Hasta hace poco lo utilizaban solo los presentadores de la televisión que se ayudaban de un aparato a distancia para leer las noticias. Le llaman teleprompter. En inglés, que es el idioma mandón. La semana pasada me extraviaron la maleta en un aeropuerto y me dieron para pasar la noche un “kit”. Hace poco me hubieran dado un neceser y hace más tiempo se hubieran disculpado por no poderme ofrecer una señora. Hemos cambiado el galicismo por el anglicismo: muestra idiomática del triunfo del imperio americano sobre la decadente Europa.
La novedad, respecto del teleprompter, es su paso de los periodistas a los políticos que ahora pronuncian sus discursos con el aparatito enfrente. La primera vez que lo advertí fue la tarde en la que Obama habló en Berlín. Cenábamos en casa del sociólogo Ignacio Sotelo y le escuchábamos por la televisión. Me sorprendió lo trabado de su arenga. Mi sorpresa fue grande cuando al día siguiente me entero por los periódicos que se había limitado a leer. Me pareció una estafa, una estafa discursiva pero estafa al cabo. Con posterioridad me han explicado que el método está haciendo furor entre sus colegas.
Cierto es que de esta forma se aligera la actividad del gran tribuno quien ya disponía del “negro” para escribir y, ahora, del teleprompter para leer. Así ya se puede: imposible concebir más facilidades en el ejercicio de una profesión. No me extraña que en la Universidad existan jóvenes profesores que no aciertan a dar una clase sin la ayuda de un aparato conocido como powerpoint o de unas membranas llamadas transparencias que hasta ahora eran picardías de jovencita seductora y ahora son las chuletas de quien ni se sabe la lección ni es capaz de exponer sus conocimientos con claridad.
Así van cambiando los tiempos, se me dirá. Y es cierto pero la verdad es que no consigo imaginar a Castelar aquel día de abril de 1868 cuando se discutía en las Cortes el proyecto de lo que sería la Constitución de 1869 y él defendía la libertad religiosa leyendo en un teleprompter su famoso final: "¡Grande es Dios en el Sinaí (con todo su poder). Pero más grande es el Dios del Calvario, el del perdón, ...que predicaba la libertad, la igualdad y la fraternidad entre los hombres!". Ni me imagino a Unamuno o a Ortega en las Cortes republicanas asistidos por el aparatejo para enhebrar sus magníficos discursos, ahítos de razonamientos, maldades y hasta improperios. O las famosas oraciones “en campo abierto” de Azaña con los ojos miopes de don Manuel fijos en un lejano teleprompter sostenido por un pariente alcalaíno.
El uso de estos trucos para hablar en público mueve un poco a la risa y se presta a cachondeo. Pero tiene un lado menos humorístico ya que tales prácticas hunden sus raíces en algo que debería preocuparnos: las escasa consistencia de quienes ocupan las tribunas políticas relevantes en los foros más campanudos. Pues es evidente que quien tiene ideas maduras, ideas que son producto de reflexiones y de lecturas, y, sobre todo, quien cree en ellas, quien las ha asimilado y hecho suyas ¿cómo es posible que sea incapaz de expresarlas sin esta añagaza, propia del colegial que improvisa o se ha aprendido cuatro datos de memoria para hacer frente a un examen ocasional?
Esto es lo inquietante de la chuleta electrónica. Y lo que nos debe hacer mirar con desconfianza a quien se sirve de ella.
Malos tiempos en verdad para la oratoria, viaticada por ignorantes cósmicos, listillos de ocasión y confiteros de tópicos. Sepultada, ay, entre transparencias, powerpoints y teleprompters. Así nos va.
La novedad, respecto del teleprompter, es su paso de los periodistas a los políticos que ahora pronuncian sus discursos con el aparatito enfrente. La primera vez que lo advertí fue la tarde en la que Obama habló en Berlín. Cenábamos en casa del sociólogo Ignacio Sotelo y le escuchábamos por la televisión. Me sorprendió lo trabado de su arenga. Mi sorpresa fue grande cuando al día siguiente me entero por los periódicos que se había limitado a leer. Me pareció una estafa, una estafa discursiva pero estafa al cabo. Con posterioridad me han explicado que el método está haciendo furor entre sus colegas.
Cierto es que de esta forma se aligera la actividad del gran tribuno quien ya disponía del “negro” para escribir y, ahora, del teleprompter para leer. Así ya se puede: imposible concebir más facilidades en el ejercicio de una profesión. No me extraña que en la Universidad existan jóvenes profesores que no aciertan a dar una clase sin la ayuda de un aparato conocido como powerpoint o de unas membranas llamadas transparencias que hasta ahora eran picardías de jovencita seductora y ahora son las chuletas de quien ni se sabe la lección ni es capaz de exponer sus conocimientos con claridad.
