Llegó a la Presidencia con grandes declamaciones y profusión de gestos gratos. Tomó unas cuantas iniciativas que muchos recibieron con alegría. Las más importantes fracasaron por su orden y a su tiempo. Las menos importantes se fueron difuminando y de ellas quedó poco más que el eco y un rastro de tinta en el Boletín Oficial del Estado. Se hacía muchas fotos, pero, poco a poco, se iba helando la sonrisa con la que en ellas se mostraba. En su segunda campaña era tal la conciencia de su vacuidad, incluso entre los suyos, que eligieron como representación de su ser y su valor la forma de su ceja. Pedían para él el voto imitando con el dedo o en folletos esa forma circunfleja. Los votantes supieron apreciar el esfuerzo en su justo valor y lo reeligieron. Puede que también les resultara simpático el desparpajo con el que les despachó para la ocasión unas cuantas mentiras que todos, él y los demás, sabían que eran mentiras como la copa de un pino. Al pueblo suelen caerle bien los bromistas y ese talante conectó bien con su sensibilidad más profunda. El pueblo es más sutil de lo que parece.
Después sucedió un fenómeno curioso. El Presidente se fue haciendo pequeñito y transparente, se volvió presidente con minúscula y minúsculo. Encogía y parecía como si fuera de aire, un presidente reducido y neumático. Cada vez pasaba más desapercibido, a veces se encontraba en ciertos lugares y los presentes ni siquiera caían en la cuenta de que estaba allí. Muchos de los que lo buscaban se confundían y terminaban hablando con una columna o una silla, pero él andaba evaporado, flotaba en el techo como esos globos que se escapan de las manos de los niños. Durante un tiempo a la gente le divirtió jugar con él como juegan los niños con los globos, pero un día se pinchó y salió despedido con ese peculiar chirrido de lo que se desinfla a toda velocidad. Los hubo que lloraron como niños cuando perdieron su globo o cuando encontraron los restos y comprobaron que no había manera de volver a hincharlo por mucho que soplaran.
Es previsible que a las próximas elecciones vuelva a presentarse, aunque sea desde el ignoto limbo en el que, al parecer, habitan los entes gaseosos. Muchos votantes jurarán que se les aparece en sueños y que les canta al oído frases bonitas y sorprendentes propuestas cabalísticas. Es muy probable que vuelva a ganar, pues el pueblo es muy espiritual y adora esos seres que son espíritus puros, puro espíritu. Será la primera vez que un Estado lo gobierne un fantasma, aunque, para aminorar la impresión, en su partido dirán que siempre fue un fantasma y que no hay gobierno menos molesto que un gobierno fantasmal. Los pobres aprenderán a rezarle plegarias y a adorar algunas reliquias de su anterior encarnación en un cuerpo abotonado con una ceja. Seremos un pueblo hambriento, pero tranquilo, mísero, pero feliz. Seremos casi una secta y, a la larga, el mundo aprenderá a admirarnos. Tarde o temprano, nos reuniremos con él en un Más Allá lleno de gnomos, cuando todos seamos gnomos. Ya falta poco, no hay que desesperar.
Después sucedió un fenómeno curioso. El Presidente se fue haciendo pequeñito y transparente, se volvió presidente con minúscula y minúsculo. Encogía y parecía como si fuera de aire, un presidente reducido y neumático. Cada vez pasaba más desapercibido, a veces se encontraba en ciertos lugares y los presentes ni siquiera caían en la cuenta de que estaba allí. Muchos de los que lo buscaban se confundían y terminaban hablando con una columna o una silla, pero él andaba evaporado, flotaba en el techo como esos globos que se escapan de las manos de los niños. Durante un tiempo a la gente le divirtió jugar con él como juegan los niños con los globos, pero un día se pinchó y salió despedido con ese peculiar chirrido de lo que se desinfla a toda velocidad. Los hubo que lloraron como niños cuando perdieron su globo o cuando encontraron los restos y comprobaron que no había manera de volver a hincharlo por mucho que soplaran.
Es previsible que a las próximas elecciones vuelva a presentarse, aunque sea desde el ignoto limbo en el que, al parecer, habitan los entes gaseosos. Muchos votantes jurarán que se les aparece en sueños y que les canta al oído frases bonitas y sorprendentes propuestas cabalísticas. Es muy probable que vuelva a ganar, pues el pueblo es muy espiritual y adora esos seres que son espíritus puros, puro espíritu. Será la primera vez que un Estado lo gobierne un fantasma, aunque, para aminorar la impresión, en su partido dirán que siempre fue un fantasma y que no hay gobierno menos molesto que un gobierno fantasmal. Los pobres aprenderán a rezarle plegarias y a adorar algunas reliquias de su anterior encarnación en un cuerpo abotonado con una ceja. Seremos un pueblo hambriento, pero tranquilo, mísero, pero feliz. Seremos casi una secta y, a la larga, el mundo aprenderá a admirarnos. Tarde o temprano, nos reuniremos con él en un Más Allá lleno de gnomos, cuando todos seamos gnomos. Ya falta poco, no hay que desesperar.
¡Fantástico!
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