Comienzo igual que la otra vez, advirtiendo que lo de “aborto” va aquí en sentido figurado y con ánimo provocador. De lo que estamos hablando es de la hipotética justificación de un eventual derecho de los varones a renunciar a la paternidad en ciertas circunstancias bien precisas y con las condiciones y garantías para todos que sean menester. Y cuando se dice renunciar a la paternidad se alude dos tipos de consecuencias: desaparición de obligaciones, pero, también, de derechos. Un ejemplo de estos últimos, que más de una vez ha dado lugar a pleitos puestos por padres que antes habían “pasado de todo”, es el derecho del padre a heredar al hijo, de conformidad con las normas de prelación sucesoria. Más de cuatro han recuperado lo más intenso de sus sentimientos paternos cuando el hijo, por alguna circunstancia sobrevenida, se volvió rico riquísimo.
Pero vamos a lo esencial. Decíamos el otro día que hay quizá algo de discriminación en el hecho de que la mujer puede renunciar a la maternidad mediante el aborto, pero el hombre no tiene un derecho parejo; no digo a abortar, obviamente, ni me refiero a obligar a que la mujer aborte, sólo faltaba. Hablo de que, una vez que el varón fuera informado -y si dolosamente no se le informa, habría que fijar garantías adicionales para él- del embarazo del que es co-causante, podría suscribir algún tipo de documento serio y eficaz en el que renunciara a la paternidad, debiendo hacerlo, además, dentro del plazo en que la mujer aún puede optar por el aborto, a fin de que sus alternativas, las de ella, queden incólumes y sepa a qué atenerse. Decía hace días, y repito ahora, que los detalles procesales y las garantías formales de todo tipo podrían y deberían ser estudiadas sin mayor dificultad, aunque no me propongo aquí entrar en tales detalles, sino en el debate general.
Lo primero que en esta nueva entrega sobre el tema quiero resaltar es que no me interesa nada la guerra de los sexos o el género literario de las disputas entre géneros. Creo en la igualdad y en cuantas paridades se planteen y opino que hay que eliminar de cuajo todo abuso masculino, toda discriminación de la mujer y, por las mismas, también los abusos o discriminaciones en el sentido inverso, donde las haya o si las hubiera. De eso no se trata y no me anima a escribir estas cosas ningún afán ni de revancha ni de contrarevancha, sino, precisamente, la fe, quizá excesiva o desbocada, en la igualdad entre hombre y mujer. También, por qué no decirlo, el gusto por agitar los neotabúes o menear los prejuicios viejos o nuevos, a ver si ayudamos a que se caigan.
Ahora, al fin, al grano. Lo primero que me sorprende en algunos amables comentarios, aquí y fuera del blog, es el aire de escándalo moral. Cómo puede el Derecho respaldar a quien abandona a su hijo que ya nació, entendiendo por abandono la negativa a darle los medios para su sustento y educación, principalmente. Bueno, antes de seguir, miren esta noticia de hace unos días, noticia que no tiene tanto de particular. Un periódico leonés contaba que “Seis madres renunciaron a sus hijos nada más nacer este año en el Bierzo”. El subtítulo aclaraba que “La mayoría lo hace ante la falta de recursos” y que esa cifra triplica la del año pasado. Consecuencias de la crisis económica, sin duda.
¿Nos abalanzamos sobre esas madres por semejante decisión, que seguro que es muy dolorosa para ellas? No creo que ésa sea la reacción más apropiada o más justa. Pero, sin ánimo de juzgar ni de embarcarme en juicios morales de los que luego hablaré, no perdamos de vista que ni la ley exige que la madre esté en la ruina económica para que pueda renunciar así, ni, al parecer, era tal el caso de todas esas mujeres, pues añade el periódico esto otro: “La coordinadora del departamento de Menores del Consejo Comarcal del Bierzo, la psicóloga Carmen Fernández, remarcó que entre los principales motivos que llevan a una mujer a renunciar a su bebé están la falta de recursos, la edad, porque pueden ser madres muy jóvenes, o por tener más hijos y no poder hacer frente a uno más”. O sea, insisto, se puede hacer y se hace por falta de recursos, pero también por razón de edad -¿una mujer que aún puede quedar encinta es demasiado vieja para hacerse cargo de su hijo?-, por tener más hijos -¿cuántos más deben ser esos otros hijos para que nuestros moralistas de guardia estimen que está moralmente justificada la renuncia al hijo nuevo?-, porque son madres muy jóvenes -¿no quedamos, a juicio de muchos, en que hay que ampliar a los jóvenes los derechos y las obligaciones?- o “por no poder hacer frente a uno más”, lo cual no sé qué significa, salvo que se vuelva a aludir a las dificultades económicas. Y, por cierto y sobre estas últimas, cuánto de pobre hay que ser para que nuestro exigente moralista estime que hay eximente moral de pobreza para ese abandono?
Estoy provocando a ese moralista, no expresando condenas sinceras mías. Yo tampoco sobre esos casos me quiero pronunciar, pero por una razón de principios metaéticos, si así se puede decir: porque, en estos casos, como en el caso de las mujeres que abortan, habría que conocer en detalle las circunstancias y situaciones, en toda su enorme complejidad, para poder hacer un juicio moral fundado y ecuánime. Pero, ¿por qué saco a relucir el asunto de los juicios morales? Porque me parece que más de uno se escandalizó con mi propuesta al ver en ella una concesión a la inmoralidad de esos padres dispuestos a desentenderse del hijo que estaba en camino y que -en mi planteamiento- ni siquiera había sido alumbrado. Podríamos pensar en circunstancias impeditivas de tal derecho de los varones, podríamos debatir eso, por qué no. Por ejemplo, neguémosle el derecho al hombre muy rico y que podría pagar todo tipo de atenciones a ese hijo. Pero no ha ido por esos derroteros nuestra discusión.
