Es lo que tiene viajar, que te pasan cosas que luego cuentas. Miren esto mío de ayer. Les doy mi palabra de que es verdad de pe a pa. Espero que no resulte zafia la historia, porque ocurrió así.
Menudo sobresalto. Llego al caer la tarde a mi hotel en Bogotá, el Hotel de La Ópera, y me instalo en mi habitación. Con la desinhibición propia del saberse solo, o de creerse tal, paso al baño y me doy a los quehaceres esperables. Cuando tengo la mano en el pulsador de la cisterna, de la mismísima pared, al lado de mi oreja, surge una estupenda voz de tenor que a todo trapo interpreta nada menos que la famosa canción de Tosca: “Recondita armonia de bellezze diverse”. ¿Armonía? ¿Recóndita? ¿Belleza? Juro que me puse como loco a mirar dónde estaba la cámara oculta y de qué aparato salía el vozarrón.
No había tales. Lo que pasa es que el hotel está lleno de rusos que deben de ser cantantes líricos. Mi vecino entona un poquillo cada hora, o así. Lo demás lo puso el azar o, como diría el Monod aquel que leíamos en tiempos, “entre el azar y la necesidad”.
Nunca había tenido cerca tantos rusos, ni cantantes ni silentes. Hay que ver cómo comen. Y qué grandes son, la mayoría. Esta mañana, uno de ellos y yo coincidimos, apresurados, ante el último croissant, y a qué no saben quién se lo llevó. Él. Sin abrir la boca ni necesidad de soltar un férreo gorgorito. Me sentí un poco División Azul, aunque iba de verde, y me pasé los cinco minutos siguientes revolviendo el café como si no tuviera ocupación mejor que darme a la melancolía. Lo que no tenía era croissant.
La mayor parte de los rusos éstos ya no son unos chavales. Rusas no llevan. Además, hay uno, de los más altos, con jersey negro de cuello de cisne y perilla, que les pasa lista de vez en cuando. O eso me parece a mí, pues va con un papel y le dice algo a cada uno y cada uno responde lo que yo imagino un “presente” o “a sus órdenes” o similar. ¿Serán soviéticos?
Tengo que enterarme de qué hacen. A lo mejor son de un coro del ejército ruso, y por eso. O vienen de parte de un magnate del petróleo a comprarse un par de equipos de fútbol colombianos y media docena de universidades de élite.
Ellos sabrán. Pero yo cada vez que entro al baño ando de puntillas y como cuando acabas de echarte novia nueva: bien discreto, decoroso, hasta dulce. No me vaya a salir el vecino con lo de Nessun dorma o la piuma al vento y tengamos un problema.
Menudo sobresalto. Llego al caer la tarde a mi hotel en Bogotá, el Hotel de La Ópera, y me instalo en mi habitación. Con la desinhibición propia del saberse solo, o de creerse tal, paso al baño y me doy a los quehaceres esperables. Cuando tengo la mano en el pulsador de la cisterna, de la mismísima pared, al lado de mi oreja, surge una estupenda voz de tenor que a todo trapo interpreta nada menos que la famosa canción de Tosca: “Recondita armonia de bellezze diverse”. ¿Armonía? ¿Recóndita? ¿Belleza? Juro que me puse como loco a mirar dónde estaba la cámara oculta y de qué aparato salía el vozarrón.
No había tales. Lo que pasa es que el hotel está lleno de rusos que deben de ser cantantes líricos. Mi vecino entona un poquillo cada hora, o así. Lo demás lo puso el azar o, como diría el Monod aquel que leíamos en tiempos, “entre el azar y la necesidad”.
Nunca había tenido cerca tantos rusos, ni cantantes ni silentes. Hay que ver cómo comen. Y qué grandes son, la mayoría. Esta mañana, uno de ellos y yo coincidimos, apresurados, ante el último croissant, y a qué no saben quién se lo llevó. Él. Sin abrir la boca ni necesidad de soltar un férreo gorgorito. Me sentí un poco División Azul, aunque iba de verde, y me pasé los cinco minutos siguientes revolviendo el café como si no tuviera ocupación mejor que darme a la melancolía. Lo que no tenía era croissant.
La mayor parte de los rusos éstos ya no son unos chavales. Rusas no llevan. Además, hay uno, de los más altos, con jersey negro de cuello de cisne y perilla, que les pasa lista de vez en cuando. O eso me parece a mí, pues va con un papel y le dice algo a cada uno y cada uno responde lo que yo imagino un “presente” o “a sus órdenes” o similar. ¿Serán soviéticos?
Tengo que enterarme de qué hacen. A lo mejor son de un coro del ejército ruso, y por eso. O vienen de parte de un magnate del petróleo a comprarse un par de equipos de fútbol colombianos y media docena de universidades de élite.
Ellos sabrán. Pero yo cada vez que entro al baño ando de puntillas y como cuando acabas de echarte novia nueva: bien discreto, decoroso, hasta dulce. No me vaya a salir el vecino con lo de Nessun dorma o la piuma al vento y tengamos un problema.
Eeeh...
ResponderEliminarComo las arias que nos ofrece don GA me inspiraron, me puse a buscar más.
Y buscando "OPERÍSTICA" en Google, el modo predictivo me ofreció las búsquedas más habituales de los españolitos...
http://img159.yfrog.com/i/operstica.jpg/
Pero, ¿con el nombre que tiene el hotel (que, por cierto, tiene una pinta estupenda) qué otra cosa se podía esperar? Lo de los rusos se explica, lo que no sé es si no esperarán del autor de este blog que cante él también. ¡Si yo fuera tú, empezaría a entonar Don Giovanni!
ResponderEliminar