Me gusta mucho pensar en las mentalidades corrientes, en la gente sin doblez ni complicación. Me gusta y me angustia. Esa capacidad para vivir instalados en paradojas no percibidas, en contradicciones flagrantes que no inquietan. Esa manera de buscarse razones -por ejemplo hijos- para vivir una vida que en el fondo se sabe rutina para clones. Y ese pote que, con todo, se da el personal, que tal parece que en cada uno idéntico a los demás hubiera en verdad un ser único e irrepetible.
Quieto parao, que se nos va la olla y se nos va llena de bilis. Sólo quería decir, con todos mis respetos, que qué raros somos. Por ejemplo, toda esa cantidad de personas que se lo montan de ciegas como topos ¿realmente no pueden ver o es que prefieren no mirar? ¿La indiferencia frente a casi todo lo que les rodea es natural o es resultado de un esfuerzo deliberado y muy constante? Pongamos algún ejemplo, a ver si nos vamos enterando del tema de hoy, entrañable día de Reyes entre reyes. Por cierto, antes del ejemplo una anécdota. A ver quién le pilla el intríngulis.
Estaba uno casualmente entre unas personas que comentaban las alegrías de tan señalada fecha como la de hoy. Una señora dijo: "Lamento muchísimo que ya, por ser mayor, no creo en los reyes magos como los niños, porque me parece preciosa esa ilusión”. Miró el reloj y salió corriendo: “Uy, que llego tarde a la misa de Reyes”. El cura, tengo entendido, les contó el prodigio de la Estrella de Belén y esas cosas que sabemos que son ciertas. No como lo de los padres.
Ahora el ejemplo. La gran mayoría de la gente con la que tengo algún trato -y téngase en cuenta que, para bien o para mal, mis relaciones sociales tienen en su mayoría que ver con lo que el pedante llamaría círculos académicos; dantesco- puede pasarse una comida entera comentando la noticia de la tele sobre un accidente de tráfico en Tarragona en el que murieron diez personas, dos de ellas niños. Pongamos por caso. En cambio, Israel invade Gaza, bombardea a lo bestia, se carga miles de palestinos, de ellos una buena parte niños, y eso no da nada que comentar ni en un sentido ni en otro. Ni tú te atreves a sacarlo a colación, pues te miran con reproche, como si te hubieras empeñado en disertar sobre la raíz cuadrada de pi.
Primera hipótesis: al personal le encantan las noticias que se entienden aunque no leas ni sepas nada de historia ni de geografía ni de política ni de nada de nada de nada. Que iba un señor por la calle y le cayó una teja en el coco y lo mató, eso lo entiende todo el mundo. Es un tema democrático, pues cualquiera puede hablar diciendo lo mismo que los demás y con idéntica soltura. No es necesario tener conocimientos amplios sobre la ley de la gravedad, la composición de las tejas o la historia de los tejados a dos aguas. Por eso cualquiera de los contertulios o comensales se siente habilitado para decir lo mismo que los demás y con idéntica pose de profundidad y consternación: qué mala suerte, no somos nada, no sabes dónde la tienes, para que veas lo que son las cosas, hay casualidades terribles, fíjate, con lo contento que saldría de casa sin sospechar nada, hay que vivir mientras se pueda, menudo disgusto para esa familia... Da para los dos primeros platos y parte del postre. Y, al fin y al cabo, hemos hablado de cosas serias y no de frivolités. No como otros días, que se nos va la tarde en polvos de artistas y debates sobre si a un defensa del Real Madrid le ha salido un forúnculo porque el entrenador no lo desea.
