Somos todos bien raritos, eso se sabe de sobra, y no hay dos personas iguales (tampoco dos perros iguales, no nos pongamos tan chulos), salvo que se trate de militantes de estricta observancia y con cargo digital plus. De ahí que nos pasemos la vida extrañándonos de las maneras, las manías y las mañas de parientes, amigos, compañeros y conocidos. A la natural diversidad del personal debemos sumar el ombliguismo inevitable, que nos hace a cada uno creernos el puro patrón de la normalidad, el metro de la perfección, pese a esta cara y esta pinta. Así que cuando ahora mismo un servidor se ponga a citar cosas de muchos que le extrañan, seguramente no estará haciendo más que dejar ver lo rarito que es él mismo. Pero allá vamos.
Me refiero a la indiferencia que muchísima gente profesa por lo que pasa en el mundo que no sean: a) bodas, natalicios, encames variados, divorcios, decoración de casas y decesos de famosos del cine, el fútbol, las casas reales, las casas irreales, la tele y las currantas de los servicios de scort de cojón de mico; b) accidentes con más de veinte víctimas; c) desastres naturales con más de veinte mil víctimas; d) resultados deportivos, pero sólo de deportes de ma(n)sas. No estoy pensando en quienes sean sordos y no se enteren de nada, o desmemoriados por completo o personas en estado comatoso por causa de alguna tristísima desgracia, sino en esos conciudadanos que sobre los puntos que acabamos de mencionar le pueden indicar a uno hasta el más rebuscado detalle, que recuerdan la alineación exacta de la selección española de fútbol en el Mundial de México, el nombre de los hijos de Julio Iglesias o el calibre de la parte hortícola de todos los amigos de Ana Obregón, pero, en cambio, ignoran con saña cómo se llama el Presidente de Francia, de cuántas Comunidades Autónomas se compone el Estado Español o si aún existe la República Democrática Alemana,por decir tres cosas de cierto nivel y no de las más fáciles. ¿Cómo es posible que se aplique tanta atención y semejante esfuerzo a lo que no importa un pimiento para la vida de nadie y, por contra, sea tan desmesurada la indiferencia ante asuntos de los que depende enormemente nuestro presente y futuro y los de nuestros descendientes?
Hay un test muy fácil para ver cuándo estamos ante un maniquí con semejante actitud felizmente bovina. Siéntelos ante una tele. Mientras aparezca un programa de cotilleos y casquería, variada estarán formales y circunspectos, con cara de catedrático a punto de solicitar nuevo sexenio. Cuando lleguen los anuncios, recolocarán las posaderas y se rascarán discretamente algún pliegue abisal, pero no darán mayor guerra. Ah, pero en cuanto comience el noticiario, un telediario cualquiera, ahí se lanzan a dar la lengua, a comentar el lío ma/patrimonial del que acaban de tener noticia televisiva, a explicar que los calamares les dieron acidez o a dar cuenta de que mañana tienen cita con el podólogo y están muy preocupados por si les hará pupa en el dedito pequeño. Naturalmente, en su obnubilación, te cuentan todo esto en el convencimiento bien serio de que a ti tales asuntos te interesan bastante más que eso que en la tele están informando sobre la invasión de Georgia por los rusos o sobre el vicepresidente que lleva Obama. Quiá, quién será la Georgia esa que nunca había salido y, mira, el que llaman Obama se parece mogollón a un centrocampista que tuvo el Betis en los años noventa.
Lo fácil sería aducir que en algún momento de la vida de estos desdichados les falló el sistema educativo. Pero eso de echar todas las culpas a los maestros ya va siendo gastado motete. Además, nos pone ante el problema del regreso hacia atrás y ad infinitum, pues buenos están también muchos maestros, quién educó al educador y tal y cual. No, aunque me tachen de incorrectísimo, me aventuro a plantear y someter a los amigos una hipótesis más contundente: hay gente que nació para tropa, para canto rodado, para masa de la empanada. Así de simple. Y a lo mejor gastar dineros públicos en tratar de desbastar a semejante caterva es un agravio comparativo y una pérdida de tiempo; como si usted se empeña en enseñarle trigonometría a un babuino, vamos. Hombre, dicen que con tenacidad y dedicación, y empezando desde pequeño, puede coger cierta base. Pero ya ves.
Y conste que no propongo ninguna privación de derechos para los ceporros vocacionales e irredentos, en absoluto. Que se les aplique lo del Proyecto Simio y que nadie se atreva a discriminarlos frente a los babuinos. Y que, llegado el caso, puedan incluso llegar a presidir algún gobierno por elección popular.
Me refiero a la indiferencia que muchísima gente profesa por lo que pasa en el mundo que no sean: a) bodas, natalicios, encames variados, divorcios, decoración de casas y decesos de famosos del cine, el fútbol, las casas reales, las casas irreales, la tele y las currantas de los servicios de scort de cojón de mico; b) accidentes con más de veinte víctimas; c) desastres naturales con más de veinte mil víctimas; d) resultados deportivos, pero sólo de deportes de ma(n)sas. No estoy pensando en quienes sean sordos y no se enteren de nada, o desmemoriados por completo o personas en estado comatoso por causa de alguna tristísima desgracia, sino en esos conciudadanos que sobre los puntos que acabamos de mencionar le pueden indicar a uno hasta el más rebuscado detalle, que recuerdan la alineación exacta de la selección española de fútbol en el Mundial de México, el nombre de los hijos de Julio Iglesias o el calibre de la parte hortícola de todos los amigos de Ana Obregón, pero, en cambio, ignoran con saña cómo se llama el Presidente de Francia, de cuántas Comunidades Autónomas se compone el Estado Español o si aún existe la República Democrática Alemana,por decir tres cosas de cierto nivel y no de las más fáciles. ¿Cómo es posible que se aplique tanta atención y semejante esfuerzo a lo que no importa un pimiento para la vida de nadie y, por contra, sea tan desmesurada la indiferencia ante asuntos de los que depende enormemente nuestro presente y futuro y los de nuestros descendientes?
