En la calle Ancha, en León, tocaba día tras día, en invierno y en verano, un joven músico, ruso de origen, llamado Arty. Cuando yo pasaba por allí con la pequeña Elsa siempre nos parábamos un buen rato a verlo y escucharlo. Muchas veces eran pasodobles y todo tipo de aires populares. Elsa abría unos ojos como platos y podía pasarse diez o quince minutos sin apartar la vista de sus ágiles manos. Luego yo le daba una moneda y ella la echaba en el pequeño montoncito que se había ido formando. Él sonreía, sonreía siempre.
Ahora Arty ya no está. No es que haya decidido cambiar de aires, no, lo ha echado el Ayuntamiento. ¿Será que las calles son del Ayuntamiento? Quizá, pero en ese caso yo humildemente solicito que lo sustituya la concejala de Comercio y que toque ella lo que buenamente pueda. Tengo varias ideas al respecto. O que, puesto que hasta existe un concejal de Cultura Leonesa, sea éste el que subido sobre una peana declame en llionés hasta que se le hielen los cataplines. También se podría instalar una plataforma para que en ella se turnen los variados concejales haciendo la estatua y, a ser posible, ataviados con taparrabos y con las cuentas municipales, tan deficitarias, colgadas de las partes, con respeto al género, por supuesto. Los pacíficos ciudadanos podríamos echarles monedas para aliviar el déficit, proponerles nuevos suelos urbanizables a tanto de mordida o simplemente tirarles tomates o meterles por donde es más pecado el último recibo del IBI. Sería un modelo innovador de participación ciudadana y sin duda aumentaría el vínculo emocional entre el consistorio y los parroquianos.
Arty, el músico, ya no está, porque la Concejalía de Comercio le abrió un expediente por “ocupación de la vía pública” y ha tomado la sabia y muy humanitaria medida de conceder a los músicos callejeros permisos por sólo quince días. Ocupación de la vía pública dicen. Vías públicas de mírame y no me toques, patrimonio de ceporros y paniaguados que cobran de los ciudadanos al grito de la calle es mía y no me la toca nadie. Puñetera manía de prohibir, reprimir, reglamentar. ¿Acaso a mí o a algún otro conciudadano nos han preguntado alguna vez si nos gusta que se ocupen las vías públicas con chismes para anuncios, con esculturas ñoñas, con mesas y sillas? ¿Acaso alguien ha averiguado a cuántos nos gustan esos anuncios que ahora adornan las vías con la invitación a asistir a cursos de llionés? Y sí a mí me molestan los papones en Semana Santa o me fastidia el continuo cambio de adoquines con el plan E o el J, ¿dónde reclamo? ¿Estorbaría el acordeón de Arty si interpretara aires regionales o himnos leoneses, si es que hay tales?
Cuentan que fueron algunos hosteleros locales los que protestaron porque Arty les cansaba con su música. Concretamente, dicen, el dueño de una cafetería hortera que se llama Victoria. Oigan, antes esa calle se llamaba del Generalísimo y quién sabe si el nombre del cafetucho es homenaje a la Victoria aquella. Deberían aplicarle lo de la memoria histórica y obligar al negociete a cambiar de nombre y que se llame Café Patria Llionesa o alguna lindeza por el estilo. Ahí queda la idea. Yo, desde luego, ya he tomado mi última coca-cola con pincho en ese tugurio.
Andan algunos ciudadanos revueltos y un servidor, modestamente, se suma a su protesta. Digo más, propongo que creemos el Partido del Acordeón y que presentemos a Arty como candidato a alcalde en las próximas elecciones municipales. Sería el único que tocaría cosas agradables en vez de hacer lo que hacen todos esos mandangas con carguete, que sólo saben tocarnos los cojones. Con perdón, pero es lo que hay.