Esos hijos a los que el padre podría renunciar -con las prevenciones y garantías de rigor, repito- no necesariamente han de verse abocados -si nacen, pero la decisión de que nazcan o no es de la madre- ni a la ruina ni a la miseria. Al concepto tan manido de interés del menor va haciendo falta darle un repasito también. Eso para otro día. Por lo pronto, no veo que el interés del menor sufra por definición la falta de padre biológico o de padres biológicos. Porque si así fuera, tendría el Derecho que impedir esos casos de renuncia de la madre a su hijo recién nacido, hijo que va a ser dado en acogimiento y adopción a familias que están escrupulosamente seleccionadas por la Administración y que con toda probabilidad le van a brindar todo el cariño y la buena vida del mundo. Y si para el interés del menor fuera esencial la presencia y asistencia del padre biológico, habría que explicar por qué se permiten las familias monoparentales con madre nada más, incluso las que inicialmente se constituyen así mediante fecundación de mujer sin pareja masculina.
Ah, que no, que lo que hace falta es alguien que ponga el dinero o una parte del dinero y que si el padre biológico lo tiene, que lo aporte. Oigan, y si esa mujer que renuncia a su hijo porque se siente vieja ya para cuidarlo o porque no le apetecen más -ojo, no trato de hacer ironía ni escarnio de esas dramáticas decisiones- resulta que medios económicos sí tiene, ¿le vedamos esa medida o la obligamos a que siga aportando euros para ayudar a los padres de acogida o adoptivos que se han quedado con su hijo?
Vuelvo a recalcar que si nos vamos a mover en el plano de la moral, debemos atarnos bien los machos -¿esto, que no sé propiamente a qué se refiere, se puede seguir diciendo así?- y no perder la congruencia. Ahora es inevitable que volvamos sobre el tema del aborto propiamente dicho, pero tengo otra vez que subrayar que ni condeno aquí su reconocimiento como derecho de la mujer, ni pretendo hacer reproche moral genérico ni particular a la mujer que decide abortar, decisión que ha de resultarle trágica a cualquiera que tenga sensibilidad de persona normal y no sea tan frívola como alguna (ex)ministra. Porque supongo que para las mujeres normales -que son casi todas- abortar no ha de ser tan sencillo como quitarse la cutícula de las uñas; vamos, digo yo, y creo que digo bien.
Pero resulta que la única manera de negarse a entrar en la comparación entre el derecho de la mujer a abortar y el derecho que para el hombre yo propongo es trivializando en cierto sentido el aborto, cosa que no creo que sea el sentir de las mujeres que abortan. Quiero decir que si parece tan espantoso e inmoral que el hombre renuncie por anticipado al hijo que tal vez nazca -si la mujer decide no abortar- y, en cambio, no parece igual de atroz que la mujer aborte, es porque se piensa que el hijo nacido es todo y que el hijo concebido, y dentro del plazo para abortar, aún no es nada. Claro, si ese feto no es nada, el aborto es un acto trivial, mientras que la renuncia a las responsabilidades como padre del hijo nacido supone una acción moralmente muy reprobable. Pero en ese caso, también será muy reprobable moralmente la medida de esas madres que se desprenden del hijo recién nacido para que sea dado en adopción. A mí me parece que no podemos juzgar éticamente si atentamos todo el tiempo contra la coherencia y que, sobre todo, los juicios morales sobre actos como los aludidos hay que hacerlos desde las circunstancias. Lo más opuesto a un razonamiento moral racional es la ley del embudo, no olvidemos eso.
Yo, que no condeno ni moralmente ni jurídicamente el aborto, cuando miro al Elsa y pienso que podría no haber nacido si hubiéramos su madre y yo -ella antes que yo, en términos de estricto Derecho- encontrado una razón para abortar, no admito que el feto no es nada. Admito que pueda perder en una ponderación de derechos, pero no me gusta que el derecho al aborto se tome a chufla, como si de ir al podólogo se tratara.
¿Qué derecho de la madre o del niño sufre tanto con esa posibilidad que para el padre estoy defendiendo, dentro de las condiciones estrictas en que la inserto? La madre tiene que ser informada cuando aún pueda abortar, y sabrá a qué atenerse. Si no quiere abortar, puede tener el niño y entregarlo al nacer para que otra familia lo acoja y lo adopte. No veo por qué sus derechos, los de ella, quedan mermados. Porque, naturalmente, también puede tirar para adelante ella sola con el niño, como admirablemente hacen tantas mujeres hoy en día. También cabría, por qué no, que ella renunciara al hijo -de esta manera que se hace- para que el hijo se quedara solamente con el padre, si éste lo quería. Lo que no acabo de ver -debe de ser torpeza grave por mi parte- es por qué hay que andar haciendo dispares los derechos de hombres y de mujeres cuando es tan sencillo ponerlos a la par, tal como la igualdad bien entendida creo yo que exige.
