25 abril, 2009

Obama y las fotos

Primero hablemos de Obama y de mí. Humildemente, claro. No, no es que nos parezcamos gran cosa. Los parecidos los tiene con Zapatero, ya saben: clavaditos. Solamente quería aclarar que Obama me parece muy bien, que el color de su piel me importa un bledo, que me alegré cuando ganó y que confío en que unas cuantas cosas mejoren en el mundo bajo su mandato sobre el mundo. Tal cual. También considero que al menos algunas de las primeras medidas que ha tomado en su Presidencia son loables y seguramente acertadas. Doy buena parte de razón a mi amigo Ante Todo cuando hace unas semanas me invitó a no perder la fe, a retornar a la esperanza y a aplicar debidamente la caridad, después de que pareciera que un servidor equiparaba a Obama con Bush. Dicho queda.
Lo que me pone las bilis efervescente son las paparruchas del pijerío progre, su renovado entusiasmo con Estados Unidos, su repentina convicción de que el capitalismo tiene los días contados gracias a Obama y las babitas que se le caen cuando comparan las fotos y los discursos de Obama y Zapatero y concluyen que son similares como dos gotas de agua con gas, y eso sin contar que a ambos les gusta el baloncesto y el ketchup. En fin. Necesitamos con urgencia un nuevo Berlanga que retrate a esta gentucilla del régimen en una película que podría titularse La Pistolita Plurinacional.
Aclarado lo anterior, hoy quiero plantear a los amigos una duda, una genuina duda. Pues he visto en las noticias del día que la Casa Blanca da luz verde para que se hagan públicas unas docenas de fotos de torturas a prisioneros en Irak y Afganistán. Hasta ahora teníamos el reconocimiento oficial de que se había torturado, la crítica a los responsables de dichas prácticas y la afirmación de que no se procesará a los torturadores. Lo primero lo veo con los mejores ojos. Tengo dudas sobre cuál ha de ser el destino jurídico de los que aplicaron la picana a los detenidos, aunque, desde luego, estoy convencido de que, como mínimo, los responsables políticos habrían de pagar por las órdenes que dieron o las practicas que a sabiendas consintieron, y aunque dicho precio fuera nada más que simbólico. Pero lo que definitivamente no veo claro es lo de las fotos de los torturados.
Si se trata de demostrar que se torturó, ya está más que demostrado y reconocido, sin perjuicio de que se siga investigando y de que se exijan las responsabilidades pertinentes. Pero ¿las fotos para qué? ¿No será peor el remedio que la enfermedad? ¿Se compensa así algún mal? Imaginemos que en una ciudad nuestra ha habido una serie de violaciones. Se sabe quiénes fueron los violadores y se reprocha su conducta, pero, dados sus vínculos con el Estado, se decide que no serán procesados. Sin embargo, a cambio se opta por publicar unas cuantas fotos en las que se puede contemplar el delito o el padecimiento de las personas violadas, a las que se ve ensangrentadas, aterradas, heridas, humilladas. ¿Qué ganaríamos con eso? Lo pregunto, repito, desde la más sincera duda.
Crecerá la indignación de las víctimas, nuevos justicieros jurarán venganza, más personas sensibles llorarán de pena o de rabia. ¿Y qué habremos avanzado? Que la imagen no oculte lo que se debe saber ni retrase lo que se ha de hacer. Que se cierre por fin Guantánamo, que se explique cuáles son y donde estaban las otras cárceles, las clandestinas, que se haga pública la lista de países y gobiernos que colaboraron voluntariamente con la tortura o pusieron los torturadores, que se compense a las víctimas, que se muestre, en suma, que esos comportamientos de los norteamericanos fueron un paréntesis desgraciado que no ha de repetirse en ningún caso y bajo ningún concepto. Pero que el morbo de las imágenes no sirva para empañar el juicio moral sosegado ni para evitar el ponderado peso de la ley. Es lo que me parece, en medio del estupor; pero, más que nunca, someto esta opinión a mejor consideración.

3 comentarios:

  1. La noticia no es tanto la publicación de las fotos como el levantamiento del veto a su publicación, previa intervención de los tribunales. Sobre lo conveniente o no de su difusión, mejor le dejo con la respuesta de los abogados de la ACLU:
    These photographs provide visual proof that prisoner abuse by U.S. personnel was not aberrational but widespread, reaching far beyond the walls of Abu Ghraib. Their disclosure is critical for helping the public understand the scope and scale of prisoner abuse as well as for holding senior officials accountable for authorizing or permitting such abuse.También a three judge panel of the appeals court in September 2008 recognized the "significant public interest in the disclosure of these photographs" in light of government misconduct. The court also recognized that releasing the photographs is likely to prevent further abuse of prisoners.http://www.aclu.org/safefree/torture/39455prs20090423.html

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  2. La tortura estatal es algo más que una violación o una humillación. Es una cuestión de los límites del poder del Estado. En este sentido, la represión de la tortura estatal no es una mera cuestión de prevención del delito, sino que pasa a ser una auténtica cuestión de Estado. Imagínense que unos diputados presentes en la sesión de investidura del 23-F se negasen a la publicación de las fotos en las que son obligados a humillarse agachándose ante la cobarde coacción de las armas. Supongo que la importancia del conflicto pesaría más que el interés del concreto humillado.

    Ahora bien: cuando se toca el cuerpo de la víctima es otra cosa. Cuando se le hace sangrar y mearse encima es distinto. Supongo que un principio mínimo de humanidad nos haría difícil la publicación de esas fotografías contra la voluntad expresa del torturado.

    PERO es curioso cómo las víctimas de una violación son remisas a contar en público los detalles de los abusos sufridos, pero las víctimas de la tortura no. La publicación de la prueba más repugnante de la tortura estatal (la que el torturador intenta ocultar con más interés y más cobardía) constituye a veces la máxima restitución a la víctima y de gran parte de su vindicación. En el sentido legítimo y en el otro.

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  3. Releyéndome, compruebo con satisfacción que he dejado suficientemente claro que no tengo ni repajolera idea.

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