Acabo de pasar un buen rato de esta mañana de domingo echando un buen vistazo a la gran polémica que se ha armado en Alemania al hilo de un libro de un señor llamado Thilo Sarrazin y de unas cuantas declaraciones suyas en los periódicos de allá. Diré primero que este hombre forma parte de la Presidencia del Bundesbank y ha sido durante años algo así como ministro de finanzas del Land de Berlín. Puestos todos que ocupó como militante del Partido Socialista, que ahora quiere expulsarlo urgentemente por andar escribiendo y diciendo lo que escribe y dice. También la derecha alemana en el gobierno dice que ese señor es una vergüenza
El libro, que acaba de aparecer, se titula “Deutschland schafft sich ab. Wie wir unser Land aufs Spiel setzen”. En libérrima traducción con buen ojo comercial podríamos traducirlo aquí así: “Desmontando Alemania. Cómo ponemos en solfa nuestro propio país”. El problema y la causa de las agrias discusiones está en que se mete con los inmigrantes de árabes y musulmanes. Como todos sabemos, en Alemania son numerosísimos, especialmente los que llegaron de Turquía. En el libro, que no he leído y que cito a partir de algunas reseñas periodísticas, compara ciertas cifras atinentes al grupo de los inmigrantes musulmanes y a otros grupos, como los inmigrantes asiáticos, americanos y europeos, y señala que son mucho más bajas en el caso de los primeros los porcentajes referidos a formación cultural, preparación profesional, éxito educativo, integración en el mercado de trabajo, etc., mientras que están muy por encima de la media en religiosidad, fertilidad, criminalidad y dependencia de las ayudas económicas provenientes del erario público.
Seguramente lo peculiar del libro -para bien o para mal, en estos momentos no me meto en eso- es que, en lugar de seguir el discurso establecido y dominante y sostener que todo ello se debe a discriminaciones que ese grupo social padece y a trabas de la injusta sociedad de acogida, atribuye a peculiaridades de la propia colectividad musulmana todo ello, con lo que la dibuja fanática, inculta, algo zángana, desleal, no deseosa de integrarse en igualdad y bastante aprovechada. No lo dice exactamente así, en estos términos, que son míos, pero creo que este es el mensaje de fondo. Y, claro, se armó el apocalipsis. Y, por si éramos pocos y para más liarla, en una entrevista muy reciente en el Welt am Sonntag, ha dicho estas cosas que han acabado de atizar el incendio:
a) Que, en cualquier país de Europa, los inmigrantes musulmanes se integran peor que cualesquiera otros y que seguramente eso tiene que ver con las peculiaridades culturales de ese pueblo o grupo, pues “la identidad de un pueblo o de una sociedad no es algo puramente estadístico, sino que existe como tal. Hay una identidad alemana, francesa u holandesa. Cuando progresa correctamente, los inmigrantes se integran y crecen en ella y, de alguna manera, dentro de ella se disuelven, de modo que la imagen del melting pot no es falsa. Los pueblos cambian en el transcurso de su historia, pero lo hacen desarrollando continuamente su identidad propia (...) La peculiaridad cultural de los pueblos no es una leyenda, sino que determina la realidad de Europa”.
b) También existe una identidad genética y “todos los judíos comparten un determinado gen, los vascos tienen un determinado gen que los diferencia de los demás”.
Dejemos aquí las citas y el resumen de una polémica que da para mucho más. Lo que me interesa resaltar es solamente que, contemplado desde España, este escándalo nos dejará bien perplejos. Al señor Sarrazin (hay que ver las bromas del destino, miren el apellido) le han saltado a la yugular y lo han tildado de retrógrado y racista por subrayar el componente identitario de los pueblos y las sociedades y por volver a la matraca de que existen peculiaridades de los pueblos que son genéticas y, por tanto, naturales de algún modo. A los alemanes todo esto les suena tremendamente reaccionario y peligroso en grado sumo, y por eso se echan las manos a la cabeza al ver que es un militante socialista destacado el que se pone a decirlo. ¿Y aquí, en España? ¿No consideramos el no va más del progresismo y del pensamiento liberador el andar insistiendo en que catalanes, vascos, gallegos o yo qué sé poseen una identidad absolutamente particular que debe ser mantenida y enriquecida aunque sea a costa de algunas libertades individuales? ¿No hubo y hay políticos vascos, por ejemplo, que han soltado lo del gen desde el mismísimo árbol en el que habitan en su primigenia identidad (me refiero al árbol de Guernica, por supuesto)? ¿Algún partido de pensamiento ortodoxo y oxigenado -léase PSOE, PP, Izquierda Unida...- se corta de pactar y mover el culete ante los que dicen estas cosas? ¿Debería el señor Thilo Sarrazin emigrar, él mismo, a España para que sus tesis fueran tenidas por las propias de un padre de las patrias oprimidas y de los pueblos achuchados en lugar de un protofascista del carajo?