Y no me vengan con el tópico de que la igualdad exige tratar desigualmente lo desigual y todos esos cuentos, porque entonces deberán explicarme por qué, para lo que estamos hablando, hay desigualdad esencial entre hembras y varones y por qué no se puede revertir contra ellas dicha desigualdad de base. Uno dirá, son desiguales porque las que paren son ellas; y vendrá el conservador y verá el cielo abierto -es lo que más le gusta ver abierto-, pues replicará que por eso deben ser ellas más responsables de sus embarazos y de las consecuencias de los mismos. Esto no lo mantengo yo, lo diría otro partidario de tratar desigualmente lo desigual. Lo bueno de los tópicos y los dichos vacíos es que valen lo mismo para un roto que para un descosido y sirven igual a cualquier señor que quiera usarlos; o señora.
A los derechos del niño ya me referí antes. La mayor bendición para muchos niños que son hijos biológicos de padres y madres que no los desean o que no están en condiciones psíquicas, sociales y económicas de atenderlos de la mejor manera es ser dados en adopción nada más nacer. Así que no me parece que ese padre que, si pudiera, renunciaría a sus compromisos como tal, sea el mejor padre posible a la hora de satisfacer el interés del menor. Y si de lo que se trata es de que el padre biológico pague, ¿qué pasa cuando no puede pagar porque no tiene un duro?
Leamos sentencias. Algunos de los de Derecho lo hacemos, pero pocos y pocas; pocas sentencias leemos, quiero decir. Porque al mirar la jurisprudencia se ve que está el mundo lleno de padres y de madres -más padres, ésa es la verdad- que no quieren saber nada con sus hijos y que de facto renuncian a sus obligaciones; otras veces, simplemente no pueden cumplirlas. ¿Tanta revolución sería que el Derecho de familia dejara de vivir en un limbo de ficciones y derechos naturales muy raros, de espaldas a la realidad? ¿No estarían más protegidos los menores si nos dejáramos de esa mezcla de biologismo barato y economía cazurra y les procurásemos la posibilidad de nacer y crecer con quien los quiera y de verdad vaya a cuidarlos?
No sé, a lo mejor el monstruo soy yo. Ustedes dirán.
Pero vamos a lo esencial. Decíamos el otro día que hay quizá algo de discriminación en el hecho de que la mujer puede renunciar a la maternidad mediante el aborto, pero el hombre no tiene un derecho parejo; no digo a abortar, obviamente, ni me refiero a obligar a que la mujer aborte, sólo faltaba. Hablo de que, una vez que el varón fuera informado -y si dolosamente no se le informa, habría que fijar garantías adicionales para él- del embarazo del que es co-causante, podría suscribir algún tipo de documento serio y eficaz en el que renunciara a la paternidad, debiendo hacerlo, además, dentro del plazo en que la mujer aún puede optar por el aborto, a fin de que sus alternativas, las de ella, queden incólumes y sepa a qué atenerse. Decía hace días, y repito ahora, que los detalles procesales y las garantías formales de todo tipo podrían y deberían ser estudiadas sin mayor dificultad, aunque no me propongo aquí entrar en tales detalles, sino en el debate general.
Lo primero que en esta nueva entrega sobre el tema quiero resaltar es que no me interesa nada la guerra de los sexos o el género literario de las disputas entre géneros. Creo en la igualdad y en cuantas paridades se planteen y opino que hay que eliminar de cuajo todo abuso masculino, toda discriminación de la mujer y, por las mismas, también los abusos o discriminaciones en el sentido inverso, donde las haya o si las hubiera. De eso no se trata y no me anima a escribir estas cosas ningún afán ni de revancha ni de contrarevancha, sino, precisamente, la fe, quizá excesiva o desbocada, en la igualdad entre hombre y mujer. También, por qué no decirlo, el gusto por agitar los neotabúes o menear los prejuicios viejos o nuevos, a ver si ayudamos a que se caigan.
Ahora, al fin, al grano. Lo primero que me sorprende en algunos amables comentarios, aquí y fuera del blog, es el aire de escándalo moral. Cómo puede el Derecho respaldar a quien abandona a su hijo que ya nació, entendiendo por abandono la negativa a darle los medios para su sustento y educación, principalmente. Bueno, antes de seguir, miren esta noticia de hace unos días, noticia que no tiene tanto de particular. Un periódico leonés contaba que “Seis madres renunciaron a sus hijos nada más nacer este año en el Bierzo”. El subtítulo aclaraba que “La mayoría lo hace ante la falta de recursos” y que esa cifra triplica la del año pasado. Consecuencias de la crisis económica, sin duda.
