Hola. Me había dicho a mí mismo que no volvería por el blog hasta el próximo lunes. Pero hoy, sábado, he madrugado bastante, son ahora las ocho y media de la mañana y ando lleno de cosquilleos interiores de variadísima gama. Yo qué sé, es esa manía de poner negro sobre blanco las cosas, por el estúpido temor de que, si no, algunas ideas se pierdan y algunas sensaciones se esfumen sin dejar huella. Y, para colmo, el exhibicionismo de colgarlo en el blog y decir aquí estoy haciendo como que siento y escribo.
He madrugado porque al final me desveló el llanto reiterado y agudísimo de la pequeña Elsa. Hemos cometido un error que a nosotros nos va a costar tres días de quebrantos domésticos, pero que, ante todo, ella va a pagar con esos tres días de dolor y desasosiego: le hemos dado por dos veces en un día, ayer, un postre de gelatina que seguro que tiene gluten. ¡Mierda! No se puede bajar la guardia. Alguno de los padres, acostumbrado a comprar gelatina de cierta marca, sin gluten, se despista y echa al carro otra distinta. En casa sigue el despiste y ninguno controla ni con indicativos ni con la lista de marcas contrastadas si ésa gelatina es de la buena o se coló a lo tonto. Una putada. Vamos a sufrir tres días y, sobre todo, Elsa va a sufrir tres días.
Caemos en la cuenta a las seis de la mañana, después de dar vueltas y vueltas, con el llanto desesperado como fondo, a lo que pudo pasar y a dónde estuvo el error. Los síntomas ya nos resultan inconfundibles, con esos labios levemente hinchados, una especie de raya roja que se le pone en el borde del párpado inferior, la barriguilla hinchada y el lloro, el lloro frenético. Esta vez, además, con vómitos. Una putada, sí.
Se me queda muy mal cuerpo y ya no duermo más. Elsa, al fin, cae rendida y descansa. Veo un amanecer rojizo, limpio, fresco. Con café. Con el relente tempranero, riego mis plantas (albahaca, salvia, cilantro, estragón, hierbabuena, tomillo..., y algunas flores). Luego prendo el ordenador y me pongo a leer la prensa del día. ¡Puaj! Sin novedad en el estercolero. Por un lado, hay muchísimas cosas que no entiendo, como que los jueces y los policías se enfaden por lo que ha dicho el PP sobre el supuesto espionaje a sus jefecillos. Pero, como tampoco me apetece nada, y menos en agosto, leer la letra pequeña de lo que han afirmado la Cospedal o el Trillo, puede ser que no me haya enterado bien y que hayan acusado a algún juez de andar mirando por el ojo de la cerradura y meneándose la toga con la mano libre de código. Quién sabe. Por otro lado, en esta porquería de país con esta cutrez de políticos, paso de andar comiéndome la cabeza sobre quiénes tendrán más razón, si los unos cuando dicen que los otros son unos hijos de perra o los otros cuando dicen que los unos jamás conocieron a su padre. Tienen los unos y los otros la misma razón, toda, y el empate está cantado, salvo que seas pariente de alguno o cobres, en metálico o en especie, por defenderlo en la red o donde manden. Eso sí, que se termine aquello que hace tres o cuatro años (o cinco o seis, tampoco sé) se llamaba la crispación, que se reten a duelo el Rajoy y el Zapatero, la Cospedal y la Pajín, a duelo a muerte, nada de a primera sangre ni mariconadas (¡huy, perdón! Estoy desentrenado y hablo como si estuviera solo o con cualquiera de ustedes en el bar, sin censor correctísimo que nos oiga), que palme el que pierda y al otro que lo parta un rayo según sale del velódromo mallorquín en el que se celebró la edificante contienda. Que se vayan los unos y los otros a tomar por la retambufa sin preservativo algún día de orgullo.
