El ex marido acaba de soltar un montón de improperios contra su antigua esposa y entre otras cosas le ha espetado que sólo se depilaba cuanto llegaba el tiempo de playa y que con los años se le hicieron insoportables los ruidos de ella en el baño, pero la mujer contraataca con fieras alusiones a la escasa hombría de su pasada pareja y con demoledores detalles sobre las rutinas hogareñas de él. Cuando el presentador terció con preguntas cruzadas que tocaban nuevos aspectos de su convivencia de antaño, la mujer estalló en llanto y el hombre reaccionó agresivamente y sacó a relucir pasados fracasos televisivos del sujeto y rumores sobre sus inclinaciones sexuales, momento en que el programa se interrumpió y llegó una nueva tanda de anuncios.
Lola aprovechó para explayarse sobre la indudable falta de estilo de la mujer y Manolo fue hasta la cocina a buscar una cerveza en la nevera. Cuando regresó al salón, su cónyuge seguía desgranando pormenores sobre la problemática biografía de la dama, hasta que Manolo, de nuevo acomodado en el sillón y tomándose la cerveza directamente de la botella y a largos tragos, hizo saber que a él le parecían ambos igual de impresentables y que no entendía por qué se emitían esos programas tan embrutecedores.
- Tú cállate, que no estás para hablar. Nunca has entendido a Kant y todos tus artículos sobre el lugar de la razón práctica en el cálculo económico no son más que refritos sin ningún fondo.
- ¿Qué has dicho? -tronó Manolo incorporándose a medias y posando la botella vacía en la mesita de centro.
- Yo no he abierto la boca -contestó Lola con un hilo de voz.
- Además, te has aprovechado de tu última becaria y después de hacerla trabajar para ti y de propasarte con ella en la mismísima mesa de tu despacho, la has dejado tirada de mala manera y ni te has molestado en respaldarla cuando concursó para el contrato de ayudante.
- Manolo, la televisión te está hablando -Lola tenía unos ojos como platos y temblaba como si hubiera un terremoto en su sofá.
- ¡Pero qué cojones es esto! -gritó él poniéndose de pie y avanzando hacia el aparato.
- ¡No, no lo apagues! Seguro que era un anuncio. Manolo, ¿por qué te has mosqueado?
- Eso, por qué te mosqueas. Explícate, Manolo, explícate.
Era el presentador el que, en primer plano y mirando fijamente a la cámara, se dirigía a Manolo. No había duda. ¿Será una pesadilla?
- Tú de qué vas, hijoputa, métete en tus asuntos -bramó Manolo con la cara encendida y un espumarajo asomando por la comisura de los labios.
- Manolo, qué es lo que ha dicho ese hombre. -La voz de Lola salió con dificultad entre un mar de hipos y jadeos.
Él iba a replicar algo pero se atragantaba.
- Y tú, Lola, no te hagas la mosquita muerta y nárrale a tu hombre cómo acabó la última fiesta de tu oficina -Ahora era la mujer de la tele la que ocupaba la pantalla con un dedo extendido y gesto acusador.
- ¿Qué es esa historia de la fiesta de la oficina?
- Nada, Manuel, ya sabes que fuimos todos a tomar unas copas e hicimos unas risas.
En este instante, en la pantalla asomaba el hombre y gritaba que él jamás le consentiría una cosa así a su pareja.
- ¿Y tú quien coño te crees que eres, eh? Maldito payaso -Manolo gritaba con su cara a un palmo del televisor.
- Yo sólo te digo que a una pécora como tu mujer no la aguantaría ni tres días. Y de payaso nada, leo a Kant y a Gadamer en alemán y si quieres te recito de memoria cualquier capítulo de la Crítica del Juicio. Así que cuidadín.
- Manolo, ese señor me ha llamado pécora -Lola se deshacía en lágrimas.
- Pues tú chitón también, que ya me vas a explicar luego algunas cosas.
- Creo que deberías aclarar tu tema ahora mismo, Lola -Era el presentador, con una sonrisa de oreja a oreja.
- Manolo, cuando vuelva la publicidad te lo cuento todo.
- No, no, hablad ahora. Y que él nos informe a todos del lío con la becaria.
