Ignoro por completo si la atleta Marta Domínguez será culpable o inocente de los delitos relacionados con el dopaje deportivo que, al parecer, se le imputan, incluso en la grave versión de ser “suministradora” de esas sustancias a otros deportistas. Además, me da exactamente igual, pues por ser deportista brillante y de élite no me merece ni más respeto ni mayor lástima que el gitanillo que ayer pescaron vendiendo unas papelinas cerca de mi casa; miento, a igual verdad de los delitos, me da más pena el gitano y casi lo respeto más, porque no engaña tanto y seguro que le hace más falta ese negocio para que coma la familia.
Eso sí, la presunción de inocencia se la aplico a doña Marta con la misma fe e igual rigor con que la aplico a y la exijo para cualquier imputado que no ha sido juzgado todavía, sea un gran deportista, sea un carpintero al que acusan de colaboración con banda armada, sea un oficinista denunciado por pegarle a su mujer o a su hombre, sea un conductor detenido bajo acusación de conducir muy ebrio; a todos por igual y a todos muy intensamente, pues todos han de pasar por inocentes mientras no se pruebe con contundencia que cometieron el delito con todas las de la ley. Por eso mismo, porque la Audiencia Nacional no encontró las pruebas suficientemente claras y concluyentes, fueron absueltos hace unos días Arnaldo Otegui y otros batasunos del delito de enaltecimiento o justificación del terrorismo, con el consiguiente escándalo mediático. No he leído esa sentencia, y guardada la tengo ya para echarle un vistazo. Pero de lo que sí estoy convencido, puesto que en los periódicos que he visto ningún argumento técnico-jurídico ha aparecido como fundamento de las críticas a la Audiencia, es de que esos mismos medios que ahora se rasgan las vestiduras por lo de Otegui estarían felices si, por la misma falta de pruebas definitivas, se absolviera en su día a Marta Domínguez. El instrumento musical que mejor tocamos los españoles es el embudo, y la norma que con más donaire aplicamos es su ley.
Culpable o inocente Marta Domínguez (y antes Contador, y antes y antes…), lo que sí me parece su caso es una buena alegoría de este país nuestro. Así era todo; así iba todo. El milagro de España era puro dopaje, dicho sea figuradamente. Tan de sopetón nos llegaron los triunfos nuestros, sean los de los deportistas nacionales, sean los de cada uno que hacía unas perras y daba un par de pelotazos, o se volvía de oro a base de cuatro chapuzas, sin estudios ni mayor esfuerzo, o se lo montaba en la política a costa de aprobar recalificaciones y sin haber tenido antes oficio ni beneficio, o se aupaba a funcionario nada más que por parentesco o con un par de mamadas o… , que se nos olvidó que nuestras marcas tenían trampa, que nuestras medallas no eran el premio de nuestro mérito y el reconocimiento de nuestro esfuerzo, sino argucia del médico o maniobra del juez de pista.
Invertimos los valores a base de invertir en valores y comenzamos a despreciar soberanamente el trabajo bien hecho, la integridad personal -allí donde de ella quedara rastro- la honestidad profesional, el viejo sentido del honor particular o corporativo, todo cuanto pudiera ser obstáculo para nuestra convicción de que estábamos predestinados a ser los mejores y que por eso lo éramos, aun sin dejar de ser zánganos, cazurros, estafadores y cutres. Los ídolos, los modelos de conducta, los personajes que se mostraban a los niños para que les sirvieran de ejemplo, no eran ni los doctos ni los currantes ni los esforzados ni los generosos ni los sacrificados por alguna causa noble ni los decentes ni los discretos ni los serios ni los de noble corazón, no; eran los trincones, los vendepatrias, los timadores, los abusones, los que no tenían escrúpulos, los energúmenos, los zafios, los chaperos y las putas, los groseros…, a condición de que se hubieran hecho ricos y aunque tuvieran el armario lleno de cadáveres y el alma más negra que el azabache.