Hay un test muy fácil para ver cuándo estamos ante un maniquí con semejante actitud felizmente bovina. Siéntelos ante una tele. Mientras aparezca un programa de cotilleos y casquería, variada estarán formales y circunspectos, con cara de catedrático a punto de solicitar nuevo sexenio. Cuando lleguen los anuncios, recolocarán las posaderas y se rascarán discretamente algún pliegue abisal, pero no darán mayor guerra. Ah, pero en cuanto comience el noticiario, un telediario cualquiera, ahí se lanzan a dar la lengua, a comentar el lío ma/patrimonial del que acaban de tener noticia televisiva, a explicar que los calamares les dieron acidez o a dar cuenta de que mañana tienen cita con el podólogo y están muy preocupados por si les hará pupa en el dedito pequeño. Naturalmente, en su obnubilación, te cuentan todo esto en el convencimiento bien serio de que a ti tales asuntos te interesan bastante más que eso que en la tele están informando sobre la invasión de Georgia por los rusos o sobre el vicepresidente que lleva Obama. Quiá, quién será la Georgia esa que nunca había salido y, mira, el que llaman Obama se parece mogollón a un centrocampista que tuvo el Betis en los años noventa.
Lo fácil sería aducir que en algún momento de la vida de estos desdichados les falló el sistema educativo. Pero eso de echar todas las culpas a los maestros ya va siendo gastado motete. Además, nos pone ante el problema del regreso hacia atrás y ad infinitum, pues buenos están también muchos maestros, quién educó al educador y tal y cual. No, aunque me tachen de incorrectísimo, me aventuro a plantear y someter a los amigos una hipótesis más contundente: hay gente que nació para tropa, para canto rodado, para masa de la empanada. Así de simple. Y a lo mejor gastar dineros públicos en tratar de desbastar a semejante caterva es un agravio comparativo y una pérdida de tiempo; como si usted se empeña en enseñarle trigonometría a un babuino, vamos. Hombre, dicen que con tenacidad y dedicación, y empezando desde pequeño, puede coger cierta base. Pero ya ves.
Y conste que no propongo ninguna privación de derechos para los ceporros vocacionales e irredentos, en absoluto. Que se les aplique lo del Proyecto Simio y que nadie se atreva a discriminarlos frente a los babuinos. Y que, llegado el caso, puedan incluso llegar a presidir algún gobierno por elección popular.
Hasta su penúltimo párrafo, estoy absolutamente de acuerdo. La razón de ser de estas circunstancias, desde mi punto de vista, es que nuestros filósofos modernos no son filósofos sino historiadores de filósofos, y por el contrario, nuestros "filósofos" de cabecera son Samuel Eto´o, Vladimir Putin, Amy Winehouse y el difunto Yves Saint Laurent.
ResponderEliminarBajo ese entendido, son ellos los que le dicen al mundo lo que deben pensar y sobre lo que realmente deben preocuparse. No me extraña. Lo peligroso es que quienes logran sobresalir de la manada, conocen las problemáticas sociales, y en vez de ayudar a solucionarlas, se aprovechan de ellas.
Sin embargo, soy absoluto opositor del concepto de desigualdad natural que se plantea aquí.
Saludos.
Bueno, Gaviota, no me tome completamente en serio eso del penúltimo párrafo. Tiene más de broma y de irónico desahogo que de expresión de una idea que seriamente mantenga.
ResponderEliminarSaludos muy cordiales.
En muchos apartes se nota el sarcasmo, razón por la cual me gusta leer su blog. Sin embargo, al final del escrito no parece tan claro. De todas maneras, gracias por la precisión.
ResponderEliminarSaludos.
Gaviota
ResponderEliminarno nos joda al filósofo, es decir, no creo que Garciamado mantuviese una desigualdad natural sino una desigualdad hacia lo banal.
Yo también me pregunto ¿qué diferencia a los sabios de las ma(a)nsas? ¿Qué hace que una persona y su equipo se encierren en un laboratorio horas y cientos estén viendo correr a Bolt segundos o un cotilleo de la ex de no se quién horas?
Pero también si no es porque unos currantes hicieron el edificio y otros las probetas, etc...tampoco el investigador podría investigar.
Un lío.
Freisler, tenga V. cuidado, que se me está poniendo democrático :-D.
ResponderEliminarA mí, de todas maneras, lo que más me preocupa es que en las nuevas generaciones va a peor, y se aliña, además, con una falta de emoción tremenda.
Va a ser que lo de ser padre de adolescentes me trae a maltraer.
Pero vamos, centrándonos en el párrafo penúltimo de esta contundente entrada, y dado el amparo catedraticio de nuestro anfitrión, deberemos golpearnos severamente el pecho: cada facultadilla creada para servir de alojo a discípulos agradecidos (ah, los encantos de la Andalucía) y amparo de posbachilleres que quieren apuntes dictados y exámenes de quiniela durante cinco añitos más multiplica el desastre por un número equivalente a la suma algebráico de profes y alumnos de tales centros.
En pasada entrada el Maestro Garciamado hacía una suerte de menosprecio de corte y alabanza de aldea relativo a la sobrevaloración que la gente humilde hace de La Universidad (mayúscula no gratuíta). Yo no soy tan optimista: las nuevas generaciones del pueblo llano y más 'agreste' (permítaseme el término, no offense intended) son igual de ceporras que las otras, las supuestas élites cultivadas en la MagMater, que ya ni siquiera visten bien ni saben beber whisky comme il faut.