He vuelto a tener una visión. Resulta que en medio del duermevela de la siesta se me ha aparecido una crónica periodística que se publicará en el diario “El Parrús Digital” el 25 de junio del año 2035. Se la transcribo. Juzguen ustedes si resulta verosímil o si será que ya me falla el visor de futuro. Se titula “Medianos resultados del deporte español”. Y dice:
“En los recientes campeonatos del mundo de atletismo los deportistas españoles han vuelto a obtener resultados mediocres que quizá deberían obligar a la autoridad a un replanteamiento de la política deportiva. Llueve sobre mojado, pues ya dejó bastante que desear el deporte español en las pasadas olimpiadas y en el último campeonato del mundo de fútbol. ¿Qué está pasando?
Los síntomas externos de esta crisis los puede apreciar cualquier espectador. Los deportistas salen al campo o a la pista sin ningún espíritu competitivo. Se les ve apáticos y como si pensaran en otras cosas durante los torneos. Recientemente uno de nuestros velocistas se enfrentó con los jueces de la competición, argumentando a voz en grito que él no tiene por qué arrancar cuando suena el disparo, pues él es pacifista y los disparos le dan siempre mal rollo. En los mismos campeonatos un saltador de altura, Jon-Trasgu Iraola, se negó a saltar cuando el listón estaba a dos metros, alegando que ya no le apetecía y que echaba de menos a su mamá. En el pasado campeonato de Europa de selecciones de fútbol unos cuantos jugadores de nuestra selección rompieron en llanto desconsolado cuando algún jugador del equipo rival les echó una simple zancadilla, y prorrumpieron en gritos de “quiero volver a mi casa” o “que juegue la puta madre del seleccionador”. Es más, se comenta en círculos habitualmente bien informados que el seleccionador ha tenido verdaderos problemas para formar el equipo titular, pues todos los seleccionados querían quedarse en el banquillo de los reservas. Cuando un alto cargo de la Federación les preguntó por qué, respondieron casi todos que lo que a ellos les mola es el viaje y conocer gente, pero que pasan de sudores y de darse el gran atragantón con ese clima. A todo esto, el clima del lugar era de unos veinticinco grados.
Tanto o más que esas actitudes desconcierta el aspecto físico de la mayoría de los atletas y jugadores, pues muchos muestran una más que evidente obesidad y alguno que otro tiene unas canillas o unos bracitos más propios del que nunca ha hecho ejercicio. Tal vez se deba a la política de cuotas autonómicas y municipales que la ley impone para formar la selección, pero se rumorea que la causa principal son los malos hábitos higiénicos y alimenticios de nuestros deportistas. De hecho, en un reciente partido de la nuestra selección de baloncesto se vio a un par de jugadores comiendo pipas en la cancha mientras jugaban, y varios componentes de nuestro equipo de balonmano pidieron hace unos días el cambio durante un partido y se sentaron a devorar varias hamburguesas que sacaron de sus mochilas, mochilas con curiosas imágenes de Disney.
