some So Poor). (La riqueza y la pobreza de las naciones [Por qué algunas son tan ricas y otras tan pobres]).
hola lopera,
ResponderEliminarel amigo de mi abuelo no se refería a las naciones, se refería a las personas. Excuso decirte que era socialista de los de antes de la guerra. Yo no reproducía la frase estrictamente por su contenido, sino por establecer una analogía con el planteamiento del post: lo usual es que las naciones se reafirmen a partir de hechos sangrientos, cometidos en el presente o pasado cercano (robaron ellos) o en el pasado remoto (robaron sus abuelos). Desde luego, yo no creo que la riqueza de las naciones (regiones, Estados, continentes o lo que sea) dependa de lo que roben; aunque tampoco cabe desdeñar la forma en que se ha utilizado la fuerza para potenciar las políticas económicas (véase la competencia entre el Reino Unido y la India en materia de producción textil durante el siglo XVIII).