Esas compañías se cotizaban, esas imágenes nos animaban. Quien podía compartía mesa, mantel o reunión con hetaira de lujo, banquero ladrón o político infecto. Quien no llegaba a tanto, se conformaba con seguir en la televisión la edificante historia de sus vidas pícaras, jurándose que algún día un hijo suyo sería así de cabrón o puñetero o guarro… y de rico, mientras el aroma de los regüeldos del Rioja con gambas al ajillo impregnaba ese amoroso hogar del español medio. Ahora nos estamos cayendo del sofá y no hay red que nos recoja ahí abajo. El hostión ya es grande, pero acabará por ser descomunal. La fiesta no ha hecho más que empezar. Era un entierro, aunque empezó con mariachis.
Que se nos vayan cayendo tantos y tantos de esos deportistas que nos parecían estandarte de la nación o representantes de nuestra valía innata y que no eran muchas veces más que drogotas pijos o camellos con zapatillas Nike no acarrea tanta desgracia al fin y al cabo, apenas importa. Que los indulten a todos, y listo. Ya los contratarán para impartir Educación Física en algún colegio de curas o ya se irán a Tele5 a contar que con los anabolizantes se les ponía durísima y que vaya risa aquella vez con las rusas. Eso es lo de menos.
Lo malo es que todo el país era y es una trampa, que, mires a donde mires, no te tropiezas más que con fulleros y chuloputas, empezando por la alta política, toda llena de tarugos con relojes caros por el papo y de ologofrénicos a los que votamos porque ni disimulan su talante de tales; y siguiendo por la mayor parte de las instituciones públicas, la universidad entre ellas, atoradas de enchufados, trepas, inútiles e ignorantes con ínfulas, que se chutan con su propio ego y se enfrentan con saña de hienas a cualquiera que reclame trabajo serio y rendimiento digno.
No tengo ni idea de si será culpable Marta Domínguez o no, y por mí que salga bien librada. Pero es alegoría también por las malas compañías. No estoy muy al tanto de los tejemanejes deportivos, pero sí sé quién es Eufemiano Fuentes y palabra que no aceptaría una receta suya para ayudarme a hacer más largas las entradas del blog. Ni de coña. Ni un caramelo tomaría yo de su mano. Aunque a mí no me controla ninguna agencia antidopaje (¿la ginebra se puede? Porque ando ahora con una Bulldog que ya les contaré), no me fío, no vaya a ser que ese señor me prepare un día unos calamares fritos y de inmediato me salgan tetas o se me encojan las orejas. Oye, pero estos deportistas de primera tan tranquilos, que si Eufemiano para acá, que si Eufemiano para allá, que si qué tienes hoy para picar.
Allá se las compongan unos y otros, pero yo a lo que voy es a que somos (casi) todos iguales y a que también estoy más que aburrido de ver a los rectores y vicerrectores rodearse de los más zotes y chorizos, a los grandes políticos codearse, felices, con los empresarios más ladrones, a los ciudadanos votando más que nunca a alcaldes o presidentes de comunidad autónoma que tienen más delito y más pleitos penales que el más recalcitrante Eufemiano, y a millones de ciudadanos que votaron de segundas a un cantamañanas cuando ya se sabía lo que era, el pobre, bordilíneo del todo. No lo contratarían ni para fregarles los platos o llevarles las cartas a correos, simplemente, y van y lo apoyan el día de las elecciones, con dos cojones, porque somos tan chulos y tan totales que hasta con una sola mano, mira. Pues ahí está. Vox populi, vox dei.
Lo dicho, la reconstrucción de España tendrán que emprenderla, con paciencia y mucha calma, los cuatro gatos que sean capaces de levantarse después del vuelco descomunal del sofá. Les quedará tarea para rato, para rato.
