(Publicado hoy, jueves, en El Mundo de León)
Érase que se era un país en el que los políticos podían hacer y decir las más variadas cosas, pero con un límite infranqueable: el pueblo soberano no les perdonaba las mentiras, ni una. Al parecer, hay lugares en donde los ciudadanos, que más bien gustan de sentirse súbditos, tienen en gran estima al gobernante malandrín que los engaña de mala manera y los trata como a niños sin seso, pues piensan que cuanto más pícaro el que manda y con menor escrúpulo, tanto mayor su mérito. También se oye que en ciertas comunidades los parroquianos ensalzan al orador político que sea capaz de gastarse horas en discursos que nada signifiquen y que maree la perdiz a base de lugares comunes y expresiones insustanciales. Pero nada de esto sucede en el país de nuestro cuento, donde una simple mentira alevosa o un hipócrita disimulo pueden acabar con la carrera de un jefe de gobierno o un líder de la oposición. Piensan igualmente esos habitantes que si un político no enseña sus cartas, no precisa sus planes y no aclara sus propósitos para cuando gobierne, es porque o no tiene ni idea o sólo las tiene malas y prefiere que no se le conozcan. A ése tampoco le regalan el voto.
En ese lugar que narramos no se ve con buenos ojos que los que mandan no se atengan a lo que pactan e incumplan su palabra. Chaqueteros y frívolos se les llama allá a quienes resultan de tan poco fiar. Y para qué hablar del que se presenta a unas elecciones con un brillante programa inflado de promesas y luego, a la hora de la verdad, las incumple y echa las culpas al maestro armero, a la pertinaz sequía o a la oposición porque se opone. A ése lo fustigaban tanto o más que al mentiroso y en un periquete lo dejan compuesto y sin votos, por incapaz y por descarado. Hace tiempo que los pobladores de esa ejemplar nación descubrieron que ciertas etiquetas, como “derecha” e “izquierda”, son más falsas que la falsa moneda y sólo sirven para que los desalmados con espíritu trepador nos den gato por liebre y nos hagan bailar al son que más les convenga.
No sé si existirá ese país del cuento, aunque yo tenía entendido que la democracia, en rigor, sólo es posible en uno así. Pero, desde luego, ese país no es España. Una pena, pero no.
En ese lugar que narramos no se ve con buenos ojos que los que mandan no se atengan a lo que pactan e incumplan su palabra. Chaqueteros y frívolos se les llama allá a quienes resultan de tan poco fiar. Y para qué hablar del que se presenta a unas elecciones con un brillante programa inflado de promesas y luego, a la hora de la verdad, las incumple y echa las culpas al maestro armero, a la pertinaz sequía o a la oposición porque se opone. A ése lo fustigaban tanto o más que al mentiroso y en un periquete lo dejan compuesto y sin votos, por incapaz y por descarado. Hace tiempo que los pobladores de esa ejemplar nación descubrieron que ciertas etiquetas, como “derecha” e “izquierda”, son más falsas que la falsa moneda y sólo sirven para que los desalmados con espíritu trepador nos den gato por liebre y nos hagan bailar al son que más les convenga.
No sé si existirá ese país del cuento, aunque yo tenía entendido que la democracia, en rigor, sólo es posible en uno así. Pero, desde luego, ese país no es España. Una pena, pero no.
Pena da lo de un viejo país ineficiente, en el que si los tiempos son malos para la lírica, lo son peores aún para la épica. Afortunadamente, me pilla viejo.
ResponderEliminarPues estamos de enhorabuena, porque hoy José Bono (hijo de fascista reconocido)ha dicho en el Congreso que los políticos son el colectivo más transparente y honrado que existe hoy en España. En su caso será sin duda por sus genes fascistas.
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