Ayer todos los medios daban vueltas a una noticia que, por lo visto, es muy tremenda: las ventas de coches en España han tenido en 2008 la mayor caída de la historia, pues descendieron un 28% en relación a las de 2007. Oigan, miren como lloro. También sabemos que este año ha bajado un montón la venta de pisos y alguna cosa más. Puede que también hayan servido menos platos esos restaurantes que de poco para acá se habían subido al guindo y nos ponían una manita de cerdo con una bolita de enebro y dos gotas, dos, de acetato de Modena al módico precio de treinta (30) euros, más una botella de vino de aquí al lado, con una etiqueta de muchos colorines -eso sí- por veinte euros más.
Volviendo a lo de los coches -aunque vale también para lo otro-, puede que el problema no esté en lo que se vendió de menos este año que acaba, sino en lo que vendieron de más en el 2007. Es como si un fulano se toma un día un afrodisiaco tremendo y al día siguiente, ya sin doparse, se deprime por lo alto que puso el listón el día anterior y que hay que ver cuántas veces y qué risa. Chico, es que no era natural, te habías chutado. Así que mejor saca la media de los días sin química. Con lo de los coches, los pisos, los viajes y unas cuantas cosas más debió de ocurrir algo similar. Nos entró un calentón parecido porque por arte de magia o alguna alteración venérea del sistema económico nos vimos con perras abundantes en el bolsillo, propias o prestadas entre sonrisas y regalos de ollas y cuberterías, y, además, nos sentimos invulnerables.
Habíamos venido de la dehesa cuatro días antes y no entendíamos demasiado bien cómo funciona esto de la economía. Tampoco sabíamos bien lo que son las pirámides, salvo vagos recuerdos de cuando el cuñado viajó a Egipto a un congreso farmacéutico y nos trajo unas postales de las de allá. Además, y sobre todo, pensamos que mucha ciencia no tendría la economía ésa cuando resulta que marchaba viento en popa pese a que gobernaba quien gobernaba, que tampoco tenía ni pajolera idea. Por eso nos daba morbo votar a Zapatero mientras nos hacíamos ricos sin entender nada: para demostrarle al mundo que nos lo podíamos hacer con una mano sola y sin red. Ante ustedes, haciéndose rico y confiando en su potra con dos cojones, fulanito de tal, votante de Zapatero. Pues hala, ahora a tomar por la retambufa.
Así que, entre unas cosas y otras, a la suerte la tomamos por merecimiento y a la jeta la llamamos ciencia. Era cuestión de fe, confianza de pueblo elegido, alegría de parroquiano que se tira a la diosa Fortuna sin poner ni la cama. El último mono tenía tres pisos, con sus correspondientes hipotecas, pero los iba vendiendo con pelotazo notable en cada uno, y al día siguiente daba la entrada para otros cuatro y recibía del banco el préstamo y unos masajes en salva sea la parte. ¿Se puede ser más feliz? Hasta el más tonto de mi pueblo tenía ya sus planes para aparecer un año de estos en la lista Forbes de los personajes más ricos del planeta. ¿Y coches? Cada seis meses un Mercedes nuevo. Hacías obras en tu casa y aquello parecía el concesionario de la BMW o de Jaguar, pues no eran de menos nota los vehículos en que iban llegando el peón del albañil, el ayudante del instalador eléctrico y el calefactor. Qué digo marcas, modelos también, porque a todos les había dado por los correspondientes cuatro por cuatro de esas marcas, por lo de que un día o dos al año nieva por aquí y a ver cómo vas a tomarte el pincho de la una sin una tracción como Dios manda.
Los únicos que seguían en bici, bus o en destartalados haigas heredados de algún tío pasado a mejor fortuna eran los becarios de investigación y algunos contratados de las universidades. Esos siguieron con sus mil euritos y sin posibilidad de sacar dinerillos extra con unas clasecitas pagadas acá o acullá, como sus mayores. Bien sabían la sociedad y las instituciones que la investigación científica no tiene nada que ver con la bonanza económica, pues el éxito con las perras depende más de la picaresca que del estudio, y más de tener el colmillo retorcido que de poseer una cabeza bien amueblada.