Y qué decir de los entrenamientos. En la mayor parte de los deportes ya están prácticamente suprimidos los entrenamientos, después de varias huelgas y manifestaciones de los deportistas, los cuales aducen que va contra su derecho al descanso y al libre desarrollo de la personalidad el obligarlos a esforzados ejecicios para poder practicar profesionalmente o en alta competición su deporte favorito. No hace mucho declaraba el capitán de la selección de hockey que el derecho al deporte es fundamental en toda persona y que deporte no tiene por qué ser sinónimo de esfuerzo, pues en ese caso se priva de su disfrute y práctica a quien no está muy dotado físicamente o simplemente no tiene ganas de esforzarse. Y la última vuelta de tuerca la dio una reciente campaña de la “Asociación de Padres y Madres de Deportistas Profesionales” (APAMADEPROF), bajo el lema, “Que nuestros hijos jueguen, pero que no sufran ni se hagan daño”. “Cada vez que lo veo llegar a casa todo sudao me pongo mala” declaraba la presidenta de la Asociación, refiriéndose a su hijo Chuchi, miembro del equipo español de medio fondo. Y hasta una denuncia presentó en un juzgado el padre de un jugador de tenis del equipo de Copa Davis, porque su hijo había tenido agujetas al día siguiente de un importante partido. “Me pasé todo el día dándole masajes y no se curó hasta que su mamá le hizo la tarta de nata que más le gusta”, declaró ese padre ejemplar, entre lágrimas. El Presidente del Gobierno, don José Luis Rodríguez Zapatero, recibió la semana pasada en la Moncloa a la Directiva de esa Asociación de padres de deportistas y les prometió que a partir del año próximo será delito y se castigará con pena privativa de libertad el jalear a nuestros jugadores y atletas para que corran más o consigan mejores marcas. “Tenemos la mejor generación de deportistas de la Historia de España –ha declarado el Presidente del Gobierno- y no vamos a permitir que se nos estropee por culpa de esa obsesión por las marcas y los triunfos, obsesión propia de los ultraconservadores norteamericanos y de los del PP de aquí. Es más, -añadió- subvencionaremos económicamente a los deportistas más torpes para que no se sientan infravalorados, y como parte de nuestra política social de apoyo a los más débiles”.
¿Cuándo y cómo comenzó ese cambio de actitudes en nuestro deporte? Parece que todo arranca de la aplicación a la enseñanza y práctica del deporte de aquellas teorías pedagógicas que por aquí hicieron furor desde los años ochenta del siglo XX. Los pedagogos, bien instalados en universidades y ministerios de Educación, primero convencieron a los padres y los profesores de que la enseñanza no debe ser impositiva y de que cada niño debe aprender a leer, escribir o contar cuando se lo pida el cuerpo. ¿Y si alguno aprendía muy pronto? Pues, como es bien sabido, se le mezclaba con los más torpes y perezosos a fin de que refrenara toda tentación de vanidad y de que no desarrollara una personalidad marcada por la soberbia. Se dijo que el tonto del culo no es tonto de tal cosa porque sepa menos o tenga mal alguna neurona, sino que simplemente es listo de otra manera, es diferente, y que tratar peor al diferente es discriminarlo. “El listo sí que es tonto de los testiculitos”, rezaba el título de una tesis doctoral que a principios de este siglo se defendió con gran éxito en la Universidad Complutense, en su Facultad de Educación. Así que se acordó tratar mejor a los más zotes y aprobarlos obligatoriamente, mientras a los mejor dotados y más dispuestos se les ponían todo tipo de trabas para que no aprendieran casi nada y para que, así, no se les subieran los humos.
Una vez que se consiguió que todos los jóvenes españoles llegaran a la universidad sin haber leído apenas un libro, sin conocer las cuatro reglas y haciendo cientos de faltas de ortografía por página, al mismo tiempo que las estadísticas demostraban que en España había sido eliminado el fracaso escolar, los pedagogos aplicaron su saber a la educación deportiva. Las ideas básicas eran las mismas: nadie debe ser forzado al ejercicio físico que no desee y a todos los jóvenes les llegará el momento en que les apetezca hacer algo de tales ejercicios, ya sea desperezarse, echar una carrerita o flexionar las piernas para recoger una moneda caída. En las clases de Educación Física de los colegios se hacían debates sobre las ventajas e inconvenientes de correr o saltar y en las competiciones escolares se daban mejores premios a los últimos clasificados. Por ejemplo, en las de atletismo infantil la medalla de oro la llevaba siempre el más gordo de los participantes y la de plata el que se hiciera pipí durante la prueba, todo para que no se sintieran en inferioridad ante esos tipejos musculosos y rápidos que eran unos auténticos obsesos del ejercicio.