¿Nos abalanzamos sobre esas madres por semejante decisión, que seguro que es muy dolorosa para ellas? No creo que ésa sea la reacción más apropiada o más justa. Pero, sin ánimo de juzgar ni de embarcarme en juicios morales de los que luego hablaré, no perdamos de vista que ni la ley exige que la madre esté en la ruina económica para que pueda renunciar así, ni, al parecer, era tal el caso de todas esas mujeres, pues añade el periódico esto otro: “La coordinadora del departamento de Menores del Consejo Comarcal del Bierzo, la psicóloga Carmen Fernández, remarcó que entre los principales motivos que llevan a una mujer a renunciar a su bebé están la falta de recursos, la edad, porque pueden ser madres muy jóvenes, o por tener más hijos y no poder hacer frente a uno más”. O sea, insisto, se puede hacer y se hace por falta de recursos, pero también por razón de edad -¿una mujer que aún puede quedar encinta es demasiado vieja para hacerse cargo de su hijo?-, por tener más hijos -¿cuántos más deben ser esos otros hijos para que nuestros moralistas de guardia estimen que está moralmente justificada la renuncia al hijo nuevo?-, porque son madres muy jóvenes -¿no quedamos, a juicio de muchos, en que hay que ampliar a los jóvenes los derechos y las obligaciones?- o “por no poder hacer frente a uno más”, lo cual no sé qué significa, salvo que se vuelva a aludir a las dificultades económicas. Y, por cierto y sobre estas últimas, cuánto de pobre hay que ser para que nuestro exigente moralista estime que hay eximente moral de pobreza para ese abandono?
Estoy provocando a ese moralista, no expresando condenas sinceras mías. Yo tampoco sobre esos casos me quiero pronunciar, pero por una razón de principios metaéticos, si así se puede decir: porque, en estos casos, como en el caso de las mujeres que abortan, habría que conocer en detalle las circunstancias y situaciones, en toda su enorme complejidad, para poder hacer un juicio moral fundado y ecuánime. Pero, ¿por qué saco a relucir el asunto de los juicios morales? Porque me parece que más de uno se escandalizó con mi propuesta al ver en ella una concesión a la inmoralidad de esos padres dispuestos a desentenderse del hijo que estaba en camino y que -en mi planteamiento- ni siquiera había sido alumbrado. Podríamos pensar en circunstancias impeditivas de tal derecho de los varones, podríamos debatir eso, por qué no. Por ejemplo, neguémosle el derecho al hombre muy rico y que podría pagar todo tipo de atenciones a ese hijo. Pero no ha ido por esos derroteros nuestra discusión.
Esos hijos a los que el padre podría renunciar -con las prevenciones y garantías de rigor, repito- no necesariamente han de verse abocados -si nacen, pero la decisión de que nazcan o no es de la madre- ni a la ruina ni a la miseria. Al concepto tan manido de interés del menor va haciendo falta darle un repasito también. Eso para otro día. Por lo pronto, no veo que el interés del menor sufra por definición la falta de padre biológico o de padres biológicos. Porque si así fuera, tendría el Derecho que impedir esos casos de renuncia de la madre a su hijo recién nacido, hijo que va a ser dado en acogimiento y adopción a familias que están escrupulosamente seleccionadas por la Administración y que con toda probabilidad le van a brindar todo el cariño y la buena vida del mundo. Y si para el interés del menor fuera esencial la presencia y asistencia del padre biológico, habría que explicar por qué se permiten las familias monoparentales con madre nada más, incluso las que inicialmente se constituyen así mediante fecundación de mujer sin pareja masculina.
Ah, que no, que lo que hace falta es alguien que ponga el dinero o una parte del dinero y que si el padre biológico lo tiene, que lo aporte. Oigan, y si esa mujer que renuncia a su hijo porque se siente vieja ya para cuidarlo o porque no le apetecen más -ojo, no trato de hacer ironía ni escarnio de esas dramáticas decisiones- resulta que medios económicos sí tiene, ¿le vedamos esa medida o la obligamos a que siga aportando euros para ayudar a los padres de acogida o adoptivos que se han quedado con su hijo?
Vuelvo a recalcar que si nos vamos a mover en el plano de la moral, debemos atarnos bien los machos -¿esto, que no sé propiamente a qué se refiere, se puede seguir diciendo así?- y no perder la congruencia. Ahora es inevitable que volvamos sobre el tema del aborto propiamente dicho, pero tengo otra vez que subrayar que ni condeno aquí su reconocimiento como derecho de la mujer, ni pretendo hacer reproche moral genérico ni particular a la mujer que decide abortar, decisión que ha de resultarle trágica a cualquiera que tenga sensibilidad de persona normal y no sea tan frívola como alguna (ex)ministra. Porque supongo que para las mujeres normales -que son casi todas- abortar no ha de ser tan sencillo como quitarse la cutícula de las uñas; vamos, digo yo, y creo que digo bien.
Pero resulta que la única manera de negarse a entrar en la comparación entre el derecho de la mujer a abortar y el derecho que para el hombre yo propongo es trivializando en cierto sentido el aborto, cosa que no creo que sea el sentir de las mujeres que abortan. Quiero decir que si parece tan espantoso e inmoral que el hombre renuncie por anticipado al hijo que tal vez nazca -si la mujer decide no abortar- y, en cambio, no parece igual de atroz que la mujer aborte, es porque se piensa que el hijo nacido es todo y que el hijo concebido, y dentro del plazo para abortar, aún no es nada. Claro, si ese feto no es nada, el aborto es un acto trivial, mientras que la renuncia a las responsabilidades como padre del hijo nacido supone una acción moralmente muy reprobable. Pero en ese caso, también será muy reprobable moralmente la medida de esas madres que se desprenden del hijo recién nacido para que sea dado en adopción. A mí me parece que no podemos juzgar éticamente si atentamos todo el tiempo contra la coherencia y que, sobre todo, los juicios morales sobre actos como los aludidos hay que hacerlos desde las circunstancias. Lo más opuesto a un razonamiento moral racional es la ley del embudo, no olvidemos eso.
