Un amigo que milita en un partido político minoritario me contó hace días la siguiente anecdotilla. Se encontró con un conocido, hablaron un poco de política y el sujeto le soltó a mi amigo lo siguiente: “Sí, tu partido es muy majo, pero yo soy de Zapatero porque yo soy republicano, ¿sabes? Pero, ojo, republicano de los de antes”.
Aplastante. No pretendo hacer la exégesis de tan complejo enunciado ni preguntarme cómo será por dentro la cabeza de ese genio del razonamiento político. Tampoco se me alcanza qué relación ve el muy avispado entre la política de Zapatero y el amor a la República, salvo que haya secretas actitudes y ocultos propósitos que a uno se le escapan. Más bien me conformo con la idea de que mi amigo se topó con un imbécil. A eso no hay más vueltas que darle. Así que elevemos el tono un poquillo.
Tracemos primeramente el esquema de lo que, sin demasiadas pretensiones, puede considerarse un votante razonable y maduro, con psicología de ciudadano adulto. Llamemos X a ese ciudadano políticamente adulto. Por muy variadas razones (lecturas, influencia del medio, temperamento, situación personal…) X se ha formado una idea de las distintas opciones políticas, de los diferentes programas políticos que aquí y ahora compiten. X es capaz de señalar al menos unos pocos atributos definitorios de cada una de esas opciones. De entre todas ellas, X se forma una preferencia: prefiere (porque le parece avalada por mejores razones y más loables propósitos, etc.) la opción política P1. La antepone, por tanto a las opciones P2…Pn, que le convencen menos o nada.
Va de suyo, como ya se ha dicho, que X es capaz de diferenciar por algo más que por el nombre o por detalles meramente aparentes o cosméticos su opción preferida, P1, de las otras opciones (P2… Pn). Esto significa que si se le pregunta a X por qué prefiere P1, no responderá diciendo que le gusta P1 porque es P1 o porque no es P2, sino que podrá dar las razones que, en su opinión, definen dicha opción. Pongamos que las alternativas fueran nada más que una que llamamos conservadora y una que llamamos reformista, y que X prefiere la alternativa conservadora. Si le preguntamos por qué, no podrá decirnos que se acoge a la conservadora porque es la conservadora, o porque es la que más estima la buena gente, o porque en su casa siempre han sido conservadores. Es decir, a la primera o ante nuestra réplica, tiene que poder detallarnos, aunque sea mínimamente, qué significa para él la opción conservadora, enumerando caracteres o atributos que permitan diferenciar esa opción de la opción reformista. Si no es capaz, es un votante irracional. Por esa regla de tres también podrían votar las vocas o los cerdos.
Así que los esquemas más elementales de un ciudadano políticamente maduro pueden, en este punto, resumirse así:
“Prefiero la opción política P1 en razón de las características A, B y C que la definen o caracterizan, y que, por tanto, la diferencian de la opción política P2, cuyas notas definitorias son D, E, F, y de la opción política P3…, etc.”.
En tanto que votante, y puesto que a las urnas las ideas concurren encarnadas en o representadas por partidos o agrupaciones políticas, X deberá luego ver qué partido recoge, o recoge mejor o en mayor medida, su opción preferida, P1. Lo congruente es que vote a ese partido (llamémoslo H) en lugar de a cualquier otro que represente opciones diversas o que represente menos perfectamente esa opción. Por supuesto, cabe que el cálculo entren también otros factores, como cuál de entre los partidos (H, J…) próximos a P1 tiene más posibilidades de gobernar o cuenta con mayores garantías para ser eficaz en su gobierno, etc. Pero, simplificando, lo que se quiere decir aquí es que, permaneciendo idénticos otros factores, es incoherente el votante que se inclina por un partido que no recoja su opción preferente. Si no hay ninguno que la satisfaga en grado mínimo, puede ser también coherente la abstención o el voto en blanco.
Supongamos ahora que gana las elecciones el partido H, al que X votó porque encarnaba mejor que ningún otro, en su opinión, la idea o programa político P1, definido P1, en opinión de X, por los caracteres A, B, C. La pregunta ahora es: ¿cuánta disonancia o incongruencia entre la acción política del partido H en el gobierno (o en la oposicion, en realidad) y la opción política P1 puede X soportar sin dejar de votar a dicho partido? ¿Cuáles son aquí los umbrales razonables de tolerancia?
