Hace un buen puñado de años, andaba por sendas de Somiedo y vi venir de frente a un caminante a paso muy vivo. Se cruzó conmigo, saludó con un cortés buenos días y siguió su ruta. Iba solo, sin cámaras ni reporteros. Era Javier Solana, con el curriculum ya repleto de ministerios y variados cargos. Luego me contaron que es un reputado andarín.
Estos días pasados el Presidente del Gobierno se ha dado un buen garbeo por Picos de Europa. Por las fotos que hemos visto, parece que su séquito era grande, se detuvo a hablar y a retratarse con la gente e hizo algunas declaraciones que podrían haber firmado Confucio o José Luis Perales, como la de que “A la montaña hay que subir despacio, es la única manera de llegar”, o como esa otra de que “Estamos sometidos a la tiranía del progreso”. No está mal para un progresista. Se trataba de grabar un programa de televisión y de exhibir en él su gran afición a la montaña y a Picos, pese a los dieciséis años de ausencia y de falta de ejercicio de tan fuerte vocación.
En este mundo traidor la representación cuenta más que la vivencia real y una imagen vale tanto como mil mentiras. Cuando usted ve salir de una iglesia a una actriz conocida o a un futbolista de gran renombre, puede ser porque han ido a misa o porque están rodando allí un anuncio publicitario o haciéndose unas fotos para el book. De los personajes públicos no conviene tomar en serio todo lo que se muestra ni al pie de la letra cualquiera de sus afirmaciones con micrófonos de por medio. Perdóneseme la comparanza, pero debe de ser poco más o menos como creerle sus requiebros amorosos, en horas labor, a la sufrida trabajadora de un club de alterne. Es parte del negocio, mientras no se demuestre lo contrario.
Periódicos, radios y televisiones ponen de su parte para procurar que el ciudadano conciba a sus gobernantes como personas de carne y hueso y seres sensibles, en lugar de esos maniquíes que recitan a diario lugares comunes y simplezas de tres al cuarto como si fueran la quintaesencia de la sabiduría más honda. Los medios exageran el valor de cualquier gesto o anécdota y los personajes en cuestión se dejan querer y ponen el perfil bueno para esas fotos que les toman, por ejemplo, cuando se supone que están disfrutando, líricamente y en soledad, de una puesta de sol sobre un acantilado. Camelo, puro camelo. Siempre que un político o un actor adoptan un perrillo abandonado o lloran la muerte de un amigo con íntimo recogimiento, están allí casualmente veinte periodistas para retratar momento tan emocionante. Otro día se ve a cualquier figura pegando una patada a una lata y rápidamente se amplía su curriculum: gran aficionado a los deportes y practicante habitual del fútbol. Todo fachada.
En este mundo traidor la representación cuenta más que la vivencia real y una imagen vale tanto como mil mentiras. Cuando usted ve salir de una iglesia a una actriz conocida o a un futbolista de gran renombre, puede ser porque han ido a misa o porque están rodando allí un anuncio publicitario o haciéndose unas fotos para el book. De los personajes públicos no conviene tomar en serio todo lo que se muestra ni al pie de la letra cualquiera de sus afirmaciones con micrófonos de por medio. Perdóneseme la comparanza, pero debe de ser poco más o menos como creerle sus requiebros amorosos, en horas labor, a la sufrida trabajadora de un club de alterne. Es parte del negocio, mientras no se demuestre lo contrario.
Periódicos, radios y televisiones ponen de su parte para procurar que el ciudadano conciba a sus gobernantes como personas de carne y hueso y seres sensibles, en lugar de esos maniquíes que recitan a diario lugares comunes y simplezas de tres al cuarto como si fueran la quintaesencia de la sabiduría más honda. Los medios exageran el valor de cualquier gesto o anécdota y los personajes en cuestión se dejan querer y ponen el perfil bueno para esas fotos que les toman, por ejemplo, cuando se supone que están disfrutando, líricamente y en soledad, de una puesta de sol sobre un acantilado. Camelo, puro camelo. Siempre que un político o un actor adoptan un perrillo abandonado o lloran la muerte de un amigo con íntimo recogimiento, están allí casualmente veinte periodistas para retratar momento tan emocionante. Otro día se ve a cualquier figura pegando una patada a una lata y rápidamente se amplía su curriculum: gran aficionado a los deportes y practicante habitual del fútbol. Todo fachada.
Buen intento de comparanza entre afirmaciones de político y amores manifestados por prostituta en horas de labor, pero no es ni parecido ya que el político no debe mentir y la prostituta en esos momentos está proporcionando al cliente un servicio en el que lo que menos importa es el amor.
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