Yo, que no condeno ni moralmente ni jurídicamente el aborto, cuando miro al Elsa y pienso que podría no haber nacido si hubiéramos su madre y yo -ella antes que yo, en términos de estricto Derecho- encontrado una razón para abortar, no admito que el feto no es nada. Admito que pueda perder en una ponderación de derechos, pero no me gusta que el derecho al aborto se tome a chufla, como si de ir al podólogo se tratara.
¿Qué derecho de la madre o del niño sufre tanto con esa posibilidad que para el padre estoy defendiendo, dentro de las condiciones estrictas en que la inserto? La madre tiene que ser informada cuando aún pueda abortar, y sabrá a qué atenerse. Si no quiere abortar, puede tener el niño y entregarlo al nacer para que otra familia lo acoja y lo adopte. No veo por qué sus derechos, los de ella, quedan mermados. Porque, naturalmente, también puede tirar para adelante ella sola con el niño, como admirablemente hacen tantas mujeres hoy en día. También cabría, por qué no, que ella renunciara al hijo -de esta manera que se hace- para que el hijo se quedara solamente con el padre, si éste lo quería. Lo que no acabo de ver -debe de ser torpeza grave por mi parte- es por qué hay que andar haciendo dispares los derechos de hombres y de mujeres cuando es tan sencillo ponerlos a la par, tal como la igualdad bien entendida creo yo que exige.
Y no me vengan con el tópico de que la igualdad exige tratar desigualmente lo desigual y todos esos cuentos, porque entonces deberán explicarme por qué, para lo que estamos hablando, hay desigualdad esencial entre hembras y varones y por qué no se puede revertir contra ellas dicha desigualdad de base. Uno dirá, son desiguales porque las que paren son ellas; y vendrá el conservador y verá el cielo abierto -es lo que más le gusta ver abierto-, pues replicará que por eso deben ser ellas más responsables de sus embarazos y de las consecuencias de los mismos. Esto no lo mantengo yo, lo diría otro partidario de tratar desigualmente lo desigual. Lo bueno de los tópicos y los dichos vacíos es que valen lo mismo para un roto que para un descosido y sirven igual a cualquier señor que quiera usarlos; o señora.
A los derechos del niño ya me referí antes. La mayor bendición para muchos niños que son hijos biológicos de padres y madres que no los desean o que no están en condiciones psíquicas, sociales y económicas de atenderlos de la mejor manera es ser dados en adopción nada más nacer. Así que no me parece que ese padre que, si pudiera, renunciaría a sus compromisos como tal, sea el mejor padre posible a la hora de satisfacer el interés del menor. Y si de lo que se trata es de que el padre biológico pague, ¿qué pasa cuando no puede pagar porque no tiene un duro?
Leamos sentencias. Algunos de los de Derecho lo hacemos, pero pocos y pocas; pocas sentencias leemos, quiero decir. Porque al mirar la jurisprudencia se ve que está el mundo lleno de padres y de madres -más padres, ésa es la verdad- que no quieren saber nada con sus hijos y que de facto renuncian a sus obligaciones; otras veces, simplemente no pueden cumplirlas. ¿Tanta revolución sería que el Derecho de familia dejara de vivir en un limbo de ficciones y derechos naturales muy raros, de espaldas a la realidad? ¿No estarían más protegidos los menores si nos dejáramos de esa mezcla de biologismo barato y economía cazurra y les procurásemos la posibilidad de nacer y crecer con quien los quiera y de verdad vaya a cuidarlos?
No sé, a lo mejor el monstruo soy yo. Ustedes dirán.
Eres un mostruo... ¡de las galletas!
ResponderEliminarHay una situación que no abordas y que a mí me parece muy importante. Según múltiples estudios, uno de ellos ya antiguo realizado en Barcelona, muchos de los niños nacidos no lo son de quien cree ser su padre biológico, circunstancia que por ignorada hace que quien se cree el progenitor reconozca su paternidad. Pues bien, esta situación parece de imposible retorno.
ResponderEliminarQué solución crees que se podría dar al padre dudoso, o al padre que sólo sospecha posteriormente de su paternidad, y me gustaría saber también qué te parecería lo recogido en una página de derechos de los hombres de establecer una prueba rutinaria de ADN para confirmar la paternidad del recién nacido.
La expresión "apretarse los machos" no tiene nada que ver con el machismo (pese a lo que crea alguna catedrática de Filología Hispánica): el "macho" es el extremo de la correa opuesto a la hebilla.
ResponderEliminarEn otro orden de cosas, creo que olvida usted uno de los "argumentos" (llamémosle así) más repetido en su anterior entrada sobre este tema: "Durante milenios los machos..., por lo que ya es hora de que nosotras...".
(Athini Glaucopis)
La paternidad y maternidad biológicas son un puro accidente, y sólo los muy vanidosos o muy desinformados le dan relevancia central. Les sugiero que repitan conmigo, cada mañana al levantarse: todos somos adoptados.
ResponderEliminarSalud,
Tienes unas ideas muy interesantes y dignas de estudio serio. Y, aunque no tenga mucho que ver con esta, me gustaría plantear una cuestión: hoy es día del SIDA, según la prensa hay 50.000 contagiados que no lo saben. Una de las vías de transmisión es madre-hijo por el parto y/o la lactancia. Me pregunto si no se podría obligar a TODAS las embarazadas a hacerse las pruebas en función del bien supremo de su hijo. Hoy he leído que se plantea que se les sugiera pero no que se les obligue que,creo, sería lo lógico (ojo, no soy jurista)
ResponderEliminarArturo: esas pruebas ya se hacen, al menos la seguridad social las ofrece a todas las embarazadas. Obviamente no puede obligarlas, pero hacerlas las hace.