Así van cambiando los tiempos, se me dirá. Y es cierto pero la verdad es que no consigo imaginar a Castelar aquel día de abril de 1868 cuando se discutía en las Cortes el proyecto de lo que sería la Constitución de 1869 y él defendía la libertad religiosa leyendo en un teleprompter su famoso final: "¡Grande es Dios en el Sinaí (con todo su poder). Pero más grande es el Dios del Calvario, el del perdón, ...que predicaba la libertad, la igualdad y la fraternidad entre los hombres!". Ni me imagino a Unamuno o a Ortega en las Cortes republicanas asistidos por el aparatejo para enhebrar sus magníficos discursos, ahítos de razonamientos, maldades y hasta improperios. O las famosas oraciones “en campo abierto” de Azaña con los ojos miopes de don Manuel fijos en un lejano teleprompter sostenido por un pariente alcalaíno.
El uso de estos trucos para hablar en público mueve un poco a la risa y se presta a cachondeo. Pero tiene un lado menos humorístico ya que tales prácticas hunden sus raíces en algo que debería preocuparnos: las escasa consistencia de quienes ocupan las tribunas políticas relevantes en los foros más campanudos. Pues es evidente que quien tiene ideas maduras, ideas que son producto de reflexiones y de lecturas, y, sobre todo, quien cree en ellas, quien las ha asimilado y hecho suyas ¿cómo es posible que sea incapaz de expresarlas sin esta añagaza, propia del colegial que improvisa o se ha aprendido cuatro datos de memoria para hacer frente a un examen ocasional?
Esto es lo inquietante de la chuleta electrónica. Y lo que nos debe hacer mirar con desconfianza a quien se sirve de ella.
Malos tiempos en verdad para la oratoria, viaticada por ignorantes cósmicos, listillos de ocasión y confiteros de tópicos. Sepultada, ay, entre transparencias, powerpoints y teleprompters. Así nos va.
Veamos, si no escriben sus discursos ¿qué importancia puede tener que no los memoricen? A mí me importa un bledo si usan telenosequé, memoria prodigiosa o pinganillo. Es más, entiendo que deben hacer uso de cualquier avance electrónico para evitar meteduras de pata múltiples. Para ser mentiroso, digo político, hay que tener una muy buena memoria y si es posible selectiva.
ResponderEliminarUna cosa es un líder mundial que debe variar su discurso y adaptarlo al
entorno donde se encuentre, y otra es un líder regional o nacional que se aprende cuatro consignas y las repite hasta la extenuación. Estos últimos no tienen que poseer cualidad alguna, ni siquiera retentiva, a base de macharcar continuamente lo mismo; se les queda.
Que todas las estafas sean utilizar el teleyoquesé.
Por cierto ¿quién escucha a los políticos? ¡Qué pereza, oiga!
Un cordial saludo.
Don Sosawágner, no sé yo...
ResponderEliminarSin duda, hay grandes discursos de orador-profeta inspirado por la pasión del momento.
Pero algunos de los más grandes discursos del siglo XX son discursos trabajados, elaborados sobre el papel y leídos en público o por la radio. Y ello no les resta ni un ápice de mérito ni de poder. ¡Y siguen hoy siendo emocionantes y cargados de sentido!
Los discursos y arengas radiadas de Churchill son un ejemplo de discurso leído con maestría: el impresionante Their finest hour o el vibrante "The Few"), o el "Masters of Our Fate".
Un discurso de parangonable al "Their Finest Hour" es el "I Have A Dream", de Martin Luther King... leído en su primera mitad con la potencia imbatible y machacona de las olas contra la costa (noten cómo al principio la voz es más grave que al final)... y en su segunda mitad, proclamado con la fuerza de un profeta.
No hay diferencia de mérito entre leer de la cuartilla, como haría Castelar o Churchill, y leer del teleprompter. Son sólo dos técnicas distintas. Lo importante será el relleno. Amos, digoyó.
[Y respecto de lo de los profesores que no saben hablar en público (!!!), debo darle la razón. Pero yo ya los padecí antes de que inventasen el Pagüerpóin, leyendo la lección del jodido manual de su señorito. Ahora la diferencia es que en vez de esconder el manual del señorito, lo proyectan en la pared y los alumnos pueden seguirlo a su ritmo].
[Ah: y conste que creo que el PetitPoint, como herramienta, tiene su innegable utilidad. Como la pizarra].
Y digo yo, Don ATMC, que lleva Vd. más razón que un santo (you're right!). Que efectivamente lo más importante es lo que se tiene que decir, si se tiene algo que decir, no la forma a través de la cual se dice. Pero lo malo del "pagüerpoin" (lo citaré cuando utilice esta palabra) es que se acostumbra uno a ello, y al igual que esos profesores que leían el manual del señorito, muchos políticos, como saben que siempre está el teleprompter, ya ni se preocupan ni suqiera de leer antes lo que van a decir en público. Y ya sabe degenerando, degenerando, acaban de gobernador civil de Huelva.
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