Y conste que como hablamos de una cosa, podríamos hablar de otras. Ya he dicho que el libro no lo he leído, y hasta me da pereza hacerme con él, pues son más de cuatrocientas páginas en el idioma de Goethe, pero tengo la impresión de que le debe de fallar un poco el análisis de algunas más que probables causas económicas y sociales de la situación de los inmigrantes y de su manera de sentirse menos alemanes y más desganados ante determinadas responsabilidades. Pero, al tiempo, ¿por qué ha de ser tabú afirmar a calzón quitado que la religión islámica dominante es una traba para la integración civilizada de sus fieles, igual que lo fue o lo es muchas veces y en muchas partes el cristianismo? Si nada nos impide ciscarnos, por ejemplo, en la religiosidad de ciertos grupos ultraconservadores norteamericanos y subrayar la difícil convivencia de esa fe rancia y dogmática con una sociedad libre que viva en democracia, ¿por qué no vamos a poner en su sitio también a fundamentalistas de otras cuadras? Por poner un caso, ¿no nos tronchamos con la fe estúpida y primitiva de aquella señora candidata que se llamaba y se llama Sarah Palin? Bueno, pues si fuera un imán egipcio o marroquí el que dijera similares gilipolleces, deberíamos reaccionar igual. Y punto.
Negar que muchos inmigrantes vienen con un equipaje cultural y religioso que complica su integración y el que podamos vivir juntos, ellos y nosotros, en genuina libertad y buena armonía no es ser racista ni presumir de superioridad moral o cultural de ningún tipo, pues aquí también tenenos roucos y variados especímenes de liberticidas, machistas a sueldo y obsesos acomplejados. Advertir lo cutre de los unos y de los otros, lo de los de acá y lo de los de allá, es el primer paso para avanzar en la única dirección decente: hay que poner a la religión en su sitio, a ser posible en un cajón del armario de la historia -o de la conciencia individual- sellado con cuatro cerrojos, y conviene echarles ácido e ironía a las identidades comunitarias densas que llevan a creer a los del respectivo rebaño que, por ser distintos, son mejores o tienen otros derechos. En otras palabras: el gen y la cultura propia, si la tienen, que se la metan unos y otros, estos o aquellos, en el c... Y, a partir de ahí, a organizar la vida colectiva en igualdad, sin discriminaciones ni privilegios ni mitos ni tanta oración ni tanto cuento ni tanta camándula con o sin turbante.
El libro, que acaba de aparecer, se titula “Deutschland schafft sich ab. Wie wir unser Land aufs Spiel setzen”. En libérrima traducción con buen ojo comercial podríamos traducirlo aquí así: “Desmontando Alemania. Cómo ponemos en solfa nuestro propio país”. El problema y la causa de las agrias discusiones está en que se mete con los inmigrantes de árabes y musulmanes. Como todos sabemos, en Alemania son numerosísimos, especialmente los que llegaron de Turquía. En el libro, que no he leído y que cito a partir de algunas reseñas periodísticas, compara ciertas cifras atinentes al grupo de los inmigrantes musulmanes y a otros grupos, como los inmigrantes asiáticos, americanos y europeos, y señala que son mucho más bajas en el caso de los primeros los porcentajes referidos a formación cultural, preparación profesional, éxito educativo, integración en el mercado de trabajo, etc., mientras que están muy por encima de la media en religiosidad, fertilidad, criminalidad y dependencia de las ayudas económicas provenientes del erario público.
Seguramente lo peculiar del libro -para bien o para mal, en estos momentos no me meto en eso- es que, en lugar de seguir el discurso establecido y dominante y sostener que todo ello se debe a discriminaciones que ese grupo social padece y a trabas de la injusta sociedad de acogida, atribuye a peculiaridades de la propia colectividad musulmana todo ello, con lo que la dibuja fanática, inculta, algo zángana, desleal, no deseosa de integrarse en igualdad y bastante aprovechada. No lo dice exactamente así, en estos términos, que son míos, pero creo que este es el mensaje de fondo. Y, claro, se armó el apocalipsis. Y, por si éramos pocos y para más liarla, en una entrevista muy reciente en el Welt am Sonntag, ha dicho estas cosas que han acabado de atizar el incendio:
a) Que, en cualquier país de Europa, los inmigrantes musulmanes se integran peor que cualesquiera otros y que seguramente eso tiene que ver con las peculiaridades culturales de ese pueblo o grupo, pues “la identidad de un pueblo o de una sociedad no es algo puramente estadístico, sino que existe como tal. Hay una identidad alemana, francesa u holandesa. Cuando progresa correctamente, los inmigrantes se integran y crecen en ella y, de alguna manera, dentro de ella se disuelven, de modo que la imagen del melting pot no es falsa. Los pueblos cambian en el transcurso de su historia, pero lo hacen desarrollando continuamente su identidad propia (...) La peculiaridad cultural de los pueblos no es una leyenda, sino que determina la realidad de Europa”.