ResponderEliminarEmilio, si el hombre tiene dudas acerca de su paternidad, que haga la prueba de adn, que no es complicada. Una prueba rutinaria, ¿significa hacérsela a todos, quieran o no? ¿O sólo significa que la debe pagar la seguridad social? Creo que hoy en día o es complicado hacerse esa prueba. También estoy seguro de que muchos padres que se enterasen, después de años, de que sus hijos no eran suyos, seguirían queriéndolos como propios. Quízá a sus madres no, pero a los hijos sí. En la mayoría de los casos.
ResponderEliminarLa presunción de paternidad no es iuris et de iure, como antaño, sino que se puede desvirtuar mediante la prueba en contrario. Es simplemente una técnica que utiliza el derecho para simplificar los asuntos de paternidad y los económicos: si naces dentro del matrimonio presumo que eres hijo del marido y si el marido, o la señora, no lo ven claro, se inicia una investigación y un procedimiento judicial. ¿No es más sencillo que hacerle una prueba de paternidad a todos los niños que nacen? Eso, obviamente, si seguimos admitiendo que el padre pinta algo en este asunto: si prospera la idea de que una declaración unilateral de renuncia a la paternidad le puede descargar de toda responsabilidad, entonces sí hay que reformar muchas cosas. A mi esa idea me parece una frivolidad, pero por lo visto aquí está teniendo mucho éxito. Parece que lo de asumir las responsabilidades que los actos de uno pueden ocasionar no está de moda, y sí: esas responsabilidades son también económicas. Yo no follaría con alguien que cree que si sucede un accidente -partimos de la base de que nadie quiere el embarazo, no de una trampa para pescar al tipo ni nada por el estilo: gente enamorada (o no) que tiene un desliz- basta escribir en un papelín que él no quiere saber nada y si te he visto no me acuerdo. Si yo estoy en contra del aborto o simplemente no me siento con fuerzas para abortar, me quedo con el niño y con su manutención en exclusiva. Y no me digan que puedo darlo en adopción, que esa es una solución, la mayor parte de las veces, de madres económica y familiarmente desesperadas y ahogadas. Que un hijo no es un saco de patatas, no es tan fácil desprenderte de él cuando lo has tenido 9 meses en la barriga.
ResponderEliminarEmilio, como ya le han indicado por aquí, la prueba de paternidad por ADN es sencilla y sólo hay que ir y hacerla. Precisamente hace unos meses estaba yo sentado en un laboratorio esperando mi turno para un análisis de sangre y llegó un señor y preguntó a la recepcionista si allí hacían esas pruebas de ADN para comprobación de la paternidad. Le dijo que no, pero lo mandó a otro laboratorio por allí.
ResponderEliminarLa regulación legal para la posible impugnación de la paternidad está, con sus plazos y condiciones para el padre, según que sea marido o no, en los arts. 136 y siguientes del Código Civil.
Saludos a todos.
Me resultas hasta tierno, porque presupones algo que no por lo regla general no es. Los hombres no suelen querer hijos, no quieren responsabilidades. Tengo alguna amiga que termino dejando a su pareja por ese tema. Y mi misma madre me contaba que mi padre no quería...Y cuando se aborta, hay más circunstancias añadidas. Si son gente joven, mucho menos quieren "el marrón". ¿no has visto cuando atropellan a alguien y se dan a la fuga? pues trasladalo. Espero que te resulte gráfico. Así que partes de una base equivocada. Y luego sobre, el feto; es complicado. Una semana de embarazo, solo una semana. ¿era un feto o unas células?
ResponderEliminarYo, más que ver el tema como una defensa de la actuación de los pichabravas que van por ahí de flor en flor sin hacerse responsable de los efectos que produzcan sus semillitas, lo veo como una contrapartida jurídica a las nuevas situaciones traídas por los nuevos tiempos.
ResponderEliminarHasta ahora la mujer se veía obligada a aceptar un hijo que le venía poco menos que impuesto; y con él la vergüenza social correspondiente por ser madre natural. Ahora que, gracias al "nosotras parimos, nosotras decidimos", ninguna mujer viene obligada a tener un hijo que no desee (a no ser que su fuerte ignorancia o sus fuertes convicciones morales le hagan creer otra cosa), podemos pensar en proteger los derechos del hombre, en cuanto tiene derecho a decidir si quiere asumir o no su paternidad, con el tiempo suficiente como para que la mujer sepa si va a contar con él o no. Ya que el hombre no puede obligar a la mujer a abortar o a tener el hijo, sí debe, en este último caso, poder decidir si va o no a asumir una paternidad que le viene poco menos que impuesta.
Hay dos casos en que el aborto masculino es indispensable.
El primero de ellos, aquel en que un hombre tiene que hacerse cargo de un hijo ya crecidito, por puros intereses económicos mediantes. Si en este caso la mujer decidió tener el hijo sin contar con el padre y privó a éste del conocimiento de su paternidad y del disfrute de los gozos y las sombras que ésta trae consigo no me parece de recibo que el hombre haya de hacerse responsable de algo que en su momento no le fue consultado. Para las demandas de paternidad debería haber una fecha de caducidad de un año. Y en todo caso, la aceptación a trámite debería venir condicionada a que pueda probarse que el hombre era conocedor de las circunstancias y aceptó las consecuencias de sus actos.