Segunda hipótesis: debe de haber algo atávico e incrustado en los genes. Porque, en el fondo, lo que muchos rechazan es que pueda existir una explicación racional y cognoscible de los aconteceres del mundo. De ahí la preferencia por lo azaroso, lo misterioso, lo gratuito, lo inexplicable. Nos encanta poner lo inexplicable en el centro de nuestras explicaciones: así es la vida, no puedes hacer planes, tanto, tanto, y ahora mira, las vueltas que da la vida..., lo quiso Dios así. En una tribu muy primitiva, en una horda elemental, es fácil imaginarse a todos los miembros igualmente conmocionados por el rayo, por el terremoto, por la gran marea, por el pedrisco. Misterios, cosas del más allá. Luego vinieron chamanes y ritos y esa división de las labores siguió sirviendo a la mayoría para un cómodo pasar: unos pocos se dan a rezos y ensalmos y los demás nos despreocupamos. Más tarde llegó la ciencia y se demostró que el que quiera puede entender y el que se lo proponga puede conocer. Y eso ya no, mira. Es mucho más llevadera la superstición, mucho más acogedor el misterio. Y, sobre todo, no compitamos entre nosotros por saberes y técnicas: así, ceporros por igual -aunque sea, hoy, con dos carreras-, nos queremos más, porque nos sentimos idénticos. Tonto el que lea, qué carajo.
He dicho carreras y, si no me contengo, acabaré en lo de siempre. Así que me refreno y simplemente formulo la pregunta que a mí, posmoderno descreído, me tiene en estado de perplejidad permanente: ¿cómo es posible que haya tantísimos que no sólo tienen una carrera universitaria -o dos-, sino que, además, son profesores universitarios (doctores, luego titulares, luego catedráticos, entretanto decanos o rectores...) y no tienen ni putísima idea de nada que no sean las cuatro paridas de su especialidad? ¿Cómo puede haber tantos de ésos que nunca ojean el periódico -fuera de la sección de deportes o la de televisión-, que jamás leen una novela -y un ensayo ya ni te cuento-, que cambian de canal de la tele cuando aparecen las noticias, que no van al cine -salvo con los niños cuando son pequeños y a las de animación nada más, por si los pequeños no entienden la película-, que no visitan un museo si no es arrastrados por el guía del paraguas en alto, que... Ah, y ojo: no es porque se pasen catorce horas al día en el tajo durísimo. No, es porque se pasan catorce horas al día tocándose las pelotas, aunque ellos se consideran atareadísimos y hasta explotados por “el sistema”.
Es curiosísimo: usted sienta alrededor de una mesa con comida a diez personas, cinco con carrera universitaria -y tres de ellos profesores universitarios, por ejemplo- y cinco sin ella y sin formación ninguna, y no los distingues. Who is who? Imposible saberlo, pues todos están comentando el accidente de Tarragona todo el rato y gritándole al niño que apague la tele, que comienza el telediario.
Dicen que antes, al menos, había tertulias en algunos cafés y que allí se podía hablar de lo divino y de lo humano. He oído que en algunas hasta se leían poemas. ¡Cielo santo! Y también se cuenta que cada tanto podías toparte con algún señor muy culto y erudito que te embobaba con sus disertaciones. Entonces los sabios eran pocos, pero eran. Y en la clase alta había muchísimo cabrón -como ahora, eso no cambia-, pero algunos eran doctos y cultivados. Ahora la cultura se ha democratizado. Tontos, pero iguales. Mola.
Psssssst, ¡calla! ¡Mira, la Preysler! A ver qué dice. ¡Uy, uy, qué desmejorada está! ¡Pon la Cinco, que están dando lo del Gordo en Parla! ¡Otro año que no nos ha tocado nada! ¡Hijo, que no nos falte la salud!
Pues eso. Que a tomar por el saco.
¿Han notado lo lírico que me pongo en navidades? Qué pena que se acaben.
Quieto parao, que se nos va la olla y se nos va llena de bilis. Sólo quería decir, con todos mis respetos, que qué raros somos. Por ejemplo, toda esa cantidad de personas que se lo montan de ciegas como topos ¿realmente no pueden ver o es que prefieren no mirar? ¿La indiferencia frente a casi todo lo que les rodea es natural o es resultado de un esfuerzo deliberado y muy constante? Pongamos algún ejemplo, a ver si nos vamos enterando del tema de hoy, entrañable día de Reyes entre reyes. Por cierto, antes del ejemplo una anécdota. A ver quién le pilla el intríngulis.