Eso sí, la presunción de inocencia se la aplico a doña Marta con la misma fe e igual rigor con que la aplico a y la exijo para cualquier imputado que no ha sido juzgado todavía, sea un gran deportista, sea un carpintero al que acusan de colaboración con banda armada, sea un oficinista denunciado por pegarle a su mujer o a su hombre, sea un conductor detenido bajo acusación de conducir muy ebrio; a todos por igual y a todos muy intensamente, pues todos han de pasar por inocentes mientras no se pruebe con contundencia que cometieron el delito con todas las de la ley. Por eso mismo, porque la Audiencia Nacional no encontró las pruebas suficientemente claras y concluyentes, fueron absueltos hace unos días Arnaldo Otegui y otros batasunos del delito de enaltecimiento o justificación del terrorismo, con el consiguiente escándalo mediático. No he leído esa sentencia, y guardada la tengo ya para echarle un vistazo. Pero de lo que sí estoy convencido, puesto que en los periódicos que he visto ningún argumento técnico-jurídico ha aparecido como fundamento de las críticas a la Audiencia, es de que esos mismos medios que ahora se rasgan las vestiduras por lo de Otegui estarían felices si, por la misma falta de pruebas definitivas, se absolviera en su día a Marta Domínguez. El instrumento musical que mejor tocamos los españoles es el embudo, y la norma que con más donaire aplicamos es su ley.
Culpable o inocente Marta Domínguez (y antes Contador, y antes y antes…), lo que sí me parece su caso es una buena alegoría de este país nuestro. Así era todo; así iba todo. El milagro de España era puro dopaje, dicho sea figuradamente. Tan de sopetón nos llegaron los triunfos nuestros, sean los de los deportistas nacionales, sean los de cada uno que hacía unas perras y daba un par de pelotazos, o se volvía de oro a base de cuatro chapuzas, sin estudios ni mayor esfuerzo, o se lo montaba en la política a costa de aprobar recalificaciones y sin haber tenido antes oficio ni beneficio, o se aupaba a funcionario nada más que por parentesco o con un par de mamadas o… , que se nos olvidó que nuestras marcas tenían trampa, que nuestras medallas no eran el premio de nuestro mérito y el reconocimiento de nuestro esfuerzo, sino argucia del médico o maniobra del juez de pista.
Invertimos los valores a base de invertir en valores y comenzamos a despreciar soberanamente el trabajo bien hecho, la integridad personal -allí donde de ella quedara rastro- la honestidad profesional, el viejo sentido del honor particular o corporativo, todo cuanto pudiera ser obstáculo para nuestra convicción de que estábamos predestinados a ser los mejores y que por eso lo éramos, aun sin dejar de ser zánganos, cazurros, estafadores y cutres. Los ídolos, los modelos de conducta, los personajes que se mostraban a los niños para que les sirvieran de ejemplo, no eran ni los doctos ni los currantes ni los esforzados ni los generosos ni los sacrificados por alguna causa noble ni los decentes ni los discretos ni los serios ni los de noble corazón, no; eran los trincones, los vendepatrias, los timadores, los abusones, los que no tenían escrúpulos, los energúmenos, los zafios, los chaperos y las putas, los groseros…, a condición de que se hubieran hecho ricos y aunque tuvieran el armario lleno de cadáveres y el alma más negra que el azabache.
Esas compañías se cotizaban, esas imágenes nos animaban. Quien podía compartía mesa, mantel o reunión con hetaira de lujo, banquero ladrón o político infecto. Quien no llegaba a tanto, se conformaba con seguir en la televisión la edificante historia de sus vidas pícaras, jurándose que algún día un hijo suyo sería así de cabrón o puñetero o guarro… y de rico, mientras el aroma de los regüeldos del Rioja con gambas al ajillo impregnaba ese amoroso hogar del español medio. Ahora nos estamos cayendo del sofá y no hay red que nos recoja ahí abajo. El hostión ya es grande, pero acabará por ser descomunal. La fiesta no ha hecho más que empezar. Era un entierro, aunque empezó con mariachis.
