23 septiembre, 2009

Crisis financiera: soluciones con sustancia. Por Francisco Sosa Wagner

Por fin desde Italia, de donde proceden tantas noticias rocambolescas en los últimos tiempos, nos llegan la razón y el buen sentido. Y es que en el sistema bancario de aquél país se ha decidido aceptar el queso parmesano como garantía de crédito. En efecto, un banco ofrece préstamos por un plazo de veinticuatro meses, que es el tiempo que tarda uno de esos benditos quesos en “añejarse”, y da a los productores hasta el 80% del valor del producto según los precios del mercado.
No se toman a broma el queso parmesano en Italia, una exquisitez que viene de la Edad Media, allá en el siglo XIII, que es cuando se empieza a producir. Cada pieza suele pensar más de treinta kilos y es marcada con un número de serie con el fin de que pueda ser buscada si es robada por algún desaprensivo, que los hay, pues los carabinieri detuvieron hace poco a los componentes de una banda en el momento en que se disponían a rallar una de esas ruedas magníficas, astuta operación con la que se hubiera perdido su rastro. Y es que el parmesano rallado, al tener un valor alto, sirve también para las fechorías.
¿Es preciso subrayar la importancia de esta práctica bancaria y más en el momento de crisis económica y financiera en la que nos hallamos? Sabemos que varios bancos de campanillas se han desplomado, incluso en los USA, porque han creado unos “productos” que no han funcionado y han llevado a la ruina a millones de familias. Se llaman obligaciones convertibles, bonos negociables, obligaciones subordinadas, swaps, warrants, títulos basura, bonos estructurados, bonos amortizados indiciados, bonos inversos ...
¿Alguien creía que con estos nombres, con estas enrevesadas denominaciones, se podía ir a alguna parte? ¿No estaba cantado el desplome del sistema? A mí, lo único que me extraña es que haya tardado tanto tiempo. Porque desde la época en que un crédito era un crédito y un monte de piedad era el sitio donde se empeñaba la máquina de coser, han pasado años que -ahora lo vemos- han sido aprovechados para dedicarlos al enredo financiero y a un embrollo tergiversador de importante factura. Estas son las consecuencias de haber creado las facultades de ciencias económicas, que sustituyeron a las escuelas de comercio, más comedidas en sus pretensiones y por tanto más fiables.
Siempre hemos dicho que carecer de sensibilidad literaria y acuñar términos apestosos nos lleva a consecuencias apocalípticas. Si tuviéramos presente que el lenguaje cuidado, la prosa tersa y la sintaxis impoluta son los fundamentos de un pensamiento ordenado y de una acción responsable no incurriríamos en estos gigantescos desaguisados. De un “bono inverso” no puede seguirse más que un estropicio y un “swap” debería contentarse con ser una inocente bebida refrescante. Al querernos hacer los listos es cuando todo se desconcierta.
De manera que volvamos a los usos tradicionales y tengamos como medida de las cosas serias a los productos de la buena cocina. Los italianos nos transmiten la enseñanza del queso parmesano, nosotros por nuestra parte ¡tenemos tanto que aportar! Ese aceite de oliva que es como una copla perfumada, ese jamón, violín macizo, esos besugos a los que quisiéramos felicitar siempre las navidades, esos garbanzos que son las cuentas de un rosario pleno de eternidades, esos dulces de las monjas rellenos de bendiciones papales... estos son los únicos títulos que deberían ser aceptados en el tráfico de un sistema bancario ordenado. ¿Alguien piensa que pueden de verdad hablarse como iguales un warrant y una ristra de chorizos? Un poco de seriedad, señores financieros.

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