Partamos de un ejemplo. Supongamos que a usted y a mí el médico nos examina, nos hace todo tipo de pruebas y al final emite su diagnóstico y su recomendación: tienen ustedes el colesterol por las nubes y corren grave riesgo de infarto, así que aténganse a una dieta alimenticia bien estricta y, para empezar, dejen de comer todo el día esas fabadas cargadas de tocino, chorizo y morcilla. Y ahora imaginemos que, ante el diagnóstico y la terapia recomendada, usted y yo nos molestamos muchísimo y nos plantamos de manifestación ante la casa del médico, con una pancarta que diga “Contra los recortes alimenticios” y otra que rece “Queremos comer como el que más”. Caramba, parece que algo chirriaría. ¿Por qué? Porque un argumento basado en hechos y proferido por quien tiene competencia para el análisis de tales hechos no se puede cuestionar con respuestas políticas o reacciones viscerales, sino sólo contraponiendo otros análisis de los hechos, para mostrar que en el diagnóstico primero había un error o que la reacción propuesta no es la más adecuada. En nuestro ejemplo: nuestra manifestación o nuestra sentada ante la consulta del médico son una gilipollez, y lo son porque como tenga razón en su predicción, vamos a morir y, además, vamos a quedar para la posteridad como unos perfectos imbéciles.
¿Cuál sería el modo más racional de proceder en una situación así? En primer lugar, informarse sobre la competencia del médico en cuestión. ¿Es un buen especialista? ¿Tiene buena reputación? ¿Suele acertar? En segundo lugar, procurarse, en la medida de lo posible, información sobre los procedimientos aplicados: ¿se analizó correctamente todo lo que había que analizar? ¿Es la dieta prescrita la que se considera mejor respuesta o más conveniente tratamiento para esa dolencia? ¿Existen otras alternativas mejores o más efectivas? Y, como usted y yo no somos médicos ni nos movemos con soltura en ese terreno, lo mejor sería que averiguáramos dónde hay otro médico que sea buenísimo y experto en esas cosas y que fuéramos a él a pedirle un segundo diagnóstico y, en su caso, a contrastar el tratamiento.
¿Por qué se me vienen a la mente estas cosas tan raras? Porque acabo de leer en El País una información sobre las recientes manifestaciones sindicales contra el “pensionazo” que el gobierno prepara, al parecer -no se sabe bien, porque un día asoma la patita por debajo de la puerta y otro día no, y así todo el rato-. Pero, si hay tal “pensionazo”, consistirá en ampliar la edad de jubilación y en modificar la base para el cálculo de las pensiones. ¿Por qué razón? Porque se dice que el sistema de seguridad social corre peligro de quiebra en unos años si no se aplican esas reformas. Ahora ponga que a usted o a mí nos preguntan qué nos parece la cuestión y si estamos de acuerdo o no con semejantes reformas en ciernes. No sé usted, pero yo tengo claro que no sabría qué decir. Puede que esa “terapia” me moleste tanto como la dieta sin grasa que me manda el médico por causa de mi colesterol, pero estamos en las mismas: ¿salgo de manifestación o le monto al médico una bronca por diagnosticarme el mal que tengo y recomendarme la dieta que lo aminore?
Referirse a estas cuestiones eminentemente técnicas nada más que en términos de derechos y de resistencia a su recorte es estulticia o demagogia. Si yo me tomo las indicaciones del médico por la brava y las interpreto como una inadmisible restricción de mi derecho a alimentarme rico y como me dé la gana, estoy haciendo el indio (con perdón, a lo mejor esta expresión ya no se puede usar y no me he enterado). ¿Será que prefiero morirme con mis derechos nominalmente íntegros? Bien, pues ya que hablamos de comer, apliquemos el refrán: después de muerto, la cebada al rabo.
Yo no entiendo ni papa de los cálculos económicos del sistema de seguridad social ni de tasas, índices, curvas y porcentajes. Nada. ¿Que hay ahí mucho que debatir y que no tenemos por qué aceptar lo que diga el primero que pase, llámese gobierno, oposición o sindicato? Por supuesto, debátase. Pero qué pinto yo en ese debate, vamos a ver. Nada, pues no me entero de la misa la media. Entonces ¿voy a la manifestación contra el “pensionazo” o no voy? Pues no voy, pero no para dar por sentado que no tiene la razón el sindicato vertical y que sí la tiene el gobierno, sino porque no sé quién la tiene. Entonces ¿qué reclamo? Pues esto: a) que los expertos nos informen del modo más objetivo, realista e imparcial posible; b) que los expertos debatan aquellos extremos sobre los que discrepen, tratando de buscar la luz y no de arrimar el ascua a ninguna sardina; c) que el gobierno, una vez que esté bien asesorado, haga lo que más convenga al interés general y al mío, que seguramente en esto coincidirán. ¿Y qué es? Pues asegurar la pervivencia del sistema de seguridad social y de pensiones. Si hace falta recortar prestaciones, que se recorten; si no, no.
El gobierno tiene que explicar con datos por qué considera necesarias las reformas y los sindicatos deben explicar con datos por qué se oponen a ellas. Lo demás, todo lo demás, es demagogia, ruido, manipulación, confundir la velocidad con el tocino. Precisamente.
