(Publicado hoy en El Mundo de León).
Cuando la fortuna sonríe él invoca nuestra condición de pueblo elegido por sus virtudes, premiado por su tesón, favorecido por sus muchos méritos, comenzando por los de sus pastores. Cuando cambian las tornas la culpa no es de los pastores ni de ese pueblo, sino una dura prueba a la que es sometido para que, una vez más, brille en todo su esplendor la capacidad de superación. La consigna es que no se deje de creer ni en la gente ni en sus líderes, pues Dios no dejará de lado a quien no merece ese abandono. Perseveremos en una fe capaz de mover montañas, aunemos resignación por el oscuro presente y esperanza en un porvenir que sólo puede ser nuevamente esplendoroso. Cuando las aguas retornen a su cauce, no olvidemos quién nos mantuvo con la moral alta y nos consoló en la adversidad con promesas de dicha futura, aunque no haya hecho otra cosa que predicar al buen tuntún.
¿Acaso nos estamos refiriendo al Papa y a sus fieles? No, aunque es obvio que es un pensamiento religioso y cuasimágico el que así describimos y es una actitud propia de dirigentes religiosos la que ahí se refleja. Hablamos de Zapatero ante todo y, por extensión, de muchos de nuestros políticos. Mientras en medio mundo los gobernantes se afanan por inventar y ensayar fórmulas para superar la crisis, nuestro Presidente rescata los más trillados tópicos de los viejos sermones y repite obsesivamente que somos los mejores, que debemos tener inquebrantable confianza en nuestro porvenir y renovar el esfuerzo del que sólo nosotros somos capaces. Mientras no salgamos de la crisis y mientras la crisis se ahonda, nuestra confianza debe ser más intensa y nuestro esfuerzo más denodado. Y ahí se acaba la responsabilidad del Gobierno.
Durará la crisis dos años o diez, pero cuando se termine el político dirá que él ya lo anunció y que fue gracias a la confianza que nos infundió y al esfuerzo al que nos incitó, mérito suyo para que sigamos votándolo. Mientras la crisis no se agote la culpa será de otros, extranjeros u opositores, y la mejor prueba de que él no se equivocó fue que nada hizo en lo que pudiera errar. Y a este país, religioso hasta la médula, semejantes discursos lo fascinan. Así que a esperar sentados hasta que escampe cuando Dios quiera.
¿Acaso nos estamos refiriendo al Papa y a sus fieles? No, aunque es obvio que es un pensamiento religioso y cuasimágico el que así describimos y es una actitud propia de dirigentes religiosos la que ahí se refleja. Hablamos de Zapatero ante todo y, por extensión, de muchos de nuestros políticos. Mientras en medio mundo los gobernantes se afanan por inventar y ensayar fórmulas para superar la crisis, nuestro Presidente rescata los más trillados tópicos de los viejos sermones y repite obsesivamente que somos los mejores, que debemos tener inquebrantable confianza en nuestro porvenir y renovar el esfuerzo del que sólo nosotros somos capaces. Mientras no salgamos de la crisis y mientras la crisis se ahonda, nuestra confianza debe ser más intensa y nuestro esfuerzo más denodado. Y ahí se acaba la responsabilidad del Gobierno.
Durará la crisis dos años o diez, pero cuando se termine el político dirá que él ya lo anunció y que fue gracias a la confianza que nos infundió y al esfuerzo al que nos incitó, mérito suyo para que sigamos votándolo. Mientras la crisis no se agote la culpa será de otros, extranjeros u opositores, y la mejor prueba de que él no se equivocó fue que nada hizo en lo que pudiera errar. Y a este país, religioso hasta la médula, semejantes discursos lo fascinan. Así que a esperar sentados hasta que escampe cuando Dios quiera.
Amén.
ResponderEliminarMejor dormidos, ya que cada vez que se despiertan la cagan.
ResponderEliminar(me lo han enviado)
DÉJAME DORMIR, MAMÁ
Hijo mío, por favor,
de tu blando lecho salta.
Déjame dormir, mamá,
que no hace ninguna falta.
Hijo mío, por favor,
levántate y desayuna.
Déjame dormir, mamá,
que no hace falta ninguna.
Hijo mío, por favor,
que traigo el café con leche.
Mamá, deja que en las sábanas
un rato más aproveche.
Hijo mío, por favor,
que España entera se afana.
¡Que no! ¡Que no me levanto
porque no me da la gana!
Hijo mío, por favor,
que el sol está ya en lo alto.
Déjame dormir, mamá,
no pasa nada si falto.
Hijo mío, por favor,
que es la hora del almuerzo.
Déjame, que levantarme
me supone mucho esfuerzo.
Hijo mío, por favor,
van a llamarte haragán.
Déjame, mamá, que nunca
me ha importado el qué dirán..
Hijo mío, por favor,
¿y si tu jefe se enfada?
Que no, mamá, déjame,
que no me va pasar nada.
Hijo mío, por favor,
que ya has dormido en exceso.
Déjame, mamá, que soy
diputado del Congreso
y si falto a las sesiones
ni se advierte ni se nota.
Solamente necesito
acudir cuando se vota,
que los diputados somos
ovejitas de un rebaño
para votar lo que digan
y dormir en el escaño.
En serio, mamita mía,
yo no sé por qué te inquietas
si por ser culiparlante
cobro mi sueldo y mis dietas.
Lo único que preciso,
de verdad, mamá, no insistas,
es conseguir otra vez
que me pongan en las listas.
Hacer la pelota al líder,
ser sumiso, ser amable
Y aplaudirle, por supuesto,
cuando en la tribuna hable.
Y es que ser parlamentario
fatiga mucho y amuerma.
Por eso estoy tan molido.
¡Déjame, mamá, que duerma!
Bueno, te dejo, hijo mío.
Perdóname, lo lamento.
¡Yo no sabía el estrés
que produce el Parlamento!