Diré para empezar que espero -creo que fundadamente- que este blog no se lea en Italia. Aunque sorpresas de ese calibre se ha llevado uno ya. Y lo espero porque voy a intentar narrar estos días lo que me está pasando en este país maravilloso y divertido. He venido a una hermosa ciudad italiana como parte de una comisión de evaluación de uno de los departamentos universitarios, departamento que integra las áreas de Filosofía del Derecho, Derecho canónico e Historia del Derecho. ¿Qué por qué un escéptico como un servidor ha aceptado tal encargo? Hombre, para empezar, no sea usted envidioso y no se delate con tales preguntas. Y porque estas cosas hay que verlas desde dentro para hablar con motivo, además de que interesa comprobar si en otros países las cosas están igual de chungas. Consolémonos: están peor.
Llegué anoche. Un taxi me esperaba en Venecia y llegué al hotel pasada la medianoche. Había leído la agenda y había entendido que el día de hoy lo tenía libre hasta la tarde-noche. Primer error, hacerle caso a la agenda oficial. A las nueve suena el teléfono en mi habitación. La secretaria del Departamento me pregunta que cuándo quiero que me recoja para ir a la Universidad. Le digo que qué tal a las diez. Me responde que otro profesor que viene para lo mismo ya está listo. Le respondo que lo siento, pero que yo no sabía que ya había que estar dispuesto esta mañana, pues en la agenda venía otro plan. Me replica con ironía italiana y un toque de mala leche que será a las diez si es la hora que a mí me agrada.
Al final, nadie estaba preparado para las diez, fui el primero en comparecer. Me encuentro con los dos compañeros de tarea: una profesora italiana de Historia del Derecho y ¡un cura español que ha sido durante treinta años juez en la Rota Romana! Me relajé de inmediato previendo lo que se avecinaba. No me equivoqué: vamos a trabajar poquísimo.
La profesora italiana nos soltó un largo discurso sobre la conveniencia de hacer una evaluación muy positiva, pues si criticamos a los colegas de nuestras disciplinas aquí, los perjudicamos frente a esos iusprivatistas y iuspublicistas que se lo llevan todo por el morro y sin compasión. Il “monsignore” quería guerra y venía crítico, creo que un poco ofendido por cuestiones protocolarias. Yo me sumé al sector complaciente de la comisión, pues quién me manda a mí buscarme problemas también por estos pagos. Con todo, algo habrá que hacer y la comisión tuvo esta mañana su primera reunión, donde todo el rato habló la colega italiana, de lo divino y de lo humano. El cura me dice todo el rato al oído que si hemos venido aquí nada más que para escuchar conferencias de esta tía. Mi natural bonhomía me pilla siempre en medio de estas disputas. Además, reconozco que pasé buenos ratos de tal parlamento de la dama pensando en mis cosas y planeando mis momentos de asueto en esta histórica villa. Conste que la señora es simpática y bien dispuesta. No nos dejó solos ni un momento un italiano, profesor del Departamento, que supongo que tiene el cometido de espiarnos y controlar si merecemos o no las copiosas pitanzas con que nos obsequian. El cura sufre ocasionales arrebatos de desconfianza y le pregunta por qué él está ahí. El italiano sonríe y hace como que no entiende la pregunta.
A todo esto, a cada uno de nosotros se nos había encargado que, antes de viajar, redactáramos una evaluación individual y provisional del Departamento. Como soy el típico pringao, sólo yo había cumplido el cometido. El cura ni la había hecho ni se arrepiente por ello y la profesoressa había escrito unas líneas a mano esta mañana, mientras venía en el tren. Conviene aclarar que dicha evaluación tenía que basarse en la relación de publicaciones de los profesores del Departamento. Pura relación, al peso, como si estuviéramos en España en estos mismos tiempos.
No sé si de este caos va a salir el informe final que se espera. La profesora italiana lo tiene clarísimo, hay que decir a todo que sí y que muy interesante y meritorio. El cura insiste en la necesidad de la crítica, constructiva si no hay más remedio. Yo no sé a qué atenerme. Consecuencias, en mi caso, de la falta de fe. Como para nuestro juicio no tenemos más elemento que la lista de publicaciones de los últimos años, se me ocurre que podríamos echar un vistazo a los escritos y reunirnos con los profesores para preguntarles cosas. Consternación. Nos dicen que casi todos los profesores están fuera de la ciudad. Casualidades. Al ir a comer, nos encontramos a uno de los cátedros que se va para su casa en bicicleta. Otra casualidad y más consternación. Queda para comer con nosotros mañana.
