Llevo casi una semana entera dando vueltas de un lado para otro, de tesis doctoral en seminario y de seminario en tesis doctoral. Contento y entre amigos, conste. Pero menos mal que desde hoy volveré a dormir en casa y a ponerme a mis cosas.
Es curioso cómo se van configurando cada tanto nuevas modas intelectuales en estos temas en los que supuestamente trabajamos los de las ciencias sociales y jurídicas. Esta temporada no hago más que leer sobre y oír hablar de asuntos tales como gobernanza, sistemas alternativos de participación y administración, derechos reflexivo, derecho responsivo, soft law, sostenibilidad y otra serie de temas de ese cariz que me tienen entre perplejo y con la sensación de que me he equivocado de tren o de época.
No voy a soltar aquí un escrito ni largo ni pretendidamente sesudo sobre cuestiones de este jaez -además estoy durmiéndome en la T4 a la espera del avión para León-, pero sí me gustaría, brevemente, diagnosticar tres dolencias que aquejan a la tribu profesoral en estos tiempos: fetichismo semántico, mitología participativa y soberbia disfrazada de deliberación universal.
Comencemos por el fetichismo semántico. Últimamente cunde el convencimiento de que para cambiar el mundo sólo hace falta modificar el lenguaje. Ciertas prácticas injustas y desagradables desaparecerán por arte de magia en cuanto dejemos de usar algunos sustantivos y determinados calificativos o si alteramos el género de los nombres. Otras veces el efecto taumatúrgico se ha de producir inventándose nociones nuevas. Un buen ejemplo de esto último puede ser la idea de gobernanza, sobre la que, por cierto, acabo de leer una tesis doctoral magnífica. Después de constatar que las instituciones públicas son cada vez más opacas y autoritarias, pensamos que todo puede cambiar sustituyendo la idea de gobierno por la de gobernanza y definiendo ésta como una forma de tomar decisiones y de aplicarlas al margen de las jerarquías tradicionales, con mucha negociación con los agentes sociales y los comités de expertos y en un clima de confianza y reciprocidad. Mano de santo.
No sabemos quiénes son los famosos agentes sociales ni quién o en virtud de qué selecciona a los que se las dan de expertos, pero nos quedamos la mar de convencidos de que con esos elementales trucos se modifica la lógica del poder y, sobre todo, aumenta la participación y la importancia de ese vaporoso ente llamado sociedad civil. Mentira cochina. Las fracturas sociales y las desigualdades preexistentes se mantienen o incluso aumentan, pero el poder se legitima a base de fingirse abierto al diálogo, la negociación y la conciliación de intereses. Mentira, repito. Si escaso es el control que usted o yo ejercemos sobre nuestros representantes por vía de la democracia representativa, por estos caminos alternativos de la gobernanza dicho control se vuelve nulo. Los comités, comisiones y demás expresiones del movimiento asociativo o de representación de los llamados intereses difusos no son más que vías para disfrazar el lobby de toda la vida y maneras de reclutar nuevos cómplices y servidores del poder sin pasar por los filtros legales y políticos habituales.
Esto nos lleva a la segunda idea, la de la mitología de la participación. Que si sociedades en red, que si negociación multinivel, que si estrategias de concertación... Cuentos chinos. De lo que se trata en verdad es de sustraer las decisiones a sus controles jurídicos y de legitimar determinados acuerdos alcanzados en la ardiente oscuridad en la que se intercambian favores y se reparten privilegios para grupúsculos infames. Y todo dando por sentado -en las antípodas del pensamiento progresista o izquierdista tradicional- que, en su fondo, la sociedad es armónica y que sólo hay que descubrir los procedimientos que nos permitan a todos entendernos, conciliar y alcanzar de la manita el interés general. De la lucha de clases y la pugna entre grupos que compiten por la dominación estamos pasando a pensar que todo se arregla hablando y que a base de dialéctica deliberativa nace la síntesis del interés común y del bien general. O sea, estamos recuperando por la puerta de atrás lo que antaño se llamaba democracia orgánica o corporativa. Como cuando Franco, sin ir más lejos, sólo que ahora los adalides de la armonía universal parlanchina van sin corbata y con sandalias. O, si queremos hacer otra comparación más provocativa, aunque tomándola sólo en lo que sirva, parece que estamos descubriendo con entusiasmo lo que hace tanto tiempo que practica la mafia: funcionamiento en red, contactos variados con la “sociedad civil”, estrategias de penetración comunitaria, descentralización de ciertas decisiones, márgenes de autonomía operativa y de ejecución imaginativa de las decisiones por parte de ciertos “colectivos”, ritualismo deliberativo, lealtades comunitarias, etc., etc., etc. ¿Hacían falta tantas alforjas científico-sociales para ese viaje a los abismos de una dominación disfrazada de humanismo retórico, pluralismo jurídico y mecanismos alternativos de resolución de conflictos?