Pasaron los años y esas primeras generaciones tratadas con las nuevas herramientas de la pedagogía deportiva han llegado a la edad de representar a nuestra nación en las más altas competiciones. No ganan nada, pero la postura oficial es que así es mucho mejor, pues lo que nadie podrá discutir es que la sensibilidad de nuestros representantes es más elevada que la de los de otros países. “No quieren ganar, no quieren humillar a nadie y sólo quieren disfrutar en la pista junto con los compañeritos de otros lugares” declaró hace poco el presidente de la Federación de Atletismo, quien agregó que “así damos al mundo una lección de humildad, señorío y solidaridad”. Palabras similares pronunció el Presidente Zapatero al recibir a los últimos clasificados en las competiciones internacionales de este año: “El que tenga prisa que corra y el que no esté tranquilo que salte, pero en nuestro país tenemos un nivel de bienestar que hace innecesarias esas demostraciones de individualismo”. Les entregó de propia mano un diploma a todos ellos, diploma que les leyó en voz alta una lectora contratada al efecto, pues esos deportistas gordos y perezosos tampoco han aprendido a leer. En esto están al mismo nivel que los pedagogos que durante las últimas décadas han marcado su formación, quienes tampoco saben leer y, si saben, no quieren, porque dicen que todavía no están maduros para entender la letra escrita y que total pa qué, si la vida son cuatro días y hay que hacer curriculum”.
“En los recientes campeonatos del mundo de atletismo los deportistas españoles han vuelto a obtener resultados mediocres que quizá deberían obligar a la autoridad a un replanteamiento de la política deportiva. Llueve sobre mojado, pues ya dejó bastante que desear el deporte español en las pasadas olimpiadas y en el último campeonato del mundo de fútbol. ¿Qué está pasando?
Los síntomas externos de esta crisis los puede apreciar cualquier espectador. Los deportistas salen al campo o a la pista sin ningún espíritu competitivo. Se les ve apáticos y como si pensaran en otras cosas durante los torneos. Recientemente uno de nuestros velocistas se enfrentó con los jueces de la competición, argumentando a voz en grito que él no tiene por qué arrancar cuando suena el disparo, pues él es pacifista y los disparos le dan siempre mal rollo. En los mismos campeonatos un saltador de altura, Jon-Trasgu Iraola, se negó a saltar cuando el listón estaba a dos metros, alegando que ya no le apetecía y que echaba de menos a su mamá. En el pasado campeonato de Europa de selecciones de fútbol unos cuantos jugadores de nuestra selección rompieron en llanto desconsolado cuando algún jugador del equipo rival les echó una simple zancadilla, y prorrumpieron en gritos de “quiero volver a mi casa” o “que juegue la puta madre del seleccionador”. Es más, se comenta en círculos habitualmente bien informados que el seleccionador ha tenido verdaderos problemas para formar el equipo titular, pues todos los seleccionados querían quedarse en el banquillo de los reservas. Cuando un alto cargo de la Federación les preguntó por qué, respondieron casi todos que lo que a ellos les mola es el viaje y conocer gente, pero que pasan de sudores y de darse el gran atragantón con ese clima. A todo esto, el clima del lugar era de unos veinticinco grados.
Tanto o más que esas actitudes desconcierta el aspecto físico de la mayoría de los atletas y jugadores, pues muchos muestran una más que evidente obesidad y alguno que otro tiene unas canillas o unos bracitos más propios del que nunca ha hecho ejercicio. Tal vez se deba a la política de cuotas autonómicas y municipales que la ley impone para formar la selección, pero se rumorea que la causa principal son los malos hábitos higiénicos y alimenticios de nuestros deportistas. De hecho, en un reciente partido de la nuestra selección de baloncesto se vio a un par de jugadores comiendo pipas en la cancha mientras jugaban, y varios componentes de nuestro equipo de balonmano pidieron hace unos días el cambio durante un partido y se sentaron a devorar varias hamburguesas que sacaron de sus mochilas, mochilas con curiosas imágenes de Disney.