El segundo caso es el de los padres putativos. Sin perjuicio de que la mayoría hayan adquirido afecto natural por los hijos de su cónyuge, hay que respetar el derecho de quienes deseen renegar de unos hijos que no son suyos. Es una cuestión claramente mercantil. La cónyuge le ha entregado una mercancía averiada o con vicios ocultos y él tiene derecho a devolverla por incumplimiento de contrato. Esto, que suena a chiste, deja de serlo cuando hablamos de familias de grandes patrimonios, en que las herencias son extensas como la estepa castellana y, como ésta, se convierten en áridos campos en que se riñen enconadas y muy sangrientas batallas.
Estimado Söze,
ResponderEliminar¡menos mal que no es tan fiero su comentario como su alias permitía presagiar! Totalmente de acuerdo con el establecimiento de plazos breves para las demandas de paternidad; respecto a los plazos para renegar de hijos putativos, también me parece justo pero no sé cómo deberían ser esos plazos, la verdad. Pero lo que usted propone no es el aborto masculino del que habla garciamado: es una regulación más acorde con los tiempos actuales de la paternidad. Lo que yo no veo tan claro es ese razonamiento de "puesto que la mujer puede decidir si quiere o no tener al niño, el hombre tiene que poder decidir si quiere hacerse cargo de él o no". Yo no estoy en contra del aborto y no creo que en esas primeras semananas un embrión sea un humano y su vida tenga que ser protegida como la de una persona. Pero incluso no creyendo eso, creo que un embrión (y después un feto)es algo particular, que no se puede comparar con otra cosa (no es un objeto, ni una mercancía, ni nada similar). Con esto quiero decir que si una persona decide abortar, nada tengo que objetar. Pero si decide no abortar por las razones que sea -que no tienen que ser únicamente fuertes convicciones morales-, no creo que ese futuro niño tenga que ser una carga solo para ella.
Seré breve:
ResponderEliminar1º. En relación con los plazos para que el padre putativo repudie los hijos de su cónyuge creo que bastaría con un plazo genérico (un año, por ejemplo) a contar desde la fecha en que tuvo conocimiento de su putatividad. Más fino habría que hilar en el caso de que esta circunstancia sea conocida post mortem, pero eso es problema para el Legislador.
2º. Yo creo que la mujer tiene derecho a optar por tener o no el hijo. Pero también tiene derecho a saber si el padre está dispuesto o no a hacerse cargo de él. Con las cartas sobre la mesa, quedan vinculados tanto él (si se hace cargo) como ella (si decide tener el hijo con pleno conocimiento de que el padre no quiere saber de él). Yo creo que, bien entendido, esto debería constituir un beneficio o una garantía tanto para la mujer como para el hijo.
Estimado Söze,
ResponderEliminarno veo el beneficio ni para la mujer ni para el hijo, si ella quiere seguir adelante con el embarazo y él quiere desentenderse del niño. No hablo ya de cuestiones afectivas, sino de puras cuestiones económicas. Obviamente, si la mujer no necesita ayuda económica, es probable que ni siquiera la pretenda del padre. Y si el padre no puede prestarla, nadie va a poder obligarle a hacerlo -de donde no hay, no se puede sacar-. Pero si la mujer sí necesita esa ayuda, y el padre sí puede proporcionarla, no veo la ventaja para el niño si se permite que el padre se desentienda de prestar esa ayuda. No estoy planteando cuestiones educativas ni afectivas ni morales: simplemente económicas, de garantizar al niño un techo digno y un sustento dignos (tampoco digo que haya que pagarle las clases de piano ni la semana blanca). Quizá se pueda regular esa aportación paterna de un modo justo, que no desangre al padre ni le haga sentirse un mero paganini. (Obviamente, si el padre quiere involucrarse en la educación, custodia, cuidado, etc., también tiene que tener derecho a hacerlo). Pero que una madre con un sueldo bajo tenga que sacar adelante sola a un niño porque su padre se ha desentendido de él, no termina de parecerme de recibo, la verdad. Por muy claras que estén las cosas.
El beneficio no es económico sino moral: el de saber a ciencia cierta desde un principio a qué atenerse.
ResponderEliminarSi el padre no quiere hacerse cargo de un hijo, ya sabe la futura madre que habrá de buscarse la financiación por otra vía, o renunciar al hijo.
Anónimo tu obsesión por garantizar que la decisión que adopte ella le comprometa a él me parece que merecería que la fundamentases en alguna razón que los demás podamos compartir. Esa concepción del hombre como proveedor a la fuerza, hace que tu propuesta pretenda compatibilizar sin conflicto ni lógico, ni moral, el completo repertorio de derechos de una mujer del siglo XXI en una sociedad de amplísimo poder del feminismo institucional, con la visión del varón como sempiterno proveedor. ¡Hay modernidades que escuecen en lo económico, pero más todavía en lo moral!
