15 enero, 2010

¿Homenajean a Miguel Hernández?

Veo en El País los fastos que se preparan con motivo del centenario de Miguel Hernández. Enésima aberración, a juicio de este modesto lector antiguo de sus versos.
Entro despacio, se me cae la frente
despacio, el corazón se me desgarra
despacio, y despaciosa y negramente
vuelvo a llorar al pie de una guitarra.
Ay, aquellos vientos del pueblo convertidos en ventosidades de concejales, ocurrencias chuscas de buscavidas de la cultureta, abrevadero de chotos mansos y afeitados.
Todo es bueno
y lo hacemos malo
con nuestro veneno
Se van a levantar un día de estos unos cuantos poetas y, a latigazos, van a sacar del templo a tanto fariseo y van a reclamar en verso libre, muy libre, que se liberen sus poemas, que se eche al mar con una piedra al cuello a tanto ilustrado sin lustre, a tanto crítico acrítico, a toda esa reata que vive del poema ajeno, que usurpa, que se lucra, que cultiva la impostura con cara de esotérico extreñimiento.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.
¿Ah, no? Pobre Miguel. Sí medran, sí. Tú los conocías ya.
Hombres veo que de hombres
sólo tienen, sólo gastan
el parecer y el cigarro,
el pantalón y la barba.
En el corazón son liebres,
gallinas en las entrañas,
galgos de rápido vientre,
que en épocas de paz ladran
y en épocas de cañones
desaparecen del mapa.
Bien está el homenaje a su memoria. Pero a su memoria.
Yo trato que de mí queden
una memoria de sol
y un sonido de valiente.
Qué pensaría él de ser pretexto, pasatiempo de niñatos y viejos verdes en hoteles con jacuzzi y en salones con vedettes.
Si cada boca de España,
de su juventud, pusiese
estas palabras, mordiéndolas,
en lo mejor de sus dientes:
si la juventud de España,
de un impulso solo y verde,
alzara su gallardía,
sus músculos extendiese
contra los desenfrenados
que apropiarse España quieren,
sería el mar arrojando
a la arena muda siempre
varios caballos de estiércol
de sus pueblos transparentes,
con un brazo inacabable
de perpetua espuma fuerte.
Van a gastar 2,1 millones de euros para que unos canten y otros hablen y todos, pero todos ellos, coman. Será que perdimos la guerra, pensarías, si aún pudieras pensar. Sí, Miguel, la perdiste y perdida sigue.
Con ese dinero alcanzaría para regalar tus poemas a cada niño de cada pueblo pequeño. Con ese dinero tendríamos para amansar un tiempo el hambre de tantos y, luego de darles de comer, se les podría contar que era un homenaje tuyo, tuyo para ellos. Pero no comerán de tus libros los niños ni los pobres precisamente, no.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y sangre
Las cebollas serán caramelizadas y con reducción de un exótico vinagre, amigo Miguel; los comensales, orondos; los pechos, los de este Estado de alta costura y costurones bien ocultos.
Pues no se les ha ocurrido a los lunáticos ni más ni menos que mandar tus obras a la luna y han contratado una empresa estadounidense que se llama Celestis para que se los lleva allá. Dicen que era tu sueño, ellos leen así. Se te ocurrió escribir aquello de Perito en lunas y a los desocupados les ha parecido idea muy a tu medida el invento. Si tuvieras una obra que se llamara "Perito en tierras", recalificarían unas fincas y luego te enterrarían de nuevo en ellas bajo un rascacielos diseñado por Santiago Calatrava. Todo por la poesía y por los poetas muertos. Y el vivo al bollo.
Te explotan, poeta, porque ya no puedes explotar, porque ya te mataron otras veces. Triste rutina. Soñaré esta noche que aún les clavas unos versos en la soberbia y que, tranquilo, vuelves a tus montes, con la gente.
Fatiga tanto andar sobre la arena
descorazonadora de un desierto,
tanto vivir en la ciudad de un puerto
si el corazón de barcos no se llena.
Angustia tanto el son de la sirena
oído siempre en un anclado huerto,
tanto la campanada por el muerto
que en el otoño y en la sangre suena,
que un dulce tiburón, que una manada
de inofensivos cuernos recentales,
habitándome días, meses y años,
ilustran mi garganta y mi mirada
de sollozos de todos los metales
y de fieras de todos los tamaños.

3 comentarios:

  1. ¿Tendrán estos progres zapateros, que piensan rendir homenaje a Miguel Hernández, la decencia de acordarse que él nunca se olvidó de lo que significaba España en su vida?