Y qué decir de los entrenamientos. En la mayor parte de los deportes ya están prácticamente suprimidos los entrenamientos, después de varias huelgas y manifestaciones de los deportistas, los cuales aducen que va contra su derecho al descanso y al libre desarrollo de la personalidad el obligarlos a esforzados ejecicios para poder practicar profesionalmente o en alta competición su deporte favorito. No hace mucho declaraba el capitán de la selección de hockey que el derecho al deporte es fundamental en toda persona y que deporte no tiene por qué ser sinónimo de esfuerzo, pues en ese caso se priva de su disfrute y práctica a quien no está muy dotado físicamente o simplemente no tiene ganas de esforzarse. Y la última vuelta de tuerca la dio una reciente campaña de la “Asociación de Padres y Madres de Deportistas Profesionales” (APAMADEPROF), bajo el lema, “Que nuestros hijos jueguen, pero que no sufran ni se hagan daño”. “Cada vez que lo veo llegar a casa todo sudao me pongo mala” declaraba la presidenta de la Asociación, refiriéndose a su hijo Chuchi, miembro del equipo español de medio fondo. Y hasta una denuncia presentó en un juzgado el padre de un jugador de tenis del equipo de Copa Davis, porque su hijo había tenido agujetas al día siguiente de un importante partido. “Me pasé todo el día dándole masajes y no se curó hasta que su mamá le hizo la tarta de nata que más le gusta”, declaró ese padre ejemplar, entre lágrimas. El Presidente del Gobierno, don José Luis Rodríguez Zapatero, recibió la semana pasada en la Moncloa a la Directiva de esa Asociación de padres de deportistas y les prometió que a partir del año próximo será delito y se castigará con pena privativa de libertad el jalear a nuestros jugadores y atletas para que corran más o consigan mejores marcas. “Tenemos la mejor generación de deportistas de la Historia de España –ha declarado el Presidente del Gobierno- y no vamos a permitir que se nos estropee por culpa de esa obsesión por las marcas y los triunfos, obsesión propia de los ultraconservadores norteamericanos y de los del PP de aquí. Es más, -añadió- subvencionaremos económicamente a los deportistas más torpes para que no se sientan infravalorados, y como parte de nuestra política social de apoyo a los más débiles”.
¿Cuándo y cómo comenzó ese cambio de actitudes en nuestro deporte? Parece que todo arranca de la aplicación a la enseñanza y práctica del deporte de aquellas teorías pedagógicas que por aquí hicieron furor desde los años ochenta del siglo XX. Los pedagogos, bien instalados en universidades y ministerios de Educación, primero convencieron a los padres y los profesores de que la enseñanza no debe ser impositiva y de que cada niño debe aprender a leer, escribir o contar cuando se lo pida el cuerpo. ¿Y si alguno aprendía muy pronto? Pues, como es bien sabido, se le mezclaba con los más torpes y perezosos a fin de que refrenara toda tentación de vanidad y de que no desarrollara una personalidad marcada por la soberbia. Se dijo que el tonto del culo no es tonto de tal cosa porque sepa menos o tenga mal alguna neurona, sino que simplemente es listo de otra manera, es diferente, y que tratar peor al diferente es discriminarlo. “El listo sí que es tonto de los testiculitos”, rezaba el título de una tesis doctoral que a principios de este siglo se defendió con gran éxito en la Universidad Complutense, en su Facultad de Educación. Así que se acordó tratar mejor a los más zotes y aprobarlos obligatoriamente, mientras a los mejor dotados y más dispuestos se les ponían todo tipo de trabas para que no aprendieran casi nada y para que, así, no se les subieran los humos.
Una vez que se consiguió que todos los jóvenes españoles llegaran a la universidad sin haber leído apenas un libro, sin conocer las cuatro reglas y haciendo cientos de faltas de ortografía por página, al mismo tiempo que las estadísticas demostraban que en España había sido eliminado el fracaso escolar, los pedagogos aplicaron su saber a la educación deportiva. Las ideas básicas eran las mismas: nadie debe ser forzado al ejercicio físico que no desee y a todos los jóvenes les llegará el momento en que les apetezca hacer algo de tales ejercicios, ya sea desperezarse, echar una carrerita o flexionar las piernas para recoger una moneda caída. En las clases de Educación Física de los colegios se hacían debates sobre las ventajas e inconvenientes de correr o saltar y en las competiciones escolares se daban mejores premios a los últimos clasificados. Por ejemplo, en las de atletismo infantil la medalla de oro la llevaba siempre el más gordo de los participantes y la de plata el que se hiciera pipí durante la prueba, todo para que no se sintieran en inferioridad ante esos tipejos musculosos y rápidos que eran unos auténticos obsesos del ejercicio.
