La que se ha liado con el reportaje fotográfico de El Mundo sobre Soraya Sáenz de Santa María. Criaturilla. Por la foto muere el pez.
Por lo que parece, Rajoy se ha apresurado a rectificar sus anteriores críticas a las ministras zapateriles que salieron en el Vogue en plan femme total. Muy bien, si lo hacen también los míos no puede ser tan malo. Que la próxima vez aparezcan juntos y en gallumbos Zapatero y Rajoy.
Puede que ya vayamos descubriendo alguna diferencia entre el PSOE y el PP. ¡Al fin! Veamos. El PSOE no tiene claros los principios, pero sí los comportamientos. Hagan lo que hagan sus chicas y chicos será loable, ejemplar, innovador y progresista. Loable, ejemplar, innovador y progresista es lo que ellos hacen, por definición y como dogma. Amén. Por eso el suyo es el partido absoluto. Un partido absoluto es aquel cuyos líderes pueden afirmar con la cabeza bien alta “el partido soy yo”. Las personas son la ideología, el programa y el proyecto. Nada previo los ata, a nada se deben, pues su electorado es un electorado fiel a las siglas y los dirigentes, que son los que gozan de una presunción inatacable de decencia y claridad de ideas, casi de beatitud. Da igual que mientan, por ejemplo, pues si la mentira es su verdad, es verdad y no mentira. La mentira necesita una referencia de contraste, una realidad contra la que las afirmaciones se miden y se juzgan. Pero cuando la realidad que se considera se agota en las personas mismas, nada de lo que digan puede ser falso ni deshonesto. Es una cuestión de teodicea política y la fe reemplaza a la razón y los hechos. Por eso Zapatero puede al mismo tiempo negar la crisis y (supuestamente) combatirla, decir que los bancos españoles son los más saneados del mundo e inyectarles dinero por un tubo para que no quiebren, proclamarse patriota y cuestionar la nación, apelar al auxilio de los pobres y conseguir que haya cada vez más, declararse feminista y rodearse de ministras-objeto, compadecerse de los inmigrantes y votar para que se los encierre en campos de concentración, llamar a De Juana hombre de paz e instar a los fiscales para que se endurezca el cómputo de las penas de los terroristas, etc., etc., etc. Y llevar como emblema el talante y hacer sin parar cabronadas a diestro y siniestro.
Lo del PP es exactamente lo contrario y tan lamentable o más. A Rajoy y compañía se les llena la boca de principios e ideales por los que se dicen dispuestos a luchar a brazo partido. Pero a la hora de la verdad no consiguen cuadrar sus acciones con la fe que tanto alegan. Les duele España, dicen, y se embarcan en llamadas a la unidad nacional y de temor porque “España se rompe”; pero votan el Estatuto Valenciano, el Andaluz, el Aragonés y todos los que imitan el de Cataluña, cuya constitucionalidad cuestionan. Están a favor del trasvase del Ebro, pero apoyan el Estatuto de Aragón y negocian su final en 2015. Van de católicos y no se pierden misa de Rouco ni manifestación contra cualquier medida que, en opinión del clero, dañe la familia, que para ellos es la familia católica; pero jamás de los jamases van a derogar, si un día vuelven a gobernar, ni una sola de las leyes que atacan, ni la del aborto, ni la del matrimonio homosexual ni ninguna. Se tienen por liberales en lo económico y grandes defensores del mercado, pero les gusta muchísimo que los empresarios reciban todo tipo de subvenciones, ayudas y gratificaciones con cargo a las arcas públicas. Y así sucesivamente.
En el PP están convencidos de que la gran mayoría de los votantes son reflexivos ciudadanos de izquierda y hacen guiños y concesiones constantes para ganárselos, aunque sea a costa de contradecir los principios que ponen en el frontispicio del partido. Con ello sólo logran que sus votantes naturales, los que comparten esos principios teóricos, dejen de votarlos por causa de su inconsecuencia práctica. A fin de cuentas, para votar a los progres ya se tiene a los progres oficiales y por definición, los del PSOE.