Estaba uno casualmente entre unas personas que comentaban las alegrías de tan señalada fecha como la de hoy. Una señora dijo: "Lamento muchísimo que ya, por ser mayor, no creo en los reyes magos como los niños, porque me parece preciosa esa ilusión”. Miró el reloj y salió corriendo: “Uy, que llego tarde a la misa de Reyes”. El cura, tengo entendido, les contó el prodigio de la Estrella de Belén y esas cosas que sabemos que son ciertas. No como lo de los padres.
Ahora el ejemplo. La gran mayoría de la gente con la que tengo algún trato -y téngase en cuenta que, para bien o para mal, mis relaciones sociales tienen en su mayoría que ver con lo que el pedante llamaría círculos académicos; dantesco- puede pasarse una comida entera comentando la noticia de la tele sobre un accidente de tráfico en Tarragona en el que murieron diez personas, dos de ellas niños. Pongamos por caso. En cambio, Israel invade Gaza, bombardea a lo bestia, se carga miles de palestinos, de ellos una buena parte niños, y eso no da nada que comentar ni en un sentido ni en otro. Ni tú te atreves a sacarlo a colación, pues te miran con reproche, como si te hubieras empeñado en disertar sobre la raíz cuadrada de pi.
Primera hipótesis: al personal le encantan las noticias que se entienden aunque no leas ni sepas nada de historia ni de geografía ni de política ni de nada de nada de nada. Que iba un señor por la calle y le cayó una teja en el coco y lo mató, eso lo entiende todo el mundo. Es un tema democrático, pues cualquiera puede hablar diciendo lo mismo que los demás y con idéntica soltura. No es necesario tener conocimientos amplios sobre la ley de la gravedad, la composición de las tejas o la historia de los tejados a dos aguas. Por eso cualquiera de los contertulios o comensales se siente habilitado para decir lo mismo que los demás y con idéntica pose de profundidad y consternación: qué mala suerte, no somos nada, no sabes dónde la tienes, para que veas lo que son las cosas, hay casualidades terribles, fíjate, con lo contento que saldría de casa sin sospechar nada, hay que vivir mientras se pueda, menudo disgusto para esa familia... Da para los dos primeros platos y parte del postre. Y, al fin y al cabo, hemos hablado de cosas serias y no de frivolités. No como otros días, que se nos va la tarde en polvos de artistas y debates sobre si a un defensa del Real Madrid le ha salido un forúnculo porque el entrenador no lo desea.
Segunda hipótesis: debe de haber algo atávico e incrustado en los genes. Porque, en el fondo, lo que muchos rechazan es que pueda existir una explicación racional y cognoscible de los aconteceres del mundo. De ahí la preferencia por lo azaroso, lo misterioso, lo gratuito, lo inexplicable. Nos encanta poner lo inexplicable en el centro de nuestras explicaciones: así es la vida, no puedes hacer planes, tanto, tanto, y ahora mira, las vueltas que da la vida..., lo quiso Dios así. En una tribu muy primitiva, en una horda elemental, es fácil imaginarse a todos los miembros igualmente conmocionados por el rayo, por el terremoto, por la gran marea, por el pedrisco. Misterios, cosas del más allá. Luego vinieron chamanes y ritos y esa división de las labores siguió sirviendo a la mayoría para un cómodo pasar: unos pocos se dan a rezos y ensalmos y los demás nos despreocupamos. Más tarde llegó la ciencia y se demostró que el que quiera puede entender y el que se lo proponga puede conocer. Y eso ya no, mira. Es mucho más llevadera la superstición, mucho más acogedor el misterio. Y, sobre todo, no compitamos entre nosotros por saberes y técnicas: así, ceporros por igual -aunque sea, hoy, con dos carreras-, nos queremos más, porque nos sentimos idénticos. Tonto el que lea, qué carajo.