Pasaron los años y esas primeras generaciones tratadas con las nuevas herramientas de la pedagogía deportiva han llegado a la edad de representar a nuestra nación en las más altas competiciones. No ganan nada, pero la postura oficial es que así es mucho mejor, pues lo que nadie podrá discutir es que la sensibilidad de nuestros representantes es más elevada que la de los de otros países. “No quieren ganar, no quieren humillar a nadie y sólo quieren disfrutar en la pista junto con los compañeritos de otros lugares” declaró hace poco el presidente de la Federación de Atletismo, quien agregó que “así damos al mundo una lección de humildad, señorío y solidaridad”. Palabras similares pronunció el Presidente Zapatero al recibir a los últimos clasificados en las competiciones internacionales de este año: “El que tenga prisa que corra y el que no esté tranquilo que salte, pero en nuestro país tenemos un nivel de bienestar que hace innecesarias esas demostraciones de individualismo”. Les entregó de propia mano un diploma a todos ellos, diploma que les leyó en voz alta una lectora contratada al efecto, pues esos deportistas gordos y perezosos tampoco han aprendido a leer. En esto están al mismo nivel que los pedagogos que durante las últimas décadas han marcado su formación, quienes tampoco saben leer y, si saben, no quieren, porque dicen que todavía no están maduros para entender la letra escrita y que total pa qué, si la vida son cuatro días y hay que hacer curriculum”.
ON TOPIC
ResponderEliminar"NINGÚN ADOLESCENTE ES PROBLEMÁTICO SI SE LE DA DINERO: Tras el éxito de 'La culpa es de otro' y 'Mirar a otro lado' regresa Fernando Bríos -el psicólogo estrella de la editorial Paidós- con otra aplicación de su “psicología ahuyentativa”, centrada esta vez en la problemática adolescente: 'Toma el dinero y calla'. El propio Bríos nos revela las claves de su último y esperado ensayo (...)."
OFF TOPIC
"Según una encuesta, un 100% de los españoles ha contestado una encuesta alguna vez: El 100% de los españoles, además, tiene una buena o muy buena opinión sobre la gente que contesta encuestas y los consideran un 10% más atractivos que el resto de la población (lo cual quiere decir que los españoles son un 10% más atractivos que ellos mismos, teniendo en cuenta que todos los españoles contestan encuestas) (...) .
¡"EL MUNDO TODAY" ES BUENÍSIMO!
¡GENIAL!
ResponderEliminarUna lúcida previsión que, lamentablemente, dentro de 25 años se verá que resultaba excesivamente optimista.
ResponderEliminarCreo que el único pero del post es la época en que sitúa los hechos.
ResponderEliminarQue más dá: si conseguimos que los chinos fabriquen los productos industriales, que los hermanos panbolivarianos cultiven todos nuestros alimentos y que en un mundo globalizado exista una seguridad social supranacional-estatal que financie nuestras necesidades básicas ¿ para qué queremos esforzarnos en estudiar y/o trabajar ?.
ResponderEliminarSi le echamos un ojo a la naturaleza tenemos ejemplos parejos: las abejas con sus zánganos (que encima meten), las ovejas con los piojos, el tiburón con su rémora, etc...
Bien mirado no está tan mal, el español del futuro podría ser 3/4 partes parásito puro y 1/4 parásito-simbiótico y a España bien se la podría redenominar como Farruquistán o Estado Farruquistaní si somos de opción nacionalista, porque lo que es arte y salero nos sobra a raudales y como en España no se vive en ninguna parte.
Los que peinamos canas, menos de las que me gustaría, recordaremos aquel anuncio de lavadoras que decía: "Que trabaje Ruton", pos eso "que trabaje Ruton".