En el PSOE están convencidos de que la gran mayoría de los votantes son irreflexivos, superficiales y simples y de que sólo se mueven por mitos y gestos para la galería, por eslóganes y poses. Por eso no se molestan en buscar principios, cumplir promesas serias o mantener programas. Les basta con exagerar los postulados teóricos de su rival, como si fueran serios y sinceros, y decirle a la gente que si gana el PP éste será un Estado de nuevo confesional, nada social y regido por los viejos lemas franquistas, tipo “España una, grande y libre”. Como si no hubiera demostrado ya hasta la saciedad el PP que sus ideales son de pega y que está dispuesto a dejarlos de lado por un plato de votos. En el PSOE saben que una soflama de Almodóvar o de Sabina mueve más electores que la más fundada reflexión o el programa electoral más serio y fiable, y obran en consecuencia.
Son, uno y otro, los partidos de la impostura. El PP porque no es coherente con sus ideas e ideales, el PSOE porque se hace coherente precisamente por no tener ideas ni ideales. Pero en algo coinciden: los dos piensan que los ciudadanos somos tontos de baba. Y puede que algo de razón no les falte. De momento.
El asunto de las fotos de Soraya, que debe de ser más boba de lo que parecía, es un buen test de la situación. Si Rajoy y su tropa cierran filas con ella y defienden que se exhiba así de picarona y “femenina”, les van a replicar que siguen anclados en la imagen frívola y sometida de la mujer. Si se lanzan a criticar esa manera de mostrarse Soraya, les reprocharán que no se despegan de la visión reaccionaria de la mujer que es honesta porque no enseña las piernas y el escote y se reserva para cumplir como esposa discreta y ejemplar madre de familia cristiana. Y así les pasa con todo, más que nada porque ni ellos mismos saben a qué carta quedarse ni si van o vienen. Allá se las compongan, es su problema. Mientras tanto, lo que haga o deje de hacer cualquier señora dirigente del PSOE será por definición y sin duda un valeroso gesto de liberación femenina; si se muestra, porque se sustrae a las servidumbres atávicas y a los roles heredados, y si se esconde, porque de esa manera no se presta a la mirada procaz y cutre de los machistas de la derecha y no tolera que su cuerpo se convierta en puro objeto.
Los del PP primero hacen y luego piensan; los del PSOE hacen sin pensar, pues les basta con los cuatro tópicos que cuelan como si fueran ideología, tópicos de usar y tirar a conveniencia, ideas-kleenex, política-basura.
Esas son, dicen, nuestras opciones: o un partido esquizofrénico o un partido burdamente cínico. Y se supone que entre ellos tenemos que elegir. Conmigo que no cuenten.
Por lo que parece, Rajoy se ha apresurado a rectificar sus anteriores críticas a las ministras zapateriles que salieron en el Vogue en plan femme total. Muy bien, si lo hacen también los míos no puede ser tan malo. Que la próxima vez aparezcan juntos y en gallumbos Zapatero y Rajoy.
Puede que ya vayamos descubriendo alguna diferencia entre el PSOE y el PP. ¡Al fin! Veamos. El PSOE no tiene claros los principios, pero sí los comportamientos. Hagan lo que hagan sus chicas y chicos será loable, ejemplar, innovador y progresista. Loable, ejemplar, innovador y progresista es lo que ellos hacen, por definición y como dogma. Amén. Por eso el suyo es el partido absoluto. Un partido absoluto es aquel cuyos líderes pueden afirmar con la cabeza bien alta “el partido soy yo”. Las personas son la ideología, el programa y el proyecto. Nada previo los ata, a nada se deben, pues su electorado es un electorado fiel a las siglas y los dirigentes, que son los que gozan de una presunción inatacable de decencia y claridad de ideas, casi de beatitud. Da igual que mientan, por ejemplo, pues si la mentira es su verdad, es verdad y no mentira. La mentira necesita una referencia de contraste, una realidad contra la que las afirmaciones se miden y se juzgan. Pero cuando la realidad que se considera se agota en las personas mismas, nada de lo que digan puede ser falso ni deshonesto. Es una cuestión de teodicea política y la fe reemplaza a la razón y los hechos. Por eso Zapatero puede al mismo tiempo negar la crisis y (supuestamente) combatirla, decir que los bancos españoles son los más saneados del mundo e inyectarles dinero por un tubo para que no quiebren, proclamarse patriota y cuestionar la nación, apelar al auxilio de los pobres y conseguir que haya cada vez más, declararse feminista y rodearse de ministras-objeto, compadecerse de los inmigrantes y votar para que se los encierre en campos de concentración, llamar a De Juana hombre de paz e instar a los fiscales para que se endurezca el cómputo de las penas de los terroristas, etc., etc., etc. Y llevar como emblema el talante y hacer sin parar cabronadas a diestro y siniestro.