    Por si acaso les sucede a ellos, y a alguno más que sienten verguenza de decir el nombre de España, aquí va el poema con el que deberían comenzar el homenaje:

    Madre España

    Abrazado a tu cuerpo como el tronco a su tierra,
    con todas las raíces y todos los corajes,
    ¿quién me separará, me arrancará de tí,
    madre?
    Abrazado a tu vientre, ¿quién me lo quitará,
    si su fondo titánico da principio a mi carne?
    Abrazado a tu vientre, que es mi perpetua casa,
    ¿nadie?
    Madre: abismo de siempre, tierna de siempre: entrañas
    donde desembocado se unen las sangres:
    donde todos los huesos caídos se levantan:
    madre.
    Decir madre es decir "tierra" que me ha parido;
    es decir, a los muertos:"hermanos, levantarse";
    es sentir en la boca y escuchar bajo el suelo sangre.
    La otra madre es un puente, nada más, de tus ríos.
    El otro pecho es una burbuja de tus mares.
    Tú eres la madre entera con todo tu infinito,
    madre.
    Tierra: tierra en la boca, y en el alma, y en todo.
    Tierra que voy comiendo, que al fin ha de tragarme.
    Con más fuerza que antes, volverás a parirme,
    madre.
    Cuando sobre tu cuerpo sea una leve huella,
    volverás a parirme con más fuerza que antes.
    Cuando un hijo es un hijo, vive y muere gritando:
    ¡madre!
    Hermanos: defendamos su vientre acometido,
    hacia donde los grajos crecen de todas partes,
    pues, para que las malas alas vuelen, aún quedan
    aires.
    Echad a las orillas de vuestro corazón
    el sentimiento en límites, los efectos parciales.
    Son pequeñas historias al lado de ella, siempre
    grande.
    Una fotografía y un pedazo de tierra,
    una carta y un monte son a veces iguales.
    Hoy eres tú la hierba que crece sobre todo,
    madre.
    Familia de esta tierra que nos funde en la luz,
    los más oscuros muertos pugnan por levantarse,
    fundirse con otros y salvar la primera
    madre.
    Espeña, piedra estoica que se abrió en dos pedazos
    de dolor y de piedra profunda para darme:
    no me separarán de tus altas entrañas,
    madre.
    Además de morir por tí, pido una cosa:
    que la mujer y el hijo que tengo, cuando pasen, vayan hasta el rincón que habite de tu vientre,
    madre.

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  2. Yo no puedo evitarlo, pero el poema que más me gusta de Miguel Hernández es este soneto:

    Como el toro he nacido para el luto
    y el dolor, como el toro estoy marcado
    por un hierro infernal en el costado
    y por varón en la ingle con un fruto.

    Como el toro lo encuentra diminuto
    todo mi corazón desmesurado,
    y del rostro del beso enamorado,
    como el toro a tu amor se lo disputo.

    Como el toro me crezco en el castigo,
    la lengua en corazón tengo bañada
    y llevo al cuello un vendaval sonoro.

    Como el toro te sigo y te persigo,
    y dejas mi deseo en una espada,
    como el toro burlado, como el toro.

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  3. No parece que hablara de naciones, ¿verdad?
    VIENTOS DEL PUEBLO ME LLEVAN


    Vientos del pueblo me llevan,
    vientos del pueblo me arrastran,
    me esparcen el corazón
    y me aventan la garganta.

    Los bueyes doblan la frente,
    impotentemente mansa,
    delante de los castigos:
    los leones la levantan
    y al mismo tiempo castigan
    con su clamorosa zarpa.

    No soy de un pueblo de bueyes,
    que soy de un pueblo que embargan
    yacimientos de leones,
    desfiladeros de águilas
    y cordilleras de toros
    con el orgullo en el asta.
    Nunca medraron los bueyes
    en los páramos de España.
    ¿Quién habló de echar un yugo
    sobre el cuello de esta raza?
    ¿Quién ha puesto al huracán
    jamás ni yugos ni trabas,
    ni quién al rayo detuvo
    prisionero en una jaula?

    Asturianos de braveza,
    vascos de piedra blindada,
    valencianos de alegría
    y castellanos de alma,
    labrados como la tierra
    y airosos como las alas;
    andaluces de relámpagos,
    nacidos entre guitarras
    y forjados en los yunques
    torrenciales de las lágrimas;
    extremeños de centeno,
    gallegos de lluvia y calma,
    catalanes de firmeza,
    aragoneses de casta,
    murcianos de dinamita
    frutalmente propagada,
    leoneses, navarros, dueños
    del hambre, el sudor y el hacha,
    reyes de la minería,
    señores de la labranza,
    hombres que entre las raíces,
    como raíces gallardas,
    vais de la vida a la muerte,
    vais de la nada a la nada:
    yugos os quieren poner
    gentes de la hierba mala,
    yugos que habéis de dejar
    rotos sobre sus espaldas.
    Crepúsculo de los bueyes
    está despuntando el alba.

    Los bueyes mueren vestidos
    de humildad y olor de cuadra:
    las águilas, los leones
    y los toros de arrogancia,
    y detrás de ellos, el cielo
    ni se enturbia ni se acaba.
    La agonía de los bueyes
    tiene pequeña la cara,
    la del animal varón
    toda la creación agranda.

    Si me muero, que me muera
    con la cabeza muy alta.
    Muerto y veinte veces muerto,
    la boca contra la grama,
    tendré apretados los dientes
    y decidida la barba.

    Cantando espero a la muerte,
    que hay ruiseñores que cantan
    encima de los fusiles
    y en medio de las batallas.

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