He dicho carreras y, si no me contengo, acabaré en lo de siempre. Así que me refreno y simplemente formulo la pregunta que a mí, posmoderno descreído, me tiene en estado de perplejidad permanente: ¿cómo es posible que haya tantísimos que no sólo tienen una carrera universitaria -o dos-, sino que, además, son profesores universitarios (doctores, luego titulares, luego catedráticos, entretanto decanos o rectores...) y no tienen ni putísima idea de nada que no sean las cuatro paridas de su especialidad? ¿Cómo puede haber tantos de ésos que nunca ojean el periódico -fuera de la sección de deportes o la de televisión-, que jamás leen una novela -y un ensayo ya ni te cuento-, que cambian de canal de la tele cuando aparecen las noticias, que no van al cine -salvo con los niños cuando son pequeños y a las de animación nada más, por si los pequeños no entienden la película-, que no visitan un museo si no es arrastrados por el guía del paraguas en alto, que... Ah, y ojo: no es porque se pasen catorce horas al día en el tajo durísimo. No, es porque se pasan catorce horas al día tocándose las pelotas, aunque ellos se consideran atareadísimos y hasta explotados por “el sistema”.
Es curiosísimo: usted sienta alrededor de una mesa con comida a diez personas, cinco con carrera universitaria -y tres de ellos profesores universitarios, por ejemplo- y cinco sin ella y sin formación ninguna, y no los distingues. Who is who? Imposible saberlo, pues todos están comentando el accidente de Tarragona todo el rato y gritándole al niño que apague la tele, que comienza el telediario.
Dicen que antes, al menos, había tertulias en algunos cafés y que allí se podía hablar de lo divino y de lo humano. He oído que en algunas hasta se leían poemas. ¡Cielo santo! Y también se cuenta que cada tanto podías toparte con algún señor muy culto y erudito que te embobaba con sus disertaciones. Entonces los sabios eran pocos, pero eran. Y en la clase alta había muchísimo cabrón -como ahora, eso no cambia-, pero algunos eran doctos y cultivados. Ahora la cultura se ha democratizado. Tontos, pero iguales. Mola.
Psssssst, ¡calla! ¡Mira, la Preysler! A ver qué dice. ¡Uy, uy, qué desmejorada está! ¡Pon la Cinco, que están dando lo del Gordo en Parla! ¡Otro año que no nos ha tocado nada! ¡Hijo, que no nos falte la salud!
Pues eso. Que a tomar por el saco.
¿Han notado lo lírico que me pongo en navidades? Qué pena que se acaben.
Es cierto profesor que gran número de nuestros semejantes van de arrascapelotas y yo sigo maravillándome de ¿cómo será posible qué con lo que hay haya llegado la humanidad a las cotas de saber qué tenemos?
ResponderEliminarLa gente va a lo fácil y claro que se encuentran más cómodos hablando de la Preysler o lo de un accidente en Tarragona que de lo de Gaza porque si no conocemos (y me incluyo)a fondo ,por ejemplo, que los condados catalanes provienen de las Marcas y las mismas de bla,bla,bla...como para disertar acerca de judíos y palestinos.
Tenga sosiego y confíe en los pocos que hacen avanzar al género humano.
No y no, no estoy de acuerdo con su primera hipótesis. La invasión de Israel a Gaza es una masacre, no hace falta saber de política, geografía o gaitas gallegas, sólo es necesario abrir los ojos para ver y leer. Con lo cual, si al personal le gustaran las noticias que se entienden, con ésta no tendrían dificultad alguna.
ResponderEliminarEs curioso, estamos acostumbrados a ver las guerras televisadas y observamos impasibles lo poco que vale una vida humana; como si de una película se tratara.
Vivimos la cultura de mirar hacia otro lado, cuando pensamos, equivocadamente, que a nosotros no nos incumbe determinado asunto. No te metas,no te compliques.....contigo no va.
Sospecho que todo depende de la pasta que esté hecho cada cual,lo que para unos pocos es dificil, para la mayoria no entraña la más mínima dificultad. Me refiero a condenar, criticar, y luchar contra cualquier injusticia.
Un cordial saludo.
Pensar da miedo. Es mucho más cómodo ser pensado.
ResponderEliminarSalud,
Estimada Carmen:
ResponderEliminar1) Todas las guerras, todas sin excepción alguna, son una masacre. Por tanto, parece absurdo condenar una guerra en razón de que sea una masacre.
