Probablemente no sea una sorpresa para el ciudadano pero lo cierto es que la dedicación a la política es pecado a los ojos de los dioses. Como son muchas las tropelías que se pueden cometer desde el poder es lógico que el gobernante se deslice por el terraplén de los desmanes y al final incurra en la violación de un montón de preceptos morales. ¿Puede extrañar que ello desencadene la ira de quienes todo lo ven desde el más allá?
Creo que no. El político pues peca. Pero como no lo hace contra el Espíritu Santo, que es lo imperdonable según los textos más sagrados, puede impetrar la absolución por medio de la penitencia. Esto ha sido siempre así y no hay más que ver los libros penitenciales antiguos para advertir las que se imponían a los monjes en casos de pecados sonados: por ejemplo, la práctica de la sodomía se castigaba imponiendo un ayuno de diez años; la fornicación, si era una vez, tres años; la misma fornicación, cuando era repetida y disfrutada, hasta siete años y así seguido...
En el mundo de la política se ha impuesto una penitencia más sutil pero no por ello menos cruel: el cóctel. Los políticos que pecan, y somos todos, estamos condenados a depurar nuestra conciencia acudiendo a un cóctel que, a su vez, conoce modalidades diferenciadas: el cóctel sin discurso es la más benigna, a ella le sigue el cóctel con discurso de una, dos, tres o más personalidades en función de la gravedad de la infracción cometida. Yo puedo aducir mi propio ejemplo: la última semana en Bruselas he acudido a tres cócteles y he oído catorce discursos. No dudo de mi comportamiento censurable ni de que había pecado de forma recia pero tampoco dudo de que he quedado limpio cual patena tras la consagración.
Porque ha de saberse que el cóctel es ese lugar donde se coleccionan tonterías de una forma entonada y continua. La pregunta que hará el afortunado que no ha de asistir a cócteles es ¿son tontos quienes acuden a un cóctel? Mi experiencia me dice que no necesariamente. Ocurre sin embargo que en el cóctel se está de pie y esta posición erguida mantenida durante un par de horas desequilibra las lumbares, las cervicales y las articulaciones más sufridas que puedan existir en la humana corpulencia, lo que contribuye a que el sufridor se entregue a la formulación de los más manoseados lugares comunes cuando no sencillamente al desvarío mental.
Hay otro aspecto a considerar no menos relevante. Y es que esa misma posición despierta el apetito como ocurre con una excursión al monte o a la playa. Como quiera que en los cócteles se reparten canapés y montaditos de ibérico, es comprensible que el asistente busque en ellos el consuelo que no puede encontrar en la conversación con sus semejantes. Pero, al ser escasa la oferta y exigente la demanda, se produce el fenómeno que los economistas explican con tanto garbo y desenvoltura. Conclusión: no es fácil atrapar algo bueno y misericordioso para “la bucólica” (como diría don Miguel de Cervantes) y eso lleva al desánimo intelectual y a la pereza argumentativa. Es decir, a la sandez, a proferir vaciedades sin recato alguno.
Véase pues el cóctel como la penitencia aplicada a los políticos por sus atropellos. Quien no lo sea debe abstenerse de acudir a estos ágapes y su penitencia habrá de cumplirla en otros escenarios.
“Padre, me acuso de haber escrito un decreto y de haber presentado dos enmiendas en la Comisión de Presupuestos”. No te preocupes, hijo, asiste a siete cócteles, escucha diez discursos y cómete doce croquetas. Y yo te absuelvo de tus pecados en nombre del Padre...
Creo que no. El político pues peca. Pero como no lo hace contra el Espíritu Santo, que es lo imperdonable según los textos más sagrados, puede impetrar la absolución por medio de la penitencia. Esto ha sido siempre así y no hay más que ver los libros penitenciales antiguos para advertir las que se imponían a los monjes en casos de pecados sonados: por ejemplo, la práctica de la sodomía se castigaba imponiendo un ayuno de diez años; la fornicación, si era una vez, tres años; la misma fornicación, cuando era repetida y disfrutada, hasta siete años y así seguido...
En el mundo de la política se ha impuesto una penitencia más sutil pero no por ello menos cruel: el cóctel. Los políticos que pecan, y somos todos, estamos condenados a depurar nuestra conciencia acudiendo a un cóctel que, a su vez, conoce modalidades diferenciadas: el cóctel sin discurso es la más benigna, a ella le sigue el cóctel con discurso de una, dos, tres o más personalidades en función de la gravedad de la infracción cometida. Yo puedo aducir mi propio ejemplo: la última semana en Bruselas he acudido a tres cócteles y he oído catorce discursos. No dudo de mi comportamiento censurable ni de que había pecado de forma recia pero tampoco dudo de que he quedado limpio cual patena tras la consagración.
Porque ha de saberse que el cóctel es ese lugar donde se coleccionan tonterías de una forma entonada y continua. La pregunta que hará el afortunado que no ha de asistir a cócteles es ¿son tontos quienes acuden a un cóctel? Mi experiencia me dice que no necesariamente. Ocurre sin embargo que en el cóctel se está de pie y esta posición erguida mantenida durante un par de horas desequilibra las lumbares, las cervicales y las articulaciones más sufridas que puedan existir en la humana corpulencia, lo que contribuye a que el sufridor se entregue a la formulación de los más manoseados lugares comunes cuando no sencillamente al desvarío mental.
Hay otro aspecto a considerar no menos relevante. Y es que esa misma posición despierta el apetito como ocurre con una excursión al monte o a la playa. Como quiera que en los cócteles se reparten canapés y montaditos de ibérico, es comprensible que el asistente busque en ellos el consuelo que no puede encontrar en la conversación con sus semejantes. Pero, al ser escasa la oferta y exigente la demanda, se produce el fenómeno que los economistas explican con tanto garbo y desenvoltura. Conclusión: no es fácil atrapar algo bueno y misericordioso para “la bucólica” (como diría don Miguel de Cervantes) y eso lleva al desánimo intelectual y a la pereza argumentativa. Es decir, a la sandez, a proferir vaciedades sin recato alguno.
Véase pues el cóctel como la penitencia aplicada a los políticos por sus atropellos. Quien no lo sea debe abstenerse de acudir a estos ágapes y su penitencia habrá de cumplirla en otros escenarios.
“Padre, me acuso de haber escrito un decreto y de haber presentado dos enmiendas en la Comisión de Presupuestos”. No te preocupes, hijo, asiste a siete cócteles, escucha diez discursos y cómete doce croquetas. Y yo te absuelvo de tus pecados en nombre del Padre...
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