Aplastante. No pretendo hacer la exégesis de tan complejo enunciado ni preguntarme cómo será por dentro la cabeza de ese genio del razonamiento político. Tampoco se me alcanza qué relación ve el muy avispado entre la política de Zapatero y el amor a la República, salvo que haya secretas actitudes y ocultos propósitos que a uno se le escapan. Más bien me conformo con la idea de que mi amigo se topó con un imbécil. A eso no hay más vueltas que darle. Así que elevemos el tono un poquillo.
Tracemos primeramente el esquema de lo que, sin demasiadas pretensiones, puede considerarse un votante razonable y maduro, con psicología de ciudadano adulto. Llamemos X a ese ciudadano políticamente adulto. Por muy variadas razones (lecturas, influencia del medio, temperamento, situación personal…) X se ha formado una idea de las distintas opciones políticas, de los diferentes programas políticos que aquí y ahora compiten. X es capaz de señalar al menos unos pocos atributos definitorios de cada una de esas opciones. De entre todas ellas, X se forma una preferencia: prefiere (porque le parece avalada por mejores razones y más loables propósitos, etc.) la opción política P1. La antepone, por tanto a las opciones P2…Pn, que le convencen menos o nada.
Va de suyo, como ya se ha dicho, que X es capaz de diferenciar por algo más que por el nombre o por detalles meramente aparentes o cosméticos su opción preferida, P1, de las otras opciones (P2… Pn). Esto significa que si se le pregunta a X por qué prefiere P1, no responderá diciendo que le gusta P1 porque es P1 o porque no es P2, sino que podrá dar las razones que, en su opinión, definen dicha opción. Pongamos que las alternativas fueran nada más que una que llamamos conservadora y una que llamamos reformista, y que X prefiere la alternativa conservadora. Si le preguntamos por qué, no podrá decirnos que se acoge a la conservadora porque es la conservadora, o porque es la que más estima la buena gente, o porque en su casa siempre han sido conservadores. Es decir, a la primera o ante nuestra réplica, tiene que poder detallarnos, aunque sea mínimamente, qué significa para él la opción conservadora, enumerando caracteres o atributos que permitan diferenciar esa opción de la opción reformista. Si no es capaz, es un votante irracional. Por esa regla de tres también podrían votar las vocas o los cerdos.
Así que los esquemas más elementales de un ciudadano políticamente maduro pueden, en este punto, resumirse así:
“Prefiero la opción política P1 en razón de las características A, B y C que la definen o caracterizan, y que, por tanto, la diferencian de la opción política P2, cuyas notas definitorias son D, E, F, y de la opción política P3…, etc.”.
En tanto que votante, y puesto que a las urnas las ideas concurren encarnadas en o representadas por partidos o agrupaciones políticas, X deberá luego ver qué partido recoge, o recoge mejor o en mayor medida, su opción preferida, P1. Lo congruente es que vote a ese partido (llamémoslo H) en lugar de a cualquier otro que represente opciones diversas o que represente menos perfectamente esa opción. Por supuesto, cabe que el cálculo entren también otros factores, como cuál de entre los partidos (H, J…) próximos a P1 tiene más posibilidades de gobernar o cuenta con mayores garantías para ser eficaz en su gobierno, etc. Pero, simplificando, lo que se quiere decir aquí es que, permaneciendo idénticos otros factores, es incoherente el votante que se inclina por un partido que no recoja su opción preferente. Si no hay ninguno que la satisfaga en grado mínimo, puede ser también coherente la abstención o el voto en blanco.
Supongamos ahora que gana las elecciones el partido H, al que X votó porque encarnaba mejor que ningún otro, en su opinión, la idea o programa político P1, definido P1, en opinión de X, por los caracteres A, B, C. La pregunta ahora es: ¿cuánta disonancia o incongruencia entre la acción política del partido H en el gobierno (o en la oposicion, en realidad) y la opción política P1 puede X soportar sin dejar de votar a dicho partido? ¿Cuáles son aquí los umbrales razonables de tolerancia?