Y de pronto a estos nuevos e imprevistos ricos les entra el cague. Estado de shock total. Si nunca entendieron qué habían hecho ellos para merecer esa pujanza en euros, menos asimilan ahora por qué les amenazan con crisis y hecatombes. Y les viene el canguelo y dejan de comprar. Descubren que aquel coche que mercaron el año pasado aprovechando los tres meses de baja laboral por depresión, que les había costado cincuenta mil euros más otros tres mil de extras, les puede durar tranquilamente diez años. Oh, sorpresa. Pero en el concesionario ya se habían acostumbrado a que cada año, allá por marzo, ese sujeto aparecía muerto de risa con su baja laboral, un pastón debajo de la boina y ganas de más caballos.
Eso iba en cadena. Cada uno que daba un pelotazo dejaba luego sus ganancias a otro que le daba el pelotazo a él, y así sucesivamente. A eso se llama, por lo visto, crecimiento económico a tutiplén y debe de ser muy buena cosa. Alguien vendía un piso a los tres días de firmar su opción de compra y ganaba sesenta mil euros así, de un día para otro. Se marchaba corriendo a la Mercedes y metía en el último modelo esos sesenta mil más otros diez mil que le había sisado a la abuela, que ya no se enteraba de dónde tenía la cartilla. El dueño del concesionario se marchaba corriendo a comprarse un piso más -ya tenía ochenta y dos- y con lo que le sobraba pasaba por el banco para ampliar el fondo de inversiones. Pero ¿cómo no se iba a ir al carajo todo ese sistema en el que nadie producía propiamente nada ni trabajaba un pimiento -salvo unos cuantos inmigrantes y algunos becarios- y en el que, para más inri, todos se sentían imbuidos de una condición divina de la muerte y guay del todo?
A joderse, amigos, a joderse. Que cierren tiendas de coches, que quiebren inmobiliarias, que bajen el telón unas cuantas bodegas de vinos pijos. Que vuelva la gente a ser normal. Será duro, ya sé, pagarán justos por pecadores. Pero al personal ya no lo aguantaba ni la madre que lo parió. A currar, cabrones, a currar. Ojalá se acabe el vivir del cuento. Además, ¿no estamos diciendo todos los progres que está muy mal todo este consumismo, que hay que bajar las emisiones de gases contaminantes, que se debe fomentar el transporte público y bla, bla, bla? Pues aquí tenemos la gran oportunidad. Menos coches, menos cementeras, menos de todo y más tiempo para volver a ser normales y de pueblo, como antes, como cuando se nos podía soportar y no andábamos por el mundo haciendo el hortera con olor a establo.
Volviendo a lo de los coches -aunque vale también para lo otro-, puede que el problema no esté en lo que se vendió de menos este año que acaba, sino en lo que vendieron de más en el 2007. Es como si un fulano se toma un día un afrodisiaco tremendo y al día siguiente, ya sin doparse, se deprime por lo alto que puso el listón el día anterior y que hay que ver cuántas veces y qué risa. Chico, es que no era natural, te habías chutado. Así que mejor saca la media de los días sin química. Con lo de los coches, los pisos, los viajes y unas cuantas cosas más debió de ocurrir algo similar. Nos entró un calentón parecido porque por arte de magia o alguna alteración venérea del sistema económico nos vimos con perras abundantes en el bolsillo, propias o prestadas entre sonrisas y regalos de ollas y cuberterías, y, además, nos sentimos invulnerables.
Habíamos venido de la dehesa cuatro días antes y no entendíamos demasiado bien cómo funciona esto de la economía. Tampoco sabíamos bien lo que son las pirámides, salvo vagos recuerdos de cuando el cuñado viajó a Egipto a un congreso farmacéutico y nos trajo unas postales de las de allá. Además, y sobre todo, pensamos que mucha ciencia no tendría la economía ésa cuando resulta que marchaba viento en popa pese a que gobernaba quien gobernaba, que tampoco tenía ni pajolera idea. Por eso nos daba morbo votar a Zapatero mientras nos hacíamos ricos sin entender nada: para demostrarle al mundo que nos lo podíamos hacer con una mano sola y sin red. Ante ustedes, haciéndose rico y confiando en su potra con dos cojones, fulanito de tal, votante de Zapatero. Pues hala, ahora a tomar por la retambufa.