- No hay ningún lío ni tengo nada que decir y me marcho de aquí ahora mismo.
- Manolo, mira, una cámara. ¡Ha entrado una cámara en nuestra casa!
En efecto, las puertas del salón se habían abierto de par en par y una cámara había aparecido y se movía por el recinto.
- Hacemos una mínima pausa y en tres minutos regresamos. No se lo pierdan.
Lola aprovechó para explayarse sobre la indudable falta de estilo de la mujer y Manolo fue hasta la cocina a buscar una cerveza en la nevera. Cuando regresó al salón, su cónyuge seguía desgranando pormenores sobre la problemática biografía de la dama, hasta que Manolo, de nuevo acomodado en el sillón y tomándose la cerveza directamente de la botella y a largos tragos, hizo saber que a él le parecían ambos igual de impresentables y que no entendía por qué se emitían esos programas tan embrutecedores.
- Tú cállate, que no estás para hablar. Nunca has entendido a Kant y todos tus artículos sobre el lugar de la razón práctica en el cálculo económico no son más que refritos sin ningún fondo.
- ¿Qué has dicho? -tronó Manolo incorporándose a medias y posando la botella vacía en la mesita de centro.
- Yo no he abierto la boca -contestó Lola con un hilo de voz.
- Además, te has aprovechado de tu última becaria y después de hacerla trabajar para ti y de propasarte con ella en la mismísima mesa de tu despacho, la has dejado tirada de mala manera y ni te has molestado en respaldarla cuando concursó para el contrato de ayudante.
- Manolo, la televisión te está hablando -Lola tenía unos ojos como platos y temblaba como si hubiera un terremoto en su sofá.
- ¡Pero qué cojones es esto! -gritó él poniéndose de pie y avanzando hacia el aparato.
- ¡No, no lo apagues! Seguro que era un anuncio. Manolo, ¿por qué te has mosqueado?
- Eso, por qué te mosqueas. Explícate, Manolo, explícate.
Era el presentador el que, en primer plano y mirando fijamente a la cámara, se dirigía a Manolo. No había duda. ¿Será una pesadilla?
- Tú de qué vas, hijoputa, métete en tus asuntos -bramó Manolo con la cara encendida y un espumarajo asomando por la comisura de los labios.
- Manolo, qué es lo que ha dicho ese hombre. -La voz de Lola salió con dificultad entre un mar de hipos y jadeos.
Él iba a replicar algo pero se atragantaba.
- Y tú, Lola, no te hagas la mosquita muerta y nárrale a tu hombre cómo acabó la última fiesta de tu oficina -Ahora era la mujer de la tele la que ocupaba la pantalla con un dedo extendido y gesto acusador.
- ¿Qué es esa historia de la fiesta de la oficina?
- Nada, Manuel, ya sabes que fuimos todos a tomar unas copas e hicimos unas risas.
En este instante, en la pantalla asomaba el hombre y gritaba que él jamás le consentiría una cosa así a su pareja.
- ¿Y tú quien coño te crees que eres, eh? Maldito payaso -Manolo gritaba con su cara a un palmo del televisor.
- Yo sólo te digo que a una pécora como tu mujer no la aguantaría ni tres días. Y de payaso nada, leo a Kant y a Gadamer en alemán y si quieres te recito de memoria cualquier capítulo de la Crítica del Juicio. Así que cuidadín.
- Manolo, ese señor me ha llamado pécora -Lola se deshacía en lágrimas.
- Pues tú chitón también, que ya me vas a explicar luego algunas cosas.
- Creo que deberías aclarar tu tema ahora mismo, Lola -Era el presentador, con una sonrisa de oreja a oreja.
- Manolo, cuando vuelva la publicidad te lo cuento todo.
- No, no, hablad ahora. Y que él nos informe a todos del lío con la becaria.
- No hay ningún lío ni tengo nada que decir y me marcho de aquí ahora mismo.
- Manolo, mira, una cámara. ¡Ha entrado una cámara en nuestra casa!
En efecto, las puertas del salón se habían abierto de par en par y una cámara había aparecido y se movía por el recinto.
- Hacemos una mínima pausa y en tres minutos regresamos. No se lo pierdan.
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