b) También existe una identidad genética y “todos los judíos comparten un determinado gen, los vascos tienen un determinado gen que los diferencia de los demás”.
Dejemos aquí las citas y el resumen de una polémica que da para mucho más. Lo que me interesa resaltar es solamente que, contemplado desde España, este escándalo nos dejará bien perplejos. Al señor Sarrazin (hay que ver las bromas del destino, miren el apellido) le han saltado a la yugular y lo han tildado de retrógrado y racista por subrayar el componente identitario de los pueblos y las sociedades y por volver a la matraca de que existen peculiaridades de los pueblos que son genéticas y, por tanto, naturales de algún modo. A los alemanes todo esto les suena tremendamente reaccionario y peligroso en grado sumo, y por eso se echan las manos a la cabeza al ver que es un militante socialista destacado el que se pone a decirlo. ¿Y aquí, en España? ¿No consideramos el no va más del progresismo y del pensamiento liberador el andar insistiendo en que catalanes, vascos, gallegos o yo qué sé poseen una identidad absolutamente particular que debe ser mantenida y enriquecida aunque sea a costa de algunas libertades individuales? ¿No hubo y hay políticos vascos, por ejemplo, que han soltado lo del gen desde el mismísimo árbol en el que habitan en su primigenia identidad (me refiero al árbol de Guernica, por supuesto)? ¿Algún partido de pensamiento ortodoxo y oxigenado -léase PSOE, PP, Izquierda Unida...- se corta de pactar y mover el culete ante los que dicen estas cosas? ¿Debería el señor Thilo Sarrazin emigrar, él mismo, a España para que sus tesis fueran tenidas por las propias de un padre de las patrias oprimidas y de los pueblos achuchados en lugar de un protofascista del carajo?
Y conste que como hablamos de una cosa, podríamos hablar de otras. Ya he dicho que el libro no lo he leído, y hasta me da pereza hacerme con él, pues son más de cuatrocientas páginas en el idioma de Goethe, pero tengo la impresión de que le debe de fallar un poco el análisis de algunas más que probables causas económicas y sociales de la situación de los inmigrantes y de su manera de sentirse menos alemanes y más desganados ante determinadas responsabilidades. Pero, al tiempo, ¿por qué ha de ser tabú afirmar a calzón quitado que la religión islámica dominante es una traba para la integración civilizada de sus fieles, igual que lo fue o lo es muchas veces y en muchas partes el cristianismo? Si nada nos impide ciscarnos, por ejemplo, en la religiosidad de ciertos grupos ultraconservadores norteamericanos y subrayar la difícil convivencia de esa fe rancia y dogmática con una sociedad libre que viva en democracia, ¿por qué no vamos a poner en su sitio también a fundamentalistas de otras cuadras? Por poner un caso, ¿no nos tronchamos con la fe estúpida y primitiva de aquella señora candidata que se llamaba y se llama Sarah Palin? Bueno, pues si fuera un imán egipcio o marroquí el que dijera similares gilipolleces, deberíamos reaccionar igual. Y punto.
Negar que muchos inmigrantes vienen con un equipaje cultural y religioso que complica su integración y el que podamos vivir juntos, ellos y nosotros, en genuina libertad y buena armonía no es ser racista ni presumir de superioridad moral o cultural de ningún tipo, pues aquí también tenenos roucos y variados especímenes de liberticidas, machistas a sueldo y obsesos acomplejados. Advertir lo cutre de los unos y de los otros, lo de los de acá y lo de los de allá, es el primer paso para avanzar en la única dirección decente: hay que poner a la religión en su sitio, a ser posible en un cajón del armario de la historia -o de la conciencia individual- sellado con cuatro cerrojos, y conviene echarles ácido e ironía a las identidades comunitarias densas que llevan a creer a los del respectivo rebaño que, por ser distintos, son mejores o tienen otros derechos. En otras palabras: el gen y la cultura propia, si la tienen, que se la metan unos y otros, estos o aquellos, en el c... Y, a partir de ahí, a organizar la vida colectiva en igualdad, sin discriminaciones ni privilegios ni mitos ni tanta oración ni tanto cuento ni tanta camándula con o sin turbante.