2) Todo el personal está, como mínimo, conmovido con la situación en Gaza. Nadie lo estuvo con las víctimas israelíes de los misiles y de los atentados suicidas de Hammas. ¿O es que se trata sólo de una cuestíón cuantitativa?. ¿Es una brutalidad matar a cuatrocientos civiles, mujeres y niños incluídos, pero no lo es matar a cuarenta, o a cuatro?.
3) Hablar de proporcionalidad en la respuesta me parece escamotear el problema. ¿Qué respuesta israelí hubiera sido proporcional, y porqué?. ¿Cuál es la razón por la que Israel debe seguir soportando los ataques del terrorismo islamista, o hasta donde debe seguir soportándolos? ¿Qué alternativas hay para impedir, definitivamente, la actuación terrorista de Hammas?
4) Lo de Gaza es una nimiedad, en cuanto al número de víctimas, al lado de Darfur, Ruanda, Somalia, y tantos otros. Y no digamos al lado del hambre. Pero, indudablemente, Gaza tiene más más prime-time en los media, y éstos, por lo general, no destacan por su esfuerzo de reflexión: los israelíes son los malos, los militantes de Hammas los buenos, porque luchan contra los malos, y la población civil de Gaza las víctimas. Un análisis de lo más profundo.
4) ¿Cuándo va a poder la Comunidad Internacional imponer soluciones dialogadas a conflictos como el de oriente medio? Pero, ¿existe realmente eso que llamamos “Comunidad Internacional”?. Más: ¿podría la Comunidad Internacional imponer realmente algo sin hacer uso de la fuerza militar o, al menos, sin ponerla sobre la mesa?. Más aún: ¿qué fuerza militar?.
5) Debemos indignarnos a causa de las guerras, y a causa de las masacres (las provocadas por el terrorismo, como lo fue la del 11-M o las recientes en India), pero si no intentamos pensar en qué hacer contra ellas, cómo hacerlo y cuando hacerlo, no servirá de nada. Y me refiero a hacer, no solo a hablar ni a lamentarse o indignarse. De lo contrario, solo nos quedará ser pensados –qué estupenda expresión la de un amigo-.
Saludos cordiales.
¡Huy!, me expreso fatal, lo lamento.
ResponderEliminarPretendía explicar que la invasión (quiero insistir en el término porque soy una romántica empedernida.....añoro cuando un país declaraba la guerra a otro) es injusta, desproporcionada y un alarde armamentístico que roza la demencia. Es como matar hormigas a cañonazos, oiga.
1- Condeno la masacre porque me niego a pensar en las víctimas como "daños colaterales".
2- La existencia de múltiples guerras, no resta importancia a la masacre que nos ocupa. Sin duda, todas son injustas aunque desde el punto de vista económico "necesarias".
3- En la pregunta está la respuesta.
4- (El primer punto 4). Por supuesto que la población civil de Gaza son las víctimas.
Un cordial saludo.
Carmen
ResponderEliminarpara deleite del profesor parece que estamos hablando de un tema interesante.
1) Los judíos no están realizando ninguna masacre, están luchando al igual que lo hacen los palestinos.
Mi corazón está dividido ya que los palestinos apoyaron al Reich y mis simpatías están con ellos pero entiendo que los judíos tienen razón al defenderse y el que se defiende no realiza ninguna masacre como Vd puede comprender con cualquier ejemplo al uso : un autobús de 50 plazas va completo con una familia que está enemistada con Vd (entre ellos 9 niños y 20 mujeres)y que al verla en una finca lindante a la carretera cuya propiedad discuten bajan las ventanillas y abren fuego contra Vd que en legítima defensa también dispara alcanzando con uno de los proyectiles el depósito de combustible del autobús que explota sin dejar supervivientes ¿masacre? , cuando menos dudoso.
Los judíos antes de atacar se han hinchado a lanzar octavillas diciendo a los no combatientes, mujeres y niños que se larguen de allí que la cosa no va con ellos ¿qué más pueden hacer?