¿Cuál sería el modo más racional de proceder en una situación así? En primer lugar, informarse sobre la competencia del médico en cuestión. ¿Es un buen especialista? ¿Tiene buena reputación? ¿Suele acertar? En segundo lugar, procurarse, en la medida de lo posible, información sobre los procedimientos aplicados: ¿se analizó correctamente todo lo que había que analizar? ¿Es la dieta prescrita la que se considera mejor respuesta o más conveniente tratamiento para esa dolencia? ¿Existen otras alternativas mejores o más efectivas? Y, como usted y yo no somos médicos ni nos movemos con soltura en ese terreno, lo mejor sería que averiguáramos dónde hay otro médico que sea buenísimo y experto en esas cosas y que fuéramos a él a pedirle un segundo diagnóstico y, en su caso, a contrastar el tratamiento.
¿Por qué se me vienen a la mente estas cosas tan raras? Porque acabo de leer en El País una información sobre las recientes manifestaciones sindicales contra el “pensionazo” que el gobierno prepara, al parecer -no se sabe bien, porque un día asoma la patita por debajo de la puerta y otro día no, y así todo el rato-. Pero, si hay tal “pensionazo”, consistirá en ampliar la edad de jubilación y en modificar la base para el cálculo de las pensiones. ¿Por qué razón? Porque se dice que el sistema de seguridad social corre peligro de quiebra en unos años si no se aplican esas reformas. Ahora ponga que a usted o a mí nos preguntan qué nos parece la cuestión y si estamos de acuerdo o no con semejantes reformas en ciernes. No sé usted, pero yo tengo claro que no sabría qué decir. Puede que esa “terapia” me moleste tanto como la dieta sin grasa que me manda el médico por causa de mi colesterol, pero estamos en las mismas: ¿salgo de manifestación o le monto al médico una bronca por diagnosticarme el mal que tengo y recomendarme la dieta que lo aminore?
Referirse a estas cuestiones eminentemente técnicas nada más que en términos de derechos y de resistencia a su recorte es estulticia o demagogia. Si yo me tomo las indicaciones del médico por la brava y las interpreto como una inadmisible restricción de mi derecho a alimentarme rico y como me dé la gana, estoy haciendo el indio (con perdón, a lo mejor esta expresión ya no se puede usar y no me he enterado). ¿Será que prefiero morirme con mis derechos nominalmente íntegros? Bien, pues ya que hablamos de comer, apliquemos el refrán: después de muerto, la cebada al rabo.
Yo no entiendo ni papa de los cálculos económicos del sistema de seguridad social ni de tasas, índices, curvas y porcentajes. Nada. ¿Que hay ahí mucho que debatir y que no tenemos por qué aceptar lo que diga el primero que pase, llámese gobierno, oposición o sindicato? Por supuesto, debátase. Pero qué pinto yo en ese debate, vamos a ver. Nada, pues no me entero de la misa la media. Entonces ¿voy a la manifestación contra el “pensionazo” o no voy? Pues no voy, pero no para dar por sentado que no tiene la razón el sindicato vertical y que sí la tiene el gobierno, sino porque no sé quién la tiene. Entonces ¿qué reclamo? Pues esto: a) que los expertos nos informen del modo más objetivo, realista e imparcial posible; b) que los expertos debatan aquellos extremos sobre los que discrepen, tratando de buscar la luz y no de arrimar el ascua a ninguna sardina; c) que el gobierno, una vez que esté bien asesorado, haga lo que más convenga al interés general y al mío, que seguramente en esto coincidirán. ¿Y qué es? Pues asegurar la pervivencia del sistema de seguridad social y de pensiones. Si hace falta recortar prestaciones, que se recorten; si no, no.
El gobierno tiene que explicar con datos por qué considera necesarias las reformas y los sindicatos deben explicar con datos por qué se oponen a ellas. Lo demás, todo lo demás, es demagogia, ruido, manipulación, confundir la velocidad con el tocino. Precisamente.
Para que se cumplan los tres puntos que cita, a saber, que los expertos nos informen bien, que debatan entre ellos sin arrimar el ascua a su sardina y que el gobierno tome la decisión más conveniente para toda la sociedad, se tienen que cumplir otros requisitos: 1º. Que los expertos y aquellos que nos transmiten la información sean independientes; los expertos dificilmente lo van a ser ya que el gobierno es quien les va a dar la paga, e información no la va a haber independiente tampoco, la habrá diversa (por suerte o por desgracia, vaya usted a saber) y cada una dirigida a un público distinto. 2º. Antes de que suceda lo anterior, o para que suceda lo anterior, es necesario que al Gobierno le interese de verdad el interés general más que las estadísticas sobre intención de voto. Y para que esto último sea así, hay que idear un sistema político-social distinto al actual. ¿Revolución? no, de eso acusarían querer hacer seguramente los que están en la poltrona a quienes lo propusieran (con intención de meternos el miedo en el cuerpo, hoy día nadie tiene ganas de revolución); más bien sería evolución aprendiendo de lo mal hecho y cambiando aquello que haya que cambiar, pero a ver quien se atreve con la acción pedagógica.