Y, por último, la soberbia intelectual de tantos académicos que no sólo piensan que han descubierto la pólvora y han resuelto la cuadratura del círculo, sino que, además y ante todo, están firmemente convencidos de que si todos los sujetos que componen la sociedad deliberaran en las condiciones perfectas de la habermasiana situación ideal de diálogo, llegarían a las mismas conclusiones que ellos alcanzan cuando deliberan solos o con su grupete, pues no en vano el intelectual de siempre y, sobre todo, el dizque científico social de hoy se consideran la clase universal y los portavoces de los intereses todos de la humanidad, comenzando por los de esos oprimidos del mundo que siguen sin voz mientras la intelectualidad habla y habla, hace giras y bolos y, primero que todo, pone la mano para que le financien investigaciones y proyectos esas instituciones a las que luego legitima con sus chuscas, cínicamente idealistas y muy elitistas teorías. Aunque todo muy sostenible, eso sí.
Es curioso cómo se van configurando cada tanto nuevas modas intelectuales en estos temas en los que supuestamente trabajamos los de las ciencias sociales y jurídicas. Esta temporada no hago más que leer sobre y oír hablar de asuntos tales como gobernanza, sistemas alternativos de participación y administración, derechos reflexivo, derecho responsivo, soft law, sostenibilidad y otra serie de temas de ese cariz que me tienen entre perplejo y con la sensación de que me he equivocado de tren o de época.
No voy a soltar aquí un escrito ni largo ni pretendidamente sesudo sobre cuestiones de este jaez -además estoy durmiéndome en la T4 a la espera del avión para León-, pero sí me gustaría, brevemente, diagnosticar tres dolencias que aquejan a la tribu profesoral en estos tiempos: fetichismo semántico, mitología participativa y soberbia disfrazada de deliberación universal.
Comencemos por el fetichismo semántico. Últimamente cunde el convencimiento de que para cambiar el mundo sólo hace falta modificar el lenguaje. Ciertas prácticas injustas y desagradables desaparecerán por arte de magia en cuanto dejemos de usar algunos sustantivos y determinados calificativos o si alteramos el género de los nombres. Otras veces el efecto taumatúrgico se ha de producir inventándose nociones nuevas. Un buen ejemplo de esto último puede ser la idea de gobernanza, sobre la que, por cierto, acabo de leer una tesis doctoral magnífica. Después de constatar que las instituciones públicas son cada vez más opacas y autoritarias, pensamos que todo puede cambiar sustituyendo la idea de gobierno por la de gobernanza y definiendo ésta como una forma de tomar decisiones y de aplicarlas al margen de las jerarquías tradicionales, con mucha negociación con los agentes sociales y los comités de expertos y en un clima de confianza y reciprocidad. Mano de santo.
No sabemos quiénes son los famosos agentes sociales ni quién o en virtud de qué selecciona a los que se las dan de expertos, pero nos quedamos la mar de convencidos de que con esos elementales trucos se modifica la lógica del poder y, sobre todo, aumenta la participación y la importancia de ese vaporoso ente llamado sociedad civil. Mentira cochina. Las fracturas sociales y las desigualdades preexistentes se mantienen o incluso aumentan, pero el poder se legitima a base de fingirse abierto al diálogo, la negociación y la conciliación de intereses. Mentira, repito. Si escaso es el control que usted o yo ejercemos sobre nuestros representantes por vía de la democracia representativa, por estos caminos alternativos de la gobernanza dicho control se vuelve nulo. Los comités, comisiones y demás expresiones del movimiento asociativo o de representación de los llamados intereses difusos no son más que vías para disfrazar el lobby de toda la vida y maneras de reclutar nuevos cómplices y servidores del poder sin pasar por los filtros legales y políticos habituales.
Esto nos lleva a la segunda idea, la de la mitología de la participación. Que si sociedades en red, que si negociación multinivel, que si estrategias de concertación... Cuentos chinos. De lo que se trata en verdad es de sustraer las decisiones a sus controles jurídicos y de legitimar determinados acuerdos alcanzados en la ardiente oscuridad en la que se intercambian favores y se reparten privilegios para grupúsculos infames. Y todo dando por sentado -en las antípodas del pensamiento progresista o izquierdista tradicional- que, en su fondo, la sociedad es armónica y que sólo hay que descubrir los procedimientos que nos permitan a todos entendernos, conciliar y alcanzar de la manita el interés general. De la lucha de clases y la pugna entre grupos que compiten por la dominación estamos pasando a pensar que todo se arregla hablando y que a base de dialéctica deliberativa nace la síntesis del interés común y del bien general. O sea, estamos recuperando por la puerta de atrás lo que antaño se llamaba democracia orgánica o corporativa. Como cuando Franco, sin ir más lejos, sólo que ahora los adalides de la armonía universal parlanchina van sin corbata y con sandalias. O, si queremos hacer otra comparación más provocativa, aunque tomándola sólo en lo que sirva, parece que estamos descubriendo con entusiasmo lo que hace tanto tiempo que practica la mafia: funcionamiento en red, contactos variados con la “sociedad civil”, estrategias de penetración comunitaria, descentralización de ciertas decisiones, márgenes de autonomía operativa y de ejecución imaginativa de las decisiones por parte de ciertos “colectivos”, ritualismo deliberativo, lealtades comunitarias, etc., etc., etc. ¿Hacían falta tantas alforjas científico-sociales para ese viaje a los abismos de una dominación disfrazada de humanismo retórico, pluralismo jurídico y mecanismos alternativos de resolución de conflictos?