Me parece que la respuesta a esta pregunta sólo puede ser indirecta, tal que así: a circunstancias constantes, un votante es tanto menos maduro políticamente, tanto menos razonable en cuanto ciudadano político, cuanta mayor disonancia permite entre la acción del partido al que vota y la idea sustantiva por la que vota a ese partido. Otra forma de expresar dicha idea: un ciudadano es tanto más políticamente inmaduro cuanto más inmune sea su voto a un partido respecto de la acción política concreta (de gobierno o de oposición) del partido al que vota, inmunidad derivada de la disposición a sacrificar las ideas o programas que definen la concepción política de ese ciudadano, en pro de un líder o partido al que, por tanto, ya no se vota por razón de ideas, sino por otro tipo de motivos que serán, normalmente, móviles puramente emotivos (es muy guapo, era el partido de mi abuelo, es lo que vota mi novia, es lo que votamos los cojos, etc., etc.).
Si algo valen estas modestas herramientas de análisis, el diagnóstico resultante para nuestro país será deprimente: la inmensa mayoría de los españoles vota con las posaderas. Más elegantemente: la enorme fidelidad del voto de la mayoría de los españoles indica que el suyo no es un voto basado en preferencias reflexivas, sino en poses frívolas y en adscripciones puramente emotivas; en un campo, por cierto, en el que la emotividad es sinónimo de irracionalidad. Quien diga que vota a Fulano o Mengano porque le cae bien o porque habla bonito o porque tiene un hoyuelo atractivo en la barbilla es un perfecto zoquete, un inimputable político, un imbécil de libro.
Si algo valen estas modestas herramientas de análisis, el diagnóstico resultante para nuestro país será deprimente: la inmensa mayoría de los españoles vota con las posaderas. Más elegantemente: la enorme fidelidad del voto de la mayoría de los españoles indica que el suyo no es un voto basado en preferencias reflexivas, sino en poses frívolas y en adscripciones puramente emotivas; en un campo, por cierto, en el que la emotividad es sinónimo de irracionalidad. Quien diga que vota a Fulano o Mengano porque le cae bien o porque habla bonito o porque tiene un hoyuelo atractivo en la barbilla es un perfecto zoquete, un inimputable político, un imbécil de libro.
Como ejercicio, apliquemos lo anterior a los partidos mayoritarios aquí, el PP y el PSOE. Si consideramos al primero partido conservador y al segundo partido reformista, puede haber magníficas razones para preferir una u otra opción y votar en consecuencia a éste o aquél. Pero ahora bajemos de las ensoñaciones a los hechos.
Toda idea política o programa político del PP tendrán un carácter puramente presunto. Será el votante bienintencionado el que les impute a los de Rajoy esta o aquella concepción concreta de la sociedad o tal o cual solución para determinado problema. Porque lo que es decir, el PP no dice nada, salvo que por decir o proponer entendamos enunciados tan generalísimos como vacíos, del tipo “la familia es la célula básica de la sociedad” o “España se rompe”. Y, aunque hagamos el acto de caridad política de pensar que en esos enunciados hay contenidos tangibles y propuestas determinadas, no mejorará la situación, pues vemos que cuando el PP ha gobernado no ha cambiado ni una coma de la política familiar sentada antes por el otro partido (por ejemplo, ni de broma deroga el PP la legislación abortista que tanto critica desde la oposición) ni se propone el PP modificar ni tanto así la organización territorial de este Estado que, según su consigna, se rompe por estar mal organizado. ¿Entonces por qué lo votan tantos de los que lo votan? Yo no lo sé, pero creo que la mayoría de esos votantes son de piñón fijo y políticamente inimputables: o votan contra el PSOE o votan sin ideología sustantiva ninguna.
¿Y el PSOE? Aquí, al menos en un nivel superficial, la situación es la contraria. El PSOE de Zapatero ha sido un partido superideologizado. Zapatero y los suyos han tratado de hacer de la disputa ideológica el eje de sus apoyos. Pero el tipo de ideología con la que se han identificado tiene dos características que la hacen desentonar de lo que se supone que representa un partido socialista: escasa incidencia sobre la realidad social tangible y compatibilidad con una práctica política que muy difícilmente podrá ser calificada de socialista por un observador político mínimamente informado.