Pero no se crean, me acaba de asomar un poco el puñetero colmillo silvestre, pero en esta hora y después de este rato mañanero conmigo mismo, me siento más lírico que trágico y más limpio que militante. Además, acabo de leer en el Babelia de hoy mismo (sí, hijos míos, comparto con millones de pijoprogres la costumbre de leer el Babelia, entre otros “culturales” de periódico y procurando con sumo esmero no convertirme en un “babalio” (traducción asturiana: baballu), y me he identificado muy gustosamente con una maravilla de articulillo escrito por Andrés Barba. Se titula “Reconditismo agudo” y habla de una de las modalidades más curiosas de la pandemia de idiotez modernilla y superchuli, el viajero gilipollas que se las da de explorador porque durmió en una tienda de tuaregs y se lo hizo oral con escorpión así de grande y, chico, son experiencias que te cambian la vida y ya lo veo todo de otra manera y tal y cual. Cruce del El Gato con Botas y Paulo Con-Ello, no hay biennacido que aguante a los viajeros de catálogo pijo con alma de látex.
Por cierto, un día de estos tengo que contarles algunas cosillas del viaje por los fiordos noruegos. Son raros de narices esos noruegos: tienen, por el momento, petróleo en cantidad y resulta que ponen la gasolina a unos precios exorbitantes para que la gente vaya en bici, con el frío y todo. Oye, y los noruegos tan felices, sin coche y a su bola. ¿Qué pasa, que allí no se marca paquete con el pedazo de vehículo, como aquí? ¿Y cómo carajo ligan, seducen a la suegra y putean a los cuñados, vamos a ver? A lo mejor tampoco les va lo de viajar a lo idiota para contarlo a los amigos y creerse el Marco Polo de la ofi. Lo que te digo, muy raros y muy suyos. Yo no me fío. Me resultan más entrañables mis compatriotas tontos del culo. Al fin y al cabo, son previsibles y siempre sabes adónde van a ir, cómo lo van a contar y a quién votan aunque se la esté metiendo doblada.
He madrugado porque al final me desveló el llanto reiterado y agudísimo de la pequeña Elsa. Hemos cometido un error que a nosotros nos va a costar tres días de quebrantos domésticos, pero que, ante todo, ella va a pagar con esos tres días de dolor y desasosiego: le hemos dado por dos veces en un día, ayer, un postre de gelatina que seguro que tiene gluten. ¡Mierda! No se puede bajar la guardia. Alguno de los padres, acostumbrado a comprar gelatina de cierta marca, sin gluten, se despista y echa al carro otra distinta. En casa sigue el despiste y ninguno controla ni con indicativos ni con la lista de marcas contrastadas si ésa gelatina es de la buena o se coló a lo tonto. Una putada. Vamos a sufrir tres días y, sobre todo, Elsa va a sufrir tres días.
Caemos en la cuenta a las seis de la mañana, después de dar vueltas y vueltas, con el llanto desesperado como fondo, a lo que pudo pasar y a dónde estuvo el error. Los síntomas ya nos resultan inconfundibles, con esos labios levemente hinchados, una especie de raya roja que se le pone en el borde del párpado inferior, la barriguilla hinchada y el lloro, el lloro frenético. Esta vez, además, con vómitos. Una putada, sí.
Se me queda muy mal cuerpo y ya no duermo más. Elsa, al fin, cae rendida y descansa. Veo un amanecer rojizo, limpio, fresco. Con café. Con el relente tempranero, riego mis plantas (albahaca, salvia, cilantro, estragón, hierbabuena, tomillo..., y algunas flores). Luego prendo el ordenador y me pongo a leer la prensa del día. ¡Puaj! Sin novedad en el estercolero. Por un lado, hay muchísimas cosas que no entiendo, como que los jueces y los policías se enfaden por lo que ha dicho el PP sobre el supuesto espionaje a sus jefecillos. Pero, como tampoco me apetece nada, y menos en agosto, leer la letra pequeña de lo que han afirmado la Cospedal o el Trillo, puede ser que no me haya enterado bien y que hayan acusado a algún juez de andar mirando por el ojo de la cerradura y meneándose la toga con la mano libre de código. Quién sabe. Por otro lado, en esta porquería de país con esta cutrez de políticos, paso de andar comiéndome la cabeza sobre quiénes tendrán más razón, si los unos cuando dicen que los otros son unos hijos de perra o los otros cuando dicen que los unos jamás conocieron a su padre. Tienen los unos y los otros la misma razón, toda, y el empate está cantado, salvo que seas pariente de alguno o cobres, en metálico o en especie, por defenderlo en la red o donde manden. Eso sí, que se termine aquello que hace tres o cuatro años (o cinco o seis, tampoco sé) se llamaba la crispación, que se reten a duelo el Rajoy y el Zapatero, la Cospedal y la Pajín, a duelo a muerte, nada de a primera sangre ni mariconadas (¡huy, perdón! Estoy desentrenado y hablo como si estuviera solo o con cualquiera de ustedes en el bar, sin censor correctísimo que nos oiga), que palme el que pierda y al otro que lo parta un rayo según sale del velódromo mallorquín en el que se celebró la edificante contienda. Que se vayan los unos y los otros a tomar por la retambufa sin preservativo algún día de orgullo.
