22 junio, 2008

Apología (matizada) de la violencia y repudio de bueyes y castrones

Entendámonos. No voy a hacer una llamada a tomar las armas de fuego ni los puñales. Pero las armas dialécticas sí; como mínimo. A muchos nos contaron de pequeños aquello de poner la otra mejilla... y nos freían a tortas en las dos. En aquel colegio de curas en el que estudié de los diez a los dieciséis, venía el padre Bernardo a las clases de religión y nos repetía lo del amor al prójimo y la mansedumbre de los justos. Aparte de lo de la médula y aquello tan simpático de que si una señora copulaba con dos machos no podía quedarse embarazadas, pues el semen de cada cual se carga al del otro, igual que no puedes mezclar en el motor del coche aceites de densidad distinta. Tal cual, así nos lo explicaba. Se ve que entendía de coches. Pero ése es otro asunto. Luego, entre clase y clase, entraba el padre Tomás, alias El Tomasón, y por un quítame allá esas pajas nos arreaba unos buenos guantazos, en las dos mejillas o donde tocase.
Ahora ya no se invoca una mejilla o la otra, sino la tolerancia. Y en lugar del principio de amor universal, el de que todo el mundo es bueno, versión laica y más tonta. Lo que importa es que por fas o por nefas hay que ser mansos y tragar con lo que se tercie. En pompa,¡ar! En estos tiempos de picaresca y descaro, el malo es siempre el que denuncia, protesta o se enfrenta con el felón. Usted ve a un fulano o a una fulana llevándoselo crudo, metiendo mano en la caja, robando el cepillo de la iglesia o dando el palo a diestro y siniestro, se queja, protesta, denuncia... y el impresentable es usted, por intolerante, por crítico despendolado y por no relajarse y gozar cuando el atropello es inminente. La omertá es suprema virtud en esta era de falso relativismo y de buenismo ramplón.
Supongo que todos conocemos de esas cosas un rato largo y uno mismo podría contar un buen puñado de anécdotas significativas, aunque ya sabemos que contar cualquier cosa que no sea las excelencias de los prójimos está pero que muy mal visto. Te vas de vinos con unos colegas y empiezan a narrarte, en confianza y con lujo de detalles, las fechorías de Fulano. Tú ya sabías lo que había y te vas calentando. De repente, aparece en tal Fulano en el bar y aprovechas para decirle que lo suyo no es plan y que tiene una cara bien dura. Al notar un repentino silencio, miras a un lado y a otro y caes en la cuenta de que tus confidentes tan feroces han desaparecido como por ensalmo: casualmente, se han ido todos a mear en ese momento. Repentina cistitis, canguelo sobrevenido. El criticado te pone cara de que ya en la puta vida te va a invitar a una conferencia y de que como pille un día a un becario tuyo se lo va a pulir con saña. Y se larga a contarle al mundo que estás hecho un facha dogmático y violento. Regresan los amigos subiéndose la bragueta y con cara de haber hecho aguas mayores por la tensión del momento. Conmovido por sus fisiológicos aprietos, todavía les explicas que al otro le has cantado las cuarenta. Y te responden que te pasas y que lo tuyo tampoco es plan. Se te queda una cara tal que así, de no dar crédito. Y te juras, vanamente, que te vas a quedar para siempre en casa leyéndote enterito a Proust.
Hace unos meses andaba este que suscribe de copas con un amiguete y colega, quien la toma, como siempre, con uno del gremio y se hace lenguas de sus tropelías. Que si qué zafio, qué abusón y no sé cuantos epítetos así. Y venga y dale y sigue e insiste. Tercer güisqui y la conversación no sale de ahí. Le digo que yo hace tiempo que rompí la baraja y que ya no navego por esas aguas. Y mi sorpresa llega cuando el querido interlocutor me responde que lo mío tampoco son maneras y que él y sus compañeros ya vieron el post alusivo, que les pareció horrible y que, chico, hay que convivir, que no se puede andar acusando, que conviene llevarse bien y que quiénes somos para juzgar a nadie. Me quedo bizco de la emoción, pido el cuarto güisqui y trato de abstraerme contemplando a una morenaza que se está comiendo a un hortera al otro lado de la barra.
Un día me armaré de valor del bueno y verás que risa. Enésimo compadre que me cuchichea que Mengano es un aprovechado y un sinvergüenza. Cojo el móvil allí mismo y sobre la marcha llamo al aludido y le digo: oye, mira, que estábamos aquí hablando de ti y que Fulano dice tal y tal, pero te lo paso, que él se explicará mejor. Apuesto doble contra sencillo a que mi interlocutor echa mano a la tripa y sale corriendo para el excusado. Por mis muertos que un día me atreveré. Aunque sé perfectamente cuál es el fin previsible de la historia: al día siguiente, o a las pocas horas, el mismo sujeto llama a ese que ante mí ponía de vuelta y media, lo invita a dar una charleta, le organiza un homenaje de desagravio y le cuenta que el Amado este ya sabes cómo es, anda medio pirao y te juro por Snoopy que no tengo nada que ver con él ni con sus cosas y lo voy a borrar de un libro colectivo que estábamos organizando sobre ética pública y privada.
Hace poco otro del oficio me explica que estaba Perengano, otro del gremio, cambiando una rueda del coche, que se acercó a él a ofrecerle una mano y que el de la avería, cretino con antecedentes, lo echó con cajas destempladas y mentándole el árbol genealógico, y que fíjate que tipo impresentable. Le respondo: bueno, pero al menos te ciscarías en sus muertos o le darías una patada en el culo antes de dar media vuelta. Me mira con los ojos muy abiertos y me responde que por Dios, que qué violencia y que vaya cosas se me ocurren. Ahora me callo yo, pero me quedo pensando que la próxima vez ojalá el otro sodomice a mi interlocutor, ya puestos a ensañarse con los mansos un poco masocas. Oye, si la consigna es amarse en medio de la tormenta, hágase. Es de suponer la conversación al día siguiente:
Ring, ring.
- Diga.
- Que mira, que soy yo, que ayer Fulano, que siempre abusa de todo el mundo, me cogió, me puso así y me dio tal que asá.
- ¿Y tu gritaste o algo?
- Fingí un orgamo para no contrariarlo, pues ya sabes cómo es y hay que llevarse bien.
- Vale.
Esta sociedad de bienpensantes y abstemios es de lo más gracioso. Están perfectamente catalogados los supuestos en los que se puede dar rienda suelta a la crítica más feroz y al enfado más vehemente. Desahogos organizados para que el personal se sienta justiciero y valiente. Con pederastas o maltratadores domésticos te puedes ensañar de lo lindo, sobre todo si están a mil kilómetros. Pero, mira, ahí al lado hay un tipo robando o partiéndole la crisma al vecino del quinto. Ah, en ese caso chitón, tendrá un mal día, pero ya sabes que todo el mundo es bueno y quiénes somos nosotros para meternos a valorar comportamientos ajenos. Eso sí, de inmediato pasan a contarte que el más horrible de la muerte es Aznar y que Bush otro cabrón con pintas y que si vamos a la manifa por lo de las focas de Alaska.
Sancho Panza cabalga feliz, ahora a lomos de Rocinante. A Alonso Quijano le ha dado el palo la ANECA y no le han prorrogado el contrato. Y Dulcinea, por cierto, se ha puesto de madame en un night club. Mancha natural, toboso profundo, cubano, etc.
PD.- A propósito de cubano y de buenismo y tontuna made in Spain, véase esta noticia de ABC o este editorial de El País. Es pco más o menos lo mismo que estamos comentando, pero a otra escala.

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