Tras el caos de esa primera sesión, nos vamos a comer. Opíparo menú. El prete y un servidor se ponen hasta arriba de un vino blanco riquísimo. El cura se desmelena haciendo chistes del Papa y poniendo a caldo a los cardenales. Según sus propias palabras, no hay un cardenal que tenga un ápice de seso y son casi todos unos malandrines, comedores, bebedores y perezosos. Caray, si digo yo eso me condeno y me caen aquí cuarenta comentarios indignados. Fuera de esos ratos de intimidad anticlerical, lo que se ve y se oye en la mesa tiene también su aquél. Nos acompaña un profesor de la Facultad que es caballero de la Orden de Malta y que, como corresponde, ha sido embajador en Malta. La conversación gira de pronto hacia apasionantes temas procesales relacionados con la jurisdicción competente para resolver los litigios de esa Orden. Cuántas cosas no sabe uno, qué barbaridad. Y qué cosas saben algunos, hay que ver. Yo ya había leído que ésta era una de las universidades más tradicionales y tradicionalistas del país. Pero no pensaba que era para tanto. Nos topamos con un iusfilósofo que nos suelta que hay que acabar con la peste del igualitarismo. Me quedo pensando a qué se referirá exactamente, pero en la comida explican que es férreo defensor de una monarquía papal para Italia. Mira, para que luego nosotros nos quejemos del PP. De extrema izquierda parece Rajoy. ¿O pensará lo mismo?
Es interesante lo que cuenta el sacerdote sobre el proyecto que tiene el Vaticano de hacer su propio código laboral y penal. Derecho penal del Vaticano, eso promete. Este hombre está en la comisión vaticana que lo redacta. A lo mejor podríamos invitarlo a nuestro seminario leonés de Penal y Filosofía del Derecho. Sería la bomba. Le pregunto cómo se van a cumplir en El Vaticano las penas privativas de libertad. Me responde que tales penas son un atraso por inútiles y contraproducentes. Diablos (con perdón), he ido a dar con un abolicionista con alzacuello. Aprovecha para contarme algunos casos de cardenales que se habían apropiado del cepillo para gastarse los cuartos en vicios. No doy crédito. Cada vez estoy más contento de haber venido.
Ya puestos a avizorar el Averno, lo interrogo sobre para qué necesita El Vaticano una ley laboral. Responde que son un problema los despidos colectivos de los operarios que tienen, pues, a falta de ley, siempre se echa primero a los trabajadores que no son hijos de cardenal. No gano para sobresaltos. Hay que ver cómo está la Curia.
Por la tarde volvemos a reunirnos. Definitivamente han desaparecido todos los profesores. La profesoressa de la comisión decide llamar al responsable del programa de evaluación, que habría debido recibirnos. Al cabo de un par de horas aparece consternado. A él le habían dado otra fecha para nuestra presencia. Nos insiste en que es muy importante que nos reunamos con investigadores y doctorandos del Departamento. Le decimos que vale, pero que dónde están. Averigua y resulta lo que nos temíamos: no están.
De pronto nos avisan de una nueva incidencia: se va a cerrar la Facultad y hay peligro de que nos quedemos dentro sin remisión. Huimos despavoridos. Menos mal que mañana tenemos un programa interesantísimo: iremos a ver los famosos frescos de Giotto.
Qué alegría da constatar que la universidad española es de lo más normal, parecidísima a ésta. Aquí la queja continua es que faltan medios económicos para la investigación y para todo. Se están suprimiendo doctorados y todo tipo de actividades por falta de recursos. Y para que estos tres fulanos tan raros hayamos venido a hacer esta evaluación tan sesuda y tan bien fundada se gastan un pastón. En fin. Prometo que no volveré a quejarme de pedagogos y burócratas. Gracias a ellos me voy a dar estos días unos paseos la mar de interesantes. Y conste que yo venía de buena fe. No tengo arreglo.
Llegué anoche. Un taxi me esperaba en Venecia y llegué al hotel pasada la medianoche. Había leído la agenda y había entendido que el día de hoy lo tenía libre hasta la tarde-noche. Primer error, hacerle caso a la agenda oficial. A las nueve suena el teléfono en mi habitación. La secretaria del Departamento me pregunta que cuándo quiero que me recoja para ir a la Universidad. Le digo que qué tal a las diez. Me responde que otro profesor que viene para lo mismo ya está listo. Le respondo que lo siento, pero que yo no sabía que ya había que estar dispuesto esta mañana, pues en la agenda venía otro plan. Me replica con ironía italiana y un toque de mala leche que será a las diez si es la hora que a mí me agrada.