Nuestros soldados hace unos meses mataron a 8 afganos ¿por error? ¿deberíamos decir asesinaron? ¿deberíamos decir en nuestra invasión de Afganistán asesinamos a 8 afganos?
2) Esta guerra que Vd considera tan injusta se acaba muy fácil, se rinden los palestinos se comprometen a no tirar un puto misil más sobre Israel y los judíos retiran sus tropas y cesa el fuego en ese mismo momento.
3) Que es lamentable que hayan muerto niños no lo puede poner en duda nadie que tenga sensibilidad , pero la puesta en escena también cuenta.
Gracias por pensar y mantener su punto de vista sin faltar al respeto.
Había uno en mi pueblo que gustaba; sin tener media hostia; de tocarle las pelotas al Cosme.
ResponderEliminarEl Cosme era un mocetón de 25 años, 2'03 metros de altura y 121'300 kilogramos de músculo entrenado en las más duras labores del campo.
A decir verdad el Cosme no aguantaba muchas bromas y no era infrecuente que abusase de su hercúlea fuerza.
Julían, el de la media hostia, le tenía ganas a Cosme porque el abuelo de éste le había chuleado a su abuelo una huerta con malas artes.
Todo el mundo aconsejaba al Julián que no hiciese el gilipollas, que hiciese de la necesidad virtud y que aprendiese a olvidar la abuelil afrenta y mirase al futuro y que si acaso no podía ver con buenos ojos al Perurena local por esa especie de pecado original, al menos que no le tocase los cojones continuamente, pues en algún momento podía ocurrir algo irremediable.
Han pasado más de 20 años, Cosme ha dormido alguna temporada a la sombra pero a Julián le han puesto 6 dentaduras, un ojo de cristal, tiene más titanio en piernas y brazos que la bicicleta de Induraín, tiembla más que Cassius Clay y, con menos de 50 años, tiene dificultades para reconocer a su padre y hermanos.
Eso sí, tiene la simpatía de todo el pueblo, pero el adjetivo más utilizado para referirnos a él rima con yoyas y como ya lo he nombrado arriba no me quiero repetir.
Veamos, valoro su esfuerzo por ilustrarme con ejemplos, no crea lo contrario, ¿eh?. Aún así, no acabo de verlo claro, oiga.
ResponderEliminarDesde mi punto de vista (simplista, por supuesto) este conflicto es la cuna (pesebre es más apropiado) de la memoria histórica y religiosa. A falta de bienes tangibles, cualquier excusa es utilizada para una limpieza étnica.
Creo recordar que algo similar ha sucedido en más de una ocasión, no sé.
Me da pereza buscar fechas, invasiones, resoluciones de la ONU, invasiones, más fechas.....Seguramente, tampoco es importante. Como bien explicó Juan Antonio, existe una diferencia sustancial entre tener motivo y razón.
Me cuesta simpatizar con gente que en nombre de un dios, hacen las mayores atrocidades imaginables, y por ello no voy a hacerlo.
Por cierto, si no le gusta el término masacre, acepto decir matanza de personas indefensas.
Un cordial saludo.
Carmen
ResponderEliminarEn mi modesta opinión he de decir que en este punto del conflicto palestino-israelí en que nos encontramos tanto el motivo como la razón la tiene la parte judía y el punto final al mismo lo tiene la parte palestina con el fin del lanzamiento de misiles.
En segundo lugar, no se produce ninguna matanza de personas indefensas (me faltan datos para pronunciarme indubitadamente, quizás sí, en el caso de las escuelas de la ONU)ya que esos niños y no combatientes son utilizados por los combatientes como escudos, ya ve qué ejemplo de combatientes, es como si Vd al saberse amenazada por alguien, en vez de un guardaespaldas y chaleco antibalas(si tuviese posibilidades de ello)se colgase a dos bebés al pecho y a la espalda, un ejemplo de valor ¿no?
Por último, eso de morir o matar por Alá o por la democracia o por la dictadura del proletariado es lo mismo, quizá más grave es matar en nombre de la libertad, pero esa disertación para cuando terminemios esta.
Un saludo