ResponderEliminarUn saludo
Para continuar con el tropo del médico y el paciente renuente al diagnóstico y el tratamiento, habría que añadir que es ese mismo médico el que nos lleva diciendo toda la vida que tenemos una salud de hierro y que no debemos preocuparnos por nada. Además, llevamos años siguiendo la dieta de excesos porque él nos la ha impuesto y ha presumido de sus éxitos. Ahora, cuando nos dice que hay que cambiar un poquito, es lógico que su comportamiento durante todos los años previos socave su credibilidad.
ResponderEliminarEl caso es que el mal llamado "pensionazo" es como querer parar la fuga de agua de la grieta de una presa poniendo una tirita. El médico nos recomienda un leve cambio en nuestra dieta para poder aparentar cierto prestigio profesional en el Colegio de Médicos europeo ahora que en el mismo se duda de la solvencia de nuestro médico. Pero tampoco parece muy convencido de su recomendación, ya que teme que cambiemos de médico si insiste mucho en el tratamiento (¡como si los médicos de la competencia nos merecieran más credibilidad!).
Nuestro sistema de pensiones, ese tan parecido a la estafa piramidal de Madoff, es un problema en sí mismo. Asumirlo requiere abrir los ojos y eso es algo que en la sociedad del pan y el circo, parece mucho pedir.
Hay alguna iniciativa (muy marginal, por ahora) que demuestra que la sociedad civil no está muerta del todo, adjunto un link para quien le interese:
http://www.pensionesdignas.es/?gclid=CNHqx--UjaACFUYB4wodiSdYdA
Saludos.
El actual sistema de pensiones contributivas, como ya ha indicado Don Carlos Díez en el comentario anterior, es inviable por piramidal.
ResponderEliminarLa cuenta es muy sencilla si analizamos un caso extremo: un muchacho se pone a trabajar a la edad mínima exigida (16 años) y no cesa en su actividad laboral hasta los 65 años.
Estos 49 años de cotización, a través del ingreso 25% (aproximado) de sus bases salariales, y si no tenemos en cuenta inflaciones, deflaciones, ni otras posibles variables, nos daría para garantizar la pensión a nuestro jubilado ejemplar durante menos de 12,5 años.
Es decir, o lo matamos antes de que cumpla los 78 años o ya sería deficitario para nuestro actual sistema de reparto.
Evidentemente este caso es excepcional, por tanto el 90% de las jubilaciones son/serán deficitarias, compensando este hecho incuestionable el, hasta ahora, constante incremento de los cotizantes activos respecto a los jubiados.
El crecimiento piramidal de la masa de cotizantes es también inviable, a no ser que pretendamos acabar como Hong Kong y fomentemos para ello el incremento de la natalidad más allá del recambio generacional o nos empeñemos en seguir aplicando "políticas" irresponsables en materia de inmigración, para compensar nuestros descuadres tanto en las cuentas públicas, como en las cuentas de resultados de los "Grandes Señores", aunque lo sepamos disfrazar de buenismo barato.
La solución evidentemente pasa por mantener un porcentaje alto de cotizantes, moderar el importe de las pensiones más altas, compensar los déficits de la seguridad social mediante partidas de los PGE y tender hacia un sistema de capitalización, en el que por ejemplo el trabajador pueda decidir, al igual que en el RETA, su base de cotización.
Desde luego pasa también por una intensa contención del gasto público, volver a la rigurosa discriminación de nuestras madres entre lo principal y lo accesorio, porque si no a nuestro docto doctor habrá que ponerle voz de vicetiple mediante una radical intervención quirúrgica.
Tomando como referencia los 3 puntos que Vd cita habría que poner en duda lo siguiente
ResponderEliminarpunto a) ¿qué expertos, los que no se dieron cuenta de qué estábamos en crisis?, supongo que esos no , de modo objetivo será en el día exacto de la consulta porque hacer una predicción como que no , es como si al médico de marras ese que menciona Vd que nos dice que no comamaos las grasas se le pregunta ¿oiga y si dejo de comer estas grasas hoy dentro de 15 años no tendré nada en la próstata? ...pues vaya Vd a saber ; punto b) ya sabe el dicho , cuando no quieras solucionar un problema crea una comisión para que debantan los expertos eso es como si le ponemos a Vd a debatir con Dershowitz acerca de como de esterilizadas han de estar las agujas en la tortura a un terrorista de los de la "ticking bomb" en la puta vida habría consenso ; c) asegurar el sistema de pensiones ¿hasta cuando? porque habría que decir , por ejemplo, los que vivisteis de puta madre del nominón (entre los que se encuentran los catedráticos de universidad)y de cursos y la ostia en verso ahora tendréis una pensión mínima , a saber ,los que os lo llevasteis crudo de 3.000 euros al mes para arriba de jubilación os llevareis 400 eso para que no os lo gasteis en piscinitas y viajecitos mientras otros ciudadanos no pueden ir ni a Valladolid.
http://www.vnavarro.org/
ResponderEliminarDrs. Hay.no de la Sta. M. Pero los hay.