Al final, nadie estaba preparado para las diez, fui el primero en comparecer. Me encuentro con los dos compañeros de tarea: una profesora italiana de Historia del Derecho y ¡un cura español que ha sido durante treinta años juez en la Rota Romana! Me relajé de inmediato previendo lo que se avecinaba. No me equivoqué: vamos a trabajar poquísimo.
La profesora italiana nos soltó un largo discurso sobre la conveniencia de hacer una evaluación muy positiva, pues si criticamos a los colegas de nuestras disciplinas aquí, los perjudicamos frente a esos iusprivatistas y iuspublicistas que se lo llevan todo por el morro y sin compasión. Il “monsignore” quería guerra y venía crítico, creo que un poco ofendido por cuestiones protocolarias. Yo me sumé al sector complaciente de la comisión, pues quién me manda a mí buscarme problemas también por estos pagos. Con todo, algo habrá que hacer y la comisión tuvo esta mañana su primera reunión, donde todo el rato habló la colega italiana, de lo divino y de lo humano. El cura me dice todo el rato al oído que si hemos venido aquí nada más que para escuchar conferencias de esta tía. Mi natural bonhomía me pilla siempre en medio de estas disputas. Además, reconozco que pasé buenos ratos de tal parlamento de la dama pensando en mis cosas y planeando mis momentos de asueto en esta histórica villa. Conste que la señora es simpática y bien dispuesta. No nos dejó solos ni un momento un italiano, profesor del Departamento, que supongo que tiene el cometido de espiarnos y controlar si merecemos o no las copiosas pitanzas con que nos obsequian. El cura sufre ocasionales arrebatos de desconfianza y le pregunta por qué él está ahí. El italiano sonríe y hace como que no entiende la pregunta.
A todo esto, a cada uno de nosotros se nos había encargado que, antes de viajar, redactáramos una evaluación individual y provisional del Departamento. Como soy el típico pringao, sólo yo había cumplido el cometido. El cura ni la había hecho ni se arrepiente por ello y la profesoressa había escrito unas líneas a mano esta mañana, mientras venía en el tren. Conviene aclarar que dicha evaluación tenía que basarse en la relación de publicaciones de los profesores del Departamento. Pura relación, al peso, como si estuviéramos en España en estos mismos tiempos.
No sé si de este caos va a salir el informe final que se espera. La profesora italiana lo tiene clarísimo, hay que decir a todo que sí y que muy interesante y meritorio. El cura insiste en la necesidad de la crítica, constructiva si no hay más remedio. Yo no sé a qué atenerme. Consecuencias, en mi caso, de la falta de fe. Como para nuestro juicio no tenemos más elemento que la lista de publicaciones de los últimos años, se me ocurre que podríamos echar un vistazo a los escritos y reunirnos con los profesores para preguntarles cosas. Consternación. Nos dicen que casi todos los profesores están fuera de la ciudad. Casualidades. Al ir a comer, nos encontramos a uno de los cátedros que se va para su casa en bicicleta. Otra casualidad y más consternación. Queda para comer con nosotros mañana.
Tras el caos de esa primera sesión, nos vamos a comer. Opíparo menú. El prete y un servidor se ponen hasta arriba de un vino blanco riquísimo. El cura se desmelena haciendo chistes del Papa y poniendo a caldo a los cardenales. Según sus propias palabras, no hay un cardenal que tenga un ápice de seso y son casi todos unos malandrines, comedores, bebedores y perezosos. Caray, si digo yo eso me condeno y me caen aquí cuarenta comentarios indignados. Fuera de esos ratos de intimidad anticlerical, lo que se ve y se oye en la mesa tiene también su aquél. Nos acompaña un profesor de la Facultad que es caballero de la Orden de Malta y que, como corresponde, ha sido embajador en Malta. La conversación gira de pronto hacia apasionantes temas procesales relacionados con la jurisdicción competente para resolver los litigios de esa Orden. Cuántas cosas no sabe uno, qué barbaridad. Y qué cosas saben algunos, hay que ver. Yo ya había leído que ésta era una de las universidades más tradicionales y tradicionalistas del país. Pero no pensaba que era para tanto. Nos topamos con un iusfilósofo que nos suelta que hay que acabar con la peste del igualitarismo. Me quedo pensando a qué se referirá exactamente, pero en la comida explican que es férreo defensor de una monarquía papal para Italia. Mira, para que luego nosotros nos quejemos del PP. De extrema izquierda parece Rajoy. ¿O pensará lo mismo?