Ahora Arty ya no está. No es que haya decidido cambiar de aires, no, lo ha echado el Ayuntamiento. ¿Será que las calles son del Ayuntamiento? Quizá, pero en ese caso yo humildemente solicito que lo sustituya la concejala de Comercio y que toque ella lo que buenamente pueda. Tengo varias ideas al respecto. O que, puesto que hasta existe un concejal de Cultura Leonesa, sea éste el que subido sobre una peana declame en llionés hasta que se le hielen los cataplines. También se podría instalar una plataforma para que en ella se turnen los variados concejales haciendo la estatua y, a ser posible, ataviados con taparrabos y con las cuentas municipales, tan deficitarias, colgadas de las partes, con respeto al género, por supuesto. Los pacíficos ciudadanos podríamos echarles monedas para aliviar el déficit, proponerles nuevos suelos urbanizables a tanto de mordida o simplemente tirarles tomates o meterles por donde es más pecado el último recibo del IBI. Sería un modelo innovador de participación ciudadana y sin duda aumentaría el vínculo emocional entre el consistorio y los parroquianos.
Arty, el músico, ya no está, porque la Concejalía de Comercio le abrió un expediente por “ocupación de la vía pública” y ha tomado la sabia y muy humanitaria medida de conceder a los músicos callejeros permisos por sólo quince días. Ocupación de la vía pública dicen. Vías públicas de mírame y no me toques, patrimonio de ceporros y paniaguados que cobran de los ciudadanos al grito de la calle es mía y no me la toca nadie. Puñetera manía de prohibir, reprimir, reglamentar. ¿Acaso a mí o a algún otro conciudadano nos han preguntado alguna vez si nos gusta que se ocupen las vías públicas con chismes para anuncios, con esculturas ñoñas, con mesas y sillas? ¿Acaso alguien ha averiguado a cuántos nos gustan esos anuncios que ahora adornan las vías con la invitación a asistir a cursos de llionés? Y sí a mí me molestan los papones en Semana Santa o me fastidia el continuo cambio de adoquines con el plan E o el J, ¿dónde reclamo? ¿Estorbaría el acordeón de Arty si interpretara aires regionales o himnos leoneses, si es que hay tales?
Cuentan que fueron algunos hosteleros locales los que protestaron porque Arty les cansaba con su música. Concretamente, dicen, el dueño de una cafetería hortera que se llama Victoria. Oigan, antes esa calle se llamaba del Generalísimo y quién sabe si el nombre del cafetucho es homenaje a la Victoria aquella. Deberían aplicarle lo de la memoria histórica y obligar al negociete a cambiar de nombre y que se llame Café Patria Llionesa o alguna lindeza por el estilo. Ahí queda la idea. Yo, desde luego, ya he tomado mi última coca-cola con pincho en ese tugurio.
Andan algunos ciudadanos revueltos y un servidor, modestamente, se suma a su protesta. Digo más, propongo que creemos el Partido del Acordeón y que presentemos a Arty como candidato a alcalde en las próximas elecciones municipales. Sería el único que tocaría cosas agradables en vez de hacer lo que hacen todos esos mandangas con carguete, que sólo saben tocarnos los cojones. Con perdón, pero es lo que hay.
Las calles son nuestras y los políticos nuestros asalariados. Tomemos la calle, pues.
ResponderEliminarPropongo una cacerolada al lado de la cafeteria... Una pitada en las calles de todo el país... Una sentada en toda Europa... Una acampada mundial...
Un cordial saludo.
Profesor, sin maldad, sáquenos esa "h" del ojo (de Elsa "habría" los ojos) y luego borre este comentario; como decía Garrigues, las cucarachas hay que matarlas en cuanto se ven.
ResponderEliminarUf, gracias, Anónimo amigo. Tengo que releer(me) más e ir con más cuidado.
ResponderEliminarHombre profesor , y si el nombre de la cafetería Victoria tiene algo que ver con la gran victoria del Generalísimo en la Guerra Anticomunista (porque civiles ha habido a cientos en ESPAÑA) ¿qué? ya sabe que amigos del blog nos han recordado que cuando en un argumento se tiende a nombrar a Hitler , ¡fallo argumentativo!
ResponderEliminarPD: Nun hay que dar de comer al rapusu hay que da-y de comer al chubu
ResponderEliminarjajajajajajaja
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