Cuenta la tradición que los males que nos aquejan se extendieron por el mundo al abrir la caja de Pandora. Enfurecido Zeus porque los hombres habían adquirido el secreto del fuego, modeló a una bella mujer, Pandora, y la envió a la tierra con un ánfora portadora de todas las desgracias. Así llegaron la vejez y sus fatigas, la enfermedad y las tristezas, las plagas y la pobreza, las pasiones y los crímenes... Hoy atisbamos un tiempo de infortunio con la crisis financiera y aparecen otras cajas, las cajas de ahorros, que nos traen algunos males. Se habla de una caja con problemas de liquidez, de otra en la que se incrementa el índice de su morosidad, aquella que participa en varias proyectos urbanísticos ruinosos, en fin, se anuncia la sustitución de todo un consejo de administración y la intervención del Banco de España... ¿cómo es que se juntan tantas desgracias en estas clásicas instituciones crediticias?
Nadie puede negar que desde hace años las cajas de ahorros han padecido un progresivo proceso de politización. Presidentes y ex-presidentes de Comunidades autónomas, concejales y diputados provinciales tienen asiento en los consejos de administración de las cajas. Pero es más, debemos quitar las máscaras hipócritas y reconocer cómo también a través del cupo reservado para los representantes de los impositores, esto es, los clientes de las cajas, se copan estos puestos por miembros destacados de los partidos políticos. Véanse las composiciones de los consejos de administración, así como las denuncias de la Unión Europea al considerar a algunas cajas de ahorros como auténticas “empresas públicas”.
¿Merece esta situación un juicio negativo? A mi entender, no sería intrínsecamente nociva la presencia de políticos en unas instituciones crediticias de tan singular trayectoria. Resulta ocioso recordar que la aparición de las cajas de ahorros y montes de piedad hace casi dos siglos se dirigió a satisfacer fines benéficos y sociales. Las sucesivas reformas legales han mantenido su régimen jurídico especial precisamente por esa razón, porque parte de sus beneficios se destinan a “obras sociales y benéficas”. Pero dicho esto, sí afirmo que resulta muy pernicioso que, en lugar de la defensa del interés social, estos representantes públicos atiendan al “interés político” y destinen los recursos de la caja a inversiones de “interés autonómico” como parques de atracciones, nuevos proyectos de urbanización y otros casos -algunos pintorescos- que conocemos por los medios de comunicación. La misma denuncia procede en relación a los empresarios que consiguen su asiento en los órganos de administración de las distintas cajas de ahorros y que llevan el agua de los dineros al molino de sus negocios. Las cajas deben su éxito a ese halo de ayuda benéfica y social. Y no siempre coinciden los “intereses políticos” con los “intereses sociales”.
Otros males también se advierten. Los representantes políticos y empresariales deberían mantener la “honorabilidad” que inicialmente exige la Ley para ser nombrado vocal de estas instituciones. Es cierto que la misma Ley establece unas mínimas cautelas para que estos vocales no hagan negocio con la caja desde la caja. ¿Podemos afirmar que mantienen siempre su honorabilidad? Contestar esta pregunta de manera adecuada exigiría conocer los créditos preferenciales y las ventajas financieras que benefician a los vocales de los órganos de administración. Pero no es una buena señal saber que se multiplican las sesiones de sus consejos de administración en distintas capitales internacionales.
Con todo, el peor mal que ahora encierran las cajas de ahorros es la preocupación por la forma en que han gestionado unos recursos económicos tan cuantiosos. A mi juicio, la ligera voluntad de los intereses políticos y el interés personal de algunos grupos empresariales debería contrarrestarse con varios remedios. Propongo tres indispensables: uno, la presencia en los órganos de gobierno de intereses colectivos ciertamente independientes, que seleccionen las obras sociales y benéficas dignas de protección; dos, el apoyo de las decisiones en informes bien precisos de técnicos competentes y, tres, una pieza clave: la exigencia de responsabilidad por la gestión realizada. No debe consentirse que la administración de un patrimonio cuantioso quede exenta de la obligación de rendir las oportunas cuentas. Resulta clamoroso advertir el diferente trato que se da en estos días a dos políticos: uno, objeto de atención desde grandes titulares de periódicos y actuaciones judiciales con motivo de unos trajes y otro, autor de un agujero multimillonario en una caja de ahorros, no merece la más mínima atención de la Justicia.
A mi juicio, las cajas de ahorros tienen futuro. A pesar de las tendencias globalizadoras, a pesar de la dura competencia de fuertes entidades de crédito, a pesar de la crisis económica, estas instituciones tan tradicionales podrían mantener un cierto protagonismo en el sistema financiero. No es necesario que las cajas se conviertan en grandes bancos. Pequeñas cajas locales pueden subsistir. Hay un mercado de crédito que pueden satisfacer y una importante obra social, no política ni empresarial, a la que podrían contribuir. Claro que para ello sería necesario que incorporaran criterios de transparencia, competencia y exigencia de responsabilidad. Esos son los principios que deberían enarbolar las cajas de ahorros para ahuyentar unos males como los descritos que las transformarían en cajas de Pandora.
(Mercedes Fuertes es catedrática de Derecho Administrativo de la Universidad de León)
Pequeñas cajas querida no pueden subsistir, el tiempo ya pasó. En la era de la tecnología es imposible. No hay masa crítica para comprar sistemas informáticos, ni productos novedosos, ni equipos directivos serios y competentes.
ResponderEliminarSólo pueden sobrevivir las grandes, equiparadas a bancos, privatizadas, sin el camelo de la obra social y cotizando en Bolsa