Esta crisis económica es una mala faena que, como siempre, afecta más a quien menos culpa tiene. Pero, con todo, alguna ventaja ocasional le puede sacar el ciudadano común. Por ejemplo si vamos a comprarnos coche nuevo porque nos tocó el cupón de la ONCE o para darles una muerte digna a los últimos ahorrillos.
Dicen que la venta de automóviles ha descendido un veinte por ciento. Mis condolencias, pero todavía me acuerdo de lo inflados que andaban los de ese gremio cuando cambié de coche hace tres años. Para el consumidor es una triste experiencia ir a dar con una empresa que ya ha cubierto sus objetivos anuales. Andaba un servidor dispuesto a darse un lujo sobre cuatro ruedas y a cambio de dejar en el concesionario un ojo de la cara. En esos casos los que somos un poco paletos y no nacimos en medio de un consejo de administración nos creemos que el vendedor de turno nos va a poner la alfombra roja y a deshacerse en atenciones. Craso error, pues te captan en la mirada la timidez del pobre de nacimiento, aunque hayas hecho unos duros en tiempos de bonanza.
Para empezar, y seguramente para que me enterara bien de que no me necesitaban, porque ya tenían las arcas llenas, me hicieron esperar media hora de pie y con las manos en los bolsillos, mientras los empleados no apartaban la cara de unos ordenadores en los que imagino que estarían jugando con naves espaciales o analizando modelos de señoras en paños menores. Al fin se acercó uno que me espetó un “qué quiere” a palo seco, para ir creando buen ambiente entre nosotros. Le mencioné el modelo de coche que tenía entre ceja y ceja, me miró con cara de perdonarme la vida y sólo dijo: tropecientos mil euros. Ya amagaba con darse la vuelta para seguir cazando marcianos o marcianas en su ordenador, pero todavía me atreví a preguntarle si no había algún descuento o promoción especial, pues estábamos a final de año. Se le pintó el desprecio en el rostro al responder con un cortante “no”. Y hasta ahí llegó la conversación. Pocos días después compré coche en otra provincia que ya estaba en crisis: en Asturias.
Aprovecharé algún día de verano para acercarme al concesionario leonés a consultar precios, a que me digan cosas agradables y me propongan ofertas tentadoras. Preguntaré por los modelos más caros y los complementos más finos y fingiré que nada me llena y todo me parece sospechosamente barato. Y cuando me canse de enredar me despediré con un seco “hasta luego, Lucas”.
No voy a cambiar de vehículo esta temporada, no. Es que este año nos toca a nosotros dárnoslas de guapos y a ellos tratarnos como a reyes, por la cuenta que les tiene: la cuenta de resultados. Una buena forma de subirnos la autoestima, ahora que pintan bastos.
Dicen que la venta de automóviles ha descendido un veinte por ciento. Mis condolencias, pero todavía me acuerdo de lo inflados que andaban los de ese gremio cuando cambié de coche hace tres años. Para el consumidor es una triste experiencia ir a dar con una empresa que ya ha cubierto sus objetivos anuales. Andaba un servidor dispuesto a darse un lujo sobre cuatro ruedas y a cambio de dejar en el concesionario un ojo de la cara. En esos casos los que somos un poco paletos y no nacimos en medio de un consejo de administración nos creemos que el vendedor de turno nos va a poner la alfombra roja y a deshacerse en atenciones. Craso error, pues te captan en la mirada la timidez del pobre de nacimiento, aunque hayas hecho unos duros en tiempos de bonanza.
Para empezar, y seguramente para que me enterara bien de que no me necesitaban, porque ya tenían las arcas llenas, me hicieron esperar media hora de pie y con las manos en los bolsillos, mientras los empleados no apartaban la cara de unos ordenadores en los que imagino que estarían jugando con naves espaciales o analizando modelos de señoras en paños menores. Al fin se acercó uno que me espetó un “qué quiere” a palo seco, para ir creando buen ambiente entre nosotros. Le mencioné el modelo de coche que tenía entre ceja y ceja, me miró con cara de perdonarme la vida y sólo dijo: tropecientos mil euros. Ya amagaba con darse la vuelta para seguir cazando marcianos o marcianas en su ordenador, pero todavía me atreví a preguntarle si no había algún descuento o promoción especial, pues estábamos a final de año. Se le pintó el desprecio en el rostro al responder con un cortante “no”. Y hasta ahí llegó la conversación. Pocos días después compré coche en otra provincia que ya estaba en crisis: en Asturias.
Aprovecharé algún día de verano para acercarme al concesionario leonés a consultar precios, a que me digan cosas agradables y me propongan ofertas tentadoras. Preguntaré por los modelos más caros y los complementos más finos y fingiré que nada me llena y todo me parece sospechosamente barato. Y cuando me canse de enredar me despediré con un seco “hasta luego, Lucas”.
No voy a cambiar de vehículo esta temporada, no. Es que este año nos toca a nosotros dárnoslas de guapos y a ellos tratarnos como a reyes, por la cuenta que les tiene: la cuenta de resultados. Una buena forma de subirnos la autoestima, ahora que pintan bastos.
¿Cocheros, o cochistas? Huy, sin necesidad de echarles sal en las heridas, llorarán lágrimas hirvientes, y por mucho tiempo. Mercancía sin futuro donde las haya ...
ResponderEliminarSalud,
Maestro,
ResponderEliminardespués de leer varias de las más recientes (y como siempre brillantes) entradas entradas del blog, me solazo con este breve inciso. La venganza es plato que se sirve frio, sin duda. Y sin duda también, llegan gloriosos tiempos para la gestión de compra de coches.
Que sepa que me ha quitado el mal sabor de boca de la aberración perpetrada esta mañana en el Pais por el Sr. Rector de la Carlos III, una persona que debería avergonzarse de sí misma cada mañana al despertar.