Pero no se crean, me acaba de asomar un poco el puñetero colmillo silvestre, pero en esta hora y después de este rato mañanero conmigo mismo, me siento más lírico que trágico y más limpio que militante. Además, acabo de leer en el Babelia de hoy mismo (sí, hijos míos, comparto con millones de pijoprogres la costumbre de leer el Babelia, entre otros “culturales” de periódico y procurando con sumo esmero no convertirme en un “babalio” (traducción asturiana: baballu), y me he identificado muy gustosamente con una maravilla de articulillo escrito por Andrés Barba. Se titula “Reconditismo agudo” y habla de una de las modalidades más curiosas de la pandemia de idiotez modernilla y superchuli, el viajero gilipollas que se las da de explorador porque durmió en una tienda de tuaregs y se lo hizo oral con escorpión así de grande y, chico, son experiencias que te cambian la vida y ya lo veo todo de otra manera y tal y cual. Cruce del El Gato con Botas y Paulo Con-Ello, no hay biennacido que aguante a los viajeros de catálogo pijo con alma de látex.
Por cierto, un día de estos tengo que contarles algunas cosillas del viaje por los fiordos noruegos. Son raros de narices esos noruegos: tienen, por el momento, petróleo en cantidad y resulta que ponen la gasolina a unos precios exorbitantes para que la gente vaya en bici, con el frío y todo. Oye, y los noruegos tan felices, sin coche y a su bola. ¿Qué pasa, que allí no se marca paquete con el pedazo de vehículo, como aquí? ¿Y cómo carajo ligan, seducen a la suegra y putean a los cuñados, vamos a ver? A lo mejor tampoco les va lo de viajar a lo idiota para contarlo a los amigos y creerse el Marco Polo de la ofi. Lo que te digo, muy raros y muy suyos. Yo no me fío. Me resultan más entrañables mis compatriotas tontos del culo. Al fin y al cabo, son previsibles y siempre sabes adónde van a ir, cómo lo van a contar y a quién votan aunque se la esté metiendo doblada.
Bienvenido!. y un beso muy fuerte a Elsa.
ResponderEliminarOtro día te contaré cuando me quisieron multar en Copenhague cuando me salté un semáforo en rojo a las doce de la noche en el mes de Febrero. Hacía un frio!. Ah!, iba de peatón!.
Al hilo del gluten y el posible despiste, dicho sea sin acritú y generalizando, siempre me llamó la atención que si ese despiste lo tienen en la guardería incurrirían en una responsabilidad que podría acabar en una indemnización. Sin embargo, cuando eso ocurre en el estricto ámbito familiar, ahí queda.
ResponderEliminarHombre, D. Luis Simón, a lo mejor quiere usted que procesen a los padres por haberse equivocado con un alimento, o que les obliguen a pagarle una indemnización a su hija. Claro que viendo cómo adjetiva usted el despiste -el posible despiste, como el presunto asesino- quizá crea que los padres lo hacen adrede porque les encanta ver a su hija llorando tres días seguidos y pasándolo mal. Los habrá, no digo yo que no, porque hay quien a los niños les hace cosas muy malas. Pero en esos casos sí puede -y debe- haber ya intervención estatal -difícil, con garantías, etc., pero debe haberla-. Desde luego la posición de una guardería respecto a un niño no me parece equiparable a la de sus padres respecto al mismo niño. Pero tampoco sé cuánta indemnización tendría que pagar una guardería que se equivoca con una gelatina con gluten, cuyo resultado es una niña irascible y algo mala durante tres días. Espero que, salvo que se demuestre dolo o absoluta mala fe, tampoco sea mucha esa indemnización.
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