Así que, entre unas cosas y otras, a la suerte la tomamos por merecimiento y a la jeta la llamamos ciencia. Era cuestión de fe, confianza de pueblo elegido, alegría de parroquiano que se tira a la diosa Fortuna sin poner ni la cama. El último mono tenía tres pisos, con sus correspondientes hipotecas, pero los iba vendiendo con pelotazo notable en cada uno, y al día siguiente daba la entrada para otros cuatro y recibía del banco el préstamo y unos masajes en salva sea la parte. ¿Se puede ser más feliz? Hasta el más tonto de mi pueblo tenía ya sus planes para aparecer un año de estos en la lista Forbes de los personajes más ricos del planeta. ¿Y coches? Cada seis meses un Mercedes nuevo. Hacías obras en tu casa y aquello parecía el concesionario de la BMW o de Jaguar, pues no eran de menos nota los vehículos en que iban llegando el peón del albañil, el ayudante del instalador eléctrico y el calefactor. Qué digo marcas, modelos también, porque a todos les había dado por los correspondientes cuatro por cuatro de esas marcas, por lo de que un día o dos al año nieva por aquí y a ver cómo vas a tomarte el pincho de la una sin una tracción como Dios manda.
Los únicos que seguían en bici, bus o en destartalados haigas heredados de algún tío pasado a mejor fortuna eran los becarios de investigación y algunos contratados de las universidades. Esos siguieron con sus mil euritos y sin posibilidad de sacar dinerillos extra con unas clasecitas pagadas acá o acullá, como sus mayores. Bien sabían la sociedad y las instituciones que la investigación científica no tiene nada que ver con la bonanza económica, pues el éxito con las perras depende más de la picaresca que del estudio, y más de tener el colmillo retorcido que de poseer una cabeza bien amueblada.
Y de pronto a estos nuevos e imprevistos ricos les entra el cague. Estado de shock total. Si nunca entendieron qué habían hecho ellos para merecer esa pujanza en euros, menos asimilan ahora por qué les amenazan con crisis y hecatombes. Y les viene el canguelo y dejan de comprar. Descubren que aquel coche que mercaron el año pasado aprovechando los tres meses de baja laboral por depresión, que les había costado cincuenta mil euros más otros tres mil de extras, les puede durar tranquilamente diez años. Oh, sorpresa. Pero en el concesionario ya se habían acostumbrado a que cada año, allá por marzo, ese sujeto aparecía muerto de risa con su baja laboral, un pastón debajo de la boina y ganas de más caballos.
Eso iba en cadena. Cada uno que daba un pelotazo dejaba luego sus ganancias a otro que le daba el pelotazo a él, y así sucesivamente. A eso se llama, por lo visto, crecimiento económico a tutiplén y debe de ser muy buena cosa. Alguien vendía un piso a los tres días de firmar su opción de compra y ganaba sesenta mil euros así, de un día para otro. Se marchaba corriendo a la Mercedes y metía en el último modelo esos sesenta mil más otros diez mil que le había sisado a la abuela, que ya no se enteraba de dónde tenía la cartilla. El dueño del concesionario se marchaba corriendo a comprarse un piso más -ya tenía ochenta y dos- y con lo que le sobraba pasaba por el banco para ampliar el fondo de inversiones. Pero ¿cómo no se iba a ir al carajo todo ese sistema en el que nadie producía propiamente nada ni trabajaba un pimiento -salvo unos cuantos inmigrantes y algunos becarios- y en el que, para más inri, todos se sentían imbuidos de una condición divina de la muerte y guay del todo?
A joderse, amigos, a joderse. Que cierren tiendas de coches, que quiebren inmobiliarias, que bajen el telón unas cuantas bodegas de vinos pijos. Que vuelva la gente a ser normal. Será duro, ya sé, pagarán justos por pecadores. Pero al personal ya no lo aguantaba ni la madre que lo parió. A currar, cabrones, a currar. Ojalá se acabe el vivir del cuento. Además, ¿no estamos diciendo todos los progres que está muy mal todo este consumismo, que hay que bajar las emisiones de gases contaminantes, que se debe fomentar el transporte público y bla, bla, bla? Pues aquí tenemos la gran oportunidad. Menos coches, menos cementeras, menos de todo y más tiempo para volver a ser normales y de pueblo, como antes, como cuando se nos podía soportar y no andábamos por el mundo haciendo el hortera con olor a establo.
Concuerdo, son ambas buenas noticias -si lamamos "bueno" a lo que nos acerca a la realidad-, el batacazo de los pisos y el batacazo de los coches.
ResponderEliminarPero no nos preocupemos, que se inventarán algo para hacérselo pagar al contribuyente.
Salud,
Sencillamente excelente.
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