Y, por último, la soberbia intelectual de tantos académicos que no sólo piensan que han descubierto la pólvora y han resuelto la cuadratura del círculo, sino que, además y ante todo, están firmemente convencidos de que si todos los sujetos que componen la sociedad deliberaran en las condiciones perfectas de la habermasiana situación ideal de diálogo, llegarían a las mismas conclusiones que ellos alcanzan cuando deliberan solos o con su grupete, pues no en vano el intelectual de siempre y, sobre todo, el dizque científico social de hoy se consideran la clase universal y los portavoces de los intereses todos de la humanidad, comenzando por los de esos oprimidos del mundo que siguen sin voz mientras la intelectualidad habla y habla, hace giras y bolos y, primero que todo, pone la mano para que le financien investigaciones y proyectos esas instituciones a las que luego legitima con sus chuscas, cínicamente idealistas y muy elitistas teorías. Aunque todo muy sostenible, eso sí.
¡Chapeau, don Juan Antonio!
ResponderEliminarHombre, pues hoy me comento a mí mismo para dar noticia de que se me frustró la vuelta a casa. Ya casi sobrevolando León, el comandante informó de que la nevada que caía impedía aterrizar, por lo que nos desviaron a Asturias. En Asturias bajamos los pasajeros del avión y al rato nos informan de que embarquemos de nuevo y que regresamos a Madrid. Rebelión general -rebeliones propiamente ya sólo se ven en los aeropuertos y que a Madrid no vuelve ni Zeus. Así que me cogí el petate y me vine a dormir a Gijón, donde ahora mismo estoy en casa y me voy a la cama. Y digo yo, ¿no se podría haber solucionado lo de la nevada con una comisión multisectorial, una negociación informal con el piloto y un clima más sostenible regulado mediante un derecho sin normas jerarquizadas, innovación institucional polifacética y unos tragos de Rioja?
ResponderEliminar¡¡CÓMU NO REBELARSE!! ¡¡Es que en Llión se face ya indispensable el DREICHU A DECIDIRE!!.
ResponderEliminarFirmo debajo seis veces.
ResponderEliminarLa cuestión es que X quiere que le hagan caso en la Administración Z.
- X puede ser un tío magnífico, que quiere que la Administración Z introduzca una práctica cojonuda y socialmente muy necesaria.
- Pero X también puede ser un honrado lobbysta que quiere que la Administración Z adopte los servicios de su sector.
- X incluso puede ser un lobbysta despreciable que quiere que su grupo reciba un trato de favor, como por ejemplo un pago de miles de millones por "costes de tránsito a la competencia en el sector de la electricidad estática" (un suponer).
Los tres son eso horrible que se llama "sociedad civil"... porque son ciudadanos de nuestra sociedad y porque no son militares. Eso sí: cuando alguien habla de "sociedad civil", por lo general se refiere a grupos organizados representativos de INTERESES ECONÓMICOS MASIVOS. Rara vez se cuelan ahí los intereses de la clase trabajadora o la clase media (no hablemos ahora del trabajo de los sindicatos, por favor).
"Abrir la acción de gobierno a la sociedad civil" significa abrirla a:
- Lobbies económicamente tan fuertes como para forzar la interlocución.
- "Asociaciones" cuya autootorgada representatividad no ha sido validada en un proceso democrático (pero ¿a quién cojones representan los representantes de Asociaciones de... televidentes? ... vecinos? Acoqui: en Madrid no pocas de estas asociaciones están siendo el refugio de organizaciones de ultraderecha. Y timadores).
Por cierto:
ResponderEliminarQUEREMOS SABER LA VERDATSCH
Estupendo post el de hoy, profesor. Junto con el amigo ATMC (si a él no le molesta, claro es), firmo las veces que haga falta.
ResponderEliminarUna observación sobre las organizaciones de la llamada sociedad civil: me parecen un mero instrumento para que el poder de turno subvencione a su aparato de propaganda con el dinero de todos nosotros. Me me apuesto unos vinos y unos platos de pata negra y longaniza de León a que sin la sopa boba del dinero público (ese de ustedes y mío), la sociedad civil esa no dura ni cuatro días (vale, sí, soy un tahur ventajista).
Saludos
SI QUE ARTICULO TAN FANTASTICO..CUANDO ERA ADOLECENTE QUISE ESTUDIAR LEYES ...PERO BUENO..TERMINE ESTUDIANDO OTRA CARRRERA..Y ANALIZANDO TAMBIEN MI SITUACION ACTUAL...POR SUERTE TENGO OTRA CLASES DE FETICHES MITOS Y VICIOS INTELECUALES...COMO LEER UN BUEN ARTICULO...ES CASI ORGASMICO,ME IMAGINO AL AUTOR..ACARICIANDO MIS PIERNAS DEBAJO DEL ESCRITORIO..ESO SI ES FETICHISMO!!
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