¿Y el PSOE? Aquí, al menos en un nivel superficial, la situación es la contraria. El PSOE de Zapatero ha sido un partido superideologizado. Zapatero y los suyos han tratado de hacer de la disputa ideológica el eje de sus apoyos. Pero el tipo de ideología con la que se han identificado tiene dos características que la hacen desentonar de lo que se supone que representa un partido socialista: escasa incidencia sobre la realidad social tangible y compatibilidad con una práctica política que muy difícilmente podrá ser calificada de socialista por un observador político mínimamente informado.
En términos más claros: quien vote por una concepción socialdemocrática o socialista de la sociedad no podrá seguir apoyando coherentemente a un partido que ha hecho aumentar las diferencias entre pobres y ricos, que ha contribuido a la multiplicación salvaje del desempleo, que ha endeudado el Estado, al menos en parte, para favorecer a los bancos, el capital financiero y las grandes empresas constructoras y que recorta deuda del Estado a base de congelar pensiones y el sueldo de una parte de los trabajadores. Que, fuera de eso, nos resulte simpático que mande quitar las estatuas de Franco o que persiga el consumo de tabaco, es harina de otro costal. Pero ¿alguien cree que las estatuas de Franco o el consumo de cigarrillos en restaurantes pueden ser razón decisiva para votar o dejar de votar a un partido, y más con la que está cayendo?
Que, en el punto al que el PSOE de Zapatero ha llegado, siga habiendo gentes que proclamen su fidelidad electoral a esas siglas o a ese líder, es otra muestra más de que a mucho votante español le importan tan poco las ideas como las realidades, que sólo mira lo mona que queda su posturita al dárselas de esto o de lo otro. Como el idiota del cuento del principio.
Y aún faltaría introducir un factor más, que simplemente mencionaré para no alargar en demasía este texto. Me refiero a qué ocurre cuando el votante constata que el partido al que votó ya no es meramente que cumpla mejor o peor con la idea o el programa que se le supone, sino que está en manos de un incapaz o un grupo de incapaces. ¿Seguir votando a ese partido no será, precisamente, la manera definitiva de arruinarlo para mucho tiempo? También en esto la fe puede mover montañas y, desde luego, ser más potente que la razón. Si uno se empeña en que el rey está vestido, vestido lo ve y no hay más tutía. Se confunde los pelos de sus partes con la real capa de armiño, y listo. Seguro que más de un votante de Hitler andaba obnubilado por el apellido “socialista” que llevaba su partido, el nacionalsocialista. Y no es por comparar, ni mucho menos, en otros puntos o para otros propósitos. Sólo se trata de decir que si un votante se pone burro, burro hay que dejarlo.
Lo que pasa es que tanto burro ya fastidia, la verdad. Y no hay por qué tolerar más: al votante burro, como ese conocido de mi amigo, hay que cantarle las cuarenta como se merece: vota lo que quieras, chaval, que para eso vivimos en una sociedad libre; pero vete al carajo y no me aturres a mí con tus gilipolleces. Tal cual. Que se enteren de que no somos tan atontados como ellos y que vean el asquito que nos dan porque ellos son los que están jorobando este invento.
Que, en el punto al que el PSOE de Zapatero ha llegado, siga habiendo gentes que proclamen su fidelidad electoral a esas siglas o a ese líder, es otra muestra más de que a mucho votante español le importan tan poco las ideas como las realidades, que sólo mira lo mona que queda su posturita al dárselas de esto o de lo otro. Como el idiota del cuento del principio.
Y aún faltaría introducir un factor más, que simplemente mencionaré para no alargar en demasía este texto. Me refiero a qué ocurre cuando el votante constata que el partido al que votó ya no es meramente que cumpla mejor o peor con la idea o el programa que se le supone, sino que está en manos de un incapaz o un grupo de incapaces. ¿Seguir votando a ese partido no será, precisamente, la manera definitiva de arruinarlo para mucho tiempo? También en esto la fe puede mover montañas y, desde luego, ser más potente que la razón. Si uno se empeña en que el rey está vestido, vestido lo ve y no hay más tutía. Se confunde los pelos de sus partes con la real capa de armiño, y listo. Seguro que más de un votante de Hitler andaba obnubilado por el apellido “socialista” que llevaba su partido, el nacionalsocialista. Y no es por comparar, ni mucho menos, en otros puntos o para otros propósitos. Sólo se trata de decir que si un votante se pone burro, burro hay que dejarlo.