Estimado Profesor, corrija inmediatamente ese "ha España" y borre este comentario, que solo es para fulminar esa "cucaracha". Un afectuoso saludo.
ResponderEliminarLe noto algo peleadillo con los curas y demás. Me parece estupenda su visión de la integración de los inmigrantes y coincido en crear entre todos una sociedad libre y de iguales. Yo creo que la religión debe ser liberadora e integradora y, si no es así se debe revisar para que lo sea. Cristo ama y perdona, y es la Iglesia la que condena y mete la pata. Como decía Gandhi: "me gusta Cristo. Lo que no me gusta son los critianos"
ResponderEliminarEsto es otro de los grandes temas, como la educación por ejemplo. No podemos eliminar la educación porque funciona mal. Es imprescindible que funcione bien. Manos a la obra.
Saludos.
El estilo de pensamiento identitarista-supremacista es una plaga - un peligro para todos. Todas las pseudoetiquetas de color o ideología, especialmente las autoimpuestas, se difuminan si alguien enuncia "yo valgo más, tú vales menos".
ResponderEliminarPero está claro que no se combate con correcciones políticas ni mordazas. Se combate con otro estilo de pensamiento diferente - que necesariamente debe incluir buenos análisis, acciones reales ... y grandes carcajadas.
El problema encarnado puntualmente en este Sarrazin se está viviendo en muchos sitios - especialmente en los Países Bajos, a mi juicio. Por propia definición, el inmigrante, se debate entre dos grandes pulsiones, la integradora y la identitaria. Diga lo que se diga, la primera siempre es fuerte de cojones -si no, no hubiese venido-, por lo que nos solemos concentrar analítica y políticamente en la segunda, y en las evidentes dificultades que suscita. Ante ellas, llevamos unos cuantos decenios probando con una fachada de paternalismos de chichiminichi y, bajo ella, una realidad de estacazos cotidianos de aquí te pillo, aquí te descalabro. No funciona - no se va adelante. Con lo que nos llega, oh maravilla, la reacción identitarista (le adjudico el -ista porque se constituye ampulosamente en ideología) contra las dificultades identitarias (le dejo el -aria porque se suele quedar, venturosamente para ella, en el modesto terreno de la sociología). Constituye el clásico ejemplo de influencia de retroalimentación negativa cuando dos culturas entran en contacto -en otros casos puede ser positiva, véase Grecia capta Romam cepit-.
¿En qué consiste su propuesta? En presentar datos descontextualizados -no te jode que los moritos ganan y estudian menos, cagüenlá, también los pensionistas (supervivientes) de Buchenwald salían esqueléticos del período de gentil hospedaje, anoréxicos desagradecidos del carajo, seguramente afectos de un feo gen que les impedía metabolizar la sana sopa de piedras-. En desmontar los paternalismos. Y en reforzar los estacazos ad hoc.
Lo primero es relativamente fácil de corregir - basta contextualizar, hay flor de información disponible. Lo segundo se puede aplaudir, lo diga quien lo diga - el paternalismo no tiene que ver nada con la ayuda a la integración, como no tiene nada que ver con la educación. Y lo tercero se debe denunciar - la discriminación y el "yo valgo más, tú vales menos" serían más nocivos para la sociedad que queremos que ninguna presencia identitaria, por costosa o conflictiva que parezca. Lo que necesita urgente refuerzo no son los estacazos a medida, sino el principio de legalidad - para todos.
Precisamente porque criticamos lo identitario no relativizado y nos disociamos de ello hemos de cobrar conciencia del mecanismo de retroalimentación y no dejarnos arrastrar a lo identitarista.
Salta a la vista: en nuestro propio seno 'civilizado', 'moderado', 'democrático' tenemos fuerzas que afirman el valor absoluto de sus propias identidades. No sólo los nacionalismos (objetivamente peligrosos, en cuanto no relativizados) - también algún que otro grupillo que pretende intervenir sobre la ley de todos para prohibir el aborto, negar derechos civiles básicos a ciudadanos que se quieren casar o descasar, y una larga lista de etcéteras. "Yo valgo más, tú vales menos". "Yo me puedo comprar la anulación del matrimonio, arrejuntarme en uno de mis muchos pisos, yo puedo permitirme el nieto (o mandar la niña a Londres a abortar)". ¿Les suena? Ahí nos duele.
Yo lo tengo claro: o jugamos de veras a relativizar las identidades, todas las identidades, y a disminuir seriamente las desigualdades, o nos quedan dos telediarios.
Salud,