ResponderEliminarEmilio, mi obsesión no es que la decisión de ella le comprometa a él, sino que les comprometa a ambos; y no es que contribuya el padre: es que contribuyan los dos. A mi tampoco me parecen muy fundamentadas las opiniones que salen aquí en el sentido de que el padre se libre de todas las responsabilidades simplemente porque sí, porque le da la gana. Deje de ir de víctima, que yo no digo que los hombres tengan que hacer más que las mujeres ni que tengan que hacerlo de manera distinta. Y estoy muy lejos defender la idea del macho proveedor. La diferencia entre el hombre y la mujer, puestos a buscar alguna, es que si la mujer decide tener al niño apechuga con él siempre y para siempre. O en el 90% de los casos es así.
ResponderEliminarEStimado Söze,
ResponderEliminarefectivamente su propuesta proporciona mucha claridad, pero nada más. Lo de la cuestión económica y los beneficios económicos, que a la mayor parte de los que están escribiendo aquí parece traerles sin cuidado, como si hablar de dinero fuese demasiado vulgar, es importantísima: de hecho, en mi modesta opinión, la regulación jurídica en la actualidad de la paternidad busca, básicamente, garantizar el sustento de la criatura. El derecho no puede obligar a tus padres a quererte, pero sí puede obligarles a mantenerte -en la medida de sus posibilidades-.
Lo de buscarse la financiación del niño por otra parte, qué quiere que le diga, es lo que hacen muchas, muchísimas mujeres, que no pertenecen a entornos acomodados y que sí: se encuentran con niños que tienen que mantener. Con papelito y sin papelito, eso ya se hace en la actualidad. Y, obviamente, también lo hacen muchos, muchísimos padres, que sienten que tienen que mantener a sus hijos, a los que en muchos, muchísimos casos, también suelen querer. Por mucho que nos pese, y por muchos casos originales que podamos conocer o leer, en lo de la maternidad/paternidad sigue habiendo mucha biología.
Si no es ir de proveedor lo que planteas dime cómo debería llamarse tal cosa. La situación que tú planteas es una situación en la que ella tiene todos los derechos, tener o no tener el hijo, y él ninguno. Puesto que si ella no desea tenerlo hemos concluido que no se la puede obligar, y eso sin importar el deseo de él, y si lo tiene según tú él también debería está obligado.
ResponderEliminarEso en román paladino significa ningún derecho en la reproducción para el varón, y sí las obligaciones, y todos los derechos para ella, puesto que cualquiera que sea su decisión no sólo tiene la posibilidad de realizarse, también implica obligaciones ineludibles para él.
Es verdad que hay quien comulga con ruedas de molino, pero lo que me parece excesivo es pedirle a los demás que vean en esa rueda un cáliz. Lo de la vertiente económica tampoco me sorprende completamente porque esa visión economicista no es nueva en quienes sostienen según que tesis. Y la encontramos en el divorcio, en las reclamaciones de paternidad a destiempo, etc. etc. Por lo demás el interés del menor parece que sólo se invoca si hablamos de las obligaciones del padre y nos olvidamos cuando de la madre se trata.
Dado que Emilio ha contestado suficientemente bien a lo que yo quería decir poco me queda por añadir.
ResponderEliminarA lo mejor, simplemente, bastará con explicar que he diseñado todo un sistema de derechos comenzando por los de la madre. Ya que la maternidad incumbe sobre todo a ésta, es lógico que a ella se le dé la primera palabra.
Pero una vez asegurado el derecho de la madre a tener o no tener su hijo, hay que asegurar el derecho del padre. He procurado, sin embargo, que el padre sólo tenga derechos a través de la madre o, si se prefiere, secundariamente. El hombre, en mi opinión, no puede obligar a la mujer a tener o no tener un hijo. Pero tampoco puede ser obligado a tener un hijo. Podrá ser obligado a no tenerlo, si la madre renuncia a la figura paterna y decide criarlo en solitario... aunque he añadido que esta renuncia ha de ser absoluta, de modo que, por ejemplo, ninguna famosa pueda, por la fuerza de su sola cara bonita, escatimarle un hijo a un presentador durante diez años años y presentarse luego hecha un mar de sonrisas y entre los aplausos de una chusma maleducada al calor de la televisión basura a reclamarle cuentas pasadas.
http://es.wikipedia.org/wiki/Pepe_Navarro
Por decirlo así, de lo que se trata es de que los derechos de la madre no sean ni absolutos en su extensión ni ilimitados en su duración temporal; de que se le dé el suficiente tiempo como para consultar al futuro padre; y de que éste sea algo más que un mero convidado de piedra y tenga auténtico derecho a la opinión y a la elección.
Para lo demás, ya está el sentido común de la madre (si lo tiene; y poco sentido común muestra, en mi opinión, una mujer que pudiendo elegir decide tener un hijo que no va a poder mantener. Pero es que la fe y el sentido común no van, para el que esto suscribe, necesariamente unidos).
cada vez que escribes un post de esta temática...cuantos comentarios. Resumiendo, las que parimos somos nosotras. Pues nosotras decidimos. punto. Si yo quiero abortar lo hago, primero porque no digo ni "mu" al colaborador necesario. Y segundo porque si aborto es porque hay razones de peso para hacerlo y las alternativas son más que oscuras. Los tios no pintan mucho en este tema. Ojalá, ojalá parieran ellos algún día.
ResponderEliminarLa última anónima lo deja clarísimo: el hijo y el feto son una propiedad exclusiva de la madre "y punto". A los hombres lo único que les corresponde es pagar lo que les manden y callar la boca. Que en eso consiste la "igualdad": en lo que antes se llamaba "ley del embudo".
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