Lo que pasa es que tanto burro ya fastidia, la verdad. Y no hay por qué tolerar más: al votante burro, como ese conocido de mi amigo, hay que cantarle las cuarenta como se merece: vota lo que quieras, chaval, que para eso vivimos en una sociedad libre; pero vete al carajo y no me aturres a mí con tus gilipolleces. Tal cual. Que se enteren de que no somos tan atontados como ellos y que vean el asquito que nos dan porque ellos son los que están jorobando este invento.
¿burros los que votan a cual partido? ainsssss, siempre lo mismo.
ResponderEliminarSolo votantes = agentes politicos castrados, es mas, autocastrados
ResponderEliminar(cualquiera sea el signo del voto)
ABC de la vida democratica (cuidadosamente ocultado por decenios y decenios de deseducacion)
(1) voto formulado
(2) control ejercido continuamente
(3) participacion ciudadana
No estan por orden de importancia, son tres pies del mismo banco.
[Escribo desde un teclado sin acentos]
Salud,
Creo que olvida algo importante: los que votan al partido del gobierno porque me ha colocado (a mí,a mis hijos, a mi mujer, a mis hermanos, a mis amigos, a mis cuñados, ....) o porque creo que me va a colocar (a mí,a mis hijos, a mi mujer, a mis hermanos, a mis amigos, a mis cuñados, ....).
ResponderEliminarY también los que votan al partido del gobierno porque subvenciona / beneficia mis actividades, empresariales o no (o las de mis hijos, mi mujer, mis hermanos, mis amigos, mis cuñados, ...)
Es casi tan antiguo como el mundo, y ya los romanos normalizaron la figura del cliente político. Aunque hemos de reconocer que se ha mejorado ostensiblemente: ahí está la moderna institución del conseguidor, que es el intermediario (pagado) entre el cliente y el poder.
Esa clientela es el vivero de votos más importante para el partido en el poder. Que por libre la cosa está muy, pero que muy jodida.
Por eso ZP desaparecerá por el sumidero de la historia cuando, por falta de fondos, le resulte imposible mantener a sus clientes, o éstos lleguen a la conclusión de que les perjudica, más que beneficia. En ese momento, abandorarán el barco como ratas. Ya han comenzado.
Saludos
Cuántas decádas más, cuántos desengaños, qué debe acontecer para que que el ciudadno español abandone el voto visceral. España es un simple pueblo, pero es que ello debería ser una razón más para actuar de una forma responsable.
ResponderEliminarLo juro por mi movil y por Snoopy. Yo me tiro al monte me quedo en el grupo de FACE "EL QUE NO TIENE UN PUEBLO, NO ENTIENDE NADA"
PD: Me retiro a ver por enésima vez "los santos inocentes"
Arrevoire
Abuela ¿A Quién vas a Votar
ResponderEliminar¡ A Felipe !
Pero Abuela, Felipe ya no se presenta.
¡Pues Bueno, entonces a los de Felipe!
Ahora es culpa de los votantes.
ResponderEliminar¡Qué cosas,oiga!
¿Y si no votamos,qué somos?
Un cordial saludo.
ea, el profesor se acaba de cargar el sistema de un plumazo. Los votantes burros. Y un amigo responde que todos lo son. Voten a quien vote. Ea, y se quedan tan panchos. Y digo yo, si todos los votantes son burros, ustedes es que no ejercen su derecho al voto. O es que solo los que tienen su mismas opciones no son burros. Vamos, que se cree que está usted en posesión de la verdad. Y todos los demás son burros. Muy bonito, pobres alumnos a los que usted imparta clases. Yo es que no tengo palabras de ver que es lo que anda por nuestras universidades.
ResponderEliminarAnónimo 4:59
ResponderEliminarY le pregunté a Dios ¿y si hubiesen 5 tan sólo como García Amado salvarías la Universidad? y Dios respondió con tal que de clase García Amado salvaré a la Universidad.
No es cuestión de que García Amado esté en posesión de la verdad sinio de que hace falta ser burro para votar a lo que hay en Gobierno y Oposición.
1. ESPECTACULAR Enric Juliana. España: RIP (1999-2010).
ResponderEliminar2. Se habrá quedado usted a gusto con este post, don GA. En mi modesta opinión, la entrada es francamente... francamente.