Que se nos vayan cayendo tantos y tantos de esos deportistas que nos parecían estandarte de la nación o representantes de nuestra valía innata y que no eran muchas veces más que drogotas pijos o camellos con zapatillas Nike no acarrea tanta desgracia al fin y al cabo, apenas importa. Que los indulten a todos, y listo. Ya los contratarán para impartir Educación Física en algún colegio de curas o ya se irán a Tele5 a contar que con los anabolizantes se les ponía durísima y que vaya risa aquella vez con las rusas. Eso es lo de menos.
Lo malo es que todo el país era y es una trampa, que, mires a donde mires, no te tropiezas más que con fulleros y chuloputas, empezando por la alta política, toda llena de tarugos con relojes caros por el papo y de ologofrénicos a los que votamos porque ni disimulan su talante de tales; y siguiendo por la mayor parte de las instituciones públicas, la universidad entre ellas, atoradas de enchufados, trepas, inútiles e ignorantes con ínfulas, que se chutan con su propio ego y se enfrentan con saña de hienas a cualquiera que reclame trabajo serio y rendimiento digno.
No tengo ni idea de si será culpable Marta Domínguez o no, y por mí que salga bien librada. Pero es alegoría también por las malas compañías. No estoy muy al tanto de los tejemanejes deportivos, pero sí sé quién es Eufemiano Fuentes y palabra que no aceptaría una receta suya para ayudarme a hacer más largas las entradas del blog. Ni de coña. Ni un caramelo tomaría yo de su mano. Aunque a mí no me controla ninguna agencia antidopaje (¿la ginebra se puede? Porque ando ahora con una Bulldog que ya les contaré), no me fío, no vaya a ser que ese señor me prepare un día unos calamares fritos y de inmediato me salgan tetas o se me encojan las orejas. Oye, pero estos deportistas de primera tan tranquilos, que si Eufemiano para acá, que si Eufemiano para allá, que si qué tienes hoy para picar.
Allá se las compongan unos y otros, pero yo a lo que voy es a que somos (casi) todos iguales y a que también estoy más que aburrido de ver a los rectores y vicerrectores rodearse de los más zotes y chorizos, a los grandes políticos codearse, felices, con los empresarios más ladrones, a los ciudadanos votando más que nunca a alcaldes o presidentes de comunidad autónoma que tienen más delito y más pleitos penales que el más recalcitrante Eufemiano, y a millones de ciudadanos que votaron de segundas a un cantamañanas cuando ya se sabía lo que era, el pobre, bordilíneo del todo. No lo contratarían ni para fregarles los platos o llevarles las cartas a correos, simplemente, y van y lo apoyan el día de las elecciones, con dos cojones, porque somos tan chulos y tan totales que hasta con una sola mano, mira. Pues ahí está. Vox populi, vox dei.
Lo dicho, la reconstrucción de España tendrán que emprenderla, con paciencia y mucha calma, los cuatro gatos que sean capaces de levantarse después del vuelco descomunal del sofá. Les quedará tarea para rato, para rato.
Entrada relinda. Algo más breve, y versificada, compondría una buena letra para un buen tango.
ResponderEliminarSalud,
¿pero como bebes ginebra? eso lo hacen los viejecillos de los pueblos. No sé. Bulldog, bueno...Marta es culpable, sino tiempo al tiempo. A mi el deporte me importa un pito. Si tuvieran que comer con lo que yo me intereso por el fútbol o el atletismo se verían vendiendo clines en los semáforos. Pero vaya,donde hay dinero hay trampa y muchos intereses. Y los de los políticos, dedica un post a los trajes de valencia...ese tb es culpable y parece que no pasa factura. Recuerda la carita cuando le preguntaron y dijo: los trajes me los pago yo, sí señor. claro que sí, y el lenguaje corporal y la aptitud le acompañaban, claro que sí. Un post para el protagonista de la hazaña.Porque les dejan, a unos y a otros; pues claro. ¿hasta cuando?..
ResponderEliminarTe he leido hoy porque estos días he estado abducida por la vida...y casi no me conecté...
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