Es interesante lo que cuenta el sacerdote sobre el proyecto que tiene el Vaticano de hacer su propio código laboral y penal. Derecho penal del Vaticano, eso promete. Este hombre está en la comisión vaticana que lo redacta. A lo mejor podríamos invitarlo a nuestro seminario leonés de Penal y Filosofía del Derecho. Sería la bomba. Le pregunto cómo se van a cumplir en El Vaticano las penas privativas de libertad. Me responde que tales penas son un atraso por inútiles y contraproducentes. Diablos (con perdón), he ido a dar con un abolicionista con alzacuello. Aprovecha para contarme algunos casos de cardenales que se habían apropiado del cepillo para gastarse los cuartos en vicios. No doy crédito. Cada vez estoy más contento de haber venido.
Ya puestos a avizorar el Averno, lo interrogo sobre para qué necesita El Vaticano una ley laboral. Responde que son un problema los despidos colectivos de los operarios que tienen, pues, a falta de ley, siempre se echa primero a los trabajadores que no son hijos de cardenal. No gano para sobresaltos. Hay que ver cómo está la Curia.
Por la tarde volvemos a reunirnos. Definitivamente han desaparecido todos los profesores. La profesoressa de la comisión decide llamar al responsable del programa de evaluación, que habría debido recibirnos. Al cabo de un par de horas aparece consternado. A él le habían dado otra fecha para nuestra presencia. Nos insiste en que es muy importante que nos reunamos con investigadores y doctorandos del Departamento. Le decimos que vale, pero que dónde están. Averigua y resulta lo que nos temíamos: no están.
De pronto nos avisan de una nueva incidencia: se va a cerrar la Facultad y hay peligro de que nos quedemos dentro sin remisión. Huimos despavoridos. Menos mal que mañana tenemos un programa interesantísimo: iremos a ver los famosos frescos de Giotto.
Qué alegría da constatar que la universidad española es de lo más normal, parecidísima a ésta. Aquí la queja continua es que faltan medios económicos para la investigación y para todo. Se están suprimiendo doctorados y todo tipo de actividades por falta de recursos. Y para que estos tres fulanos tan raros hayamos venido a hacer esta evaluación tan sesuda y tan bien fundada se gastan un pastón. En fin. Prometo que no volveré a quejarme de pedagogos y burócratas. Gracias a ellos me voy a dar estos días unos paseos la mar de interesantes. Y conste que yo venía de buena fe. No tengo arreglo.
PD.- Se admiten apuestas sobre si la volveré a "defecar" por andar contando estas cosas al pueblo llano.
Tranquilo que Don Zapatone ha dicho que estábamos superando a Italia, así que todo se andará, lograremos hacerlo peor.
ResponderEliminarParece una comedia neorrealista italiana de las clásicas. Vittorio de Sica habría bordado el papel del cura, o en la actualidad Roberto Benigni. Aunque, bien pensado, ¿se imaginan a Benigni como la catedrática de Historia del Derecho, y hablando sin parar?. Aparque los poemas, y escriba un buen guión: seguro que gana el León de Oro.
ResponderEliminarPD: Disfrute con Guiotto, es una gozada.
y ¿de qué van los alumnos/as de la facul de Derecho de allí?
ResponderEliminarA propósito de ellas ,nos debe fotos de alumnas desde finales del 2006 más o menos, mire a ver si se pone al día y tal.
Sensacional. Sensacional. Yo creo que la próxima vez que me pregunten por qué echo de menos mis tiempos docentes en la Facultad les remitiré, directamente, a esta Entrada.
ResponderEliminarGrande, el Pater. Excelsa la organicaçao, toda ella. Magnífica ciudad, Venecia (si hubiese advertido le hubiese recomendado a V. un par de novelas de Donna Leon muy adecuadas y contextuadas). No olvide tomarse un Spritz, una consumición de media tarde muy refrescante, conveniente, y de sólo mediana potencia de cocción.
P.S.: ¿Sabía V. -antes de la sesión veneciana, en que indudablemente se lo contaron- que la Soberana Orden de Malta es el único Estado sin territorio?
¡Bien simpático! ¡Que no se devalúe la evaluación! Y disfrute.
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