Lo del PP es exactamente lo contrario y tan lamentable o más. A Rajoy y compañía se les llena la boca de principios e ideales por los que se dicen dispuestos a luchar a brazo partido. Pero a la hora de la verdad no consiguen cuadrar sus acciones con la fe que tanto alegan. Les duele España, dicen, y se embarcan en llamadas a la unidad nacional y de temor porque “España se rompe”; pero votan el Estatuto Valenciano, el Andaluz, el Aragonés y todos los que imitan el de Cataluña, cuya constitucionalidad cuestionan. Están a favor del trasvase del Ebro, pero apoyan el Estatuto de Aragón y negocian su final en 2015. Van de católicos y no se pierden misa de Rouco ni manifestación contra cualquier medida que, en opinión del clero, dañe la familia, que para ellos es la familia católica; pero jamás de los jamases van a derogar, si un día vuelven a gobernar, ni una sola de las leyes que atacan, ni la del aborto, ni la del matrimonio homosexual ni ninguna. Se tienen por liberales en lo económico y grandes defensores del mercado, pero les gusta muchísimo que los empresarios reciban todo tipo de subvenciones, ayudas y gratificaciones con cargo a las arcas públicas. Y así sucesivamente.
En el PP están convencidos de que la gran mayoría de los votantes son reflexivos ciudadanos de izquierda y hacen guiños y concesiones constantes para ganárselos, aunque sea a costa de contradecir los principios que ponen en el frontispicio del partido. Con ello sólo logran que sus votantes naturales, los que comparten esos principios teóricos, dejen de votarlos por causa de su inconsecuencia práctica. A fin de cuentas, para votar a los progres ya se tiene a los progres oficiales y por definición, los del PSOE.
En el PSOE están convencidos de que la gran mayoría de los votantes son irreflexivos, superficiales y simples y de que sólo se mueven por mitos y gestos para la galería, por eslóganes y poses. Por eso no se molestan en buscar principios, cumplir promesas serias o mantener programas. Les basta con exagerar los postulados teóricos de su rival, como si fueran serios y sinceros, y decirle a la gente que si gana el PP éste será un Estado de nuevo confesional, nada social y regido por los viejos lemas franquistas, tipo “España una, grande y libre”. Como si no hubiera demostrado ya hasta la saciedad el PP que sus ideales son de pega y que está dispuesto a dejarlos de lado por un plato de votos. En el PSOE saben que una soflama de Almodóvar o de Sabina mueve más electores que la más fundada reflexión o el programa electoral más serio y fiable, y obran en consecuencia.
Son, uno y otro, los partidos de la impostura. El PP porque no es coherente con sus ideas e ideales, el PSOE porque se hace coherente precisamente por no tener ideas ni ideales. Pero en algo coinciden: los dos piensan que los ciudadanos somos tontos de baba. Y puede que algo de razón no les falte. De momento.
El asunto de las fotos de Soraya, que debe de ser más boba de lo que parecía, es un buen test de la situación. Si Rajoy y su tropa cierran filas con ella y defienden que se exhiba así de picarona y “femenina”, les van a replicar que siguen anclados en la imagen frívola y sometida de la mujer. Si se lanzan a criticar esa manera de mostrarse Soraya, les reprocharán que no se despegan de la visión reaccionaria de la mujer que es honesta porque no enseña las piernas y el escote y se reserva para cumplir como esposa discreta y ejemplar madre de familia cristiana. Y así les pasa con todo, más que nada porque ni ellos mismos saben a qué carta quedarse ni si van o vienen. Allá se las compongan, es su problema. Mientras tanto, lo que haga o deje de hacer cualquier señora dirigente del PSOE será por definición y sin duda un valeroso gesto de liberación femenina; si se muestra, porque se sustrae a las servidumbres atávicas y a los roles heredados, y si se esconde, porque de esa manera no se presta a la mirada procaz y cutre de los machistas de la derecha y no tolera que su cuerpo se convierta en puro objeto.
Los del PP primero hacen y luego piensan; los del PSOE hacen sin pensar, pues les basta con los cuatro tópicos que cuelan como si fueran ideología, tópicos de usar y tirar a conveniencia, ideas-kleenex, política-basura.
Esas son, dicen, nuestras opciones: o un partido esquizofrénico o un partido burdamente cínico. Y se supone que entre ellos tenemos que elegir. Conmigo que no cuenten.
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